Fabrizio Mejía Madrid
10/07/2024 - 12:05 am
El PRI para principiantes
“Lo que se le ocurre a Alito es decir lo de siempre del priismo: la culpa no es del Partido sino de ciertos militantes”.
El PRI es Todo
En la Asamblea del PRI el pasado 7 de junio en que se preparó todo para que sus dirigentes puedan reelegirse por 3 periodos de cuatro años cada uno, Alito Moreno hizo un discurso de media hora en el Centro Pepsi ante 3 mil delegados. Ahí le adjudicó al PRI todo. Dijo: “construimos carreteras, hospitales, la red eléctrica, hidráulica, los espacios públicos. Construimos las instituciones educativas en este país, las primarias, secundarias, preparatorias, el Politécnico, la UNAM y la UAM”. Lo que no dice Alito es que era el único partido que existía por lo tanto quién más se podría atribuir todo eso. El PRI fue el Partido Único durante 70 años ininterrumpidos no porque hiciera muchas obras sino porque no dejaba que existiera la oposición. La reprimió en lo sindical, en el ejercicio de las libertades democráticas y hasta en lo electoral que durante décadas tuvo una oposición elegida por el mismo PRI, llamada PARM, PPS o Acción Nacional. Con su argumento Alito quiere olvidar las matanzas contra obreros, campesinos y estudiantes de 70 años y abstraer todo a lo mucho que construía su partido. Dice Alito que hasta la UNAM es creación del PRI. A menos que ellos gobernaran desde 1551 en que se crea la universidad para los españoles —pues los indios ya tenían la de Santiago Tlatelolco— no veo a qué pueda referirse. A esa Universidad le fue adherido lo “Nacional” con Justo Sierra a finales del siglo XIX. Tampoco había PRI. Y la autonomía se da en 1929, después de una lucha estudiantil encabezada por Alejandro Gómez Arias, novio de la Frida Kahlo. Ahí tampoco había PRI. Entonces Alito cree que el PRI es otro nombre para el simple paso del tiempo. Pero, a lo mejor se refería a la construcción de la Ciudad Universitaria en el gobierno de Miguel Alemán y que se hizo, entre otros motivos, para que sus funcionarios públicos especularan con el precio de los terrenos e hicieran grandes fortunas. Ahí sí estaba el PRI y se inauguró la Ciudad Universitaria cinco años antes de que estuviera terminada.
Pero Alito parte de una ideología hace décadas esparcida entre los mexicanos de que el PRI es Todo. Llega incluso a los más radicales izquiedistas que ven al PRI en Morena, en López Obrador, un soldado, y hasta en una guayabera. Es la idea de que no se puede salir del PRI y su cultura política, el priismo. Todo se acaba pareciendo a él como una forma inmutable y fija que lo abarca todo.
El PRI no es ideológico
El secuaz de Alito, Rubén Moreira, dijo en esa misma Asamblea: “Siendo autocríticos con el pasado, expulsemos del ideario al neoliberalismo, así como a las políticas de ese modelo, generadoras de pobreza, violencia y desigualdad social, políticas que nos distanciaron de grandes grupos de la población”.
El Partido Único en México nunca tuvo una ideología sino sólo una práctica política. Por eso pudo decirse tanto “nacionalista”, de Cárdenas a López Mateos; factor de estabilidad de Dñiaz Ordaz a Miguel de la Madrid; y como abanderador del “liberalismo social” de Carlos Salinas de Gortari. El PRI puede ser lo que usted necesite: estatista o modernizador, justiciero y neoliberal, nacionalista y globalizador. Esto fue posible porque el PRI permaneció como procedimiento, arreglo, y usanza cuyo objetivo era mantener el poder. Es un partido que se crea desde la cúpula militar de la Revolución mexicana para eviyar los cuarlezaos y los magnicidios como el de Álvaro Obregón. Luego, se institucionaliza en la creación de una burguesía que sale del gobierno y que va cediendo ante una nueva, la que se beneficia del Estado. Desde un inicio, en 1929, su antecedente, el Partido Nacional Revolucionario, el PNR, aplicó a la política los usos de la guerra de la que buscaba desligarse. Por eso, durante medio siglo, se trató a la disidencia como un enemigo a exterminar, al presupuesto público como un botín de guerra, y el priismo era una especie de pertenencia resignada a un orden que santificaba “la paz social”, es decir, que no se repitera la lucha de facciones de la Revolución o los levantamientos con su respectivo “plan”, ni las rebeliones de los cristeros. Todo el que no estaba en el Partido estaba fuera de la paz y merecía su exterminio. La única ideología fue conservar el poder. Lo escuchamos en los discursos de la Convención para formar el Partido. El primer presidente, el general Manuel Pérez Treviño y el ingeniero Luis L. León, secretario general, coinciden en una declaración: “La hiena clerical que asesinó brutalmente al general Obregón y el retiro voluntario a la vida privada del gran caudillo Plutarco Elías Calles, nos hizo entrar a la mayoría de edad. La buena nueva es que aquí, en Querétaro, no ha triunfado una personalidad sino que aquí ha triunfado la Revolución”. Recordado por una sola frase —“la moral es un árbol que da moras”—, Gonzalo N. Santos dijo en ese mismo acto fundacional: “No queríamos una gota más de sangre en nuestra patria, queríamos que este ensayo cívico que es el PNR resolvería el futuro y que esos que se sienten más fuertes que nosotros y dueños de la razón, nos enfrentasen en el terreno del civismo, pero no quiere eso la reacción clerical. Vamos a combatir a los viejos y a los nuevos cristeros. Camaradas: celebro que el PNR se haya terminado de formar sobre el cráter de un volcán. ¡Bendita sea nuestra muerte!”
