ENTREVISTA | Escribo para no perder la cabeza y como editor me deshago de los farsantes: Antonio Calera-Grobet

26/06/2014 - 12:30 am
Muchos que pensé serían los mentores de mi generación resultaron un amasijo de contradicciones, de doble moral, poca cara. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Muchos que pensé serían los mentores de mi generación resultaron un amasijo de contradicciones, de doble moral, poca cara. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

Ciudad de México, 26 de junio (SinEmbargo).- De un tiempo a esta parte, en el micromundo de la literatura defeña suena fuerte el nombre de Antonio Calera-Grobet, un hombre apasionado por las letras, la comida, el futbol y todas las manifestaciones artísticas que encuentre a su paso.

Nacido en 1973, escritor, editor, chef y barman en Hostería La Bota, que dirige junto a sus hermanos Mauricio y Adrián, es autor de ¡Carajo! Personas, animales y cosas en el fin del mundo (2012), Cerdo (2011), Gula (2010) y de la novela En la cúpula de Globe (2003).

Ha sido colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Actualmente escribe las columnas “Coma y punto”, de la revista Variopinto, y “El Paseante”, de la revista El Jolgorio Cultural. Es editor de Mantarraya Ediciones y miembro del colectivo de crítica política La Sensacional Inoperante.

En 2013 presentó su novela de juventud Zopencos y como editor acaba de dar a conocer el nuevo poemario del joven Gerardo Grande, Canto de mi árbol en el incendio, así como un compilado de textos sobre futbol titulado Tiempo de compensación.

La que sigue es una larga entrevista realizada vía correo electrónico, un método elegido por el propio autor y que resulta a todas luces reveladora y de sumo interés para aquellos ligados a las artes. Las respuestas dan cuenta de un hombre inteligente y voraz, preciso en sus conceptos y sin duda generoso con sus palabras y su tiempo.

VIAJANDO POR EL MUNDO CON CIERTA ECUANIMIDAD

–        Las pasiones del alma y del cuerpo tienen la misma categoría en tu trabajo. O al menos eso parece. ¿Ha sido un equilibrio deliberado?

–        Sí, claro. Y he tenido que derribar muchas barreras para poder ser así. Cohesionado, frontal. Es un reto que no quiero perder. Y es que quiero viajar por mi mundo con cierta ecuanimidad. Más desde que muchos que pensé serían los mentores de mi generación resultaron un amasijo de contradicciones, de doble moral, poca cara¬. Tal vez por eso no me gusten los ventrílocuos. No sé si sea éste un deseo soberbio de ir por todo, como si no hubiera mañana, pero es así. Si me he de comer un rabo de toro de lidia quiero hacerlo después de leer a José Bergamín, tras mimetizarme con Agustín Lara de la mano de mi amante hermosa y tras una buena corrida de toros. No me puedo quitar de la cabeza vivir así. No lo sé. Mis amigos tampoco. Digamos a la London, a Hemingway. Pugilísticamente. Como gente que no tiene tiempo. Eso uno no lo elige. Además así me lo dicta mi tatuaje. “Ni pena, ni miedo”. Un verso de Raúl Zurita. Creo por cierto, por eso, que el mejor artista que ha dado el siglo XX fue Luis Buñuel. Pedazo de loco. El mejor provocador.

–        ¿Cuál es la receta para crear y atender al mismo tiempo el trabajo de otros creadores?

–        Partirse, en un sentido profundamente filosófico. Y vaya que, mínimamente, duele. Se trata de sacar de no sé dónde a otra persona para que nos ayude a mover el barco y todo esto, paralelamente, a la fragua de nuestra propia voz. Duplicar hígado y corazón. Y sí, se puede, aunque no sé si alguien lo haya podido hacer con orden y serenidad. Yo no puedo. Tengo cuarenta años, apenas cinco libros publicados y cerca de 40 libros editados de otros autores. Y además un restaurante. Y dos gatos y un hoyo que debería llenarse supuestamente con una vida personal. No me salen las cuentas para la vida apolínea. Uno va tejiendo, pues, lo que se puede. Tal vez coser, tejer, engarzar las diferentes vidas, sea una tarea obligatoria del escritor-promotor cultural-editor. Antes de partir plaza, entrar al ruedo. Y bueno, en ocasiones uno se teje mal y se ve como Frankenstein. En otras, justo cuando se cree que el zurcido se ha logrado tan invisible que pasará inadvertido, uno se ve tan natural como Klaus Nomi.

