La teoría de que Obama, nacido en Honolulu y de padre keniano, no era estadounidense de nacimiento, fue impulsada por Donald Trump en 2011, cuando intentó buscar la candidatura presidencial republicano. Los detalles sobre esta historia los relata la periodista Maggie Haberman en su libro El camaleón. La invención de Donald Trump (Planeta).
Ciudad de México, 10 de noviembre (SinEmbargo).– En 2011, Donald Trump pensó en buscar la candidatura presidencial por el Partido Republicano, al que se había sumado unos años antes, en 2009. El magnate ya había buscado sin éxito llegar a la Casa Blanca, pero fue en la antesala del proceso electoral de ese 2012 que comenzó a trazar su candidatura que se vería materializada en 2016.
La historia de cómo creció entre el electorado republicano se remonta precisamente a 2011, cuando Trump comenzó a difundir la falsa teoría de que el entonces Presidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. El relato de aquellos años lo hace Maggie Haberman en El camaleón. La invención de Donald Trump (Planeta).
La periodista de The New York Times escribe cómo Matt Strawn, presidente del Partido Republicano de Iowa, viajó a Nueva York para reunirse con Trump y Michael Cohen, abogado de confianza del magnate. “En un momento dado, se pusieron a hablar de golf y de un campo de Iowa que Trump estaba pensando en comprar. Entonces, este hizo una alarmante declaración sobre Obama: ‘No tengo claro que haya nacido aquí’, dijo, con un papel en la mano”.
“La teoría de que Obama, nacido en Honolulu y de padre keniano, no era estadounidense de nacimiento llevaba tiempo rondando por los medios de derechas, desde antes de que saliera elegido. Los primeros en alimentar la conspiración fueron un grupito de anónimos fanáticos de Hillary Clinton, que se aferraron a cualquier cosa que pudiera perjudicar la candidatura del político. Más tarde, los márgenes del bando republicano adoptaron la polémica e intentaron que el debate público versara sobre ella”, escribe Maggie Haberman.
Los detalles sobre esta historia los relata la periodista en el capítulo “La mentira que lo propulsó”, un fragmento del libro El camaleón. La invención de Donald Trump (Planeta), ©️ 2024, de Maggie Haberman, que SinEmbargo comparte en exclusiva para sus lectores, una cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
“La mentira que lo propulsó”
A finales del verano de 2009, Donald Trump cambió de partido a través del formulario de registro de votantes, pero su bautismo como republicano converso no tendría lugar hasta un año y medio después, en Washington. La edición de 2011 de la Conferencia de Acción Política Conservadora llegó en un momento especialmente propicio para la derecha estadounidense. Los republicanos acababan de recuperar el control de la Cámara de Representantes y habían sumado seis escaños más en el Senado. También se habían hecho con seis cargos de gobernador y con casi setecientos asientos en las instancias estatales de todo el país. Los resultados se recibieron como un rechazo a gran escala de la ambiciosa agenda de Barack Obama y una confirmación de que el movimiento del Tea Party podía ser no solo una oposición molesta, sino también una fuerza electoral.
Pero los republicanos no tenían un candidato nacional claro que pudiera aprovechar esa fuerza. La principal opción era Mitt Romney, que había hecho su labor para meterse en la bolsa a los grandes donantes y a las élites del partido desde su campaña fallida de 2008.1 Sin embargo, los republicanos creían que el exgobernador de Massachusetts era demasiado moderado: sus reformas en materia de sanidad habían servido de referencia para las de Obama, y sus vínculos con Wall Street y su personalidad correcta y recatada no casaba demasiado con la deriva populista del partido. Quienes seguían la tónica rebelde —como la diputada Michele Bachmann o Ron Paul, que había sido candidato a la presidencia por el bando libertario y que ahora había vuelto a dar la oportunidad al Partido Republicano— eran demasiado mediocres para unas elecciones generales. Los candidatos que sí daban el perfil, como los gobernadores Tim Pawlenty de Minesota o Jon Huntsman de Utah, no alcanzaban el nivel de recaudación de fondos de Romney. La Conferencia de Acción Política Conservadora, prevista para febrero de 2011, sería una de las primeras oportunidades para los candidatos de presentarse ante un grupo más amplio de activistas republicanos.
A pocas horas del evento, Roger Stone empezó a buscar la forma de que Trump se metiera en el acto.2 GOProud, una organización insurgente de gais y lesbianas republicanos que copatrocinaban la conferencia, colaboró con el estratega para conseguir que Trump pudiera dar un discurso en algún momento clave del evento. No era tan raro: debido a su gran preocupación por el SIDA, Trump había hecho donaciones a la Gay Men’s Health Crisis hacía veinte años, cuando estaba casado con Ivana. Si bien en privado mostraba su rechazo a la comunidad, sus comentarios en público sobre los homosexuales se habían vuelto mucho más tolerantes, sobre todo si hablaba de alguien conocido o alguien que podía llegar a ser cliente suyo. Cuando el cantante Elton John firmó los papeles con su pareja de toda la vida, David Furnish, Trump escribió en un blog de la Trump University: «En cualquier caso, me alegro mucho por ellos. Si dos personas se quieren, se quieren. Buena suerte, Elton. Buena suerte, David. Les deseo lo mejor».3
El 10 de febrero de 2011, Trump viajó a Washington con Michael Cohen. Su aparición no se anunció hasta el último momento, lo cual añadió emoción al asunto.4 Al llegar al Marriott Wardman Park Hotel, Cohen intentó marcar las distancias entre Trump y los reporteros que lo persiguieron desde el vestíbulo al salón de baile. Cuando subió al escenario, con la sintonía de The Apprentice «For the Love of Money» sonando a todo volumen, la sala estaba abarrotada. En el salón se congregaban activistas religiosos, estudiantes universitarios con tintes libertarios y grupos de presión del mundo corporativo; una combinación extraña de ver en cualquier otro contexto.
