La doctora Mercedes Llamas Palomar, de la organización Reinserta, habla para SinEmbargo acerca de No es No (Aguilar), un libro que contiene testimonios de víctimas de violencia sexual y una guía con expertos que, a través de un lenguaje claro, ayudan a enfrentar este delito.
Ciudad de México, 11 de septiembre (SinEmbargo).– El sistema de justicia mexicano no cuenta con protocolos para niños, adolescentes, personas con discapacidad, de diferentes etnias y migrantes sobrevivientes de violencia sexual, considera Mercedes Llamas Palomar, coautora de No es No (Aguilar, 2021), un libro con diversos testimonios de víctimas y expertos que muestran una guía para saber qué hacer en caso de acoso, violación o abuso sexual.
“Nos encontramos con un caso demasiado impactante de una madre que se da cuenta que el padre abusa sexualmente de su hija, de tres años, y al tener una discapacidad el sistema de justicia le dijo que no tenía personal capacitado para atenderla porque ella no puede comunicarse. La madre consigue un peritaje privado, pero cuando lo lleva no se lo aceptan al ser privado. Pero ellos no tenían el personal. No existen protocolos incluyentes para discapacitados. Existen muchas mujeres discapacitadas que son violentadas sexualmente porque el agresor sabe que esa víctima nunca podrá hablar o manifestarlo. Nos damos cuenta que son víctimas las mujeres discapacitadas porque se embarazan; es la única forma en que nos damos cuenta. No hay otra forma. Toda esta población discapacitada no tiene cabida en el sistema de justicia mexicano. Los niños y las niñas tampoco tienen cabida en el sistema de justicia mexicano. No hay adecuaciones para los niños”, dijo en entrevista para SinEmbargo la también integrante de Reinserta, organización que coordina el libro.
No es No es un libro con un lenguaje sencillo y directo que puede ser leído por madres, padres y cuidadores de niñas, maestros y familiares de personas sobrevivientes de violencia sexual en México. Además las voces de expertos como Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Mercedes Llamas Palomar, Anna Karen González, Jessica Vallarino, José Pablo Balandra, Eduardo García y Jesús Fernando Reudales complementan la parte psicológica y legal para entender estos delitos sexuales.
Los testimonios que se presentan en el libro dan cuenta de la revictimización que sufren los sobrevivientes, tanto por parte de las autoridades como de la propia familia.
“Hay un caso, el de Brenda, en que se demuestra completamente la revictimización que existe en el sistema de justicia. Por fin la sobreviviente se arma de valor para denunciar y lo primero a lo que se enfrentan es que hay una desacreditación total, se le culpabiliza. Después, son sometidas a muchas intervenciones inadecuadas porque se les hacen muchas revisiones médicas que se les podrían hacer una única vez, pero deben ir en múltiples ocasiones con médicos legistas para ver si hay alguna manifestación física de la violencia que vivieron”, señala Mercedes Llamas, la también coautora de Un sicario en cada hijo te dio (Aguilar, 2020).
Sobre la impartición de justicia mexicana agrega que en México aún impera la “corrupción total y absoluta”.
“En un caso nos dimos cuenta que el papá estaba dando dinero para que la mamá no obtuviera la custodia de la niña. El sistema siempre beneficia al hombre agresor. No sé si tenga que ver con la cultura machista y con la cultura de no aceptarlo”.
En los últimos años, México se ha posicionado como el primer lugar en abuso sexual infantil a nivel mundial, con 5.4 millones de casos por año. Asimismo, se ha convertido en uno de los lugares donde la pornografía infantil va a la alza, generando 60 por ciento de este contenido a nivel mundial.
De acuerdo con las últimas cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), publicadas en agosto, el número de niñas, niños y adolescentes que fueron víctimas de rapto, trata y lesiones, así como de tráfico y corrupción creció en el periodo de enero a julio de 2021 con respecto al mismo número de carpetas iniciadas en el mismo periodo del año anterior.
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—¿Cómo fue el proceso de recopilación de testimonios de sobrevivientes, ¿por qué presentarlos en primera persona?