Es editor en Mantarraya Ediciones. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Es editor en Mantarraya Ediciones. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

–        Entre la crónica de la gula y la gula misma, ¿hay límites, hay fronteras?

–        Decididamente no los veo. Si he dicho que voy con la “poética” idea de tomar a todos los toros por los cuernos, aunque no existan, debo decir también que, quizá por ello, los relatos que escribo se han levantado la mayoría in situ, en el lugar de los hechos, en gerundio y con todas las de la ley. Es más: tal vez siempre he estado rodeado de personajes (reales o inventados, de un naturalismo radical o propios de un realismo deslumbrante, incluyéndome), y lo único que he hecho como escritor es darle orden a la sintaxis de semejante obra de Ionesco-Sarte-Camus-Jodorowsky. Aunque ahora caigo en cuenta de un límite. Mis libretas de apuntes o se han manchado sobre centenares de mesas para luego sobrevivir y convertirse en un libro o bien se han quedado ahí, abandonadas, para no ser abiertas de nuevo.  Sin crónica, sin realidad, quiero decir. No poder: ese  es un límite que pone la vida. Tal vez por eso me gustan Zola y Joris-Karl Huysmans.

–        ¿Hay placer en la palabra escrita?

–        Por supuesto. Y no retóricamente sino de facto. Es decir, entiendo la ecuación de “lo  poético corporal y lo erótico verbal” propuesta en La Llama doble (y que tanto se le criticara al tardío Octavio Paz),  pero vaya que lo encuentro más en ciertas voces poéticas de alta lubricidad: Plath, Breton, Szymborska, Lorca, Cortázar, por mencionar a pocas plumas. La creación poética, desde su gestación hasta su alumbramiento, es de un magma que debería atañer a lo fisiológico: es glandular, húmeda, provee de jadeos a los seres medio muertos. Y más: no sólo al leerla: escribirla es también dejarse ir por ese río. ¿Alguien dudará a estas alturas del jalón que provoca el follaje de palabras de Clarice Lispector, por ejemplo?  ¿De la suntuosa sexualidad que aparece en el escurrido de palabras de un teclado abierto?

–        ¿Lees más que escribes o viceversa?

–        Definitivamente leo menos de lo que leí y por lo tanto escribo más ahora de lo que leo. Platicaba hace poco en una mesa con el escritor Leonardo Tarifeño sobre esa vieja rencilla que se abrió entre el vivir y el escribir. Siempre cae ese western: los Borges o los Bukowski. Mano a mano. No lo sé. No seré yo quien dé un balazo a la vida. Una vez me dijo Dolores Castro que Rosario Castellanos aseguro ir más por literatura. Castro le respondió: “Yo también, pero también voy por la vida”. Le agradecí. Sobre todo porque no hay tiempo que perder. Un minuto perdido y nos convertimos en vapor. Aun así, peleando siempre la contra, leo en desorden a mis contemporáneos. Por lo menos un par de libros por semana. O leo sus obras en los periódicos, páginas web. No me olvido de ello. Y por cierto, decir desorden es advertir un nuevo tamaño de eufemismo. Ni modo.

–        Zopencos fue tu novela de juventud, ¿Cómo era México en los ’80, cómo eras entonces, cómo eres ahora?

–        México comenzaba por esos años a caer de cara contra el infierno. Creo que México murió en 1968 y su inercia lo llevó hasta los Juegos Olímpicos de 1970. Desde ahí nadie ha visto la luz, todo es un mito y ese mito está dentro de la caverna de Platón. Me refiero a la gente de carne y hueso, la real. No hay seguridad, no hay educación, no hay progreso, no hay salud. No hay caso nada en el país. Detesto a los políticos. Todos mienten al pueblo, todos roban al país. No puedo más. Para mí todos son parte de la misma mierda. Lo lamento, pero no están a la altura de su pueblo, que a pesar de todo, trabaja y sueña. Aún. Todavía. Agonizante. En cuanto a mí, yo era  lo que Efraín Huerta llamaría un “Hombre del alba”. Quería ser todo: cineasta, torero, pintor, maestro de escuela. Me gustaban las motos. Y me batía por la idea del amor. Obviamente sólo era un estúpido. Me emborrachaba, me daba de golpizas a la menor provocación, exponía mi vida sobre ruedas, en un territorio olvidado del Estado de México. Eso sí, a pesar de no trabajar aún, nunca fui un atorrante. Siempre soñé con armar un pelotón de artistas, un batallón que según yo cambiaría el mundo. Y bueno, a pesar de que mi siguiente libro ¡Carajo! me cerró un tanto la sonrisa, me enseñó el lado oscuro de la historia del mundo, creo que sigo igual. O me hago que no pasa nada. Encanecí pero me la sigo rifando por  el amor y lo haré hasta que me muera, sigo queriendo a la gente, pese a que me muchas veces la gente que quise me mordisqueó todos los dedos. Aunque bueno, no sé si ahora tendría las fuerzas suficientes para hacer una película.

