En su libro There Is Nothing for You Here, Fiona Hill pintó la imagen de un Presidente que estaba sediento de elogios, pero no tenía ningún interés por gobernar, solamente estaba pendiente de lo que otros decían de las relaciones de Estados Unidos con otros países.
Por Lynn Berry y Calvin Woodward
Washington, 11 de octubre (AP).— Vladimir Putin ignoró a Fiona Hill, experta en Rusia, cuando se sentó a su lado en las cenas. Su gente la ponía allí por considerarla una mujer “del montón”, según dice ella, que no desviaría la atención, para que las cámaras se enfocasen sólo en el líder ruso.
Habla bien ruso y a menudo memorizaba las conversaciones de individuos que parecían olvidarse de que ella estaba allí y luego las escribía, declaró Hill a la Associated Press. “Si fuera un hombre, no hablarías así delante mío”, pensó más de una vez. “Pero no te preocupes, sigue, que yo estoy escuchando”.
Hill pensó que no sería tan invisible cuando posteriormente empezó a trabajar para otro Gobernante, Donald Trump, como asesora sobre Rusia. Ella sabía lo que pensaba Putin, había escrito un libro muy bien recibido sobre él, pero a Trump tampoco le interesaba lo que podía decirle. Igual que Putin, la ignoró en reunión tras reunión y en una ocasión la confundió con una secretaria, diciéndole darling (cielo).
Ella, mientras tanto, seguía escuchando. Y aprendió a conocer a Trump tanto como a Putin.
Su conocimiento de ambos lo plasma en There Is Nothing for You Here (No hay nada para ti aquí), un libro que acaba de salir a la venta y que, a diferencia de otros sobre el Gobierno de Trump, no se enfoca en los temas escandalosos. Como ya sucedió durante su impactante testimonio en el primer juicio político de Trump, el libro ofrece una visión más sobria, y tal vez por eso más alarmante, del 45to Presidente de Estados Unidos.
El tono será moderado, pero es terriblemente filoso. Cuenta cómo una diplomática que dedicó su carrera a comprender y contener la amenaza rusa llegó a la conclusión de que la peor amenaza que enfrentaba el país venía de adentro.
Con lujo de detalles, pinta la imagen de un Presidente sediento de elogios y sin el menor interés en gobernar, un individuo tan pendiente de lo que otros decían de él que las relaciones de Estados Unidos con otros países dependía de qué tan halagüeños fuesen sus gobernantes al hablar de él.
“A su equipo y a toda persona que cayese en su órbita, Trump le exigía constante atención y adulación”, escribe. Sobre todo en relación con los asuntos internacionales. “La vanidad del Presidente y su frágil autoestima representaban una severa vulnerabilidad”.
Hill cuenta que Putin manipulaba a Trump regalándole o mezquinándole cumplidos, algo que daba más resultados que maniobras sucias o chantajes. En su famosa conferencia de prensa en Finlandia, cuando Trump pareció aceptar lo que le decía Putin y no las evaluaciones de los servicios de inteligencia estadounidenses en relación con la interferencia rusa en las elecciones del 2016, Hill casi pierde la paciencia.
“Quería poner fin a todo eso”, dice en el libro. “Consideré hacer una escena o fingir una convulsión, tirándome hacia atrás, sobre una fila de periodistas a mis espaldas. Pero sólo hubiera hecho que el espectáculo fuese más humillante todavía”.
De todos modos, cuenta que percibió en Trump un cierto talento que no usa bien. Habla el lenguaje de la gente común, desprecia las mismas cosas, se maneja sin filtros, le gustan las mismas comidas que a todos e ignora las normas de la elite. Mientras Hillary Clinton tomaba champagne con los donantes, Trump promovía las industrias del carbón y el acero. O al menos daba esa impresión.
“Claramente sabía lo que quería la gente”, declaró Hill a la AP.
Ese talento está desperdiciado, para Hill. Cuando pudo haber movilizado a la gente por el bien de todos, Trump lo usó para promover sus propios intereses.
La vanidad de Trump arruinó el encuentro con Putin en Helsinki y toda posibilidad de un ansiado acuerdo nuclear con Rusia. Las preguntas que le hicieron en la conferencia de prensa “apuntaban directamente a todas sus inseguridades”, señaló. Hill cree que, de haber admitido que Rusia interfirió en las elecciones, hubiera sido como reconocer que su victoria había sido ilegítima.
Putin sabía que las críticas que se venían restarían peso a los pocos compromisos que había sellado con Trump. “Al salir de la conferencia”, cuenta Hill, “le dijo a su secretario de prensa, como para que lo oyese nuestro intérprete, que la conferencia de prensa se habían dicho puras ‘sandeces’”.
Trump admiraba a Putin por su riqueza, su poder y su fama. Lo consideraba el “hombre fuerte ideal”. Durante su Presidencia, Trump llegó a parecerse más a Putin que a cualquier otro Presidente estadounidense reciente, dice Hill, añadiendo que “a veces hasta yo me sorprendí de lo obvias que eran las similitudes”.
Otro aspecto que impresionó a Trump fue la habilidad con que Putin manipuló el sistema político ruso para permanecer en el poder indefinidamente, de acuerdo con Hill.
Trump se resistió a admitir su derrota electoral. Habló de un fraude y ello contribuyó a la toma del Congreso el 6 de enero, cuando los legisladores debían certificar la victoria de Joe Biden. El triunfo de Biden, no obstante, fue certificado.
Hill trabajó con el servicio de inteligencia desde el 2006 hasta el 2009 y era muy respetada en Washington. Durante las audiencias para decidir si se hacía juicio político a Trump, Hill fue uno de los testigos que más daño hicieron al Presidente
Hill cuenta en el libro que fue a trabajar a la Casa Blanca preocupada con lo que hacía Rusia, “pero me di cuenta de que el problema era Estados Unidos... y que los rusos simplemente explotaban todo”.
Acotó que Biden está tratando de limpiar la imagen del país en el exterior, “pero está solo, la gente no lo apoya”.