Como si fuera ciencia ficción, el drama de los desaparecidos y sus familias en México cae en el hoyo negro de la burocracia. Las autoridades dicen: “No hacemos magia”, pero las madres y padres denuncian su incompetencia.
Ciudad de México, 10 de junio (SinEmbargo).– Primavera estacional. Primavera en la vida de un hombre. Es marzo de jacarandas en flor, como Francisco con sus 22 años. Estudia el séptimo semestre en Ingeniería Informática, y ese día lunes expone un trabajo en equipo. Vive a espaldas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Sus padres, ama de casa y profesor de escuela pública, le dan un raid a dos cuadras de la estación Metro Pantitlán.
A las 6:30 de la mañana las cámaras del Metro Pantitlán registran su entrada a la estación. Cuando en clases pasen lista, y su banca esté vacía, y sus compañeros de equipo se queden esperándolo, y su madre tenga los labios secos porque Francisco no regresa, la cámara del Metro tampoco habrá captado en cuál de las estaciones descendió el muchacho. Francisco está desaparecido.
Más de un año después, con el cielo de junio encapotado corre un viento salvaje. No tarda en llover, y la señora Alicia Trejo, madre de Francisco, padece artritis reumatoide; en las noches resiente el frío de la humedad, y la ausencia de su hijo. Cuando en marzo de 2012 la señora Trejo denunció en la Fiscalía Antisecuestros, de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) la desaparición de Francisco, obtuvo como respuesta una consideración y una pregunta: “No se trata de un secuestro, a lo mejor usted se enojó con su hijo, a lo mejor ya está harto de vivir con ustedes. ¿Porque somos antisecuestros vamos a salir corriendo a buscar a su hijo?”.
La madre no se rindió. La Fiscalía levantó el acta de denuncia. Pasados cuatro meses cerró el caso: la familia Trejo no había recibido petición económica alguna por parte de algún supuesto secuestrador para el rescate de Francisco.
POLICÍA CIBERNÉTICA
En el muro de Francisco en Facebook, un compañero de equipo había posteado el día que desapareció: “¿Qué onda, dónde andas?, necesito que te comuniques con nosotros”. Por otro compañero de clases, la madre se entera que Francisco no llegó a la escuela. A la hora que ella lo esperaba en casa para comer, ese compañero recibió un mensaje del celular de Francisco: “A tu amigo Paquito lo tenemos guardadito. Llamaremos más tarde para que empiecen a cooperar”.
El receptor del mensaje guardó silencio, no avisó enseguida a la familia de Francisco. “Los chicos que estuvieron relacionados con la desaparición –la señora Trejo corrige–: relacionados con el mensaje, deciden cerrar la comunicación conmigo. Dicen que tienen miedo. Me fue muy difícil convencerlos para que rindieran su declaración”.
Y las autoridades decidieron no interrogarlos. La Fiscalía declara el caso una ausencia voluntaria y lo deriva al Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) que, a modo de pin pon, devuelve el caso al considerarlo como privación de la libertad. La Fiscalía lo rechaza de nuevo, y el expediente duerme en CAPEA.
–¿Nunca más recibió un mensaje? ¿No ha vuelto a saber nada?
–Este febrero, dentro de un grupo de la escuela en Facebook, alguien amenaza a un muchacho: “Cálmate, cuando te tenga en Iztapalapa o Netzahualcóyotl, a ver si eres tan gallito, ¿quién crees que puso al güey que se despareció? Pobre chavo, no supo en la que se metía y tuvimos que levantarlo”.
Una petición que la señora Trejo ha planteado a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) es la intervención de la policía cibernética: “El mundo de mi hijo es la computadora. Estoy convencida que si se involucró en algo, si alguien lo convenció, o engañó, tuvo que ser en las redes sociales; pudimos ver la sábana de llamadas del celular, y no tenía comunicación telefónica. Sus llamadas mayormente eran conmigo, no tenía novia, su vida social era escasa”.
