«Antes de ser un escritor famoso, quería triunfar en la literatura, que mucha gente me leyera y ahora que lo conseguí vivo un pequeño infierno, no puedo caminar tranquilo por la calle sin que la gente me pare a comentar algo de mis libros o a pedirme un autógrafo o una foto. Parece que mi vida se hubiera convertido en un producto de consumo. No tengo tranquilidad para escribir y estoy sufriendo un poco por eso», dice el escritor chino Mai Jia, que es conocido como el «espía de los 15 millones de libros».
Ciudad de México, 4 de julio (SinEmbargo).– Las matemáticas. La genética. La criptografía. Un bosque lleno de perales. En medio de todo eso, un escritor, el chino Mai Jia (1964), para contarlo.
Suele ser llamado “el chino y el espía de los 15 millones de libros”, en alusión al boom de ventas que ha significado su novela El don, que llega al mercado en español con la fuerza de una masividad que no resulta para su autor más que la pérdida de la tranquilidad, aun cuando viajar por el mundo con sus libros haya sido un sueño que albergó desde su infancia.
El libro cuenta la historia de Rong Jinzhen, un chico fuera de lo común, educado a los tumbos por un anciano extranjero en un bosque de la China lleno de perales y donde además de conocer los secretos del budismo, aprende a leer la Biblia en inglés y a sumar por causas de fuerza mayor.
El niño, además de huérfano, tiene una cabeza prominente y un don que le permite ver aquellas cosas frente a las que cualquier mortal permanece ciego.
Convertido en un genio de las matemáticas conocido en todo el país, Rong es obligado a abandonar su carrera académica cuando es reclutado por el departamento de criptografía del servicio secreto chino.
Atrapado en las grietas de un sistema terrorífico, se convertirá en el mayor descifrador de códigos del país, pero deberá enfrentarse a un reto que nadie ha podido superar hasta el momento, poniendo a prueba los límites de la razón y la cordura.
¿Dónde acaba la genialidad y empieza la locura?, es la pregunta que transita la historia subyugante de Mai Jia, quien en entrevista con SinEmbargo se refiere precisamente a esas virtudes extraordinarias que sostienen la fama o la importancia de criaturas ídem y que se convierten a la larga en una verdadera prisión, más que en un regalo.
Esta es, sin querer, la historia también de una entrevista que podríamos denominar a priori un asunto criptográfico. Un hombre habla en chino frente a otro que traduce en español para quien hace preguntas en el idioma de Cervantes y ruega al Cielo para que en el canal de comunicación algo interesante quede.
Hay tensión lingüística, por decirlo así, pero la concentración del entrevistado es extrema y la dedicación del joven traductor en el Instituto Confucio –un hermoso edificio ubicado en el Centro Histórico- es absoluta. Al fin, la comunicación fluye más allá de las barreras idiomáticas.
Para romper el hielo, la conversación comienza con el verdadero efecto –sanador o no– de las flores del peral. Mai Jia ríe con dulzura. “Eso me lo inventé”, admite. “Hay quien dice en China que las peras pueden ser usadas en los problemas de digestión, pero la verdad es que todos esos poderes que le atribuyo en la novela son un juego literario”, reconoce.
“En China, si tienes algún problema de garganta, si tienes todos, muchas personas cortan una pera en pedacitos y hacen con ella un té y se lo beben. Puede ayudar a aliviar los síntomas de una gripe, pero en El Don, es sólo un truco”, agrega.
El gran dilema humano entre civilización y vida silvestre ocupa la primera parte de la novela escrita por este hombre que estudió escritura creativa en la Academia de Bellas Artes del Ejército Popular de Liberación.
En las primeras páginas, encontramos a Rong Jinzhen creciendo en un bosque, olvidado del mundo, sin afecto más que el de su padrastro anciano, aun así dando la idea de un paraíso personal al que cualquier persona más o menos sensible podría aspirar.
En la adultez, su don lo convierte en un ser importante, que concentra la atención de los poderosos, un hecho que lo lleva a un sino trágico.
¿Es el mundo civilizado un infierno para quien trae consigo la maravilla de una virtud extraordinaria?
“Efectivamente, creo que he querido explorar esa alegoría. El niño crece en aislamiento extremo y aunque las condiciones materiales son paupérrimas, su mundo interior es muy libre”, dice el escritor que en su biografía se ufana de haber sido militar durante 17 años, pero sólo “haber tirado seis balas” en dicho periodo.
“De grande, ya en el mundo, comienza a ser víctima de un control estricto y pierde totalmente su libertad. Su propio talento lo ha secuestrado y la historia por ello tiene un desenlace trágico”, explica.
“De alguna manera la esencia de mi libro es esa, investigar qué pasa con un genio en un sistema estricto de control”, agrega.
– El don del protagonista es expuesto como algo tan natural que nos puede hacer pensar que nosotros también podemos tener un don…A veces no vemos más allá sencillamente porque no queremos.
– Sí, creo que cada uno de nosotros posee en algún aspecto un don especial. Hay gente que se destaca en los deportes, hay personas que son muy bellas, todos tenemos una característica que nos hace únicos. En la novela el protagonista tiene el don de las matemáticas y ha desarrollado un talento un tanto agresivo incluso para la criptografía.
–¿La genética se pelea con el destino en su novela o genética y destino son lo mismo en El don?