—Por estadísticas nos dimos cuenta que es un problema sumamente fuerte, afecta a gran parte de la población mexicana. Cinco millones de mujeres en el segundo semestre de 2020 fueron violentadas sexualmente y, en el caso de los menores de edad, una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños son violentados sexualmente. Gran parte de la población mexicana está afectada, pero cuando tienen que denunciar o hablar, el problema se invisibiliza. El 98.6 por ciento de los casos no son denunciados, en el caso de los adultos, y el 99.7 por ciento, en el caso de los niños. Es un problema que no se habla ni se denuncia. El afán de todos los coautores del libro es visibilizar este problema. Lo hicimos en primera persona porque fueron testimonios reales, tuvimos una entrevista con cada una de las 19 sobrevivientes y creemos que, al hacerlo en primera persona, es más fácil que el lector se identifique y sepa que a otra persona le sucedió lo mismo; es para la identificación con los lectores.
—¿Y por qué faltan voces de hombres sobrevivientes?
—Fue un problema muy complejo, porque desde el principio los ocho coautores, cuando nos reunimos, dijimos que por estadística es algo que afecta tanto a mujeres como a hombres. En niños es uno de cada seis niños que son violentados sexualmente. El problema va disminuyendo con su edad conforme van creciendo, no así con la edad de las niñas. En las mujeres se mantiene. Pero es un problema que también afecta a los hombres. Pero fue sumamente complicado que los hombres quisieran hablar. Ninguno quiso platicar su testimonio. Los que recogimos en el libro fueron testimonios que nosotros como fundación teníamos de otros sobrevivientes que ya nos habían dado. Al intentar hacer que sobrevivientes hombres hablaran, entraron otros factores en juego como la cultura. Asumimos —porque no nos lo dijeron— que los hombres piensan que son menos hombres o les quita masculinidad hablar de estos problemas. O también que el hombre está educado en México para no manifestar sus sentimientos. No queríamos hacer el libro hombres contra mujeres; ese no era el objetivo. Es el decir que es un problema de todos, porque también hay mujeres agresoras, aunque el número de agresores siempre es mayor en hombres.
—También hay voces de expertos intercaladas. ¿De qué manera complementan el contenido del libro?
—En el libro tenemos a ocho coautores. Hay penalistas, trabajadores sociales, abogados, criminólogos, expertos en equidad de género y politólogos. Presentamos el testimonio y después hacemos un análisis jurídico. Es decir, qué delito es la violencia sexual presentada. Y qué puede hacer legalmente el o la sobreviviente. También quisimos darle un enfoque psicológico porque nos dimos cuenta que la gran parte de las sobrevivientes —hablo en femenino porque fueron las que hablaron— se tardan mucho en hablar y en procesarlo. Nos dimos cuenta que en México no está vinculado lo psicológico con lo legal porque los delitos prescriben en uno, cinco o diez años mientras que la sobreviviente se tarda en hablar entre diez y 25 años. Cuando la mujer está lista psicológica y mentalmente para hablar, legalmente ya se extinguió el delito. Por eso nos dimos a la tarea de poner las aristas tanto psicológicas como legales y desde las políticas públicas y de trabajadores sociales. Intenta dar una visión integral de la violencia sexual.
—Plantean que la violencia sexual tiene muchas caras, ¿a quiénes va dirigido este libro?
—Sí. Antes de hacer el libro nos dimos cuenta, sobre todo en redes sociales, que había muchas dudas sobre si ciertas acciones o actitudes son violencia sexual. Por ejemplo, muchas veces se cree que entre la pareja una relación sexual no concensuada no implica una violación y por supuesto que la implica. Mientras no haya consentimiento, no importa si es pareja o matrimonio de por medio. Es violencia sexual. Había muchas dudas sobre si te gritaban en la calle, si te tocaban una pompa o un seno en la calle, si tenías que hacer ciertas cosas en el trabajo para subir de puesto, era violencia sexual. Damos un panorama general de lo que es la violencia sexual, porque en México se cree que sólo es la violación con violencia física como golpes. La violencia sexual también es que te toquen un seno en el transporte público, que te griten un piropo en la calle que no deseas, cuando hay una obligación entre una pareja a hacer cosas que uno no quiere. Son todas esas fases. Queremos desmitificar que la violencia sexual sólo es una violación con violencia extrema. No es así. La violencia sexual tiene muchas caras y puede ir desde una insinuación en el trabajo hasta una violación con violencia física.
—Un o una sobreviviente de violación enfrenta un trauma psicológico y además el largo camino hacia la justicia. El libro subraya la falta de denuncia e impunidad. ¿Cómo impulsar a la persona a proceder legalmente, a denunciar?