–        Fuiste amigo de Sergio Loo, publicaste el reciente libro de Gerardo Grande, ¿crees como muchos que la renovación literaria de este país se está dando al nivel de la poesía?

–        Sí. Estar rodeado de escritores jóvenes es una debilidad. Me siento bien con ellos, haciendo proyectos. Por eso creo, con conocimiento de causa (el último encuentro de poesía que organicé contó con más de 60 invitados y más de la mitad ronda los 30 años), que vivimos una edad de oro. Por lo menos creo que hay un buen número de poetas muy jóvenes que escribe algo de peso. Algo se cuajará de ello.  Creo que vienen buenos tiempos para los editores y los lectores que se quieran acercar a su trabajo.

Escribo poesía para no perder la cabeza, dice. Foto: Facebook
Escribo poesía para no perder la cabeza, dice. Foto: Facebook

–        Al frente de Mantarraya, ¿cómo decides qué publicar y qué no? ¿Qué tienes pensado sacar en Mantarraya próximamente?

–        Como creo que hay que buscar perlas en todas las ostras, me he inventado una especie de fórmula triple. Primero me deshago de los farsantes. No sabes la cantidad de gente que me ha pedido que le publique libros que no existen. En México, hay muchos artistas que no tienen obra. No sólo publico lo que busco y me gusta (lo cual es un derecho que ejerzo con gusto), sino también lo que me ofrecen los mismos escritores y me llama la atención. También me pego a otras editoriales para sacar un trabajo conjunto. Eso es también muy motivador. De esa manera se equilibran los pesos, como dos Atlas que cargan un sólo mundo. Por supuesto muchas cosas se quedan sin publicar, otras cosas que uno saca no pesan. Es un riesgo. Pero lo bueno es ver que todo cuaja y que uno lanzó al aire una cosa buena para todos: en ese caso se siente como si uno se dedicara a la pirotecnia. Ahora publicaremos un libro de Eduardo Milán, realizado en coedición con la editorial Mangos de Hacha, un libro de dibujos de Betty Árbol, artista de Chihuahua, un libro de recetas de cocina aportadas por artistas y escritores, y un libro muy caro para mí, más que entrañable: un libro conmemorativo por los 10 años de Hostería La Bota, en la que participarán más de 150 escritores. Más lo que se acumule en el trayecto.

–        ¿Quiénes te acompañan en este camino editorial?

–        Mis hermanos, sobre todo. Mauricio y Adrián. Si el bar no funciona no hay presupuesto para cultura. Y hay que decir que nunca nos ha faltado presupuesto en estos casi 10 años. Ellos comandan el bar cada vez más: pagan impuestos, todo lo que cobra el gobierno sólo a algunos establecimientos formales, facturan, ordenan a los proveedores, ordenan a un ejército de empleados todos los días. Y eso para mí es más que importante. No conozco, y lo digo en honor a la verdad, que un espacio independiente como el nuestro haya puesto tanto esfuerzo y moneda en un empeño cultural. Y si lo hay vaya que me pondré feliz porque seguramente haremos algo juntos.

–        A veces es descorazonador ver cómo la sociedad moderna subestima el poder de las actividades humanísticas, su utilidad, su efecto benéfico en el alma y el corazón de las personas, ¿te pasa también eso?

–        Pues sí. En este país la figura del promotor es casi igual de importante que la de un molusco. Pero, ¿qué podemos esperar de un país que abandonó la educación, tiene esa televisión, esos políticos, y lleva cerca de 50 años en depresión? El promotor, para el gobierno e incluso el grueso de la gente para la que trabaja, es ese estúpido romántico que se metió a la culturita y quiere, por alguna enfermedad mental, que la sociedad se mueva. Y es más: no sólo no merece un pago, sino que debe poner dinero al gobierno si quiere seguir trabajando en ello. Es triste. Pero no puedo detenerme en revisar ello. Me imagino que hay que seguir pese a todo. Hasta donde se pueda.

