En un parque alemán en el que se compra marihuana con la misma parsimonia con que se adquiere un algodón de azúcar en una feria, Nikki se gana algunos dólares vendiendo hierba. Tiene la esperanza de seguir en el Primer Mundo el suficiente tiempo para aprender el idioma y ocuparse en la carpintería, oficio que aprendió hace algunos años y 5 mil 800 kilómetros en línea recta al sur, en Gabón. Luego, cree, enviará por su familia.
La historia de Nikki es extraña. Dolorosamente parecida a la de algún mexicano; a la de Anselmo, por ejemplo, que se emplea en la siembra de marihuana en la Tierra Caliente de Michoacán con la esperanza de ganar 300 dólares por kilo y, en algunos casos, llevarla mil 500 kilómetros en línea recta a Estados Unidos.
Pero Nikki y Anselmo nunca harán un viaje en línea recta. El de ellos son caminos de coyotes, camellos, sed, hambre, desiertos, ríos, mares, muerte, discriminación.
Y deportación.
Y a empezar de nuevo.
P A R T E D O S | Ver Primera Parte Aquí
Berlín, Alemania, 16 de septiembre (SinEmbargo).– Nikki viste una playera negra holgada, pantalones de mezclilla a media nalga y tenis de basquetbolista. Su gorra beisbolera parece su mayor orgullo: el fondo negrísimo y el toro rojo y furioso de los Bulls de Chicago; la visera bien pareja y ladeada.
El muchacho africano de 23 años pronuncia sus gruesos labios y habla en español, lo que sería difícil imaginar si fuera un muchacho de Harlem, Nueva York, donde podría pelear a muerte alguna esquina con un portorriqueño, un dominicano o un mexicano.
En la Gran Manzana y, ya en el negocio de las drogas, Nikki difícilmente vendería marihuana.
Su vida como gansta sería algo más cercano a una elección de lo que es para un chavalo que arribó a Alemania luego de estacionarse algunos meses en España proveniente de Gambia, un pequeño país de la costa atlántica de África de donde huyó algunos años atrás.
***
Minutos antes, Eike, un alemán al inicio de sus treintas, había respirado hondo cuando nos adentramos en la primera voluta de humo de marihuana, pocos metros delante de la puerta al Parque Görlitzer, cariñosamente llamado Görli Park por la multitud de jóvenes que inundan la renovada capital europea.
Joven estudiante de posgrado en Filosofía, Eike ha viajado por medio mundo y ha fumado marihuana en varios países del hemisferio occidental, incluidos Estados Unidos, México, España, Inglaterra y, por supuesto, Alemania, y varios lugares en Asia.
Blanco casi fosforescente, Eike liberó el aire y terminó de paladear las moléculas grises que recién atravesamos junto a un grupo de hombres jóvenes africanos negros casi azules. Con la clase de un encumbrado enólogo, ofreció su veredicto final:
“Según lo que olí entrando es de buena calidad, es buena mota”, el políglota Eike presume su buen caló mexicano. “Sin duda, posee una alta cantidad de THC. Es marihuana cultivada seguramente aquí, en Berlín, en un sótano o una azotea especializados”.
Görli Park es un enorme espacio abierto que, hasta 1989 estaba partido de la misma manera que el planeta: de un lado era el mundo capitalista y, del otro, el comunista tras cuyo desmantelamiento no sólo la economía legal se globalizó sino y acaso a la par de ésta, la ilegal también.
“Como ya vimos entrando”, analiza Eike, “hay grupos de tres, cuatro, cinco personas vendiendo. Aparentemente, el monopolio es africano. Esto es lo que yo considero el súper mercado de drogas más grande de Europa”.
–¿No hay conflictos entre las organizaciones criminales? ¿Aquí, a diferencia del mexicano, está efectivamente organizado el crimen organizado? –pregunto a Eike.
–Sí, también hay conflictos, pero la violencia está bastante limitada, porque si acá aplicas violencia abierta las autoridades alemanas sí se van a meter bien duro, pues esto es inaceptable para la imagen de un país civilizado. Si los traficantes se mantienen en un nivel clandestino les sirve bastante –Eike frena su discurso y señala un grupo de policías, tres varones y una mujer.
Es un cálido mediodía de junio con algunas nubes en el cielo, suficiente para que los berlineses salgan a la calle con pantalones cortos y chanclas.