LA MAGIA
El actuar de la policía cibernética en conjunto con la Fiscalía Antisecuestros, implicaría coordinación. Un término del que echó mano el titular de la Procuradoría General de la República (PGR), Jesús Murillo Karam, durante la presentación de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas:
“Coordinarse no es reunirse entre cuates para tomarse un café, coordinarse es tener un plan, un objetivo, una acción precisa, enseñar qué le toca hacer a cada quien, es definir quién es responsable de qué, es tener forma de vivir y de evaluar lo que se está haciendo. Es el primer instrumento de cualquier otra acción. Y eso es lo que vamos a hacer, coordinarnos”.
En cambio, el oscuro ente de las fuerzas del mal –el jefe de Gobierno del Distrito Federal (GDF), Miguel Ángel Mancera Espinosa, ha llegado a declarar que en su territorio no hay delincuencia organizada–, maneja al dedillo lo de coordinarse. La prueba más reciente es la desaparición sin dejar rastro alguno de 12 personas en un bar after hours de la Zona Rosa.
La Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas está inconclusa, “se tienen que cubrir algunos procedimientos, acuerdos entre áreas, transferencia de recursos y localización de espacios para poder dar el servicio que se requiere”, ha argumentado el titular de la Secretaría de Gobernación (Segob), Miguel Ángel Osorio Chong: “No solamente ver cuál sería el diseño exacto, sino el cómo acomodar recursos, de dónde jalarlos”.
“No hacemos magia –dijo Jesús Murillo Karam–, vamos a llegar hasta donde se pueda llegar. Es una responsabilidad que espero cumplir. Ojalá que esto funcione”.
Las madres reviran: “Si quieren gente que trabaje, y que investigue, que nos contraten a nosotras, ¡trabajamos mejor!”.
Otra vez: quienes parecen que sí hacen magia son las fuerzas oscuras del mal.
“Soy una madre con decisión –exclama la señora Trejo–, desesperada por encontrar a mi hijo, soy la voz de miles de madres. Soy una mujer con muchos miedos; miedo a que algo me suceda, a que se deteriore mi salud, también tengo la convicción del amor a mi hijo. Si esto es una muestra de lo que pude ofrecer una madre por un hijo, ¡aquí estoy! Estoy con el coraje ante la indiferencia de las autoridades. Doy mi fuerza como madre, para que las autoridades no se queden en las promesas”.
AGENTES DEL ESTADO
En el informe que Amnistía Internacional presentó recientemente a la opinión pública, recuerda que en México los casos de desaparición forzada sin resolver datan de la “guerra sucia” (1960-1980), cuando las víctimas eran detenidas por la policía o las fuerzas de seguridad durante operaciones de contrainsurgencia lanzadas contra pequeños grupos armados en varios estados.
Y pone el dedo en la llaga: “Al no investigarse de forma íntegra y eficaz estas violaciones de derechos humanos, se transmite claramente a los actuales autores de desapariciones –ya sean agentes del Estado o bandas criminales– que la desaparición es un delito que no tiene repercusiones para quien lo comete”.
La Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, define la desaparición forzada como “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”.
Esa “banalidad del mal” (sinembargo.mx/27-03-2013) en referencia a que en las normas jurídicas del Estado Criminal, lo abyecto es convertido en algo rutinario y desapasionado, banal, producto del ejercicio del poder, donde se actúa dentro de un sistema permisivo, ya sea siguiendo órdenes superiores o asumiéndose el individuo superior, en todo caso con poder.
Atanancio Rodríguez de 52 años siente miedo. “Siempre en esta situación hay miedo. En lo físico, y porque la gente está inconforme; la ciudadanía y las autoridades”. Su situación es la de un padre coraje. Es de Tulancingo, Hidalgo. Es de oficio hojalatero y pintor de autos.
Su hijo Alejandro, de 32 años, desapareció el 19 de julio de 2010. Ayudaba a sus hermanos en la tortillería de la familia, y a su padre en la compra-venta de autos usados. “Tenía mi taller, cuenta Atanancio, ya no tengo nada, tengo deudas por montón después de dos años, nueve meses, y días de andar buscando a mi hijo; he tenido que vender mi alma al diablo para andar buscando a mi hijo”.
–Estamos habituados a que las madres se armen de coraje, parece que ellas son las que buscan a los hijos.