Hostería La Bosta, un Centro Cultural y un sitio para comer delicioso. Foto: Facebook
Hostería La Bosta, un Centro Cultural y un sitio para comer delicioso. Foto: Facebook

–        ¿Sientes a veces ganas de abandonar la tarea o escribir, editar, publicar, siempre tiene sentido para ti?

–        Nunca dejaré de escribir. Eso me da rostro frente al otro. Me constituye. Es lo que he querido ser desde que tengo dos dedos de frente. Lo hago casi diario y es lo que me hace más feliz. Eso y amar. Es lo único que tengo claro en mi vida de ruleta. Seguiré escribiendo hasta que ya no pueda dictar una sola palabra. Ahora bien, en cuanto al tema de editar no lo sé. Me cansa cada vez más la fábrica de libros. Sobre todo cuando te das cuenta que mucho escritor ha perdido la brújula. Digamos, por ponerlo a manera de Ginsberg en Aullido, que he visto a las mentes más brillantes de mi generación someterse al falso glamour del facebook, ese aparato apabullante que lo mismo lo somete a una vulgaridad bestial que lo hace eructar sobre cualquier tema un nivel muy pobre de sarcasmo, lo vuelve loco con su falso número de lectores, lo denigra. Fake book habría que decirle. El lugar de las frases hechas para sentir que uno es lo que no es. ¿O no? Eso me hace en ocasiones pensar en buscar otros rumbos. Me interesa mucho abrir una residencia artística para escritores en Valle de Bravo. Y es que muchos escritores ya sólo son testigos cínicos de lo que pasa en la realidad. No saben más qué hacer. Vamos, en ocasiones ya ni escriben, sólo postean, y la mayoría de las veces lo que postean es de quinta. Pura glosa de otros, un simulacro de interlocución inteligente que en realidad se llena de las frustraciones de las masas. Hace tiempo que no hay tráfico de ideas propias, pura contaminación de opiniones. Y peor. Todos escupen todo el tiempo. Nadie calla. Twitter es un velódromo de escupidores. ¿Y dónde San Juan de la Cruz? ¿Y dónde una pizca de zen? ¿Un poco de poetas del Oriente? Creo que, como escribiera George Steiner: “El silencio es un gran lujo”. Hay que saber callar. Es de gente educada. Es por eso que a veces quisiera dejar todo en manos del corporativismo más pendejo. Pero bueno, cuando estoy a punto de arrojar la toalla de la edición me arrepiento de mi cobardía y sigo. Veo el trabajo de otras editoriales, el trabajo de los escritores jóvenes y me prendo de nuevo. Puro masoquismo, la terquedad vasca que viaja en mi sangre.   Y además no me atrevo a ningunear un tatuaje moral que hice frase de mi bar: “Antes del fin de este mundo escribiremos otro”.

A los 40 años, Antonio Calera-Grobet se ha convertido en un importante referente cultural de nuestro país. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
A los 40 años, Antonio Calera-Grobet se ha convertido en un importante referente cultural de nuestro país. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

–        ¿Qué escribes?

–        Escribo ahora una novela. La historia de un albino divino que vivió en Rusia y creó un culto su alrededor. Un vidente o sabio pagano, siamés ideológico de Rasputín pero también de la Madre Teresa o Gandhi (si es que debo de perfilarlo de alguna manera), que de pronto se vio rodeado por miles de seguidores y fue alzado a la altura de un semidiós. Es críptica, nublada, gris. Quería mucho regresar a escribir algo de tono grave, oscuro, ciertamente malsano, a la vez que escudriñar lo que pivotea el fanatismo religioso. Y bueno, no quiero, no puedo dejar de escribir poesía. Quizá es lo que más he escrito y presentado públicamente en el último año. Me interesa sobremanera: para no perder la cabeza.  Se publicará un libro mío de poemas, en noviembre próximo, con el nombre de “Sed”.

–        ¿Quién va a ganar el Mundial de Futbol?  

–        Siempre he ido a favor del débil. Me gusta pensar (y mucho dado el juego que está dando América en estos días), que ganara un equipo que nunca imaginamos. Costa Rica.  Colombia. Chile. Sería como ver, en tiempo real cómo es que la onda de David se posa íntimamente en el cráneo de Goliat y le hace un boquete amoroso en la bodega de su dinero, perforar el ego, el viejo poder, el establishment.  ¡No me digan que su morbo no lo ha pensado!

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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