Stone había asesorado a Trump sobre qué enfoque debía tener su discurso para ganarse la confianza del público. Doce años atrás, Trump había barajado la idea de presentarse a la presidencia y se había referido a sí mismo como «muy partidario del derecho a abortar»,5 pero ahora dio un giro: «Muy brevemente —dijo Trump—: me considero provida, estoy en contra del control de armas de fuego y mi objetivo es poner fin al Obamacare y remplazarlo». Dicho eso, pasó a hablar de los temas que más le importaban; en su línea, acusó a otros países de saquear Estados Unidos y propuso resolverlo con nuevos aranceles a las importaciones desde China.
A continuación, Trump hizo el mayor alegato en su favor que podría haber hecho él o cualquier otro hombre de negocios famoso que no contara con el bagaje de haberse pasado toda la vida en política. «Y por cierto, Ron Paul no puede salir elegido, lo siento», dijo Trump dibujando una sonrisita que luego fue creciendo. Los adeptos de Paul lo abuchearon, pero el resto comenzó a aplaudir. Él sonreía de oreja a oreja: «Me cae bien Ron Paul —dijo—, es un buen tipo, pero la realidad es que tiene cero probabilidades de salir elegido». Obtuvo una gran ovación del público: después de tres años de mandato de Obama, los republicanos querían a alguien que creyera en sí mismo. Trump había dado en el clavo.
Matt Strawn, presidente del Partido Republicano de Iowa, vio el discurso por televisión desde el salón de su casa.
Le fascinó la reacción del público, por lo que se puso en contacto con un miembro del partido y le sugirió que invitara a Trump a dar el discurso de apertura del Lincoln Day Dinner. Al cabo de dos semanas, Strawn y Casey Mills viajaron a Nueva York para reunirse con Trump y Cohen. En un momento dado, se pusieron a hablar de golf y de un campo de Iowa que Trump estaba pensando en comprar. Entonces, este hizo una alarmante declaración sobre Obama: «No tengo claro que haya nacido aquí», dijo, con un papel en la mano. La teoría de que Obama, nacido en Honolulu y de padre keniano, no era estadounidense de nacimiento llevaba tiempo rondando por los medios de derechas, desde antes de que saliera elegido. Los primeros en alimentar la conspiración fueron un grupito de anónimos fanáticos de Hillary Clinton, que se aferraron a cualquier cosa que pudiera perjudicar la candidatura del político.6 Más tarde, los márgenes del bando republicano adoptaron la polémica e intentaron que el debate público versara sobre ella.
Trump estaba poniendo a prueba a Strawn para ver cuál era su reacción, algo que hacía a menudo con las personas de su círculo. Sin embargo, no obtuvo mayor respuesta y cambió de tema rápidamente. Hablaron entonces de la visita de Trump a Iowa y acordaron que sería a principios de junio. La reunión, que según Strawn y Mills iba a ser más bien corta, se alargó más de cuarenta y cinco minutos. Parecía que el interés de Trump por la candidatura era genuino.
Pocos días después del discurso de Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora, mi jefe de redacción en Politico me dijo que entrevistara a Stone para preguntarle cómo sería la candidatura de Trump en 2012. Yo conocía a Stone porque había cubierto la escena política de Nueva York, y fuentes del Partido Republicano me habían comentado que el estratega había formado parte del equipo que había redactado el discurso de la conferencia. En la reunión, él reiteró que no trabajaba formalmente para Trump y se definió a sí mismo como un «observador». No obstante, durante el almuerzo expuso una visión muy meditada de la campaña. Trump se mostraría crítico con la guerra de Afganistán, que duraba ya una década, y partidario de endurecer las medidas estadounidenses contra China. A Trump no le gustaba viajar, advirtió Stone, ni tampoco trabajar a destajo, pero podría autofinanciar una campaña y aprovechar el creciente poder de las redes sociales. «Creo que incluso la gente a la que no le gusta siente cierta fascinación por él —me dijo Stone—. Es Donald Trump, despierta el interés público, así que no creo que tenga que ir a tomarse fotos con porcicultores para recabar apoyos».
Tras la publicación de mi artículo, recibí un correo electrónico del equipo de Trump con unas declaraciones contundentes e inesperadas: «Roger Stone apareció en las noticias hablando bien de mí y de mi candidatura a la presidencia. Me siento halagado, pero Roger no me representa ni forma parte del equipo de asesores de mi campaña», rezaba el mensaje. Yo me disponía a leer el texto completo cuando sonó el teléfono. Era Rhona Graff, la secretaria de Trump. Me dijo que Trump quería hablar conmigo: «Maggie —dijo él—, Roger Stone no habla en mi nombre». Básicamente recitó el texto del correo que yo acababa de recibir.
Yo no entendía nada. Stone nunca me había dicho que hablara en nombre de Trump en nuestras conversaciones y yo tampoco había escrito que así fuera. Trump estaba negando algo que nadie había afirmado. Si bien el asesor nunca se había descrito como la mente pensante de Trump —y siempre había dicho lo contrario en entrevistas y en sus artículos—, el magnate odiaba la idea de ser el títere de nadie, como descubrí posteriormente. Pugnando con Stone por ser la cara visible de la carrera política de Trump, Cohen, que tenía mucha menos experiencia, comenzó a trazar su estrategia para «dar forma» a la campaña de 2012, 7 algo similar a lo que Stone había hecho por primera vez veinticinco años atrás.8 Trump alentaba esta competitividad y solo le importaba que, cuando hubiera una lista completa, él tuviera la última palabra.
La respuesta de los medios fue valorar seriamente la candidatura de Trump. En marzo, la periodista Ashleigh Banfield de ABC News lo entrevistó en su avión privado y le preguntó sobre las especulaciones alrededor de los orígenes de Obama.9 Trump dijo que «albergaba una pequeña duda, muy pequeña» sobre el lugar de nacimiento de Obama, porque «había crecido allí, pero nadie lo conocía». De lo que él se quejaba era de que «toda la gente que insinuara que las teorías eran ciertas sería tachada de necia».
