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María Rivera

11/07/2024 - 12:01 am

Lo que hemos visto

“Todo, lo hemos visto todo, querido lector, y no, no pasa nada; nadie detiene la locura criminal de Netanyahu. Nadie, en el mundo, ha sido capaz de evitar el genocidio de los palestinos. Nadie”.

“La inhumanidad de los asesinos ha quedado expuesta frente al mundo”. Foto: Jehad Alshrafi, AP.

No sé, no entiendo yo qué tendría que ocurrir, querido lector, para que alguien le pusiera un alto al genocidio cometido por Israel en Gaza. Las semanas y los meses pasan, y las masacres, los crímenes de guerra cometidos por el ejército israelí, no se detienen. Lo hemos visto todo, querido lector. Y lo digo de manera literal: hemos visto a través de videos cómo asesinan a niños y niñas, mujeres, hombres, viejos, familias enteras palestinas. Hemos visto cómo arrasaron sus ciudades, sus barrios, literalmente, cómo bombardearon sus casas, sus universidades, sus comercios, sus panaderías, sus calles, sus barcas, sus mezquitas, sus monumentos, sus escuelas, sus cementerios.

La humanidad ha podido ver, con horror, niños decapitados, quemados, totalmente desmembrados. Asesinados de las maneras más crueles posibles, como si no fueran seres humanos. Nos hemos enterado de que han borrado de la faz de la tierra a familias enteras; abuelos, tíos, primos, hijos, nietos, bisnietos. Hemos visto como asesinaban a cientos que buscaban comida, y cómo detenían y humillaban a civiles, desnudándolos, vendándoles los ojos, cómo los conducían a destinos ignotos para vejarlos.

Hemos visto, también, la hambruna en niños de brazos que están muriendo, y de niños ya mayores, por falta de alimento: esqueletos ya, como los prisioneros de los campos de concentración nazis. Hemos visto mujeres y niños, enterrados bajos los escombros de sus casas bombardeadas y hospitales repletos sin suficientes médicos ni medicinas, heridos en los pisos, desangrándose entre moribundos, cadáveres y heridos. Hospitales donde no hay gazas, ni sedantes para amputaciones o niños quemados.

Hemos escuchado testimonios de médicos heroicos que después fueron secuestrados por las fuerzas de ocupación israelís y asesinados. Con escalofríos, vimos videos de cadáveres de bebés recién nacidos en camas de hospitales a los que dejaron morir tras obligar a sus cuidadores a evacuarlos y abandonarlos a su muerte lenta. Crímenes de lesa humanidad, ejecuciones sumarias de civiles palestinos. Cuerpos, muchos cuerpos enterrados o abandonados que fueron descubiertos tras las retiradas del ejército israelí: personas que fueron asesinadas al pasarles tanques por encima, cuerpos sin sepultura como si fueran basura.

La inhumanidad de los asesinos ha quedado expuesta frente al mundo. Los hemos visto celebrar sobre las ruinas, sobre tumbas de concreto, robar dinero y pertenencias de los palestinos a los que mataron u obligaron a irse. Los hemos visto humillando a detenidos, llamándoles cucarachas, como los nazis llamaban ratas a los judíos, mientras hemos visto expirar su último aliento a una niña de cinco años eviscerada por las bombas. Y hemos llorado muchos, impotentes ante el horror criminal de Israel, totalmente impune.

También, hemos visto a periodistas palestinos cantar en un cuarto, una noche, ante el asedio de la muerte, algunos ya sin familia, recién asesinada. Niños y niñas en casas improvisadas buscando alimento, sucios y enfermos, pero cantando. Niños que han tenido la suerte de no morir entre los miles de niños y niñas asesinadas pero que perdieron miembros de su cuerpo, brazos y piernas.

Hemos visto a niños y adolescentes jugando futbol en el patio de una escuela, en Khan Younis, en el sur de Gaza a donde mandaron a la gente a refugiarse como si fuera un lugar seguro. Hace dos días, antier martes por la tarde, los vimos jugando a la pelota en el patio, rodeado de gente, en su refugio improvisado, mientras uno de ellos graba, como si hubiera un respiro para ellos, presos en un enorme gueto, sistemáticamente asediado por los asesinos. Luego, inmediatamente después de que la pelota vuela hacia la portería, hemos escuchado un gran estruendo y visto como la cámara que graba cae al suelo, se levanta su dueño quien aterrorizado grita entre una multitud que corre despavorida de un lado a otro, entre cuerpos, heridos y sangre derramada que causaron las bombas que Israel les lanzó, matándolos y dejando muchos heridos. Hemos temblado de terror ante las imágenes que Al Jazeera ha puesto en su cuenta de X. Hemos leído en las noticias que, a este último ataque, de hace dos días, Israel lo llama “de precisión”, lanzado para matar a un combatiente de Hamas. De precisión, querido lector, en el patio de una escuela que era refugio de familias palestinas y donde niños jugaban futbol. El cinismo y el descaro de no valorar la vida de los palestinos, no considerarlos humanos, el fascismo sin ambages de los asesinos, lo escuchamos todos: los gobiernos del mundo y también los ciudadanos, todos lo sabemos, usted y yo, que miramos los cuerpos de esos muchachos que jugaban futbol o de esos niños que miraban sentados el vuelo de la pelota por el aire. Allí están: en el piso, mientras otra cámara graba lo que debería ser la mayor vergüenza para el mundo que lo ha permitido todo, que ha permitido que un país encierre en un gueto a millones de personas, mientras los priva de agua, de alimentos, de medicinas y los asesina.

Todo, lo hemos visto todo, querido lector, y no, no pasa nada; nadie detiene la locura criminal de Netanyahu. Nadie, en el mundo, ha sido capaz de evitar el genocidio de los palestinos. Nadie.

Los israelís pueden asesinar periodistas, y extranjeros que prestaban ayuda humanitaria, como asesinan palestinos: así, sin más. Pueden asesinar a cualquiera, son totalmente impunes. Una y otra y otra vez pueden bombardear escuelas, campos de refugiados, hospitales. Asesinar masiva e indiscriminadamente a civiles, a familias, a niños y niñas.

Todos los valores insignia del mundo occidental han sido destrozados por un país que se cree dueño y señor de la vida de los otros, un auténtico psicópata capaz de cometer un genocidio frente a los ojos de todos, apoyado por quienes alguna vez se dijeron defensores de un mundo libre. Una debacle que solo apunta a la más oscura y trágica decadencia del orden mundial y el humanismo.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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