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Alejandro Páez Varela

10/12/2012 - 12:02 am

¿Y los culpables del 1D?

De regreso a casa, en los últimos días de mayo de 2012, me recargué en el asiento del Metro de la Ciudad de México. Esa tarde-noche había visto nacer el Movimiento #YoSoy132. Pero no tengo 20 años: caminé con los muchachos para observar de cerca el fenómeno. Varios periodistas lo hicimos. Me agoté. Dentro del […]

De regreso a casa, en los últimos días de mayo de 2012, me recargué en el asiento del Metro de la Ciudad de México. Esa tarde-noche había visto nacer el Movimiento #YoSoy132. Pero no tengo 20 años: caminé con los muchachos para observar de cerca el fenómeno. Varios periodistas lo hicimos. Me agoté.

Dentro del vagón, tumbado en el asiento, escribí en el celular: “He visto a los padres de tres chamacos y los cinco iban serios, como una familia de físicos-matemáticos que acaba de descubrir la cura para la apatía”.

Los cinco llevaban pancartas. Iban en el Metro seguramente porque el centro de la Ciudad de México había colapsado por las movilizaciones. Era una familia de clase media alta y junto a ellos, una pareja de punks se besaba apasionadamente; traían en la cara, también, la misma causa; venían de marchar.

Escribí: “He visto universitarios de todos los estratos sociales, serios, sin banderas y sin corear consignas de partidos, sabedores de que ese día habían ganado su mayoría de edad”.

Antes, frente a Televisa –hasta donde los muchachos habían llegado con su protesta–, hice otra nota: “‘¿Sientes cómo tiembla el pavimento?’, me dijo una amiga que caminaba conmigo. Los jóvenes brincaban y no lo sentí, pero vi otras cosas: que esas calles, y los monumentos, y el puente, y los edificios se sacudían por la fiebre de los estudiantes. Que los árboles bajaban las copas para saludar su primavera. Que los viejos guardamos silencio –con excepción de una estúpida motocicleta del SME– para verlos pasar, casi con reverencias; para disfrutar con ellos sin decir una palabra”.

***

Por los videos que vi, por los testimonios a raudales, puedo afirmar que decenas de vándalos participaron en los lamentables acontecimientos del pasado 1 de diciembre.

Vándalos policías, por supuesto. Y vándalos-vándalos: esos que aprovecharon una marcha legítima y una manifestación auténtica para sacar lo peor de ellos mismos: el odio contra el otro; las ganas de convertir este país, que nos ha costado tanto, en cenizas; el menosprecio por lo que hayamos ganado hasta hoy en legalidad y Estado de derecho.

Vándalos que lincharon, policías y civiles. Vándalos que destruyeron comercios y la Alameda Central. Vándalos que lanzaron piedras y atacaron al prójimo en actos reprobables que dejaron mal parado a un gobierno que, yo creo, es de buena voluntad: el del Distrito Federal. Vándalos escudados en torretas, uniformes, cascos y placas. Vándalos que lanzaron bombas molotov. Vándalos que cometieron abusos contra detenidos y violentaron el derecho que tienen, tenemos todos de disentir y manifestarnos. Vándalos que se cubrieron con pasamontañas y aflojaron las ganas de cambiar este país ejerciendo la libre expresión de las ideas.

Sean policías o civiles, agentes de seguridad vestidos de franco o malvivientes, esos sí son culpables y mereceríamos, por lo menos, saber quiénes son. Allí están los videos: ¿por qué no los buscan y los entregan a la justicia? Así sean policías, así sean quienes sean.

Nadie debe esconderse entre la turba para delinquir a costa de las causas sociales. Nadie: ni civiles, ni policías. Nadie tiene derecho a convertir actos legítimos de protesta en zafarranchos.

Vea el efecto carambola de los disturbios causados por policías y civiles: ahora resulta que el único que no está manchado es el Gobierno federal, el de Enrique Peña Nieto. Otra vez el todos-contra-todos se vuelve contra todos: por un callejón se fueron las pancartas y las ideas de cambio; el esfuerzo tuvo que enfocarse en sacar a los inocentes de prisión. Lo dicho: la turba nunca tiene la razón; se equivoca y lincha.

Madres y padres fueron a la Procuraduría General de Justicia del DF a decir que sus hijos no marcharon, con tal de defenderlos. No los culpo. Muchos jóvenes, seguramente, no volverán a manifestarse. Un susto bárbaro, cómo no: casi les dan 30 años.

Todo pudo ser de otra manera. Sí, una gran cantidad de inconformes marcharon, ¿y qué? Sí, salieron con sus pancartas a manifestar sus ideas, ¿y qué? Pero llegaron los violentos, civiles y policías, y convirtieron un acto legítimo en una batalla campal. Qué irresponsabilidad. Se llevaron de corbata al Movimiento #YoSoy132; arrastraron a los espontáneos que querían expresarse sin violencia.

Los que sí son culpables, los que hacen daño desde la oscuridad (insisto: policías o civiles), merecerían encarar la justicia.

Han hecho un daño bárbaro.

Eso creo.

@paezvarela

http://www.alejandropaez.net

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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