Cuando se emitió la entrevista en el programa Good Morning America, la contribución de Trump a la teoría del birtherismo (del inglés birth, ‘nacimiento’) le valió un minuto de gloria en las noticias. A diferencia de otras provocaciones que había verbalizado en entrevistas pasadas, en esta ocasión no había sido algo improvisado. Desde su discurso en la Conferencia de Acción Política Conservadora, Trump había estado explorando el mundo de las teorías conspiranoicas como subcultura. Quiso tener una conversación con Joseph Farah, el fundador del portal WorldNetDaily, conocido por ser un medio de derechas que difundía rumores, y más tarde con Jerome Corsi, que preparaba un libro sobre esa misma teoría que llevaba por título Where’s the Birth Certificate? The Case That Barack Obama Is Not Eligible to Be President.10 Stone insistió en que él no le había dado la idea a Trump11 y reiteró que le había advertido de que lo tildarían de racista.12 Sin embargo, en público afirmó que le parecía una idea «brillante» para contentar a las bases derechistas.13
Los republicanos se habían quejado durante casi tres años de que nadie había reprendido a Obama cuando este había dicho que los votantes blancos de zonas rurales se aferraban «a las armas, la religión y la antipatía hacia la gente diferente». Los conservadores pensaban que McCain no había sido lo bastante contundente con el entonces presidente. Dicho eso, la mayoría de los comentaristas conservadores, incluso voces con estilos sagaces como Andrew Breitbart14 o Ann Coulter,15 se burlaron de Trump por cuestionar la legitimidad de Obama como presidente. Pero él siguió a lo suyo, encantado con los titulares.16 «Lo hemos estudiado muy de cerca. Su familia ni siquiera sabe en qué hospital nació. Esto lo sabéis, ¿verdad? ¿Sí o no? A los hechos me remito. Está todo por escrito», dijo Trump para el portal The Daily Caller, fundado por el periodista conservador Tucker Carlson hacía apenas un año. Trump iba viniéndose arriba con cada entrevista y hasta llegó a afirmar que había enviado a un grupo de investigadores a Hawái para buscar el certificado de nacimiento y que «no se podían creer lo que habían encontrado».17
Aunque se burlaban de la sinvergonzonería de Trump, los medios tradicionales no dejaban de cubrir la historia, pensando que serviría para educar al público sobre la importancia de verificar los hechos ante los rumores. (En realidad, Obama había compartido una copia de su certificado de nacimiento en 2008).18 Sin embargo, eso no hizo más que avivar la mentira, que trataba torpemente de ocultar su verdadera intención: demostrar que el primer presidente negro no tenía derecho a ostentar el cargo.
El 23 de marzo, seis días después de que Trump hubiera hecho pública su postura frente a la teoría del nacimiento de Obama, Strawn anunció que Trump sería el cabeza de cartel del Lincoln Day Dinner del Partido Republicano en Iowa.19 El estado sería el primero en celebrar el caucus, así que la politiquería se iba a poner interesante. De golpe, a Trump le interesó la idea de ampliar el alcance de su operación política. Trató de persuadir a Fabrizio para que dijera que trabajaría en una hipotética candidatura, pero Fabrizio declinó educadamente la oferta. (De hecho, acabaría ofreciendo sus servicios a otro candidato). Un viejo amigo de la familia, el experto en estrategia política Dick Morris, le sugirió a Trump que hablara con un encuestador republicano llamado John McLaughlin y con su hermano Jim.20 Los dos habían trabajado para el alcalde de Filadelfia Frank Rizzo. Rizzo había sido comisario de policía en Filadelfia cuando Trump había estudiado allí y se había erigido en el símbolo de la política de victimización de los blancos, enarbolando el discurso a favor del endurecimiento de las leyes.21
John McLaughlin intentó recordarle a Trump que, si apostaba por presentarse, tendría que abandonar el programa The Celebrity Apprentice, un subproducto de The Apprentice en el que competían famosos de segunda o personas a las que se les había pasado el momento de gloria. Trump mantenía que McLaughlin estaba equivocado, pero era lo único que lo calmaba en esas conversaciones, aunque fuera por un momento. Terco, Trump siguió pidiendo a los hermanos que trazaran un plan de campaña al que ceñirse en caso de que decidiera postularse. Algunas personas de su círculo pensaron que se trataba de otra treta, pero el semblante con el que se presentaba ante los McLaughlin parecía el de un candidato serio.
A pesar del trabajo que requerían las labores de preparación de una campaña electoral, pocos o ninguno de sus consultores estaban siendo remunerados por su trabajo. Todos se estaban dejando la piel gratis para preparar su campaña.
Para ello, tuvieron que averiguar su punto de vista sobre diversos temas. Trump opinaba que la economía estaba desinflada y el déficit presupuestario, por las nubes. A diferencia de Obama, él no era partidario de buscar nuevos acuerdos de libre comercio. La inmigración no le preocupaba demasiado y, cuando Jim McLaughlin le preguntó qué pensaba sobre temas sociales como el aborto, Trump comentó que se había vuelto provida después de que unos conocidos de Melania y él hubieran estado a punto de abortar.
Nunca contento con tener a una sola persona dedicada a una tarea, Trump empezó a llamar a la encuestadora republicana Kellyanne Conway para que lo asesorara.22 Trump la había conocido a través de su marido, George, un abogado que solía trabajar en los círculos legales conservadores.23 Los Conway eran propietarios de un departamento en una torre que el promotor había construido cerca de la sede de la ONU, y cuando otros residentes quisieron prescindir del nombre de Trump para referirse al edificio, George había salido en su defensa. El empresario pidió a George que formara parte de la junta directiva del edificio, pero este no quiso asumir la responsabilidad y propuso a su esposa para el puesto. La cartera de clientes de Kellyanne estaba formada sobre todo por candidatos evangélicos y causas socialmente conservadoras, por lo que ella se ofreció a ponerlo en contacto con líderes del evangelismo.24
Trump se esforzó por tender puentes con otros sectores de la política republicana. A pesar de que sus donaciones benéficas eran bastante pobres25—en ese momento, también lo era su capacidad de recaudar fondos—, Trump dio dudosas garantías al flamante presidente del Comité Nacional Republicano, Reince Priebus, de que los ayudaría a solventar sus problemas de liquidez recaudando fondos por valor de seis cifras en su club de golf de Virginia. La garantía disipó el riesgo de que Priebus reprendiera públicamente a Trump por sus contribuciones a la teoría de los orígenes de Obama, a pesar de que Priebus le había pedido en privado que dejara de darle promoción. Al final, Trump nunca llegó a cumplir la promesa de recaudar esos fondos.
