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Antonio Salgado Borge

10/08/2018 - 12:02 am

Odio a la mexicana

La fuerza de los movimientos o líderes que han florecido en la era de la posverdad depende en buena medida de su capacidad de polarizar a parte del público.

Recordemos que Arriola marchó de la mano del FNF, suscribió su agenda anti-derechos y replicó sus principales mantras homofóbicos y mentiras sin ningún pudor. Foto: Cuartoscuro

La fuerza de los movimientos o líderes que han florecido en la era de la posverdad depende en buena medida de su capacidad de polarizar a parte del público. Esta es la apuesta que han hecho en países como Estados Unidos o Reino Unido los grupos de ultraderecha que se han dedicado a irrigar los odios y prejuicios de sus militantes o simpatizantes más radicales con el fin de extender su esfera de influencia.

Por ejemplo, Boris Johnson, famoso promotor del Brexit, no ha tenido empacho en burlarse en días recientes de las mujeres musulmanas que usan velo, a pesar de las críticas que esto le ha generado dentro y fuera de su partido, buscando alimentar la hoguera de odio de los sectores conservadores más radicales con el fin de obtener la posición que desea: dirigente del partido conservador británico. Uno podría pensar que después de las mentiras que se le han descubierto y considerando lo incendiario de sus comentarios, Boris Johnson está jugando con fuego.

En realidad, Johnson, un admirador confeso de Trump, está jugado librito en mano. Esto es, el ex Secretario de relaciones exteriores de Theresa May está buscando replicar una serie de fórmulas cuyo éxito dentro y fuera de su país está probado. Para ser claro, las tácticas que rigen la estrategia de payasos encumbrados como Johnson no son un secreto y están disponibles para quien las busque.

Alguien podría decir que estas este tipo de estrategias no son aplicables en México porque somos un país mestizo repleto de morenos. Sin embargo, esta objeción no se sostiene, pues parte de la falsa premisa de que el discurso de odio que vemos en algunos países gira exclusivamente en torno a un componente racial o étnico. En realidad, la fórmula mexicana -o latinoamericana- del discurso de odio pasa, fundamentalmente, por odio hacia el género -LGBTI+ o mujeres, particularmente – usualmente alimentado por motivos religiosos. Estos motivos, claro está, son también comunes en los movimientos ultraconservadores en Estados Unidos o países de Europa del este; sin embargo, en Latinoamérica constituyen el eje central sobre el que se puede construir proyectos de ultraderecha.

En nuestro país, quizás el ensayo más claro que apunta en este sentido es la campaña de Mikel Arriola al gobierno de la Ciudad de México. Recordemos que Arriola marchó de la mano del FNF, suscribió su agenda anti-derechos y replicó sus principales mantras homofóbicos y mentiras sin ningún pudor. Es importante subrayar que la intención de Arriola nunca fue ganar la elección; en realidad, su apuesta fue más modesta: obtener los votos de un sector de la población que se traducirían en posiciones y recursos para su partido.

Desde luego, una vez pasada la elección, nos podríamos quedar con la buena noticia de que Arriola finalmente quedó en tercer lugar y con un bajo porcentaje de votos. En el mismo sentido, es una excelente noticia que los grupos ultraconservadores como el FNF hayan sido derrotados en la elección presidencial de este año y que sus análogos evangélicos del PES hayan perdido su registro como partido y dependan de Morena.

Sin embargo, ahí terminan las buenas noticias, pues el ensayo priista en la campaña de Arriola está listo para ser replicado. Este es el caso, en primer lugar, porque después de su derrota tanto el PRI como el PAN, tomados por sectores de derecha radical o desesperados por no desaparecer, podrían, como el PP de Casado en España, buscar fortalecer sus ligas con organizaciones ultraconservadoras nacionales y locales. Insisto: al menos inicialmente, no hace falta querer ganar una elección para utilizar este esquema; lo importante aquí es que un individuo o partidos puede obtener los votos suficientes como para tener un registro, posiciones legislativas o alcaldías menores. Y, lo que es peor, dependiendo de las circunstancias, esta puede ser la causa de una convergencia entre el PRI y el PAN que, caminando bajo el mismo paraguas, podrían buscar retomar parte de lo perdido dentro de tres años.

A lo anterior tendríamos que sumar que algunos de los elementos formales que caracterizan a la polarización extrema de alimentada por la ultraderecha en otras partes del mundo también están presentes en México. Uno podría pensar que este no es el caso, pues este año hubo un pacto tácito o explícito entre los candidatos presidenciales -ninguno sembró sistemáticamente odios con base en mentiras-. Sin embargo, la lógica de la polarización sí materializó, aunque indirectamente, a través de cadenas de Whatsapp o publicaciones de Facebook. Esto es, ningún candidato se ensució las manos; aunque sí se beneficiaron de que sus seguidores o fanáticos lo hicieran. Por ejemplo, Ricardo Anaya no ligó en su discurso a AMLO con Venezuela o con socialismos bananeros, pero desde algún lugar “indeterminado” fluyó “información” que algunos simpatizantes de la derecha hasta el día de hoy siguen replicando.

Fórmulas de exportación listas para ser replicadas en México, partidos de derecha venidos a menos y necesitados de votos, grupos ultraconservadores alentados desde afuera, ejércitos de fanáticos y redes de comunicación disponibles son todos elementos que permiten anticipar el surgimiento en México de candidaturas basadas en el odio y en el miedo. Desde luego, en un país repleto de jóvenes liberales y de organizaciones progresistas empoderadas, nada garantiza que las candidaturas antiderechos serán exitosas. Por ejemplo, mucho tendrá que ver el desempeño de la izquierda en el gobierno y la naturaleza de la política de reconciliación anunciada por AMLO.

Pero la pequeñez de los sembradores de odio o su futuro incierto no puede ser pretexto para minimizarlos o para deslindarlos de su responsabilidad. Desde luego, los priistas o panistas más ecuánimes y comprometidos con los principios de la democracia están moralmente obligados a cerrar sus puertas a estos grupos cancerígenos; ser militante de un partido no justifica aceptar por acción u omisión discursos anti-derechos. Estar a la altura de las circunstancias no es una tarea imposible. Por ejemplo, incluso integrantes del partido conservador han alertado que las posiciones de Johnson podrían desatar en crímenes de odio contra musulmanes en Reino Unido, y prominentes Republicanos en Estados Unidos han confrontado Trump abiertamente. La obligación de la derecha inteligente y moderna es ineludible: quienes polarizan para obtener réditos políticos son responsables de los efectos de la polarización que generan. Efectos que pueden terminar derruyendo vidas y, si el tiempo lo permite, sociedades.

Excurso

Esta columna no será publicada durante las próximas cuatro semanas, pero estará de vuelta la segunda semana de septiembre. Muchas gracias.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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