Madres y padres caminan por el verde Görlitzer con sus hijos pequeños, algunos en carriola. Sobre la hierba, una pareja de novios se besa y, más allá, un niño arroja un platillo volador a un perro que lo atrapa con el hocico en el aire.
Cuatro policías caminan en grupo y en silencio por los andadores de Görli. Andan como abriéndose paso entre palomas que levantan el vuelo para regresar al siguiente instante al mismo lugar el suelo: unos 25 o 30 africanos nacidos al sur del Sahara se dispersan y reagrupan en media docena de grupos que venden marihuana.
***
Desde una banca, un ostentoso aparato de sonido reproduce el reggae producido por sus primos lejanos de Jamaica. Con las manos en la bolsa, los muchachos marcan el compás con la punta de un pie y mecen con suavidad el cuello hacia adelante.No es que tengan un lienzo tendido con las bolsitas de marihuana, pero hace falta hacer contacto visual con alguno de ellos para que la oferta ocurra.
–¿Cuánto quieres? –pregunta Nikki en un alemán tan astillado que, dirá Eike minutos más tarde, causa la impresión de conocer sólo las frases necesarias para el negocio y salir a la calle y llegar a casa.
–Sólo 10 –responde el alemán en referencia a la cantidad de euros, unos 180 pesos mexicanos.
–Si tienes otros cinco te doy más –ofrece Nikki.
–¿Tienes para 15? ¿No te la vas fumar toda no? –me pregunta Eike para simular una compra que nos permita iniciar una conversación. El alemán habla un español tan correcto que sólo la carencia de acento lo delata como hablante no nativo.
–¿Hablas español? –pregunta Nikki a Eike con nostalgia.
–¿Tú hablas español? –pregunto yo, sorprendido, a Nikki.
–¿Dónde aprendiste español? –averigua Eike.
–En mi país.
–¿Eres español? –provoca Eike.
–No, en mi país. Yo no soy español... Gambia –evita el extraño gentilicio para el castellano si se considera que su país fue colonia inglesa hasta 1965. Aunque el idioma oficial es el inglés, la mayoría de sus habitantes habla algunas de las varias lenguas nativas. –Aprendemos español en la escuela para ir a España y estuve seis meses en una ciudad española antes de venir acá. Había muchos alemanes de vacaciones. ¿Eres alemán? –pregunta el africano al europeo.
–De Alemania, pero estuve en México.
–Tú hablas español e inglés un poquito… –Nikki parece muy interesado en la habilidad lingüística de Eike.
–Sí, sí claro. Casi todos los alemanes hablan inglés –responde Eike con naturalidad.
–Yo no he podido aprender alemán. Tengo seis meses en Alemania. En 2008, (estuve) en España y volví a Gambia para estudiar carpintería. Soy carpintero.
–¿Pero te enseñaron unas palabras? –Eike se muestra preocupado, entiende hacia donde se dirige la situación.
–Sí, sí unas palabras. Saludos… todo eso. De cuando yo me vine hasta ahora yo no encontraba trabajo, tengo que hacer un par de cursos como de seis meses para hablar alemán y hacer trabajo (sic).
–¿Te resulta difícil con los alemanes? ¿Te tratan bien? –averigua Eike.
–Sí, no problema…
–Aquí se pueda comprar sin problemas, ¿sabes cómo están las cosas en México, la violencia? –pregunto a Nikki.
–No, aquí nada, aquí está tranquilo, bajo control. Los alemanes están bien, pero no hay trabajo… Si no hay trabajo en un principio tienes que hacerlo [vender drogas]. Aquí yo no tengo hijos. Mi hermano tiene ahí con su mujer, es casado.
***
La marihuana es el cultivo ilícito más extendido. Se produce en casi todos los países y es, también, el más polifacético de todos: se cosecha en pequeñas parcelas, enormes sembradíos y en interiores de casas de cualquier parte del planeta.
De acuerdo con el último informe de la Oficina de las Naciones para las Drogas y el Delito [UNODC, por sus siglas en inglés] sobre el estado de las drogas ilegales, entre 125 y 227 millones de personas en el mundo fumaron marihuana o utilizaron algunos de sus subproductos al menos en una ocasión.
Estados Unidos y Canadá representan el mayor mercado mundial y, en el primero de esos países, las tendencias de consumo siguen al alza. A la vez que su gobierno mantiene una férrea postura prohibicionista, Washington y Colorado han legalizado su uso con fines recreativos.