Tras un mes de trabajo, los McLaughlin regresaron con un plan para que Trump pudiera comenzar su campaña antes del 25 de mayo. Recomendaron a un antiguo miembro del equipo de Rudy Giuliani, Jason Miller, como director de campaña, y a un operador de Nuevo Hampshire, Corey Lewandowski, como director estatal. La falta de una infraestructura política profesional ya era evidente: la reducida esfera de asesores de Trump no estaba en absoluto preparada para hacer frente al escrutinio rutinario de la prensa, que indagó en su registro histórico de votos y su historial de cambios de partido.
Los medios nacionales se mostraban muy escépticos con su candidatura, más si cabe con el resultado de la misma, pero no dejaban de prestar atención al relato que se estaba gestando. Trump se esmeró en alimentar el interés en su posible candidatura filtrando información sobre sus finanzas. Incluso compartió declaraciones de su equipo imposibles de verificar y difíciles de desgranar, según las cuales su patrimonio ascendía a más de 7000 millones de dólares (algo sobre lo que la prensa sí quería informar). En una entrevista tras otra, Trump se dedicó a describir todo lo que haría si salía elegido como presidente, con terminología que no guardaba relación alguna con los poderes ejecutivos. Sin embargo, pocos periodistas consiguieron —o intentaron con todas sus fuerzas— que Trump concretara cómo pensaba lograr sus objetivos.
Trump comenzó a escalar en las encuestas en plena polémica sobre la teoría de los orígenes de Obama. En un acto electoral del Tea Party en Boca Ratón a mediados de abril de 2011, en el que también participó Stone, su discurso giró en torno a la obligación del presidente Obama de publicar el documento completo de su certificado de nacimiento, puesto que, según él, contenía información diferente a la copia reducida que se había compartido.26 Los asistentes le compraron todo el discurso, y al entrar en la limusina tras el mitin, el magnate exclamó: «¡Guau, fue increíble!».27 En pocas semanas, Trump consiguió que la teoría del birtherismo llegara a los medios tradicionales, hasta el punto de que Obama decidió pronunciarse al respecto. Tras días respondiendo preguntas sobre su certificado de nacimiento, la Casa Blanca publicó una copia del certificado completo enviada por la Secretaría de Estado de Hawái.28 El presidente declaró a la prensa que quería zanjar el asunto y evitar que «charlatanes de feria» siguieran difundiéndolo y convirtiéndolo en una distracción.
Ese mismo día, Trump fue a Nuevo Hampshire, donde tendrían lugar las primeras primarias para la nominación. Al descender de su helicóptero en Portsmouth, una multitud de reporteros lo esperaban en el hangar, una escena similar a la de su visita en 1987. Pero en esta ocasión, Trump no habló sobre la posición del país a nivel global o sobre cuestiones económicas, sino que se mostró sorprendido y se jactó de haber logrado que Obama hiciera público su certificado de nacimiento. «Conseguí algo que ninguna otra persona había logrado», dijo. Entonces, lanzó una pregunta que enfrentaría a la prensa de nuevo: ¿qué se sabía del expediente académico del presidente? Si Obama se molestó por haber tenido que lidiar con Trump en aquel asunto, no lo compartió con su equipo, sino que lo tildó de distracción frustrante.
Yo seguí a Trump durante su visita por Nuevo Hampshire. Me sorprendió que, a pesar del gran recibimiento del hangar, el candidato no parecía estar muy por la labor del objetivo del viaje. Le sacó la vuelta a una reunión con activistas locales, uno de los motivos principales de su visita de veinticuatro horas, para atender una llamada relacionada con la Trump Organization. En uno de los últimos actos, en una cafetería de Portsmouth, vi cómo dejaba de saludar a sus votantes para plantarse frente a una gran pantalla de televisión que había localizado. La NBC hablaba del certificado de nacimiento de Obama. Se quedó ahí en medio durante el tiempo suficiente como para que dejara de parecer un numerito para la prensa y se notara que la noticia le interesaba de verdad. «Lo tengo claro, lo publicó gracias a Trump», dijo de Obama.
Y ahí se terminó su visita: Trump volvió a montarse en la limusina negra que lo había paseado todo el día, bajó la ventanilla de atrás y se asomó con esa inconfundible sonrisa del gato de Cheshire, dando a entender que había quedado encantado con su visita.
Unos días después de su viaje a Nuevo Hampshire, Trump fue a Washington para asistir a la cena de corresponsales de la Casa Blanca, un evento de etiqueta, en calidad de invitado de The Washington Post.29 Al llegar, el magnate confesó a la prensa que esperaba algún comentario sarcástico por parte de Seth Myers, el comediante estrella del programa Saturday Night Live, al que habían contratado para actuar durante la velada.30
Sin embargo, el presidente también figuraba en la agenda como una de las intervenciones de la noche, que normalmente solían ser de corte cómico, y Obama optó por dedicar su comparecencia a criticar a Trump. Lo primero que hizo fue proyectar su certificado de nacimiento en las pantallas gigantes del evento. Mientras la música retumbaba a todo volumen en el salón de baile, Obama dijo entre risas: «Bueno, sé que recibió críticas últimamente, pero pueden estar seguros de que nadie está más contento y orgulloso de haber zanjado el asunto del certificado que el propio Donald. Porque ahora puede centrarse en cosas realmente importantes: ¿llegamos de verdad a la luna? ¿Qué pasó con el ovni de Roswell? ¿Cuál es el actual paradero de los raperos Biggie Smalls y Tupac?».
Entonces, el sarcasmo de Obama subió de nivel: «Bromas aparte, obviamente, todos conocemos sus credenciales y su largo recorrido —el público seguía riendo—. Como… sí, eso, hace poco en un episodio de The Celebrity Apprentice, en el asador, el equipo de los hombres no terminó de impresionar al jurado de Omaha Steaks. Había culpables de sobra, pero usted, señor Trump, supo ver que el verdadero problema era la falta de liderazgo. Así que no culpó a Lil Jon o Meatlof, sino que decidió despedir a Gary Busey. Y decisiones como esa no se toman todos los días; buena gestión, sí señor».
