El cuerpo es devenir constante. De ahí parten los diálogos y los cuestionamientos de los autores de este libro. “Vivirlo —dice Kraus— implica ir y regresar, demoler y construir, preguntar para nunca dejar de preguntar. Vivirlo es sinónimo de movimiento; habitarlo es recorrer las hojas de los años sin saber cuándo fue ayer y cuándo será mañana” (p. 9).
Ciudad de México, 10 de noviembre (SinEmbargo).- Realidades y deseos es un ensayo donde la “realidad” es la característica vulnerable del cuerpo, y el “deseo” la posibilidad de incidir sobre él sin temer a las limitaciones. Susana Casarín y Arnoldo Kraus dialogan en los intersticios de la norma, ahí donde se reta la idea de un cuerpo terminado, unívoco, restringido por la convención. En el libro se evidencian las distintas posibilidades de asumir el cuerpo-mujer, de ir más allá de la división binaria que sólo es ineludible en apariencia; se habla constantemente de las transformaciones y el movimiento. Susana Casarín nos presenta narrativas de la experiencia trans y travesti, historias que vamos hilvanando poco a poco con sus sintéticas pero efectivas descripciones, en las que leemos el proceso de cada una de estas mujeres que han tenido que resistir al mundo violento que las rodea.
El cuerpo es devenir constante. De ahí parten los diálogos y los cuestionamientos de los autores de este libro. “Vivirlo —dice Kraus— implica ir y regresar, demoler y construir, preguntar para nunca dejar de preguntar. Vivirlo es sinónimo de movimiento; habitarlo es recorrer las hojas de los años sin saber cuándo fue ayer y cuándo será mañana” (p. 9). El movimiento es aquello que permite retar la norma y transformarla. Los cuerpos performan disidencias, oposiciones, posibilidades. Así, Susana Casarín los retrata sin poder atraparlos del todo; los cuerpos se difuminan en su tránsito por la existencia, casi inaprehensibles, pero identificables en su transformación; se mezclan unos con otros, en un diálogo corporal que es igual de inasible pero constante.
La visibilización de la experiencia de estos cuerpos valientes, no obstante, incluye también, y de manera inevitable, una visita a sus condiciones de existencia, a la vulnerabilidad que habitan. En las fotografías nos adentramos en su vida cotidiana, en sus casas, en la precariedad que habita en muchas de ellas. Las paredes se descascaran, una casa carece de baño, paredes grafiteadas con amenazas. Aun dentro de esto, entre las tonalidades azuladas de esas mismas paredes, hay algo confortable. Será quizá, por los vínculos que adivinamos en algunas fotografías, el apoyo que Casarín describe de madres, abuelos, hermanas, frente a la constante violencia.
El cuerpo es el lugar de lo privado, de las elecciones de Lenny, Erica y Agustín, de la valentía para incidir sobre sí mismas —el cuerpo como casa también es un leitmotiv de los ensayos—, vemos paralelamente la intimidad de sus hogares, de su manera de vivir, de las relaciones que establecen con su familia. Casa y cuerpo son lugares de lo político, de lo que significan sobre la emergencia donde la vulnerabilidad primaria no está siendo atendida. El cuerpo es donde se evidencia la poca libertad social que existe para decidir sobre uno mismo, y donde a pesar de todo, las mujeres de este libro toman decisione:. “Modificar el cuerpo original para renacer y reinventarse en otro es preámbulo de rebeldía” (p. 9). Haríamos la precisión de que es la rebeldía misma. Por eso, junto a estas realidades performadas, Casarin resalta la violencia a la que se enfrentan. Una violencia que se fragua por el miedo a que categorías obsoletas —y, por lo demás, absurdas— de una clasificación biológica binaria se caigan.
Para Judith Butler somos vulnerables puesto que somos cuerpos, estamos inevitablemente entregados al otro, y vivimos dramatizando las normas que rigen, anteceden y exceden a esos mismos cuerpos —performándolas para citarlas o para contradecirlas (Deshacer el género). Si bien nunca somos dueños del todo de esa carne que habitamos, y vivimos en el riesgo constante de perderla, es en los límites de la norma desde donde se puede subvertir la realidad. Por ello, se necesita de cierta autonomía, de cierto cuidado a nuestra vulnerabilidad primaria para tener la posibilidad de reconfigurarse más allá de la norma. Así, las historias que nos presenta Casarín, son parte de esa denuncia política constante desde el cuerpo. Las mujeres trans que habitan las fotografías hablan desde su cambio continuo, desde la decisión de retar los límites, pero también desde la precariedad, la vulnerabilidad no atendida. Son historias de cuerpos que se autoconfiguran a pesar de todo, que hacen visible la falla social que las ha dejado abandonadas, que no protege ese poder de cambio.
Las fotografías hablan a partir de la posibilidad de performar el ser mujer de distintas maneras, de lograr la libertad para hacerlo. También, de la relevancia de la sororidad frente a la violencia que se vive a diario. Así, entre las descripciones de las fotografías destacan: “Doña Marta, cómplice incondicional”, “La Flaca, Lenny y Nilda. Amigas que se protegen entre sí”, “La casa de su hermana es un refugio para ella”… y es gracias a esos retratos, a los vínculos que se vislumbran en los abrazos que las unen, que se devela el apoyo que han tenido gracias a la solidaridad entre hermanas, tan necesaria en este contexto. Desafortunadamente, esas maneras de ser mujer incluyen resistir a la violencia, al acoso, a la amenaza de muerte, todos conflictos que se retratan de distintas maneras en estas páginas.
El deseo, entonces, se presenta de manera ambigua. Ya hablamos del deseo como ideal de auto-conformación corporal, individual y política; pero en el libro también está el deseo violento, la objetivación, la amenaza, la cosificación, el acoso de cualquier cuerpo que se asume como femenino. Aparecen, entonces, los lugares de trabajo, el antro “Las palmeritas”, hoteles, cantinas, donde el deseo ajeno se puede transformar en riesgo. Leemos que Lenny murió infectada de VIH. Su muerte nos duele. En esta narrativa que se va entrelazando poco a poco, de distintas historias, tememos por todas, empatizamos con ellas y, sobre todo, las admiramos.
En cada fotografía vamos hilando la vida de Lenny, Erica, Agustín, Cynthia, vemos sus procesos de cambio, sus refugios. Casarin escoge fragmentos de historia que extienden los retratos, nos invita a buscar más detalles, a llenar los espacios en blanco para conocer mejor a cada una de estas mujeres. Deambulamos entre el dolor y la esperanza, entre aliados y enemigos de una posibilidad básica de existencia: la existencia del cuerpo libre, performado a su gusto. Las personas que conocemos en este libro, van más allá de lo que hay para performar la realidad que desean, empezando por su cuerpo. Aquí no hay algo definido ni “escrito en piedra”, aquí hay corporalidades que retan las normas más conservadoras incluso en lugares que son inhabitables.
El libro hace énfasis en la importancia de poner atención en la historia de la Otra, a empatizar con ellas, a buscar en el afuera los vínculos y los afectos que pueden ayudar a lidiar con la violencia. Es, de muchas maneras, un arrojar luz sobre la necesidad de atender la vulnerabilidad, pero también revalorar la resistencia, la admiración que suscita una cuerpa disidente, una transformación constante.