Planeaba llegar a casa a tiempo para escribir mi columna, ñoña como suelo ser, pero oh sorpresa, llovió y estoy en la Autopista del Sur de Cortázar, prácticamente. Un kilómetro de coches atrás de mí, cuyos conductores creen que esto es tráfico y, delante, un metro y cacho de agua que ha vencido a dos peseros, cuatro coches humildes y un Mercedes intrépido que se dijo “a la chingada, que sea lo que tenga que ser” y surfeó un par de metros antes de quedarse flotando, con su dueño seguramente más triste que el del taxi, que se bajó sin siquiera molestarse en arremangarse el pantalón, y empujó su balsa hasta la subidita, a la salvación. Aunque humeante, la salvación. Hoy tendrán que perdonar incoherencias y errores, que esto es una experiencia vivencial. Algunos ya somos amigos e intecambiamos miradas de complicidad cuando oímos cláxones a lo lejos. Ilusos. Creen que es tráfico. Lindos. Chiquitos. Otros celebran haber ido al baño antes de salir. Yo maldigo a mi adicción cafeínica y a los vasos de medio litro de café. Su puta madre. La ñora elegante trae una troca gigante pero como viene en vestidito y tacones asume que no pasa. Pues, emoticons para alegrar el asunto. Un hombre de baja de su coche y viene a pegarme en la ventana. Dice que no quiere estar sobre el charco y que yo debería moverme para que el pueda moverse. Hacia dónde? Trato de razonar con el pero se ha vuelto loco… Está reprobado en manejo de crisis y solidaridad. “Llevas mucho tiempo en la parte seca”, reclama, “te toca meterte al agua”. Qué? No lo creo. Me meto a mi carrito y dejo de ser persona, soy mi refugio laminado. Será está una historia de comunidad, apoyo y triunfo, o saldrá pronto un loco a disparar su escopeta? Algunos hombres caminan hasta mi coche y dicen que soy cobarde, que si no dejo de acelerar, no tendré bronca. Yo saco unas cajas de plástico de mi cajuela pensando en quitar agua del camino y mis nuevos amigos me ven con cara de “tengo más paciencia que voluntad”, así que guardo mis cajas de vuelta. Volteo a mi alrededor buscando vendedores de algo, pero no hay nadie. Alguien dice que ha llamado a Protección Civil y alguien más que a los bomberos; el loco que minutos atrás era mi némesis y yo intercambiamos miradas de incredulidad y el taxista lo dice mejor: “pura mamada”. Yo y otros dos chavos discutimos la posibilidad de andar ese kilómetro atrás y avisarle a los de hasta atrás lo que sucede para que se echen en reversa; mismo caso: más paciencia que voluntad. Una hora y media, chorcha, un buen samaritano que acaba empapado y dirigiendo el tráfico, unos coches arruinados por los que nadie responderá y la certidumbre de que con la próxima lluvia pasará lo mismo. No vendrá nadie, habrá que esperar a que bajen las aguas y el de la escopeta no te toque carro con carro. Y ojalá que ahora si vendan papitas con Valentina o algo.
Desde el coche
10/08/2014 - 12:01 am
Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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