María Rivera
10/08/2022 - 12:02 am
Recordatorio
“Lo que esperamos muchos votantes, al menos en partes sustanciales, no ocurrió. Los cambios, contrarios a políticas de izquierda, nos han dejado con un país militarizado, con una parte de la población sin servicios, pero con dádivas (…)”.
Desde hace tiempo estamos insistiendo en señalar el proceso de militarización que sufre México. Para ser precisos, desde que comenzó el sexenio, cuando el Presidente López Obrador comenzó a instrumentar una política de abierta militarización que nos sorprendió a muchos que votamos por “la izquierda”. Contrario a lo que esperamos de este Gobierno, el Presidente rápidamente nos mostró lo equivocados que estábamos. Hay que decir que algunos de sus críticos lo señalaron en su momento, con gran precisión, pero a muchos nos pareció sencillamente inverosímil que un candidato que había luchado desde hace tantos años y que se presentaba como “humanista” y hasta pacifista, pretendiera militarizar el país de una manera inimaginable, peor a las de sus antecesores, priistas y panistas. Y es que, justamente, y en buena medida, López Obrador llegó al poder por la crítica que sostuvo la izquierda a la política de usar al Ejército en la guerra contra el narcotráfico, y a las masacres continúas en las que estaba sumido el país, en las que no pocas veces estuvo involucrado el Ejército.
Esa confianza que los presidentes Calderón y Peña depositaron tanto en el Ejército como en la marina para luchar la guerra contra el narcotráfico fue, justamente, la piedra de toque de la crítica a partir de la cual muchos tuvimos la esperanza de que el baño de sangre en que se despeñaba este país terminaría. Tal vez fuimos ingenuos y bien intencionados al pensar que López Obrador combatiría esos grados de violencia y corrupción sistémica creando cuerpos de policías capaces o limpiándolos de la corrupción generalizada, y no usando al Ejército, que se iría por el camino difícil, pero eso era lo que esperábamos: una desmilitarización paulatina, el fortalecimiento de las fuerzas civiles capaces de imponer el orden constitucional, perdido en muchas regiones. Pensábamos en un político capaz de dirigir esos esfuerzos en todo el país, y también honesto, que no hiciera tratos con grupos delincuenciales a cambio de cierta pax narca y una serie de medidas legislativas para despenalizar las drogas. Nos imaginábamos una política nacional de izquierda que contemplara también el combate a la pobreza como eje fundamental para cambiar las condiciones de vida de quienes se ven casi obligados a sumarse a los caminos de la ilegalidad. La creación de más Estado, no menos, a través de programas e instituciones que pudieran alargar el brazo estatal para darle alivio a una población que tenía muy precarios servicios públicos, expoliados por una clase política rapaz que desde hace décadas dejó de considerarla parte del país, cuando es su motor.
Eso era lo que muchos votantes de la izquierda esperábamos con auténtica esperanza: una mejoría para todos y, sobre todo, que las condiciones de inequidad cambiaran. Ya lo decía al principio: nunca imaginamos que el Presidente López Obrador y los suyos impondrían cambios profundos, y quién sabe si reversibles, en la configuración política del país, al grado de descubrirnos un nuevo nivel en la militarización que no habríamos visto ni en nuestras peores pesadillas. El cambio, sustancial, de convertir a los militares no solo en policías, sino en agentes políticos, y de delegar en ellos funciones de naturaleza civil convirtiéndolos en empresarios, administradores, constructores, encargados de la vacunación, y hasta creadores de contenido cultural en fiestas patrias, es un viraje no solo inesperado sino rotundo en la configuración nacional. Esto no solo atenta contra nuestra carta magna y el sentido profundo de nuestra organización política, es también una traición, porque nunca el Presidente en sus ofrecimientos de campaña prometió militarizar las instituciones del país. Ojalá lo hubiera hecho, estoy segura que una parte de su electorado de izquierda no hubiera votado por él.
Ahora, pues hemos tenido que acostumbrarnos a que poco a poco vaya cambiándole la faz a múltiples oficinas e instituciones y a normalizar que los agentes militares tomen el poder, reemplacen a funcionarios civiles que debieran estar en su lugar y que sí, el ciudadano común cada vez más tenga que lidiar con militares, no con autoridades civiles, lo cual resulta y resultará muy conflictivo.
Los cambios, paulatinos, se han operado sin una resistencia organizada, en parte, porque los opositores “naturales” a estas medidas son las fuerzas de izquierda que han sido pulverizadas por el Presidente y su movimiento y en parte porque se ha montado todo un aparato de propaganda militar que busca presentar a las fuerzas armadas como patrióticas, desinteresadas y, sobre todo, honestas y confiables, desapareciendo así la historia de abusos que estas fuerzas han cometido en estos años sangrientos en los que se les utilizó como fuerzas policiacas. Lo mismo sucede con instituciones y programas estatales dedicados a atender a la población con menos ingresos y que en este sexenio fueron desaparecidas, privilegiando la entrega de recursos en efectivo, como si esos recursos realmente pudieran sustituirlas, no dejaran en el desamparo a millones de mexicanos que tenían acceso a servicios que, aunque precarios, al menos aliviaban en algo sus necesidades.
Así estamos, querido lector. Lo que esperamos muchos votantes, al menos en partes sustanciales, no ocurrió. Los cambios, contrarios a políticas de izquierda, nos han dejado con un país militarizado, con una parte de la población sin servicios, pero con dádivas y, sobre todo, con el desaliento de saber que el político que llegó al poder con nuestros votos, lo usó para imponer su idea personalísima de México, y sin siquiera habérnosla compartido. Otro gallo nos cantaría si nos hubiera dicho que su máxima aspiración era militarizar a nuestro país, estoy segura que muchos le habríamos retirado nuestro apoyo a tiempo. Ahora, solo nos queda resistir e insistir en que México continúe siendo una democracia y que las fuerzas opositoras se comprometan a revertir estos cambios, o al menos intentarlo.
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