A menudo se dice que Mad Men, la serie más exitosa de los últimos años junto con Breaking Bad, Games of Thrones o 24, sólo por nombrar algunos de los muchos programas causantes de nuestro insomnio y desvelos, es profundamente machista.
No hay ni cómo ayudarle al autor y productor de la serie, Matthew Weiner. Pensemos, por ejemplo, en esos tipos trajeados, fumando como chimeneas, bebiendo como si fuera el fin del mundo, incapaces emocionalmente de asumir responsabilidades maritales o familiares.
Desde esa perspectiva, digamos que no hay mucho feminismo en esa postal estática y repetitiva que se ha acuñado en el cerebro de miles y miles de espectadores en el mundo, tras seis temporadas prodigiosas, con la séptima y última que comenzó a transmitirse a principios de mayo en HBO.
Pero nada como las mujeres del show protagonizado por el guapísimo Jon Hamm, quien parece haber nacido para ponerse en la piel del publicista Don Draper, para refrendar esa esencia “machín” de un programa que –seamos francos- será difícil olvidar.
Nadie quiere que termine Mad Men, sobre todo por la fuerza de personajes que han calado hondo entre los aficionados a las historias televisivas. Entre esas criaturas que creemos conocer como si fueran de la familia, ellas sobresalen, se hacen notar.
Son insoportables, a qué negarlo. Las mujeres de la serie desafían la paciencia de los hombres del elenco, pero también la de los espectadores. Buscan su lugar cometiendo un error tras otro y hay veces que uno quisiera tener un misil para hacerlas desaparecer de la pantalla.
Pero Weiner, nacido en 1965 en Baltimore, no es tonto. Su historia transcurre en los ’60, cuando el mundo cambiaba a los tumbos, defendiéndose con uñas y dientes de las transformaciones y al mismo tiempo propiciaba los cambios. Esa contradicción, esa paradoja, la representan magníficamente las damas del show.
Y tanto que las hemos criticado y aguantado, ahora que Mad Men dice adiós, seguro las extrañaremos.
¿Cuál es tu favorita?
La primera esposa del omnímodo Don Draper es la síntesis perfecta entre lo que va quedando atrás y lo que viene en una sociedad tan pacata como la de la clase media estadounidense en los ’60. Mujer de una belleza inigualable, su misión en la vida es la de vestir de manera impecable y moverse como una muñeca, siempre dispuesta a satisfacer los deseos de su marido.
Prepara la comida, cría los hijos y no hace muchas preguntas. Bueno, no hacía muchas preguntas, porque hay un momento en que Betty deja de ser el maniquí de la casa y comienza a funcionar como una esposa incómoda, dispuesta a no sufrir más engaños y humillaciones por parte de su guapo e infranqueable marido.
“Me parece de esas mujeres brillantes que por algún motivo olvidaron sus sueños para cumplir el rol de la época: casarte con un hombre guapo de buena posición y tener hijos. Pese a todo, no ve a la maternidad como un costal de piedras, ni piensa que sus hijos lo son todo. Ella se cuida y se quiere, por eso decidió divorciarse del esposo cuando le descubre una mentira MUY grande, y pese a la época, decide rehacer su vida con otro hombre más rico -no tan guapo- que el ex…”, opina la periodista Mónica Ocampo, una gran seguidora de la serie.
Sin embargo, hay una claudicación en la elección del segundo marido. Por lo pronto, es uno al que no le importa que Betty engorde en los primeros años del matrimonio (¿qué obsesión tiene Weiner con hacer engordar a las mujeres de su serie?) y es alguien poco brillante, que no representa una amenaza para ella.
Y si es por machista, es mucho más machista que Don Draper, lo que ya es un decir.
“Betty es un personaje que vive atormentado porque no logró ser modelo profesional, desde niña tuvo problemas con el peso y la relación con sus padres siempre fue fatal”, justifica Ocampo.
Conforme avanzan las temporadas, llegamos a la última con una Betty que sigue frustrada, que es toda una señora burguesa y que no logra entenderse con su hija Sally, a la que llenó de sus miedos y obsesiones.
El personaje está a cargo de la hermosa actriz January Jones (1978), quien en la vida real asegura ser totalmente opuesta a la muchas veces “bruja” señora Draper. Al menos en las entrevistas y según opiniones de sus compañeros de trabajo, la estrella es un amor de mujer.
Las feministas odian a Joan Harris, porque las feministas en general odian la belleza. Decir esto así seguro que provocará decenas de mensajes al pie de esta nota y la mayoría de ellos pidiendo la cabeza de la cronista.
Más allá de la frase provocadora, desde el hermoso libro El mito de la belleza, de la inteligente (y bella) escritora estadounidense Naomi Wolf, las mujeres que luchan por defender los derechos de su sexo saben que en la preocupación obsesiva por la apariencia hay una trampa peligrosa.
