En la última década, el lago duplicó su tamaño debido sobre todo al aumento de las lluvias asociado con el cambio climático, según los científicos, y sus aguas son una amenaza cada vez más grande para los residentes de la zona. Ya se devoraron casas y hoteles, y trajeron cocodrilos e hipopótamos que se aparecen en las puertas de las casas y de las aulas.
Por Brian Inganga y Julie Waltson
KAMPI ya SAMAKI, Kenia (AP). — Winnie Keben se sentía bendecida por poder criar a sus hijos en la casa donde nació el padre de ellos, en Kampi ya Samaki, a cinco cuadras del lago Baringo.
El enorme lago, lleno de aves y de vida acuática en el Gran Valle del Rift, en una región volcánica semiárida de Kenia, siempre fue un oasis para sus habitantes. Atraía pescadores y turistas internacionales a esta comunidad a unas cinco horas de auto de Nairobi.
Pero en la última década, el lago duplicó su tamaño debido sobre todo al aumento de las lluvias asociado con el cambio climático, según los científicos, y sus aguas son una amenaza cada vez más grande para los residentes de la zona.
Ya se devoraron casas y hoteles, y trajeron cocodrilos e hipopótamos que se aparecen en las puertas de las casas y de las aulas.
“Esto no era así antes”, dijo Keben. “La gente se iba si crecían las aguas, pero pronto regresaba”.
Keben dijo que jamás pensó que tendría que irse para siempre.
Hasta que el lago se llevó casi todas sus cosas.
Un día Keben estaba quitándose el polvo del jardín en las aguas del Baringo. Había trabajado con su esposo en sus cultivos de maíz. Caía la tarde y se aprestaba a volver a su casa para preparar la cena.
De repente, algo se movió.
“Me agaché para lavarme la pierna derecha y vi un cocodrilo”, relató. “Pegué un grito y me caí al agua del susto”.
El cocodrilo la arrastró hacia adentro del lago mientras ella trataba de liberarse. Su esposo llegó corriendo. Ella luchaba por salir a la superficie.
Pudo sacar su mano y llamar la atención de su marido, quien se metió en el agua y empezó a tironear. El cocodrilo, sin embargo, no la dejaba ir.
Laban Keben insistió, una y otra vez. En el tercer intento, su esposa, la madre de sus hijos, perdió el conocimiento, según contó.
“La vi morir”, dijo el marido.
Laban Keben pensó en su hija, de solo seis meses, y en otros dos hijos.
Sin saber qué hacer, empezó a gritar, pidiendo ayuda. Otro individuo llegó con un machete y golpeó al cocodrilo, que, súbitamente, se alejó, soltando a Winnie Keban, que todavía estaba viva.
Lo único que quedaba de su pierna eran los huesos y algunos trozos de carne, según Laban, quien junto con otros lugareños llevó a Winnie al camino pavimentado más cercano para que la pudiesen trasladar a un hospital en auto. Llegaron a uno cuyos médicos dijeron que no estaban preparados para tartar una herida de esa magnitud.
Probaron en otros dos hospitales.
“Le dije a mi marido que recogiese a los chicos y los llevase a lo de mi madre. Sabía que no sobreviviría”, expresó Winnie.
Los médicos del tercer hospital le amputaron la pierna para salvarle la vida. Su madre estuvo a su lado hasta que la dieron de alta.
La familia tuvo que vender sus gallinas y cabras para pagar los costos médicos.
Mientras ella se recuperaba, siguió lloviendo. Y las aguas del lago asestaron otro golpe a los Keben: Inundaron sus tierras y su casa.
Finalmente se fueron de su comunidad.
Un residente de un pueblo vecino, Meisori, se enteró de sus padecimientos y ofreció recibirlos, en un gesto que ella agradece.
Haber tenido que irse de Kampi ya Samaki, donde nacieron su esposo y sus hijos, no obstante, es muy doloroso.
“Me encantaba ese sitio. Podía cosechar maíz con mi esposo y reunir dinero para la comida y la escuela de los chicos”.
Ahora que tiene una sola pierna, Winnie ya no puede trabajar en el campo. Su esposo gana muy poco cavando letrinas y trabajando en los campos de otros. Ella dio a luz a su sexto hijo el mes pasado.
“Ahora mendigamos tierras”, manifestó.
Baringo es uno de los diez lagos kenianos del Valle del Rift que se han expandido en la última década. Todo el sistema de grietas del África oriental, que va desde Mozambique hasta Uganda, se ha visto afectado. El desborde de los lagos sumergió pueblos enteros e islas, e hizo que los residentes se enfrenten cara a cara con feroces cocodrilos del Nilo.
La crecida de las aguas del lago desplazó a los ocupantes de más de 75.000 viviendas, según un informe del 2021 del ministerio del medio ambiente de Kenia y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Las inundaciones causadas por el Baringo han sido de las más severas, de acuerdo con el informe. Destruyeron más de 3.000 viviendas.
El lago sigue siendo una fuente importante de agua fresca para los lugareños, el ganado, la pesca y la vida silvestre. Pero los científicos temen que algún día se fusione con un lago salado cercano, el Bogoria, que también se expande, y se contaminen sus aguas.
Keben recuerda cuando la ribera del lago estaba a cierta distancia de su casa y los hipopótamos y cocodrilos jamás se acercaban.
“Nunca atacaron a personas ni animales”, dijo Keben. “Hoy atacan todo lo que ven”.
Keben, quien tiene 28 años, todavía tiene pesadillas con el ataque sufrido hace una década. Nunca regresó al pueblo de su familia, ni para hacer una visita corta. Razones no le faltan: El peligro de sufrir ataques de ese tipo aumentó y hay cada vez más cocodrilos e hipopótamos en Kampi ya Samaki.
No es inusual ver niños con cicatrices causadas por dientes afilados.
O gente como Keben, que perdió algún miembro.
Una cantidad desconocida de personas fallecieron.
Hace poco un hipopótamo arrastró a un niño de diez años, del que no se ha vuelto a tener noticias.
Keben asegura que jamás regresará a Kampi ya Samaki, por más que extrañe mucho su comunidad.
“Era mi casa”, dice con voz temblorosa.
*Watson informó desde San Diego.
NOTA DE REDACCIÓN: Este artículo es parte de una serie que explora la vida de la gente que se ha visto desplazada por la crecida de los mares, sequías, las altas temperaturas y otros factores causados o exacerbados por el cambio climático.