Gisela Pérez de Acha
10/08/2014 - 12:00 am
Las ideas de la protesta
Una frase rondaba mi cabeza: “La protesta no es pacífica, ni debe serlo. Es disruptiva, incómoda e irreverente. Perturba las vidas ajenas, y para eso está hecha.” No me la podía sacar. Era como tenerla martillada. La dijo Neil Jarman, un académico irlandés que compartió foro al lado de muchos otros en la Casa del […]
Una frase rondaba mi cabeza: “La protesta no es pacífica, ni debe serlo. Es disruptiva, incómoda e irreverente. Perturba las vidas ajenas, y para eso está hecha.”
No me la podía sacar. Era como tenerla martillada. La dijo Neil Jarman, un académico irlandés que compartió foro al lado de muchos otros en la Casa del Libro de la UNAM en la conferencia sobre protesta organizada por Artículo 19. Sin Protesta No Hay Democracia. Ese era el título. Era viernes a la 1.40 de la tarde. Apenas había terminado de hablar el último ponente: un hacker que remarcó la necesidad de una alianza entre técnicos y activistas.
Afuera llovía a cántaros. ¡Qué importante es escuchar voces tan diversas! Mientras en México nos atoramos viendo violencia en todos lados, ahí reunidos en el mismo lugar había franceses, brasileños, irlandeses, checos, mexicanos y gringos discutiendo por qué la protesta no debe ser pasiva. El punto es incomodar e invadir. Un día antes, Pedro Salazar lo dijo: “para eso existe el espacio público, para que se expresen y se visibilicen todos los conflictos.” Me sorprendió su ponencia. Con toda claridad habló de la naturaleza desigual del poder, y de cómo el Estado tiene que justificar el uso de su fuerza frente a los ciudadanos. De eso se trata la legitimidad. La protesta en este sentido es “el derecho a cuestionar al poder de manera constante.”
Un trueno interrumpió mis pensamientos. El piso de la Casa del Libro se cimbró. Era imposible caminar en la lluvia, así que decidí que lo mejor era resguardarme en un café por un rato. Compré un americano, me senté en una silla y casi por instinto saqué mi celular para tuitear. Será que estuve demasiado tiempo sumergida en esas pláticas, pero al ver la pantallita que me sigue hasta en sueños, me dieron escalofríos.
Katitzia Rodríguez, de Electronic Frontier Foundation justo nos platicaba del espionaje masivo que se hace a través de los celulares que se conectan a internet: “Cuando yo me conecto para tuitear algo, la torre telefónica más cercana puede saber en dónde me encuentro en ese momento.” Su ponencia fue súper interesante. Fue como bajar la Ley Telecom al terreno de lo práctico en la vida de los activistas. Nos hablaba de los famosos metadatos que nos dicen quién comunica con quién y desde dónde; del registro y seguimiento en tiempo real y de los drones que toman fotos áreas que después de muchísimo zoom puede identificar caras a la perfección. “La mejor protección para esto, son los pasamontañas”, dijo Katitzia mientras insistía en la importancia de mantener el anonimato en las protestas, sobre todo en países autoritarios como México. Wow. Y nuestra prensa en cambio, desenmascarando a la banda que se cubre la cara.
Me dieron ganas de deshacerme de mi celular. Estoy segura que tengo algún tipo de codependencia. Qué peligro. Tal vez a eso se refería Julian Assange en su videoconferencia. Su cara flotaba sobre una pantalla blanca con el reloj de Wikileaks a su derecha. Era lo único que podíamos ver. Saludó sonriendo desde la Embajada de Ecuador y nos dijo: “El internet es la mayor amenaza a la civilización humana hoy en día. Casi como las armas de destrucción masiva: es global y abarca a todo ser humano. Caeremos todos, menos aquellos que detentan el poder.”
La audiencia se quedó perpleja. Es fuerte oír eso de la boca de un futurista como Assange. Y mientras tanto, yo seguía embobada en la pantalla de mi celular regalando todos mis datos e información de manera voluntaria. Me dieron más escalofríos, ya no supe si era el frío, la lluvia o un poquito de miedo por el eco de las palabras del gran hacker de Wikileaks. Lo resolví al darle un largo sorbo al café caliente.