Desde una trinchera muchas veces heroica, muchas feministas, sobre todo en décadas pasadas, han relativizado el valor de la belleza, buscando herir de muerte a la idea de la mujer como un objeto para el placer de los hombres, luchando contra la cosificación femenina.
Pero no es todo ni blanco ni negro ni feo ni lindo. ¿Qué pasa cuando aparece una mujer con el cuerpo de Joan Harris, pisando fuerte el suelo gastado por los zapatos masculinos?
Es cierto que usa el físico para ascender, pero también es cierto que es el personaje femenino que más evoluciona. A través de ella la serie se anima a hablar del aborto, de las violaciones, de la crianza en solitario de un niño, de la debilidad del macho en una sociedad que hace la guerra y no el amor.
Joan sufre mucho, pero cada sufrimiento la hace dar un paso más allá en su ideal de supervivencia. Al final de la serie ya es una malvada como todos (porque Weiner es un escritor profundamente machista. Ni cómo ayudarlo, repetimos), desleal a Don Draper (que fue el único que se negó a venderla a un depravado a cambio de una importante cuenta publicitaria), más ambiciosa y fría que su ex amante Roger Sterling.
Cuando el elenco de Mad Men visitó el Actor’s Studio, James Lipton le preguntó a la rotunda actriz Christina Hendricks por lo “sexoso” de su personaje, ella se sinceró y dijo mostrarse sorprendida por el alto voltaje del guión.
Weiner la paró en seco y la acusó de ser ella la que en realidad le dio tanto sabor y color a Joan Harris. Toda una pieza el Matthew.
Las feministas aman a Peggy Olson porque las feministas aman a las mujeres que salen adelante sin poner el atractivo físico como valor de ascenso social o laboral.
Es cierto. Pero es en este personaje donde la trampa machista de Matthew Weiner se despliega con todo su poder. A menudo se dice que la ex secretaria de Don Draper es la más feminista de la serie, sobre todo en oposición a Joan.
Sin embargo, es Joan la que logra ser socia y la que se anima a subvertir las órdenes de sus jefes machos cuando consigue la cuenta de AVÓN, algo a lo que se niega la miedosa Peggy.
Por otro lado, constantemente se dice que Olson no necesitó vender su cuerpo para ascender, pero he ahí el machismo del libreto: con todo cariño y respeto, ¿es el cuerpo de Peggy Olson un valor real de cambio?
Su falta de atractivo físico le permite avanzar en territorios masculinos, porque al no ser un objeto de deseo, los hombres la escuchan con atención profesional. Otra vez el mito de la belleza narrado desde la mirada del varón: si eres fea, tendrás que ser inteligente. Una mujer no puede ser las dos cosas.
La verdad, en este punto, que Peggy Olson no parece muy inteligente que digamos, con sus tremendas metidas de pata en el plano amoroso, con la frialdad con la que maneja el tema de su hijo, con la tremenda inseguridad que demuestra cada vez que tiene que tomar una decisión en su trabajo.
Como Joan Harris, Peggy Olson es desleal y se masculiniza irremediablemente. A su lado, Don Draper parece un cachorrito inofensivo.
Este personaje de gran peso en Mad Men está a cargo de la californiana Elisabeth Moss, una actriz formidable que recién en la cuarta temporada se dio cuenta de la importancia de su personaje en la serie. Ella le disputa protagonismo a Don Draper y no faltan las veces que comemos de la mano de Peggy, tan subyugados nos tiene.
Es la joven, la que junto con Sally, la hija de Don Draper –con la que se entiende muy bien-, mira hacia el futuro que se avista tan distinto, tan cercano.
A veces peca de demasiado frívola y un poco tonta, pero a medida que la serie avanza uno entiende que la Megan juega con cartas propias, que no están marcadas y que además es lo suficientemente egoísta como para decidir qué y cuándo quiere lo que quiere.
Sin embargo, es la mujer más hermosa de la serie y su belleza y juventud no son un detalle menor en un libro escrito desde la perspectiva masculina.
Lo mejor de este personaje es que no se niega a experimentar y que entre las drogas, la bisexualidad y una vida de soltera, lejos del dominio de su marido, consigue un espacio propio que la mantiene, al parecer, bastante tranquila y satisfecha consigo.
Muñeca brava, al final es ella la que deja a Don cuando el galanazo había dado todo de sí. En la lógica de Megan Draper no cuesta imaginarla pronunciando una frase tal como “ahora, lo que sigue”.
El personaje que vuelve a dejar solo a Don, partiéndole irremediablemente el corazón, está a cargo de la canadiense Jessica Paré, quien encontró en la serie su gran oportunidad actoral.
“Ni yo me lo puedo creer”, le dijo a la Rolling Stone.