Héctor Alejandro Quintanar
11/10/2024 - 12:05 am
Hoy, 2024, aún hay que desterrar al calderonismo de la política mexicana
“El calderonismo no fue un mal bombero que no pudo contener un incendio”.
Hay algo que debe decirse sin ningún ambage: el calderonismo fue un proyecto criminal que convirtió al país en una fosa común y al discurso público en una fosa séptica. Con un Secretario de Seguridad Pública, García Luna, que en realidad era un narcotraficante de amplios tentáculos como principal gestor de la estrategia, y con una jerarquía policial que hoy está o presa, o prófuga o confesa (como son los casos de Cárdenas Palomino, Reyes Arzate o Pequeño García), el sexenio de 2006 a 2012 fue encabezado por un grupúsculo que no sólo vio al país como un botín personal, sino que pusideron enclaves estratégicos del Estado al servicio de determinados cárteles criminales.
En un periodo que acrecentó como nunca la violencia en el país, y que asimismo expandió las actividades criminales de los grupos del crimen organizado, no se puede hablar de que el Calderón fuera sólo un mal gobernante ejecutor de una estrategia fallida. Pensar eso de ese sexenio sería hacerle un favor. Más bien la interpretación debe ser otra, a la luz de la evidencia mayor, que es el hecho de que su ex mano derecha, García Luna, pronto recibirá sentencia en Brooklyn por sus crímenes.
Y esa interpretación es que un sector del gobierno calderonista deliberadamente puso el Estado al servicio del crimen. El calderonismo no fue un mal bombero que no pudo contener un incendio. Fue más bien como un pirómano criminal que deliberadamente lo provocó. El ascenso de la ola de asesinatos que implicó ese sexenio de sangre, aumentado en un 192 por ciento, con la carga de muerte más alta de la historia, y el aumento en un 900 por ciento en el número de grupos criminales, que extendieron sus sangrientas redes a casi todos los rincones del país, no fueron resultado de un simple mal diagnóstico y una errada conducción, sino que fueron hechura de una ristra de mafiosos que, por la vía del fraude, asaltó el gobierno en 2006.
Pero hay que mirar también el correlato que conllevó que el país se convirtiera en una fosa común, y eso es que el discurso público, en el calderonismo, se tornó en una fosa séptica. Ante la historia de la propaganda sucia, Calderón quedará como un ominoso perpetrador de inmundicias verbales, que van desde el pergeño de la inédita campaña más mentirosa y cara de calumnias en la historia hasta ese momento, la del “peligro para México”, hasta el cinismo para justificarla, resumido en el brutal “haiga sido como haiga sido”, que, en proporciones guardadas, no dista mucho del “una mentira que se repite mil veces se hace verdad”, de los nazis.
En ese sexenio de muerte y calumnia, sobresalió sin embargo la complicidad mediática con el mandatario espurio. No sólo con el ignominioso pacto de autocensura que, en marzo de 2011, muchos medios -encabezados por Loret de Mola y justificados por Enrique Krauze-, firmaron para subsumir su línea editorial en cuanto a información sobre la violencia, y así callar muchas cosas para quedar bien con el panista que, en ese momento, les servía un gasto excesivo en su beneficio.
Pero además de esa sevicia, sobresale otra. Y ella es que los medios y funcionarios del calderonismo concitaron una tesis grotesca: sugerir sistemáticamente la noción de que los criminales se mataban entre ellos y vanagloriar la violencia y la pena de muerte de facto al llamar “abatimientos” a las ejecuciones extrajudiciales.
En ese grotesco proceso, en el mejor de los escenarios se deshumanizó a las víctimas y a los muertos. En el peor, se les revictimizó y criminalizó, como fue el caso de dos estudiantes de excelencia del Tec de Monterrey -Jorge Mercado y Javier Arredondo-, quienes murieron asesinados en un enfrentamiento en esa ciudad norteña y el calderonismo los calumnió acusándolos de ser sicarios “armados hasta los dientes”.
Lamentables e injustos epitafios cargaron muchas víctimas del calderonismo. Frases como “los criminales se matan entre ellos”; “en algo turbio andaban”; “estaban en el momento equivocado en el lugar equivocado” fueron espetos miserables con que, con dolo, se difamó a miles de víctimas, o fueron emitidas esas consignas por ciertos sectores que se creen de buena conciencia, acaso para autoengañarse y de ese modo confirmarse a sí mismos una ensoñada pureza, pensando que aquellos que morían era necesariamente porque lo merecían.
Y es ahí donde hoy, en pleno 2024, debemos cortar de tajo con esa inercia. En días recientes, ante el asesinato y decapitación del alcalde de Chilpancingo, Guerrero, pareció que parte del discurso que medra con la violencia quiso hacer escarnio injusto del gobierno que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum. Pero también surgieron, indeseables, esos resabios calderonistas de quienes opinaron que si asesinaron al alcalde con tal saña, seguro “en algo andaba”.
Y es esa inercia discursiva la que hay que cortar de tajo. Aun si asumimos, sin conceder, que un político asesinado fuera alguien vinculado al crimen, la sociedad entera debemos desear para él un castigo ejemplar con base en el estado de derecho, no restarle gravedad a una ejecución extrajudicial ante la cual nos damos artificiosa tranquilidad diciendo “seguro en algo andaba”.
En los años recientes, el voto ciudadano ha hecho mucho bien por la salud de la democracia, al no permitir crecer el cáncer del calderonismo y hacerlo fracasar en las firmas cuando buscó registro como partido político en 2020. Hoy, con García Luna a punto de recibir sentencia, se espera que ese grupúsculo execrable continúe en su rendición de cuentas ante la historia.
Pero no podemos acompañar esa labor si se repite una de las prácticas distintivas del calderonismo: asumir que a los asesinatos políticos en este país -que son indeseables en sí mismos y que nadie debe menospreciar y menos aún celebrar- puede restárseles importancia bajo la premisa de que, “seguramente en algo andaban”. Sea como consigna partidista, o como autoengaño, esa frase del calderonismo debe terminar donde García Luna y su jefe: también en el basurero de la historia.
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