La cara de Trump era un poema: el ceño ligeramente fruncido, como si hubieran esculpido su rostro en una piedra. El público se dio la vuelta para ver su reacción. Él consiguió sonreír entre dientes y saludar tímidamente, pero nada más. Abandonó el lugar poco después de la cena, y no asistió a la celebración posterior.31 En su momento, Trump y su equipo insistieron en que estuvo muy a gusto, porque fue el centro de atención.32 Pero años después, y en privado, un asesor tras otro fueron reconociendo que Trump no soportó que tres mil personas se rieran en su cara y tuviera que estar ahí sentado aguantando las pedradas. Humillado, reiteró a un colaborador que toda la culpa había sido de Obama por no hacer público el certificado antes. «Yo no le hice nada —reprochó Trump—, el problema se lo buscó él».
Cuando llegó la Sweeps Week, la segunda semana de mayo, el periodo en el que se miden las audiencias de la televisión nacional para fijar las tarifas publicitarias, los ejecutivos de la NBC se habían aburrido de la fijación de Trump con el tema de los orígenes de Obama. The Apprentice había tenido un éxito inesperado entre la audiencia afroamericana, pero ese éxito corría peligro tras los ataques de su conductor al primer presidente de raza negra. Trump no estaba dispuesto a abandonar la franquicia televisiva que lo había devuelto a las portadas, y tampoco estaba preparado para buscar otro rumor después de ver cómo Obama había zanjado el tema del certificado de nacimiento. Así que ordenó a Cohen enviar un comunicado que acabó definitivamente con las especulaciones avivadas durante meses: «Tras reflexionarlo largo y tendido, decidí no presentarme a la presidencia. Es una decisión difícil, imposible de tomar sin albergar dudas, especialmente cuando las encuestas respaldan mi candidatura situándome a la cabeza de los aspirantes republicanos en todo el país».33
La reacción de los políticos de Nueva York y de gran parte de la prensa nacional fue compartida: se veía venir. En general me sentí bastante molesta, puesto que yo me había tomado en serio su candidatura. Había invertido mucho tiempo en lo que, para las personas que mejor lo conocían en Nueva York, había sido claramente un globo que se había desinflado.
Que Trump descartara presentarse ese año no fue impedimento para que Stone volviera a poner sobre la mesa la posibilidad de hacerlo al margen del bipartidismo. En un memorando que hizo llegar a Trump, titulado El agresivo ascenso de Trump en 2012, el estratega argumentó que «los terceros partidos habían fracasado por tres razones: bajo rendimiento, carácter regional (Strom Thurmond, George Wallace) o candidaturas ideológicas o de protesta (Teddy Roosevelt, John Anderson, Ralph Nader). Todas esas aventuras se habían producido antes de la era digital y la televisión por cable. La capacidad de Trump para conectar con el votante medio a través de los medios electrónicos no tenía parangón».
En enero de 2012, Trump decidió que no quería empezar a recoger firmas para presentarse. Insistía en que «no era por el dinero», pero que prefería respaldar a un candidato con más posibilidades. A pesar de su victoria en las primarias de Nuevo Hampshire, Romney se quedó estancado alrededor del 25% de apoyo entre los votantes republicanos de todo el país.34 El expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich, que se había reinventado a sí mismo como una especie de rebelde, se erigió como alternativa. El apoyo de Trump podía beneficiar a Romney, cuyos asesores estratégicos también tenían interés en evitar que un rival en potencia terminara emprendiendo una candidatura independiente.
Durante las negociaciones con los asesores de Romney, Cohen exigió que el acto de respaldo se celebrara en una propiedad de la marca Trump, en Florida. Pero al equipo de Romney le preocupaba perder las primarias en ese estado y no quería llamar mucho la atención sobre el territorio. Sugirieron Nevada, un estado de caucus con un gran electorado mormón que auguraba un buen resultado para Romney, además de ser un estado en el que Trump había obtenido resultados relativamente buenos.35 Las dos partes se dieron cita en el Trump International Hotel del Strip de Las Vegas, el centro neurálgico de la ciudad, donde se colocó un telón de fondo azul y banderas para cubrir el extravagante diseño del vestíbulo. Romney se quedó sin palabras. «Hay cosas que jamás te imaginas que vivirás, y esta es una de ellas», comentó.36 De la persona que le tendía la mano, dijo: «Es una de las pocas personas que ha tenido el valor de decir que China no está jugando limpio. Están robándole el trabajo a los americanos, se saltan las reglas».37
La aparición tuvo un efecto embriagador en Trump, por lo que quiso implicarse más en la candidatura de Romney. Su equipo rechazó la petición del magnate de participar en actos políticos, y le ofreció a cambio grabar unos mensajes automáticos con contenido dirigido a un grupo de estados.38 Más tarde, Trump quiso aparecer en la Convención Nacional Republicana, pero los asesores de Romney a cargo de la organización solo aceptaron que apareciera en uno de los videos. Para el clip, él decidió que contrataría a un actor negro para representar a Obama y que se grabaría «despidiéndolo», como en The Apprentice.39 Cuando los actos de la primera noche se tuvieron que cancelar por un huracán que se cernía sobre Tampa,40 los asesores de Romney respiraron aliviados.41
Semanas antes de las elecciones, la revista Mother Jones publicó un video en el que se veía a Romney dar un discurso en una recaudación de fondos privada. «Un 47% de la gente votará al presidente firmemente —decía el candidato a los donantes—. Un 47% están de su lado, dependen del Gobierno, se comportan como víctimas; creen que el Gobierno tiene la responsabilidad de cuidar de ellos, que tienen derecho a recibir asistencia médica, alimentos, una vivienda, ¡todo!».42
Observadores de todo el espectro político usaron el video para señalar la debilidad de Romney, un hombre de negocios rico sin contacto con los votantes de clase trabajadora, tan necesarios para lograr una coalición mayoritaria ganadora. «¿Cómo se le ocurre insultar a la mitad del país?», preguntó Trump desde su despacho. A los pocos días de las elecciones de 2012, Trump había registrado un eslogan bastante recurrente en política, que habían utilizado especialmente personas como Ronald Reagan y Bill Clinton: «Make America Great Again» («Que América vuelva a ser grande»). En enero de 2013, Trump recibió la visita en Las Vegas de Aras Agalarov, un oligarca azerbaiyano-ruso, y su hijo Emin, una estrella del pop que trabajaba en la empresa inmobiliaria de la familia.43 Ese mismo año, el concurso Miss Universo, del que Trump era copropietario junto con la NBC, se celebraría por primera vez en Rusia, y Trump había pedido ayuda a los Agalarov para organizarlo en una de sus propiedades de Moscú.44 El mayor del clan mantenía lazos con el presidente Vladímir Putin, y Trump esperaba que su aparición en el concurso le ayudara a cumplir un sueño que siempre había tenido: llevar a cabo un proyecto en la capital rusa.45 «¿Podremos ser mejores amigos?», se preguntaba Trump en Twitter. El hecho de que Putin no le concediera una reunión no mitigó sus ambiciones. «Pasé un fin de semana fantástico con usted y su familia —tuiteaba etiquetando a Aras Agalarov—. TORRE TRUMP EN MOSCÚ… ¡próximamente!».