La UNODC estimó en 2005, último año de cálculo del mercado global del cannabis, que la marihuana posee un valor de 140 mil millones de dólares. El Producto Interno Bruto de Gambia es de 914 millones de dólares, así que un comercio ilícito es 150 veces mayor que toda su economía.
Mientras Alemania ocupa el sexto lugar en el Índice de Desarrollo Humano determinado por la ONU en función de mediciones de ingreso, salud y educación, Gambia ocupa el sitio 172 entre los 187 clasificados.
Eike y Nikki son dos hombres jóvenes que habitan dos mundos diferentes y hoy se han encontrado en la dimensión de un paquetito de hierba verde esmeralda con valor circunstancial de 15 euros, unos 270 pesos mexicanos.
La bolsa contiene, a lo sumo, tres pequeños cigarros de cáñamo. Esos 15 euros equivalen a cinco días de salario promedio en Gambia. Con la misma plata se podría comprar 10 veces más hierba en ese país africano que en Alemania.
Estados Unidos y Europa sostienen similares relaciones con América Latina y África y Oriente Próximo, respectivamente: drogas y migrantes ilegales fluyen hacia el norte, dinero y armas hacia el sur.
Los negros africanos que buscan Europa cruzan el mayor desierto del mundo, el Sahara, y atraviesan el Mar Mediterráneo en embarcaciones terriblemente precarias.
Organizaciones no gubernamentales y agencias internacionales consideran su trayecto hacia el continente europeo aún más peligroso que el realizado por los latinos hacia Norteamérica –en los informes internacionales, México suele ser incluido en la región Centroamérica–, aunque quizá esta valoración se modifique ante la crisis humanitaria sufren los viajeros centroamericanos en su paso por territorio mexicano.
La mayoría de los africanos cruza el mar por el Estrecho de Gibraltar y se internan en Europa buscando, en algunos casos, países tan al norte como Suecia. Hay quienes consiguen un tipo de visa para sostener su estancia de manera legal, pero nada que ampare su comercio en Görli.
Si el gambiano o alguno de sus amigos fuesen detenidos lo más probable es que terminarían deportado no necesariamente a su país de origen, sino al de entrada de la Unión Europea, normalmente Italia, Grecia y España.
Berlín es una ciudad que podría considerarse sin economía informal si se hace el típico recorrido turístico. Alguien podría exigir la excepción por los turcos que se parecen en Alexander Platz con un pequeño carro jalado por ellos mismos atiborrados de gorros de peluche imitación ushanka, tocados de piel con orejaras propios de los oficiales soviéticos durante el comunismo.
Si la marihuana se legalizara en Berlín como se ha hecho en Ámsterdam –lo que se antoja imposible al menos en los próximos años– los africanos de Görli Park quedarían en el desempleo, aún el informal.
***
México es el segundo productor mundial de goma de opio y marihuana, en ambos casos sólo después de Afganistán.
Hace algunos años y a 10 mil kilómetros al poniente de aquí, conocí a un sembrador de marihuana de la adolorida Tierra Caliente de Michoacán, un sitio en que los narcotraficantes en disputa por el monopolio dirimen sus diferencia con la decapitación de sus rivales y la exhibición de sus cabezas sobre cartulinas con textos que podrían contener mensajes del estilo “esto es justicia divina”.
Anselmo aprendió a sembrar marihuana en su infancia, junto a su padre quien, a su vez, se internó entre las verdes matas desde su niñez al lado del abuelo de Anselmo, un bracero del viejo programa de contratación de trabajadores mexicanos en Estados Unidos luego del declive de mano de obra en el país del norte por la Segunda Guerra Mundial.
Desde entonces, las restricciones para los mexicanos sin documentos en el país del norte se han agravado y el negocio de las drogas ha florecido ante en el continuo incremento del consumo observado en los estadunidenses de todas las sustancias prohibidas.
“A los gringos les gusta la marihuana verde. La de mejor calidad la vendo en 800 dólares el kilo en Austin, Texas”, explicaba Martín, el acaparador de la marihuana sembrada por Martín y todos los campesinos de esa zona de la Tierra Caliente.
Anselmo sonreía. Vestía botas con suela de goma, pantalón de mezclilla descolorido, camisa de algodón, cazadora con estampado camuflaje y una cachucha beisbolera hecha de tela de la visera a la mitad de la coronilla y el resto de malla plástica para ventilar el cuero cabelludo.