Como si fuera un campo de guerra, las elecciones se resolverán, no por el número de votos, sino por la fuerza de choque que llega primero a la casilla para rellenar las urnas. Así se hizo desde 1940, con el fraude a favor de Ávila Camacho hasta 1988 con Salinas de Gortari. Revela el propio Gonzalo N. Santos: “Los votos se contaban minuciosamente, todos y cada uno de los distritos; esto no quiere decir que los computáramos, pero los necesitábamos para medir y pesar la fuerza del enemigo”.
Aguantarse es ser buen priista (y mexicano)
De los ejércitos revolucionarios, el Partido toma la idea de la disciplina. En el PRI, disciplina es aguantar los abusos de arriba porque algo te va a tocar a cambio. Como el Partido nunca pierde el poder, la disciplina es posible. Si en lo individual no se gana, en el futuro habrá algo para tu gente. A quien le habían prometido ser gobernador de su estado, le dan Caminos y Puentes, mientras. La “institucionalidad” es contenerse y callar. “El que se mueve, no sale en la foto”, será la máxima de todo aspirante a un cargo, en boca de Fidel Velázquez, el eterno dirigente obrero de la CTM. Aguantarse es un rasgo del mexicano inventado por el PRI que espera las resoluciones agrarias, los mínimos aumentos al salario, que no nos vaya peor. De 1929 a la fecha, la política se fosiliza en algo que hacen las élites “que saben”, aunque lo que baje desde su cúspide sea una locura en forma de plan nacional de desarrollo. El Partido genera una conciencia redentora: la razón baja desde la silla presidencial y se derrama sobre un pueblo ignorante, dormido, y apático. El eterno líder de la Confederación de Trabajadores de México, Fidel Velázquez, lo confiesa en una entrevista: “Jamás hay que darles lo que piden, sino lo que se puede. Así jamás sentirán que han ganado sino que se les ha concedido”. El teórico de la reforma política de López Portillo, Jesús Reyes Heroles, sofistica esa práctica con un lema: “Lo que resiste, apoya”.
Durante siete décadas, ser de oposición es apostarle al fracaso, tanto así, que se habla de una “cultura de la derrota” como consuelo moral de toda disidencia. Ser derrotado por el PRI es signo de que se es muy puro en lo ideológico. A los pocos movimientos que ganan —algunas, pocas, huelgas; otras, por reparto de tierras; algunas universidades públicas—, les resulta tan extraño, que tienen problemas para aceptarlo. Pero, aún ganando, el sistema del orden, que es todo el régimen, sus prácticas y referentes, es casi invencible. Carlos Monsiváis lo sintetiza en el fraude de 1988: “No es lo mismo ganar, que te lo reconozcan y, aun así, que te dejen gobernar”.
La estructura de la obediencia se confunde con patriotismo: hay que votar por el PRI porque hacerlo es ser mexicano. El aguante, transformado en demostración de valentía, es arraigo, pertenencia a un país que exige esperar, resignarse, hay para la otra. El signo del quietismo es una deuda que, de tan añeja, ya no se sabe cuándo empezó, si con la Conquista, o con el entreguismo de Santa Anna y de los que llamaron al emperador Maximiliano, o en una Revolución que es, unas veces “traicionada” y, otras, “interrumpida”. La idea de la “guerra fría” le sienta a esa obediencia: ser mexicano es no ser ni de derecha ni de izquierda, sino de un centro equidistante que decide —porque sabe— cuáles son las necesidades nacionales y sus tiempos de espera. Contra la izquierda, Díaz Ordaz y Echeverría usarán lo omniabarcante del priismo donde todo patriotismo es más bien partidismo: “ideas extranjerizantes” o “filosofías del caos”; contra la derecha, el extraño priismo de Miguel de la Madrid usará “el fraude patriótico”, es decir, corregirle a los votantes de Chihuahua su decisión arriesgada por la derecha católica en 1986. La idea es que el PRI siempre gana y que enfrentarlo es estar dispuesto a perder, que perder es nuestro destino.
