María Rivera
10/08/2023 - 12:01 am
Educación
No sé si los libros de texto son un desastre o no, si están mal o bien o regular, no los he leído. Sé, sin embargo, querido lector que si tienen algo de la Pedagogía del oprimido, bien vale la pena leerlos.
No he leído los libros de texto, querido lector. Supongo que, usted como yo, los desconoce también. Lo que he leído son críticas que, la verdad, no queda claro si son pertinentes o impertinentes. Es claro que hay mucho ruido, descalificaciones, pero pocas nueces. No podría por mero pudor, opinar sobre algo que no he leído. Tampoco por las opiniones virales en Twitter que quién sabe quién sube. Las críticas más escandalosas, esas sí, provienen de un empresario que no suele pagar sus impuestos y tiene una televisora, desde donde suele atacar las políticas públicas que no le parecen. Lo hizo en la pandemia y lo hace ahora. De hecho, querido lector, así me enteré del escándalo, viendo un segmento de un video donde un conductor de noticias gritaba como desaforado “¡comunismo!” como si viviéramos en plena guerra fría. De hecho, lo reproduje muchas veces atónita ante lo que escuchaba. Luego, ya por chunga, para reírme.
Su alocución, sin embargo, me hizo recordar algunas cosas muy valiosas de mi pasado. Porque resulta que entre sus motivos de escándalo estaba que los libros seguían la pedagogía del brasileño Paulo Freire, pedagogo muy famoso, que escribió varios libros, entre ellos La pedagogía del oprimido. Y aquí viene el asunto, querido lector. Hace unas semanas precisamente buscaba ese libro para dárselo a mi hija adolescente y que lo leyéramos juntas. Lo buscaba como una reliquia realmente querida, y hasta anhelada. Esto, porque estando yo en la secundaria, en una escuela activa, de esas precisamente que se fundaron en los años setenta, mi querido maestro y tutor Walter (que era a su vez un exiliado de una de las cruentas dictaduras latinoamericanas), nos lo dio a leer. Yo no recuerdo una lectura más instructiva y emancipadora que ese libro. Años después encontré un deslumbramiento similar con el Discurso sobre la servidumbre voluntaria de La Boétie. Recuerdo que La pedagogía del oprimido guió por esos años mis reflexiones y muchos años después seguí recordando ese deslumbramiento.
Pensé, ahora que mi hija entra a la preparatoria, que debía leerlo. Así de vital y valiosa fue para mí esa lectura, porque si hay algo que debe enseñarse a los hijos es a no ser siervos de nadie, y a desmontar las diversas opresiones que los sistemas económicos imponen. Ser un instrumento desechable de la máquina capitalista no debería ser una condena predeterminada desde la infancia. Ciertamente, es una lectura que ayuda en la vida para no convertirse en esclavo, o por lo menos para conocer la mecánica de la opresión. Por eso, cuando escuché a Javier Alatorre despotricar contra Freire, me causó una impresión muy extraña ¡ojalá los maestros y los jóvenes mexicanos realmente se acercaran a su pensamiento! Formar personas críticas debería ser uno de los pilares de la educación pública, precisamente porque la crítica libera de los yugos que solemos aceptar como inevitables. Yo tuve la fortuna de leer textos claves cuando era joven y estoy segura que forman parte importante de mi identidad.
Por esto, escuchar los ataques furiosos contra el pensamiento libertario me llevaron también al recuerdo de unas clases que di en diversas preparatorias públicas de la Ciudad de México, de las zonas más pobres, hace algunos años. La clase era de acercamiento a la poesía y no exagero si digo que son las clases más difíciles que he dado jamás. Fue una experiencia difícil pero provechosa para mí.
La poesía es una semilla y uno nunca sabe si esa palabra germinará o no en los escuchas. Lo único que uno puede hacer es confiar en que algo quede. El ejercicio de la lectura y de poesía, aún más, abre los ojos, despierta la imaginación creativa y es capaz de sintetizar en la belleza el sentido. Los poemas hablan del dolor de todos, de los anhelos de todos, del goce de todos. La experiencia estética es finalmente otra forma de liberación. Claro, decirlo es fácil. No así enseñarlo. Mucha frustración atravesé esos días, cuando salía de las clases más bien anochecida. Hasta que un día, la última clase, si mal no recuerdo, perdí la paciencia y en un rapto, recordé justamente a Freire, el librito que había leído hace años. Allí, en medio de un salón donde los muchachos solo cuchicheaban, veían el celular, comían doritos, se reían y no prestaban la mínima atención a lo que decía, decidí olvidarme de la poesía y hablarles de la poesía sin decirles. Ahí, en ese salón, empecé a hablarles de la imaginación. De lo que imaginaban y deseaban para sus vidas.
Uno a uno, fuimos charlando y descubriendo que alguien ya había imaginado sus vidas: que había imaginado ese salón, que había imaginado sus carreras, las casas donde vivían, e incluso su futuro: había decidido por ellos cuántos metros tendría su casa, cuánto tiempo perderían en el transporte, en qué trabajarían y, naturalmente, cuánto ganarían, a qué podrían “aspirar” y a qué no. Había alguien que ya los imaginaba como mano de obra barata, es cierto. Esa es la imaginación, les dije. La imaginación de los otros, no la suya, que es el verdadero poder del ser humano. La imaginación que sirve para no habitar la imaginación de otros, sino la propia. Y la única manera de hacerlo es esa y es simple: imaginar otros mundos. La imaginación crítica libera al ser humano de sus cadenas, porque le revela que todo es obra de la imaginación de algunos. Empiecen a imaginar sus vidas, les dije, o alguien lo va a hacer por ustedes, cuando el salón rebosaba de silencio. Terminé la clase, con la lectura de un poema de Vallejo, creo, o de Oliverio Girondo. Salí del salón, con la esperanza de que algunos lograran imaginar sus propias vidas, y determinada a no volver a dar clases, nunca más. Me quedé tranquila, sin embargo, pensando en que algo de mi propia educación me había alumbrado ese día.
No sé si los libros de texto son un desastre o no, si están mal o bien o regular, no los he leído. Sé, sin embargo, querido lector que si tienen algo de la Pedagogía del oprimido, bien vale la pena leerlos.
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