Años después, el viaje de Trump a la capital rusa iba a ser objeto de un atento escrutinio federal, y sus adversarios políticos compilaron un documento repleto de afirmaciones escabrosas e infundadas.46 Pero, por el momento, la mayor amenaza provenía de investigaciones locales y estatales sobre fraudes que, a priori, Trump había cometido en varios de sus negocios.
En Nueva York, el fiscal de distrito Robert Morgenthau, amigo del magnate durante décadas, se había retirado en 2009. Poco después, su sucesor Cy Vance había abierto una investigación sobre el Trump SoHo, un proyecto hotelero y de viviendas inaugurado en 2010.47 Los inquilinos habían demandado a la Trump Organization alegando «malas praxis comerciales». El abogado de Trump, Marc Kasowitz, presionó directamente a Vance para que archivara el caso e hizo dos donaciones a su campaña, aunque este acabó devolviendo el dinero.48
Vance decidió no llevar el caso ante un gran jurado.49 En última instancia, el fiscal debió de considerar que se trataba de un caso complicado, dado que, en el pleito relacionado con las viviendas, los Trump y sus socios habían llegado a un acuerdo por el cual los demandantes se comprometían a no cooperar con la fiscalía a menos que los citaran. Además, Vance ya había sufrido una derrota de alto nivel en un caso diferente no hacía mucho. Al final, aquella fue la enésima investigación relacionada con Trump que no llegó a ninguna parte.
En esa misma época, Trump se enfrentó a la amenaza de una investigación independiente de la fiscalía general en algunos estados grandes del país. El objetivo de todas esas pesquisas era la Trump University, una institución académica nacida en 2005 que se vanagloriaba de ofrecer formación sobre el mundo inmobiliario, y que había estafado a los estudiantes entregando titulaciones no oficiales ni homologadas.50 En 2010, Greg Abbott, fiscal general de Texas, abrió una investigación administrativa sobre «posibles prácticas comerciales engañosas»,51 pero el repentino cierre de la institución en el estado llevó al fiscal texano a dejarlo en paz.52 Ese año, Trump donó 35 000 dólares a la campaña de Abbott a gobernador.53
En Nueva York, en cambio, el fiscal general Eric Schneiderman fue más persistente, a pesar de que la Trump University había dejado de tener presencia allí en 2011.54 Para intentar hacer desaparecer la posible demanda civil, Trump contrató a Avi Schick, quien había formado parte de la transición de Schneiderman. Su nuevo representante propuso un acuerdo; se hablaba de alrededor de 500 000 dólares, pero Trump prefirió que su abogado pisara el acelerador. Para las negociaciones con el fiscal general, Trump decidió destituir a Schick, un judío ortodoxo con sobrepeso al que el magnate reprobaba por su aspecto físico, y trabajar con Kasowitz.
Pero no se llegó a ningún acuerdo. En agosto de 2013, Schneiderman presentó una demanda contra la Trump University por fraude y estafa. Trump abandonó la estrategia pactista y se dispuso a contratacar. En diciembre, interpuso un par de demandas por deshonestidad contra Schneiderman.55 En ellas alegó, de forma enrevesada, que el fiscal había utilizado la investigación como mecanismo para coaccionarlo a él y a su familia para que contribuyeran a la campaña, y luego los había castigado por no hacerlo. Aquel fue un indicio revelador de la opinión de Trump sobre el funcionariado, incluidos fiscales e investigadores. Su fundación donó 25 000 dólares a uno de los comités de campaña de la fiscal general de Florida, Pam Bondi, que había considerado unirse a la demanda de Schneiderman, pero que finalmente lo había rechazado.56 (Durante la misma época, también envió donaciones de cuatro cifras a la fiscal general de California, la demócrata Kamala Harris. Su equipo finalmente decidió no tomar medidas contra la institución académica,57mientras que sí investigó a otras entidades educativas con ánimo de lucro).58 «Como hombre de negocios y donante generoso de personas muy influyentes, tienes que saber que, cuando das, hacen lo que te da la gana —dijo Trump más tarde—. Como hombre de negocios, me resulta bien que sea así».59
A diferencia de sus campañas frustradas a la presidencia, tras las cuales se había apartado de la política, en 2012 Trump no desapareció; al contrario, su interés aumentó. El empresario parecía aburrido de un negocio que se había alejado hacía años del mundo inmobiliario para pasar a centrarse en mejorar la marca de su apellido.
Trump empezó a recurrir a asesores para aumentar su presencia en internet. Un protegido de Stone llamado Sam Nunberg se encargó de entablar relación con medios conservadores que no tenían una afinidad orgánica con el potentado, como los portales de noticias Breitbart o The Daily Caller. Trump, sin embargo, seguía desdeñando todo lo que no fuera el tipo de medio de comunicación que predominaba cuando él era una figura pública, es decir, un periódico de una gran ciudad, una revista de chismes sobre famosos o un canal de televisión. Cuando Nunberg imprimía artículos sobre él que había conseguido publicar, Trump le reprochaba: «¿Tienes algo que sea serio?».