—Invitar a la denuncia con el tipo de justicia que tenemos en México es complicado, porque sabemos que las sobrevivientes serán revictimizadas. Hay un caso, el de Brenda, en que se demuestra completamente la revictimización que existe en el sistema de justicia. Por fin la sobreviviente se arma de valor para denunciar y lo primero a lo que se enfrentan es que hay una desacreditación total. A lo primero que se enfrentan es “te lo imaginaste”, “tú lo permitiste”, “tú lo provocaste”. Se les culpabiliza. Después, son sometidas a muchas intervenciones inadecuadas porque se les hacen muchas revisiones médicas que se les podrían hacer una única vez, pero deben ir en múltiples ocasiones con médicos legistas para ver si hay alguna manifestación física de la violencia que vivieron. Muchas violencias sexuales no dejan una marca física, pero se les somete a muchas prácticas que las revictimizan. No se les cree, se les culpabiliza o no existen los mecanismos necesarios.
Por ejemplo, nos encontramos con un caso demasiado impactante de una madre que se da cuenta que el padre abusa sexualmente de su hija, de tres años, y al tener una discapacidad el sistema de justicia le dijo que no tenía personal capacitado para atenderla porque ella no puede comunicarse. La madre consigue un peritaje privado, pero cuando lo lleva no se lo aceptan al ser privado. Pero ellos no tenían el personal. No existen protocolos incluyentes para discapacitados. Existen muchas mujeres discapacitadas que son violentadas sexualmente porque el agresor sabe que esa víctima nunca podrá hablar o manifestarlo. Nos damos cuenta que son víctimas las mujeres discapacitadas porque se embarazan; es la única forma en que nos damos cuenta. No hay otra forma. Toda esta población discapacitada no tiene cabida en el sistema de justicia mexicano. Los niños y las niñas tampoco tienen cabida en el sistema de justicia mexicano. No hay adecuaciones para los niños.
El sistema de justicia mexicano procesal es adultocentrista, sus mecanismos se basan en el adulto. Cuando un niño tiene que dar su testimonio una y otra vez se hace con las mismas técnicas para los adultos, cuando sabemos que la maduración cerebral del niño es distinta. Los niños son sometidos a decir sus testimonios —con excepción de Chihuahua que es el único que tiene un protocolo adecuado— en múltiples ocasiones. Si fue violentado a los cinco años, a los siete años otra vez, a los 11 años otra vez… cuando la maduración del niño es distinta. Al encontrar estas diferencias entre el niño de los cinco y el de los 11 años, se le resta validez al testimonio en lugar de darse cuenta que ya cambió su cerebro. El sistema de justicia mexicano no tiene protocolos para niños, niñas, adolescentes, personas con discapacidad, de diferentes etnias y migrantes sobrevivientes de una violencia sexual. Todo eso obstaculiza alcanzar la justicia.
Como profesionales invitamos a la denuncia, porque necesitamos saber los números reales. La cifra negra es altísima: el 98.6 por ciento. Es decir, de cada 100 casos, únicamente 1.4 casos son denunciados. El problema se agrava con los niños, porque esos datos los sabemos por encuestas de revictimización que no incluye a los menores de edad. Las cifras de los niños las sabemos por organizaciones que se atreven a dar cifras, pero no es oficial. También los invitamos a que denuncien por la justicia. Al final se tiene que hacer justicia, pero sabemos que serán revictimizadas y muy pocas alcanzarán la justicia que anhelan.
—Sobre la impartición de justicia mexicana respecto a delitos de violencia sexual ya mencionaste la falta de personal capacitado y la revictimización, ¿qué otras características del sistema de justicia detectaron en estos testimonios?
—Corrupción total y absoluta. En un caso nos dimos cuenta que el papá estaba dando dinero para que la mamá no obtuviera la custodia de la niña. Y siempre beneficia al hombre agresor. Siempre. No sé si tenga que ver con la cultura machista y con la cultura de no aceptarlo. Esto también les sucede a las mamás. Cuando el o la sobreviviente se atreve a hablar, las mamás lo niegan o lo minimizan. Es un mecanismo de defensa de no aceptar las cosas como son porque aceptarlo como tal duele mucho más. Ese sentir es en toda la población, tanto en el sistema de justicia como en la familia del sobreviviente. Prefieren no aceptarlo y decir que ‘se lo están imaginando’ y con ello lo revictimizan tanto la autoridad como la familia. Que es peor la autoridad, porque tendría que estar capacitada.
—En el libro también hay un apartado sobre el acompañamiento psicológico para sobrevivientes de violación. ¿Qué tratamiento deben seguir las sobrevivientes de violencia sexual para su recuperación emocional?