La política es un enigma
El secreto es consustancial a la disciplina institucional. De ahí la invención del “tapado”, un término que proviene de las peleas de gallos. El gallo “tapado”, con su capucha para que no le veas ni el pido ni los ojos, no se pesa ni se mide antes del combate. Es una sorpresa hasta que se le suelta al ruedo aunque sin contrincante. Ya ungido “mi gallo” por las centrales obreras, campesinas, y los maestros, se le crean virtudes y talentos insospechados. Colosio y Zedillo, los últimos tapados en 1994, de pronto, son modernizadores, genios de la justicia social, economistas brillantes. En las campañas electorales no se recogen demandas sino que se encadenan apoyos. La fórmula la dan los priistas intermedios, dirigentes de las organizaciones de las que se compone en un inicio el Partido: sindicatos de maestros, obreros, trabajadores agrícolas, inquilinos sin vivienda ni servicios urbanos. Llevar a la plaza del pueblo al candidato a la presidencia, a la gubernatura, a la diputación, encarna un doble mensaje: para los locales, que se tiene relación con la élite de la capital; para el candidato, el control sobre quien le organizó a “las bases” locales. El único que convoca a los cuerpos de “las fuerzas vivas” al espacio público es el PRI. Si lo hace la disidencia, se expone a la represión. La política priista no es pública, aunque se de en los mítines de apoyo, es secreta y se callan los manejos: “una negociación es como un rollo fotográfico; si se revela con la luz prendida, se vela”, dijo célebremente el secretario de Gobernación de Luis echeverría, Mario Moya Palencia.
Las varias muertes del PRI
Dos momentos tan distintos como el cardenismo y el alemanismo fueron posibles debido a un Partido que es pura práctica de conservación del poder. Con Cárdenas se inscribe en lo institucional y en el imaginario —como escribió Adolfo Gilly— de una “utopía mexicana”: hacer valer los derechos sociales condensados durante la Revolución. El Partido de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas es una versión del Partido que organiza a los sindicatos, a los ejidatarios, a los maestros para que se constituyan en las bases del Partido, que llega a tener tantos afiliados como trabajadores: para trabajar hay que sindicalizarse y, a su vez, ese sindicato es parte del Partido. Para cuando está por terminar el sexenio, Francisco J. Mújica enlista a los afectados por el cardenismo: “compañías petroleras expropiadas, algodoneros expropiados en La Laguna, henequeneros expropiados en Yucatán y los terratenientes en general que perdieron con el reparto agrario, los oligarcas lastimados de Monterrey, los curas de Guadalajara y la reacción que tenía en sus manos la educación, Calles y los callistas desplazados”. La otra cara de la moneda sería el sexenio de Miguel Alemán que inaugura una nueva fórmula que perdura hasta hoy: usar las obras públicas para enriquecerse en lo privado. Es el Estado el que organizará por primera vez —lo hará, después, con Salinas de Gortari— a una nueva oligarquía que se beneficia, por ejemplo, de las tierras de Acapulco o de lo que será Ciudad Universitaria. Salinas usará la banca, las empresas paraestatales, y hasta la ecología. La élite se consolida con familias que son priistas por conveniencia, empresarios, y dueños de medios de comunicación que tienen una complicidad en la corrupción, en lo que se saben mutuamente, en lo que se reparten del botín de guerra del presupuesto. “Une más el delito que la amistad”, acuñará para la historia el jefe de la policía de la capital, Arturo “El Negro” Durazo. De un giro al otro del péndulo entre cardenismo y alemanismo, el PRI demostró ser más que un Partido Único sino sobre todo una forma de hacer política. Con él, México saltó de los generales que sobrevivieron a la guerra, a las organizaciones de aguantadores, a una élite empresarial que hacía política y que lo mismo le daba el PRI que el PAN. Lo que siempre se saltó el PRI fue a los ciudadanos.
Ahora Alito Moreno le cambiará el nombre, el logotipo de la bandera tricolor, se reeligirán a sus funcionarios hasta durante 12 años. Es un PRI en la oposición que le endilga a la 4T todas las monstruosidades que él mismo inventó a lo largo de casi un siglo de existencia. Lo que se le ocurre a Alito es decir lo de siempre del priismo: la culpa no es del Partido sino de ciertos militantes. Dijo en la Asamblea del pasado 7 de junio, refiriéndose a su ex presidenta, Dulce María Sauri, y a Manlio Fabio Beltrones su actual senador: “Ellos fueron el peor lastre para nuestro partido, ellos estuvieron al frente cuando castigaron al PRI con el Pemexgate, hay militantes del PRI vinculados al asesinato de nuestro candidato presidencial y eso le costó al PRI, no vamos a tapar a nadie, vamos a exigir cuentas, transparencia y vamos a convocar a que cumplan con su responsabilidad.” Tendría que ir contra quienes les garantizaron seguir conservando el poder. En el Pemexgate, el financiamiento ilegal con dinero público. Y en el caso Colosio, su asesinato le permitió a Zedillo llegar con casi la mitad de los votos. Ahí sobrevino la primera muerte del PRI cuando los priistas de la tecnocracia deciden alternar con el PAN para hacer un sistema bipartidista como el de los Estados Unidos. La segunda muerte del PRI es la elección de Vicente Fox, ya muy concertada con salinistas y zedillitas. Y la tercera es esta. La del Partido convertido en un negocio familiar y de compadres en torno a su dirigente. Veremos si es la muerte definitiva, aunque realmente, ya no importe.
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