El pueblo seri toma del desierto sonorense los colores para plasmarlos en sus artesanías. Esculpen en palo fierro o tejen canastas que les llevan hasta dos años, pero siempre serán pretexto para celebrar entre danzas y vino de pitahaya.
Por Fernanda Ballesteros, The creators Project
Ciudad de México, 10 de julio (SinEmbargo/ViceMedia).– Un mapa de México lo coloreamos con los alebrijes oaxaqueños, con las piñas verdes de cerámica de Michoacán, con los árboles de la vida del Estado de México, con el barro hidalguense o con las emblemáticas chaquiras del arte huichol de Nayarit en calaveras, animales y representantes de los dioses.
Nos olvidamos que en medio del desierto de Sonora, frente a la isla más grande de México, con el mar de Cortés como aliado, los seris (comcáac) contribuyen a la riqueza artesanal del país. Esculpen madera centenaria de palo fierro con vidrio y se tardan uno o dos años en terminar una canasta tan hermética que en otros tiempos servía para conservar la comida como un refrigerador. Concluir una canasta sigue siendo el pretexto para celebrar entre danzas y vino de pitahaya.
Los alebrijes y las figuras huicholes encapsulan los colores de su naturaleza: la variedad en tonalidades y formas de los animales en la selva Lacandona; los manglares y bosques de Nayarit. Del desierto, la artesanía toma forma en colores áridos y en figuras monocromáticas oscuras como sus montañas.
La personalidad de los norteños es dura y sencilla, las cosas se dicen directas, las plantas son bastones con espinas y el sol pega sin intermediarios. Es de ahí donde nace la madera de la artesanía. Esta flora abarca el desierto de Sonora en su totalidad: Baja California, California, Arizona, Sonora y un fragmento de Chihuahua. El árbol nace blancuzco acompañado de variedad de cactáceos. Un poco más al sur, en los ocho pueblos legendarios yaquis, también están rodeados de ella y la trabajan.
El palo fierro es la única madera que no flota. No le entra polilla porque no tiene betas ni poros. Una fogata con su material puede durar horas y horas y más horas. El mismo proceso de artesanía la protege: no se puede manejar si no está muerta. Antes (y si alguien lo sigue haciendo ya es contra la ley) cortaban la madera y la dejaban secar cinco años para apenas comenzar a esculpir.
La canasta seri viene de la corteza de torote preparada por mujeres. Aparte de que toma tiempo porque es un trabajo manual, también es porque si rechina mientras la señora teje significa la mala suerte. Lo recomienza hasta que ella sienta el momento adecuado.
La realidad actual seri es que los hombres se están enfocando en el negocio de la pesca y dejan el palo fierro para otra ocasión y cada vez hay menos fiestas de canastas porque las mujeres se distraen en factores de la civilización.
Los talleres con motosierras aprovechan la inactividad de los indígenas para hacer equipos de hasta 16 personas, como “El Magnate” en Hermosillo, y elaborar los gustos del cliente. El comprador se aleja de las figuras tradicionales de cactus, delfines, halcones, flora y fauna de la cultura sonorense para pedir osos, ángeles y elefantes. No nos queda más que agradecerles por estar salvando la artesanía del desierto, aunque sea con detalles con dremel.
De las canastas, todavía no hay cabeza empresaria que las haya empezado a crear con máquinas en vez de la tradicional aguja de hueso de venado. En los museos están expuestas como tesoros difíciles de conseguir.
No necesitan terminar una canasta para mover los tobillos envueltos en capullos de mariposas y chaquiras. Les queda su Año Nuevo el 1 de julio y las primeras menstruaciones de las niñas seris en sus “Fiestas de la Pubertad” para tomar vino de pitahaya y lanzar al cielo melodías de sus antepasados, del pez mariposa, o del toro suelto de los españoles.
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