—Muchas de estas sobrevivientes no sólo es el hecho de haber vivido la violencia sexual, sino todo los otros traumas que viven después. Las vuelve a hacer vivir un proceso traumático como la revictimización. Muchas de ellas nos decían ‘ya no me molesta tanto lo que viví, sino todo lo de después’. En el caso de Belén, todo lo que le sucede después —el rechazo laboral, los problemas laborales y personales que enfrenta— son mucho más fuertes que el caso en sí de violencia sexual. No es sólo un trauma, sino son múltiples traumas. La atención psicológica se debe abordar desde este enfoque. Debe ser una atención basada en el psicotrauma, en el estrés postraumático, en el trama complejo y en la corriente psicológica que a cada sobreviviente le funcione, porque cada uno será adepto a una diferente. Pero que se tome en cuenta que no sólo es un evento traumático, sino una multiplicidad. El no poder hablarlo es traumático para algunas; el hablarlo y sufrir rechazo es otro evento traumático para otras; el rechazo familiar lo es porque si habla, la familia puede deshacerse.
—¿Y cuando hablamos de menores de edad como sobrevivientes de una violencia sexual?
—Durísimo, es un tema muy fuerte. Y ha aumentado más con la pandemia. Como decía, una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños ha sido violentado sexualmente, es decir, al año hablamos de 8 millones de niños y niñas que son abusados sexualmente en todo tipo de violencia sexual. El 70 por ciento de los agresores de estos menores son familiares o conocidos. Para estos niños, la figura que lo tiene que cuidar y estar pendiente es la que lo agrede y está dentro de su familia y dentro de su casa. A lo que se enfrentan es: una violencia sexual, el agresor es quien lo tendría que cuidar, la agresión está dentro de su casa y, con la pandemia, estas agresiones aumentan y los puntos de apoyo de estos niños se reducen a los que están dentro de la casa. Antes tenían apoyo en alguna maestra de la escuela o de algún compañero. Pero ahora están anulados. Además es más difícil que lo identifiquen como violencia sexual porque muchos de ellos vienen de una familias en la que la violencia sexual es intergenacional, es decir, a la abuela le hicieron lo mismo, a la mamá le hicieron lo mismo y a ella lo mismo, pero cuando lo manifiestan, le responden que como todas han vivido lo mismo ‘es natural’; se normaliza la violencia sexual.
Primero, ellas o ellos deben identificar que es una violencia sexual contra ellos. Después de que lo identifiquen, deben trabajar con que el agresor es quien lo debería estar cuidando. Tercero, que lo deje de agredir porque está dentro de su casa y familia. Pero cuarto, en pandemia no encuentran sus puntos de apoyo y además el sistema de justicia es adultocentrista.
—Justo tomando en cuenta que la mayoría de los sobrevivientes sufrió violencia sexual por parte de familiares o personas cercanas, un delito que se agravó en la pandemia, ¿a qué factores de riesgo se le debe poner atención?, y ya detectándolos, ¿cómo ayudar a la persona?
—Lo primero es creerle a la víctima, sobre todo en niños y niñas. Si el menor dice que no quiere ir con tal tío o no quiere darle un beso a tal persona, ¡creerle! Los niños no tienen la capacidad ni malicia para inventarlo. Segundo, cuando hay un cambio de comportamiento inmediato. Tal vez no quiera hablar o no lo haya identificado, pero cuando hay un cambio de actitud de la noche a la mañana, se debe poner mucha atención sobre qué fue lo que vivió durante esas últimas horas para ver si hubo una violencia sexual. Y tercero, que se busque ayuda. Muchas veces se tiene mucho miedo a externarlo porque al acusar al agresor la familia se va a desestabilizar. Pero debe empoderarse a las mujeres, tanto a las sobrevivientes como a las que recibirán esta noticia, que generalmente son las madres.
Hay que decirles que pueden hacerlo y que por el bien de la hija o persona que se lo dice, tiene que cortar con esa relación. Aquí hay un problema de fondo que es que muchas de ellas no cuentan con un ingreso económico más que del agresor, por lo que se encuentran subyugadas, pero siempre hay instituciones abiertas a ayudar a estas mujeres. Porque la violencia sexual nunca viene sola, siempre viene con otras violencias alrededor como la económica, patrimonial, psicológica y emocional. Es empoderar a los sobrevivientes. Tú puedes, puedes romper con este ciclo de violencias. Invitarlos a hablar y buscar el apoyo psicológico y legal que necesitan.