Aunque echaba pestes de los nuevos medios digitales, Trump estaba encantado con las redes sociales, con las que experimentaba a menudo. Justin McConney, el joven hijo del interventor de la empresa de Trump, había visto lo extrovertido que el empresario había estado durante el programa de radio de Howard Stern, en el que la conversación había sido fluida y deslenguada. McConney pensó que podía trasladar esa actitud a la red, aunque ahora siendo dueño y señor de su discurso. Por eso empezó a animar a Trump a grabar videos hablando directamente a la cámara, para luego publicarlos en un canal de la empresa en YouTube.60 Sin embargo, a Trump lo atraía más la fácil métrica del éxito y el fracaso de Twitter. Hacía un seguimiento de su número de seguidores y retuits, e iba poniendo a prueba su contenido para averiguar qué le funcionaba. Empezó publicando tuits que propagaban rumores, metiendo cizaña sobre la ruptura entre los jóvenes actores Kristen Stewart y Robert Pattinson, poniéndose del lado de este último, a pesar de que su objetivo era hacer promoción del concurso Miss Universo. Cuando McConney sugirió que Trump retransmitiera en directo por Twitter un debate entre Obama y Romney, Trump aceptó encantado.61 Con el tiempo, empezó a responder directamente cuando se sentía atacado. (Su primer tuit sobre mí lo publicó justo antes de la jornada electoral de 2012, en respuesta a mi reportaje en Politico sobre un ejecutivo de Chrysler que lo tildó de «mentiroso» por acusar a Obama de ser un «negociador nefasto». El artículo no daba mucho más de sí, pero Trump publicó que yo era «una reportera de tercera y que @politico era mi lugar, con el resto de los perros falderos de Obama»).
Pocos meses después, Trump, que no solía usar el correo electrónico y tampoco era muy ducho con la tecnología, publicó el primer tuit escrito por él mismo a través de un teléfono Android. En ciento cuarenta caracteres, dio las gracias a una actriz que le había dedicado buenas palabras. Tiempo después, McConney comparó ese momento con la escena de la película Parque Jurásico en la que los dinosaurios descubren que pueden abrir una puerta por sí solos.62 En el caso de Trump, no tener que depender de su equipo significaba que ya nada se interponía entre él y sus impulsos más oscuros,63 como cuando se metió con la actriz de los años cincuenta Kim Novak por sus retoques estéticos y le provocó una profunda depresión. (Trump se disculpó en privado tras un comunicado de Novak en el que lo acusaba de abuso).
Una mañana de diciembre de 2013, Meredith McIver le envió un correo electrónico a Nunberg. «A DJT le gustaría saber por qué ayer ganó seis mil seguidores —escribía—. Vi que los tuits de Pete Rose y Mandela funcionaron bien. Las citas que escribe también funcionan —seguía—. Cuando habla de gente o asuntos de Nueva York (Graydon Carter, el fiscal general, etcétera), no tiene tanta repercusión. Entiendo que es porque tiene muchos seguidores de todo el mundo que no saben quién es esa gente ni tienen interés en saberlo, pero ¿hay otros motivos? (No tiene prisa, solo para que sepas que quiere saberlo)».
Pese a ese mensaje de McIver, Trump no se cerraba puertas en Nueva York. Ese otoño, Trump había recibido un informe de un asambleísta del norte del estado, Bill Nojay, que, como muchos republicanos, estaba angustiado por la incapacidad de su partido para encontrar un candidato con garra que amenazara la reelección de Andrew Cuomo como gobernador en 2014.64 Según él, Trump encajaría a la perfección: «Debe pasar de ser una figura del entretenimiento a convencer a los votantes de que puede ayudarlos a conseguir trabajo, pagar sus impuestos, educar a sus hijos y velar por su seguridad», escribió Nojay. Stone insistía en que Trump debía seguir centrado en llegar a la presidencia, pero la realidad era que ese puesto le ayudaría a lograr su objetivo final. «Nadie en la historia de Estados Unidos ha entrado en la Casa Blanca sin haber ocupado antes un alto cargo público (Grant y Eisenhower no habían ocupado otros cargos políticos, pero sí fueron generales en tiempos de guerra; todos los demás habían ocupado cargos estatales o nacionales antes de lograrlo) —argumentó Nojay—. La edad lo acompaña, es el momento perfecto: ahora o nunca».
Trump sopesó incorporarse a la campaña, especialmente cuando New York Post hizo público parte del mensaje de Nojay, pero nunca llegó a decidirse del todo. Hizo varios viajes al norte y el oeste del estado para dar un par de discursos sin mucha enjundia. Las conversaciones con el presidente del Partido Republicano del estado de Nueva York, Ed Cox, revelaron que Trump no entendía el proceso de selección de los candidatos; él suponía erróneamente que Cox le podría despejar el campo antes de una convención, que era la única forma en que Trump quería presentarse. Aunque afirmaba que estaba dispuesto a financiar una campaña, el empresario no se comprometía a aportar una cantidad de dinero sustancial. Cuando Cohen se puso en contacto por primera vez con Cox para expresar el interés de su cliente en las elecciones, dijo que el presupuesto era de 30 millones de dólares. Unas semanas más tarde, el abogado le dijo a Cox que Trump estaba dispuesto a ceder el control de su empresa a sus hijos, pero que invertiría tan solo 5 millones en su campaña. Cuando el propio Trump se reunió con los presidentes republicanos de los condados, habló de destinar 15 millones, pero reiteró que lo haría siempre y cuando pudiera recuperarlos si le fueran necesarios.