Demasiadas ideas me pasaban por la cabeza. Ya no tenía tanto frío, pero la mente brincaba de lugar en lugar. Una de los temas recurrentes fue el poder. Poder mediático, político, guerrillero, económico e invisible. Poder que aplasta y deshace, y la protesta como contraargumento del mismo. Es una verdadera forma de participación política. El Estado cree que por el voto ya tiene todo ganado, y se olvidan que cedemos una gran parte de nuestra libertad para que un tercero en discordia “nos proteja.”
A Alexis esta idea le parecería ridícula. Habló en la penúltima mesa, donde yo estaba por parte de Femen junto con otra banda del 132 y del Movimiento por la Paz:
“Me asumo como anarquista. Y no creemos en la democracia. Para que vaya quedando claro.” Fueron sus primeras palabras. El auditorio peló los ojos. Contuvimos la respiración. Nos explicó, sus ideas paso a paso, de manera clara y bien leída. Habló del comunismo libertario, del absurdo de atacar a periodistas cuando la escuela anarquista de Flores Magón se funda en la prensa. “No buscamos la violencia sobre medios humanos, al final somos pacifistas. La violencia es solo un medio y siempre en respuesta a la violencia estatal.” ¿Su fin? Destruir al sistema: las instituciones políticas y económicas. No hay anarquismo como teoría de la violencia. Retó a los medios de comunicación a cumplir con su labor de investigación y no entrecomillar ni calificar de anarquista cualquier acto de violencia.
Vaya tema. La violencia y cómo definirla. Para algunos en el foro, es un límite claro a la protesta. Para mí ese límite es discutible de cara a un discurso político especialmente protegido como es el anarquismo. En todo caso, coincidimos en que el gobierno se aprovecha del concepto de violencia para limitar y reducir la protesta a algo inocuo que ni siquiera llegue a notarse. Como cuando protesté contra Mancera en la Comisión de Derechos Humanos del DF y el secretario de gobierno dijo que mis gritos eran “un tipo de violencia verbal que no iba a tolerarse.” Esa pregunta se le hizo al subsecretario del DF, Juan José García Ochoa cuando subió al podio a hablar en la conferencia.
Con el peor cinismo, sacó unas estadísticas que mostraban cómo las protestas habían bajado desde 2011. “El panorama político ha cambiado”, aseguró el simulador. La parte trasera de la sala estalló de risa. Ha bajado porque tenemos pavor de protestar y porque cada que salimos nos reciben cientos de granaderos.
Me di cuenta que había dejado de llover. Qué chingonas son las ideas.
Me encantó ver al anarquista conviviendo al lado de un teniente coronel brasileño. En otro contexto, hubiera sido muy diferente. Pero ahí se valía. El teniente impresionaba con su presencia. Tenía dos maestrías en derechos humanos. Hablaba de cómo la policía no tiene corazón y cómo Brasil no es una democracia de facto porque el código de conducta policial se creó en la dictadura y sigue vigente. Por otro lado, John Ackermann para variar, hizo el ridículo. Estaba en una buena mesa sobre protesta e internet y tenía una gran oportunidad para discutir los bots como censura y sabotaje. En cambio se decidió por el trillado discurso de la reforma energética y repetidos ataques a la prensa que no le da voz.
Tanto qué decir. La Casa del Libro de la UNAM aún se asomaba por la esquina. Ya no había más café. Ya no hacía frío. La tarde se había quedado con olor a tierra mojada. Lo mejor del seminario fueron las visiones del mundo que se encontraron para discutir sin invalidarse entre sí. Esa es la utopía. Gracias a Darío Ramírez por la invitación, y a toda su oficina por no dejar que un debate así se muera en vida.
Las ideas van a durar. Era momento de irme a casa. Agarré mis cosas, cogí mis audífonos y me dispuse a caminar entre la tarde de un cielo que poco a poco abría camino.
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