–Creo que fue Sócrates el que dijo que el carácter determina tu destino o algo parecido. En la novela he recurrido a una saga familiar para explicar el sentido del personaje. Se trata de una familia de amantes del conocimiento y de las matemáticas, una ciencia en la que eran expertos. Todos los componentes de esa familia, además, por una falla de su carácter, terminaban trágicamente. El efecto de eso es que el destino se identifica con la genética, tal como dices. Pero creo que es el carácter el que condiciona el azar.
–La locura aparece en la vida del personaje y no puedo dejar de pensar en que la formación del niño fue tan rara que quizás ahí germinaron las semillas para que falte la cordura…
–(risas) Ese es mi truco y tú lo has detectado. El chico que aprende a leer la Biblia en inglés y que al mismo tiempo se forma en el Budismo…es un niño muy peculiar y todo su sistema de conocimiento es muy parcial, desequilibrado. La fusión, el sincretismo, pueden ser vistos como algo positivo, pero también pueden crear una falla, un defecto si no hay sistema para aprehenderlos.
–¿Siempre estamos buscando un padre, una madre?
–Sí, creo que sí, que esa búsqueda constituye un instinto de nuestra naturaleza. El protagonista de mi novela se la pasa buscando denodadamente un padre, una madre, y tiene resultados distintos a lo largo de la vida. Mi impresión es que nunca llega en forma efectiva a encontrar aquello que busca. Descifrar mensajes secretos comienza a tomar para él la forma de un padre, de una madre.
–¿Sus padres fueron importantes en su formación?
–No mucho. Soy de un pueblo de campesinos cerca de la costa oriental de China. Ellos siempre fueron campesinos que sembraban y cosechaban arroz. Invirtieron mucho en mi educación porque quisieron darme lo que no habían tenido.
– Y usted, en cambio, se hizo escritor
–(risas) Sí, en cierto modo los decepcioné.
ENTRE LA CRIPTOGRAFÍA Y LA LITERATURA
La novela El don llega al mercado en español 12 años después de haberse publicado en China y haber causado en el mercado asiático una verdadera revolución.“Si se para a pensarlo –continuó el director–, un genio matemático, alguien que desde la infancia había estado en contacto íntimo con la interpretación de los sueños, un hombre que había estudiado la filosofía china y el pensamiento occidental y que había explorado las complejidades de la mente humana, era alguien que tenía un don y que había nacido para ser criptógrafo”, cuenta Mai Jia en la novela.
Quizás, el atractivo principal en esta historia donde no faltan espías y amenazas, resida en una honda reflexión que en forma sutil pero pertinaz realiza el autor en torno al tema del conocimiento, un elemento que a veces puede constituirse en el mayor peligro, en la gran trampa, para un ser humano.
En ese sentido, como expresiones de la mente humana, ¿se parecen en algo la criptografía y la literatura?
Para el escritor cuyas novelas han sido llevadas con mucho éxito al cine, no se trata de disciplinas que coincidan en algo. Una –la literatura– es fruto de la sensibilidad y la espiritualidad, la otra es una ciencia acabada.
“Sin embargo, tanto la literatura como la criptografía sirven a mi fin esencial, que era explorar el mundo interior del personaje”, explica.
“De algún modo puedo decir también que la literatura es una especie de decodificación, sobre todo si se acepta que el código más secreto es el mundo interior de un ser humano. La literatura es sin duda una de las actividades que más se acerca a ese mundo a veces inexpugnable y en ese sentido puede tener una esencia criptográfica”, admite.
–¿El conocimiento puede ser algo amenazador para una persona en un momento dado?
–Sí. Esa es la intención de mi novela, demostrar como un genio puede ser secuestrado por su propio don. La vida le ha tendido una trampa a Rong Jinzhen y lo ha llevado a experimentar una tragedia de la que no puede escapar. En la filosofía china hay muchas frases que aluden a ese dilema cuando Dios o algo te proporcionan una virtud, un don, inmediatamente tiene que venir algo negativo que compense ese regalo.
–¿Ha experimentado alguna vez una de esas trampas?
–Sí, he tenido profundas experiencias al respecto y ahora mismo vivo una circunstancia parecida a la de mi personaje. Antes de ser un escritor famoso, quería triunfar en la literatura, que mucha gente me leyera y ahora que lo conseguí vivo un pequeño infierno, no puedo caminar tranquilo por la calle sin que la gente me pare a comentar algo de mis libros o a pedirme un autógrafo o una foto. Parece que mi vida se hubiera convertido en un producto de consumo. No tengo tranquilidad para escribir y estoy sufriendo un poco por eso.
–¿Cómo está la literatura en China?
–En los últimos 30 años China ha vivido una gran prosperidad literaria. Hay muchos escritores buenos y muchos lectores. Durante muchos años mi país estuvo muy aislado del resto del mundo y era muy difícil la comunicación con escritores occidentales. Eso ha cambiado en las últimas décadas.
–A veces en Occidente se le presta más atención al intelectual prohibido
–Bueno, creo que criticar el orden social y político de un país es una función de los intelectuales de todo el mundo, no sólo en China. El escritor está para eso, para poner el dedo en la llaga de lo que está mal en su nación. En ese sentido, para los chinos no hay la diferencia que se ven en Occidente, por ejemplo, entre el artista plástico Ai Weiwei, que parece más crítico, que el Premio Nobel Mo Yan, que parece más establecido. Cada uno tiene su estilo. Uno es más virulento, otro es más calmado. Comparten más cosas de las que en realidad discuten.