–No parece. ¡Las madres son más aguerridas! Son guerreras, estas mujeres que están buscando a sus hijos tienen un carácter inquebrantable.
–¿Su esposa lo acompaña en su búsqueda?
–En esta búsqueda estoy solo. Me apoyan mis hijos menores; yo me divorcié de mi esposa hace 20 años.
–¿Cómo se enteró de la desaparición de su hijo?
–Alejandro fue a San Luis Potosí a buscar maíz. Era la segunda vez que viajaba a comprar maíz. Hablé con él un sábado, no encontró nada, todo estaba igual de caro que en Hidalgo. Le dije que se regresara, ya era de noche, regresaría más cansado, pero amanecería para almorzar en familia como todos los domingos. Se quiso esperar, y el lunes habló con su mujer avisando que se regresaba.
A las 14:10 horas del lunes, Alejandro regresaba hacia Hidalgo cuando fue detenido por las patrullas municipales 1250 y 1440 de San Luis Potosí, así se lo comunicó a su familia y ésa fue la última vez que hicieron contacto. “San Luis es un estado rebasado. No hay Ley. No hay garantías. No hay autoridad”, cuenta Atanancio, quien se dirigió a San Luis Potosí tras los pasos de su hijo.
Se presentó en la policía municipal preguntando por las unidades 1250 y 1440. Le negaron la existencia de esas patrullas. Atanancio buscó a Alejandro en Guanajuato y Querétaro, regresó a Tulancingo, y volvió a San Luis Potosí. En esa ocasión la policía admitió la existencia de dichas unidades, no sin que sufriera intimidación; lo estuvieron siguiendo policías en coche de paisano.
EL LABERINTO
Atanancio levantó su denuncia en la Procuraduría General de Justicia del estado de San Luis Potosí, después de dos años sin resultados, consiguió que la PGR atrajera el caso. Sin embargo, debido al cambio de sexenio, “aquéllos dejan todo al aventón”, y el expediente reinició su vía crucis arrancando de cero.
–Las autoridades qué dictamen le ofrecían.
–Mandaron a declarar a los policías. Dijeron que nunca habían visto a mi hijo, y se acabó. Nadie investiga. Yo le dije al Ministerio: Entonces, ¿si yo mato a alguien, y te digo que no lo mate, me puedo ir ya? Sí, me respondió el Ministerio, porque yo no lo puedo obligar a declarar otra cosa.
–¿El Estado lo ha desamparado?
–Los que andamos en esto, andamos solamente con el apoyo de Dios y los familiares de las otras víctimas. Soy consciente de que mis hijos están siendo protegidos, la PGR les ha otorgado medidas cautelares, por esa parte estoy un poco más tranquilo. Quiero decir que no habría necesidad de esto si las autoridades hubieran actuado de inmediato contra los secuestradores de mi hijo.
Cuenta Atanancio que en su búsqueda se han encontrado con que no hay recursos ni personal suficiente para investigar. “Si a las autoridades les interesa este país al menos para que lo sigan explotando, que frenen las desapariciones forzadas, que paren la delincuencia, estoy seguro que está en su manos”.
El Procurador Jesús Murillo Karam les dijo a los familiares de los desaparecidos hace cosa de días: “Aparte de haber sufrido el terrible drama de haber perdido a un ser querido, después tuvieron que sufrir ustedes mismos la búsqueda ante todas las adversidades que puedan imaginarse y para colmo el terrible desafío del laberinto burocrático. Hoy lo que queremos destrozar es ese laberinto burocrático”.
Como si fuera una historia de ciencia ficción al laberinto burocrático se sumaría un hoyo negro que se traga a las personas. Una dimensión desconocida inclusive para quienes tienen el deber de velar por sus ciudadanos.
Al menos que, como ironizó en este espacio Alejandro Páez Varela, en relación a “la patética respuesta del GDF al caso de los 12 desaparecidos”: Sólo falta que los cuerpos de los jóvenes aparezcan entre un sillón y la barra del antro, y que digan que no los vieron.
“Si llegara mi hijo en este momento sería el hombre más feliz del mundo, le daría un abrazo, le diría que… lo andaba yo buscando”, dice Atanansio.