Susan Crowley
10/08/2024 - 12:04 am
El tirano de la ópera
Fama, éxito, fracaso, se miden a partir de la última función en la que una vez más se pone a prueba la voz. Puede haber trayectorias impecables, pero solo se recuerdan, la noche del triunfo en la que el público ovacionó de pie y la del fracaso en la que la diva fue abucheada.
Dentro de las cotidianas sesiones de música clásica en casa, la ópera tenía un sitio especial. Sin la pesada erudición de los “sabiondos”, mi madre inoculó en mí su pasión con sensibilidad y resaltando los momentos que me hacían emocionar hasta las lágrimas. Especialmente las divas como Callas y Tebaldi, cantando Butterfly y Mimí se convirtieron en mis primeras heroínas lacrimosas. Más adelante, me sentí compenetrada con Flagstad en Isolde, la hechicera irlandesa de Wagner. En especial atesoro el humor de mi madre relatando chuscas situaciones de las divas: “cuando vayas a la ópera, deja en el guardarropa dos cosas: tu abrigo y tu sentido común”. Los memorables pleitos de las divas con las compañías de teatro, contra los tenores, los jalones de pelos con los castrati, los desplantes y abandono a las compañías en medio de las funciones, sus estrellatos y declives, en muchos casos su alcoholismo y final fatal de pobreza y desencanto.
Recuerdo aquella Tosca que mató al villano Scarpia con un plátano al no encontrar el cuchillo que los utileros, que la odiaban, simplemente no colocaron. O en la misma ópera, al aventarse al vacío del Castel Sant´ Angelo, dispuesta a morir, la diva rebotó en un tomblin cuidadosamente colocado por los miembros de la compañía. Para bien y para mal, entre escándalos y leyendas, las polémicas Divas son las responsables de que la ópera siga siendo el espectáculo total.
Ahora que me ha tocado a mí contagiar a otros, lo primero que me viene a la mente es la complejidad de la vida de una soprano y lo frágil que resulta su carrera al tener que lidiar con algo peor que un empresario, un amante celoso, un tenor rival o una compañía completa. Se trata de un tirano pequeñísimo en el que poco reparamos cuando escuchamos sus voces privilegiadas: cuatro pliegues o membranas de las que depende su vida profesional. Con un buen uso se puede llegar a ser la número uno, pero de un día a otro, por cualquier percance, inicia el declive. Me refiero a las cuerdas vocales.
La laringe es el aparato musical de los cantantes. Instrumento de viento y cuerda al mismo tiempo, únicas con la capacidad de entonar palabras y melodías, resuenan como ninguno. Vibración, cierre y lubricación de las cuerdas es lo que calificamos en una voz. Son tan poderosas que equivalen a las huellas digitales que identifican a una persona y tan sensibles que reflejan su estado emocional.
En las mujeres, sobre todo, resultan afectadas por los cambios hormonales. Los andrógenos, estrógenos y progesterona, influyen en la voz, igual que la menstruación; una cantante está sujeta a su ciclo biológico para poder ofrecer una buena función. Hasta la más preparada puede padecer un agotamiento y pérdida del pianissimo, además de un desacomodo en los armónicos y en el registro alto y, por consecuencia, la disminución en la calidad del canto. No solo esto, en el embarazo la voz es menos brillante e incluso hay pérdida de agudos. Al dar a luz muchas cantantes la potencian, pero también pueden verla afectada por una tesitura más baja.
Podríamos pensar que al llegar la menopausia todos estos cambios se estabilizan, pero no es así. En esta etapa se puede modificar por completo el vibrato en trémolo, esto quiere decir, pasa de siete a cuatro vibraciones por segundo. O sea, la soprano estrella devendrá messo soprano. Es como en Hollywood, que las actrices maduritas dejan de ser las estrellas para volverse actrices de reparto. Cualquier enfermedad que nos afecta a todos, para un cantante representa el deterioro de su instrumento. Incluso el medio ambiente, el aire acondicionado, especialmente el del avión que es muy seco, pone en peligro constante a quien vive de cantar.
Otro elemento que afecta directamente a los cantantes y en especial a las mujeres es el aumento de peso. Hoy está demostrado que la voz no mejora con los kilos, sin embargo, comer con ansiedad y la mala alimentación suelen ser parte del drama operístico. Por años, las sopranos se convirtieron en “pesos pesados” de la ópera. Turandot, la grácil y casi niña princesa china, suele ser interpretada por la soprano dramática del momento con exceso de kilos y edad. In questa reggia, la célebre aria de la princesa debe escucharse con los ojos cerrados: las notas sostenidas, la atonalidad que refleja la rabia y el orgullo, los deseos de venganza que llevan la voz a ser estridente en contraste con la fragilidad que inspira, todo en un equilibrio perfecto, menos el peso y la edad.
Mi chiamano Mimi entonada con la soberbia voz de la soprano Anna Netrebko en la ópera Boheme, nos invade de ternura; la misma con la que presenciaremos su trágico destino, aunque Netrebko suba de peso y no se vea tuberculosa.
Nadie ha entonado a la exótica gitana por excelencia Carmen de Bisset como María Callas, una mujer que tuvo alcances únicos ya que podía alternar tesituras de soprano y mezzo. La cantante dio la vida por la voz, y luego renunció a ella para vivir la plenitud del amor que nunca la correspondió. Pura contradicción. Sus portentosas cuerdas y el daño que les infringió marcaron su destino como lo hicieron sus rivales, sus desplantes y su gran amor por Onassis. Vivimos su gloria y su declive. Pero aún hoy gracias a las grabaciones masterizadas, escuchamos sus arias que confirman por qué es la diva de divas.
Fama, éxito, fracaso, se miden a partir de la última función en la que una vez más se pone a prueba la voz. Puede haber trayectorias impecables, pero solo se recuerdan, la noche del triunfo en la que el público ovacionó de pie y la del fracaso en la que la diva fue abucheada. Ese es el origen de la legendaria palabra Diva, que no puede imaginarse más que como un adjetivo que describe la enorme capacidad, talento y forma de atrapar al público, interpretando a los grandes personajes.
Mi madre tenía razón, el sentido común derriba cualquier argumento a favor de la ópera. Estoy de acuerdo de que avanzado el siglo XXI, es un género que resulta anacrónico en muchos sentidos, se le acusa de misoginia y toxicidad, es una vergüenza para el #Metoo. Se necesita una enorme pasión e incluso fidelidad, pero como en toda pasión, el premio siempre será el gozo que brinda. Y me atrevo a agregar; quien vive la experiencia de la ópera una vez y se deja seducir, la convierte en su adicción.
Agrego unas ligas en las que encontrarán algo de este increíble arte:
Y un video sobre ese pequeño tirano, las cuerdas vocales:
Callas Carmen
Goerke Turandot
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