Tomás Calvillo Unna
11/09/2024 - 12:04 am
La aparición del unicornio: su latido
“Acaso quisiera perdurar entre nosotros en estos aciagos días”.
Rendija: Nosotros, convertidos en sombras,
en el vaho imperceptible de una errancia,
seremos devueltos algún día a las playas
de aquellos que nos piensen,
volveremos con la marea,
seremos peces muertos que arroja la resaca,
nombres y rostros olvidados, memoria iluminada.
(Peces Muertos.
de Eudoro Fonseca: fragmento.)
I
Los sueños
son el sudor de la psique;
una química ontológica nos antecede.
La poesía
es el antídoto ante el ego del poder
y frente a todos los egos nuestros de cada día.
Nos recuerda el momento,
cuando salimos de la sala del cine
al terminar la película que habitamos.
II
Cuál es el anhelo del unicornio
que cabalga este amanecer en las nubes del horizonte
y deja sus huellas en las arenas de la nostalgia,
en las mesas del café
y en los pupitres del salón que astillados resisten.
Acaso quisiera perdurar entre nosotros
en estos aciagos días.
Cómo decirle que se detenga
y nos espere a poner un poco de orden
a nuestras cuicas de variados temas,
con menos odio y más comprensión;
al fin somos seres de carne y sangre,
con la grandeza de estar aquí
entre la memoria, el polvo,
la ceniza y el incansable ulular del viento
que suele llevarse hasta nuestros mismos nombres.
III
Sus huellas,
ciertamente no se aprecian a lo lejos.
Es tal su consistencia que sin altivez alguna
enseña con su pura presencia
la eterna verdad del decoro.
Sin aspavientos, sin ruidos porras gritos,
retorna del reino suyo de cada día,
cuando advierte que el fuego de la intolerancia
puede encender la pradera de la desorientación.
El unicornio sabe bien
que las esporas del misterio
tienen el poder de absorber temores y dudas:
la naturaleza del espíritu es su armonía interna.
IV
Tal vez si juntáramos las arpas de la tierra toda
y escuchara esa música de cuerda
que compusieron seres de otros reinos,
según dicen las leyendas.
Tal vez se detendría a orillas de la ciudad,
no lejos del mar,
cuyas olas,
como sus crines
atrapan los motivos nocturnos de la luna,
de sus faces;
esas tonalidades que recuerdan
las parábolas del tiempo
en la eterna noche
que se desliza con sonrisa y guiños
en la luz aperlada de su afecto.
V
Mirándolo bien, sin saber incluso sus historias,
en su porte encarna una verdad suprema:
a las palabras se las puede llevar el viento
cuando no anidan en el corazón.
He ahí su secreto, su imperio, su tierra.
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