Pese a seguir barajando la posibilidad de entrar en campaña, el equipo de Trump albergaba dudas de si lograría derrotar a Cuomo, un gran candidato en un estado con abrumadoras tendencias demócratas. Cuando Kellyanne Conway realizó una encuesta para el grupo Citizens United, los resultados fueron un tanto contradictorios. «Al estado de Nueva York le encantan las familias y los políticos famosos: los Kennedy, los Moynihan, los Buckley, los Clinton, y ahora los Cuomo —comentaba—. Donald Trump encaja en esa categoría, y cuenta con el dinero y las agallas de competir si decide presentarse. Puede que tenga que convencer a algunos escépticos tras ese primer intento de presentarse a la presidencia. De hecho, si tienen que elegir, los neoyorquinos tienen más del doble de posibilidades de instar a Trump a presentarse a gobernador del estado (27%) que a presidente (12%). La inmensa mayoría, sin embargo (y a los hechos me remito), prefiere una tercera opción: que no se presente a ninguna de las dos».65
Tras meses de observación, Cox tuvo claro que Trump no estaba lo suficientemente comprometido con la candidatura, y que no tenía la disciplina política necesaria para meterse al estado en la bolsa. En marzo de 2014, viajó hasta Mar-a-Lago para hacerlo partícipe de sus dudas. Trump montó en cólera, y ni siquiera terminaron de cenar. Al día siguiente, Trump anunció que retiraba su candidatura a gobernador.
Sus esfuerzos volvieron a centrarse en la presidencia. Esa primavera, Bill Palatucci, uno de los principales asesores del recién reelegido gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, le avisó de que este utilizaría el club de golf de Trump en Bedminster para recaudar fondos para el gobernador de Iowa, Terry Branstad. Como agente externo en Washington, Christie se había labrado una reputación por enfrentarse con los sindicatos de funcionarios de Nueva Jersey. Era conocido por sus enfrentamientos tensos con la ciudadanía en las asambleas municipales, y su estilo de confrontación fascinó a toda una corriente de republicanos tras la contienda de 2012. Ese año, Christie había renunciado a presentarse a las presidenciales, pero, con la mirada fija en 2016, utilizaba su flamante cargo como presidente de la Asociación de Gobernadores Republicanos para tejer relaciones en todo el país. Esta vez, a diferencia de otras ocasiones, cuando Trump se enteró de que la recaudación de fondos era para el gobernador de Iowa, preguntó si podía asistir. «Por supuesto», dijo Palatucci.
A espaldas de Palatucci, Nunberg había intentado muchas veces dañar la imagen de Christie en los medios conservadores. Era casi seguro que el gobernador se presentaría a las presidenciales de 2016 y, como persona del norte con una postura moderada en algunas cuestiones clave y un espíritu combativo, ocuparía un espacio similar al de Trump en unas primarias. Este, por su parte, era consciente de que Nunberg había enviado a medios como Breitbart investigaciones que ponían en duda la buena fe conservadora de Christie, sobre todo en materia de inmigración.
Durante la recaudación de fondos, Christie se sentó a un lado de Branstad, y Trump al otro. Trump escuchó en silencio los comentarios del gobernador de Iowa, así como la sesión de preguntas y respuestas posterior. Cuando terminó, se acercó a Palatucci: «Bill, un gran evento —le dijo—. ¿Te importa si me quedo cinco minutos a solas con Terry?». Palatucci accedió y ambos se ausentaron un momento para conversar. Fue el primero de muchos casos en los que Trump intentó usar a Christie para conseguir sus propios objetivos.
Branstad volvió a salir electo de manera holgada ese otoño. La victoria garantizó que, cuando la población de Iowa diera comienzo al ciclo electoral de 2016, él sería la figura más importante del estado.66
Los republicanos disfrutaron de un noviembre triunfal: recuperaron el control del Senado, afianzaron su ventaja para la Casa Blanca y consiguieron nuevas mayorías en diez estados.67 Además, la forma en que lo hicieron supuso un giro radical respecto al plan de remontada que había urdido el Comité Nacional Republicano apenas un año antes. Tras la derrota de Romney, el presidente del comité, Reince Priebus, había encargado un informe de «autopsia» para aprender de sus errores.68 La principal recomendación estratégica del Growth and Opportunity Project había sido que los republicanos atrajeran mejor a la creciente población latina del país, sobre todo moderando su discurso en materia de inmigración.
Pero lejos de obedecer al comité, algunos de los candidatos más prominentes del partido en 2014, como el recién elegido senador de Arkansas, Tom Cotton, advirtieron sobre las amenazas extranjeras y la seguridad fronteriza en sus discursos.69 Los avances de Estado Islámico contra el Gobierno iraquí durante el verano contribuyeron a avivar el miedo a los terroristas de Oriente Medio, y un brote de ébola en África Occidental en los meses previos a las elecciones llevó a los republicanos a exigir a las autoridades fronterizas que expulsaran a los viajeros procedentes de esa parte del mundo.70 Muchos de los candidatos que se pronunciaron sobre esos temas triunfaron, pues la sensación de amenaza que retrataban era compartida por un gran número de votantes. Los encuestadores me dijeron que no recordaban la última vez en la que tantos candidatos a nivel estatal y local habían ganado unas elecciones con una opinión pública tan desfavorable. El electorado estaba inquieto por los conflictos mal gestionados y por una crisis financiera en la que se había perseguido a pocos culpables, pese a los rescates masivos de las entidades de crédito. Los votantes no castigaron a los candidatos que atacaron con dureza a sus rivales. Lo veían venir.
Aquel era un entorno ideal para Trump, que en sus anteriores incursiones en la política electoral siempre había mostrado más destreza articulando aquello que le parecía mal en lugar de aquello que apoyaba. A principios de 2015, Trump hizo mucho más de lo que había hecho en las tres ocasiones anteriores en las que se había postulado públicamente para la Casa Blanca. Contrató los servicios de un nuevo director de campaña de Nuevo Hampshire: Lewandowski. Este operador y exasistente del Congreso había trabajado para Americans for Prosperity, la organización financiada por los hermanos Koch. Además, venía recomendado por David Bossie, el presidente de Citizens United. Una de las primeras acciones de Lewandowski fue llamar a John McLaughlin, el encuestador cuya campaña se había visto frustrada cuatro años atrás, para hacerle saber que había que empezar a tantear Iowa.
Poca gente se tomó en serio la candidatura de Trump a la presidencia; al menos, no tan en serio como él se tomaba a sí mismo. Tiempo después, cuando le pregunté a un conocido de Trump de toda la vida por qué había decidido volver a presentarse tras tantos intentos fallidos, me respondió sin dudarlo: «Cada día está más loco».