–De cada mata, si me va bien, sacaré menos de medio kilo. Cada kilo, si me pagan bien, me deja 300 pesos. Tal vez gane al final, en el año, unos 100 mil pesos. Del maíz, el frijol y el chile comemos, de la mariguana vivimos. Una vez di la cosecha entera a cambio de una camioneta gringa, de 10 años de vieja –explicó.
–¿Entiende usted el negocio? ¿Y las matanzas? –le pregunté.
–Yo sé que aquí estoy sembrando el mal. Pero no tengo de otra. Y no estaría sembrando aquí, si después, en Estados Unidos, no se la fumaran.
***
Un amigo senegalés de Nikki se acerca para escuchar la conversación. Es un hombre con una larga y profunda cicatriz que nace en el brazo derecho y continúa, como una cuerda sujeta por debajo de la piel, hasta el antebrazo.En la otra mano lleva un misbaha, un objeto islámico similar en forma y propósito al rosario católico.
–¿Y entonces tenías a tu hermano acá y tú venías a quedarte con él? –continúa Eike.
–Bueno, yo ahora mismo estoy aquí, pero si las cosas no salen bien voy a regresar a mi país. Si no encuentro trabajo voy a regresar en un año.
–¿Y cuánto tiempo tienes que hacer este trabajo en espera de algo mejor? –averiguo.
–Depende. Hay gente que también me está ayudando, tengo que esperar un poco. Tengo que buscar un sitio donde hacer el curso de alemán.
–¿Cuánto esperas ganar si tu pudieras hacer el curso y conseguir trabajo como carpintero?
–No sé…
–El problema es hacer que te reconozcan, como tu formación es en el extranjero a veces las autoridades alemanas son un poco duras para eso. Entonces creo que lo más importante sería aprender alemán –aconseja Eike, genuinamente involucrado.
–¿En tanto no hable alemán no habrá posibilidad? –pregunto yo a Eike.
–Es difícil, porque en la carpintería tienes que hablar con los clientes y los más viejos no hablan inglés, entonces es un poco de pedo –Nikki parece confundido sobre las razones por las cuales un flato y su situación están relacionadas.
–¿Cuánto gana un carpintero aquí? –pregunto.
–Depende de cuánto lleves en la empresa, pero quizá unos 1 mil 500 euros más o menos [unos 27 mil pesos] –apunta Eike.
–¿Y así, vendiendo marihuana, cuánto ganas, más o menos?
–Aquí, más o menos, gano con la gente… unos 10, 15 euros al día [180 a 270 pesos. El salario mínimo recién implantado en Alemania es el equivalente a 153 pesos por hora]. De 25 euros no pasa.
–¡No mames! –suelta Eike como si estuviera en el estadio Azteca y ahora sí que Nikki parece perplejo, casi incómodo. –¿Entonces nos vendes 10 euros? –Eike recupera la distancia germana.
–No hay problema... Si quieren fumamos.
–¿Y con la policía nunca hay problema? –pregunto yo.
–Siempre pasan aquí los policías –dice Nikki con tranquilidad.
–Acaban de pasar.
–Sí, ahorita –los ojos de Nikki siguen hasta los uniformes azules.
–¿Y no dicen nada?
–Si te ven vendiendo te arrestan. Si yo tengo una bolsa como esta, no te dicen nada por fumar. Fumo como otra gente.
–¿Fumabas en Gambia?
–Yo sí. ¡Pero ahí es más peor que aquí, tío! Ahí si te pillan los policías, te cobran.
–En México es común que si te detiene la policía, tienes que dar dinero para que te dejen ir –observo.
–Aquí pasa que la gente que no consigue dinero y esto es solamente para comer y vivir. Aquí por vender no eres discriminado, pero por robar sí lo eres. Yo vengo con mi mochila, tío, y si tú quieres algo para fumar, yo traigo para que compres. Tú tranquis, yo tranquis. Si te roban es una mierda, tío, tú trabajas todos los días y luego vienen a quitártelo…
–Pero es muy armónico, la gente está escuchando música –Eike resalta la civilidad.
–Aquí es muy tranquilo, nadie te roba. Los negros no roban, pero los árabes sí que te roban.
–¿Tu equipo de básquet son los Bulls de Chicago? –pregunto a Nikki. El muchacho arquea las cejas, encoge los hombres y coloca las palmas hacia arriba.
–¡Jajaja! ¡Para nada! Da lo mismo –exclama y en su gesto parece decir: “¿Qué no entiendes que es así como vestimos los ganstas de Nueva York?”.