El traductor y poeta Hernán Bravo Varela habló con SinEmbargo sobre la traducción que ha hecho del clásico de T. S. Eliot, La Tierra Baldía, un sueño que tenía trazado en la mente desde hace más de una década.
Ciudad de México, 11 de febrero (SinEmbargo).– “‘Mis nervios andan mal esta noche. Sí, mal no te me vayas.
Pero háblame. ¿Por qué no hablas? Habla.
¿En qué piensas? ¿Qué es lo que piensas? ¿Qué?
Yo nunca sé qué estás pensando. Piensa.’
Que estamos en un callejón de ratas
donde los hombres muertos extraviaron sus huesos.”
El fragmento corresponde a la segunda estación de La Tierra Baldía del poeta estadounidense T. S. Eliot, de la traducción hecha por Hernán Bravo Varela que edita el Fondo de Cultura Económica (FCE) junto a la Universidad del Claustro de Sor Juana.
“Las varias dificultades que entraña esta obra, quiero dejarlo advertido, lejos de disuadirme, me antojaron mucho más la posibilidad de ofrecer una nueva versión en español mexicano, hablado y escrito por un habitante del siglo XXI, de este clásico moderno, que sin embargo, uno desea que la traducción se vuelva un clásico contemporáneo, y yo había acariciado el sueño de traducir este poema desde hace mucho tiempo, por lo menos unos 10-12 años, y sin embargo, ahora que en 2022, se cumplió el primer centenario de la publicación de La Tierra Baldía la coyuntura terminó por darme el impulso que necesitaba para lanzar mi propia y siempre tentativa versión, de tal manera que esta nueva versión cumple un sueño que yo llevaba desde hacía mucho tiempo pero que acompaña también otros esfuerzos, quizá un poco más modestos, por traducir otras cosas de Eliot”, comentó Bravo Varela en entrevista con SinEmbargo.
El traductor y poeta comentó que para este trabajo consultó todas las traducciones que tenía disponibles de La Tierra Baldía al español: la pionera de Ángel Flores, las posteriores de Andre Jeume, de Jaime Tello, Juan Malpartida, José Luis Rivas, Gabriel Bernal Granados, Agustí Bartra.
No obstante, aclaró que no lo hizo para proseguirlas sino para darse una idea de cuál había sido el atajo ofrecido por ellos a pasajes “escabrosos o complicados”. “No quiero decir escabrosos anímicamente, todo el poema es un enorme claroscuro, donde podemos pasar de la depresión y la ansiedad a la revelación espiritual, a la iluminación de los sentidos, pero sí creo que el coro de esos traductores ayudó de pronto a despejar ciertas dudas y a ofrecerme también algunos enclaves que probablemente su traducción sugirió pero que no siguió y que yo pude apreciar o valorar como una tierra incógnita que estaba por ser descubierta”.
“Más bien, lo que es muy curioso y muy peculiar de ver, es como a una sola obra original pueden seguirle una variedad prácticamente infinita de traducciones, que de alguna manera son originales derivados, si se quiere, y yo creo que si un poema nos apasiona lo suficiente, hay que leer todas las versiones disponibles que tengamos, y sobre todo de autores que tenemos desde hace mucho tiempo, creo que es importante ir siguiendo la progresión histórica de esas traducciones”, expresó.
Hernán Bravo comparte en la introducción cómoda un siglo de la publicación de esta obra el mundo “vuelve a oír los tambores de una guerra local”, en este caso la de Ucrania y hace un siglo la Primera Guerra Mundial, así como “a lidiar con los estragos sociales, sanitarios y económicos de una pandemia —la de la COVID-19, un virus semejante al de la ‘gripe española’— y escindirse por extremos políticos e ideológicos”.
En ese sentido, apuntó que podría parecer “un chantaje coyuntural”, pero en realidad, dijo, “me gustaría ponerlo más como una coordenada de épocas y también para volvernos a demostrar una y otra vez cómo todo lo que es digno de contarse y de cantarse en un poema reaparece típicamente, a veces con siglos de distancia pero termina reapareciendo”.
“Eliot de alguna manera al hacer tantas citas de autores fundamentales para él dentro del poema, pienso en las citas que hay de Baudelaire, de Tennyson, de Nerval, de Ovidio, en fin, está tratando de hacer su propia biblioteca de Alejandría, antes de que el incendio del mundo lo consuma todo. De alguna manera este poema, también por eso es fragmentario, porque lo único que nos queda de tantísimos autores de la antigüedad clásica son estos fragmentos, estos retazos. Veamos la maravillosa obra de Safo, sólo tenemos unos cuantos expolios, unos cuantos fragmentos, un sólo poema completo, la Primera Oda a Afrodita”.
Y puntualizó: “Eliot, conocedor de estos procesos históricos, hace de alguna manera algo semejante, una serie de apropiaciones con el único fin de inventariar esas lecturas que tanto lo marcaron a él, que tanto han marcado a la humanidad, antes, insisto, de que sobrevenga el fin de los tiempos o de que deje de haber lectores, deje de haber memoriosos y deje de haber creadores que puedan convocarlos en su obra”.
Cuestionado sobre qué es lo que hace voltear tantas veces a un texto como este y llevarlo a nuevas generaciones, consideró que una de las principales lecciones con la que él se queda es la de su escepticismo, de su técnica mixta.
“Es un poema que pone al mismo nivel, con una absoluta y enérgica horizontalidad, todos los tiempos, todas las voces, todos los espacios, todos los símbolos y todas las metáforas. En ese sentido no es que sea un igualador ni que busque la equidad de todas aquellas cosas que comparecen en el poema pero creo que una de las grandes lecciones de este texto para lectores y para escritores de poesía, es como en el fondo no hay tanta diferencia entre la ‘alta’ y baja cultura, no existe tal diferencia de grado entre el lenguaje marmóreo, solemne con el que juzgamos a los clásicos de la Literatura y la acción, la atracción y la repulsión que nos genera el instante léxico de una conversación cotidiana o callejera”.