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Gustavo de Hoyos Walther

10/05/2022 - 12:03 am

Vecinos más distantes

Últimamente, las discrepancias ideológicas y geopolíticas entre el Gobierno de Biden y el de López Obrador se han desplegado en el ámbito político latinoamericano.

En el siglo XIX, el filósofo político, Alexis de Tocqueville, vaticinó que los siglos venideros serían testigos de la confrontación civilizacional entre dos potencias históricas: Rusia y los Estados Unidos de América.

Tenía razón el pensador francés y esa batalla se desplegó con toda su intensidad en la segunda mitad del siglo XX, en lo que se conoció como la Guerra Fría. Esa conflagración culminó aparentemente entre 1989 y 1991, primero con la caída del muro de Berlín y luego con la disolución de la Unión Soviética. 

Sin embargo, múltiples analistas de la geopolítica vislumbran el arribo de una Segunda Guerra Fría, con los mismos protagonistas de los que habló De Tocqueville. 

El teatro de operaciones más caliente de esta guerra es hoy en día Ucrania, pero la confrontación lleva todo el siglo XXI. El desafío populista autoritario de nuestros días siempre ha tenido como uno de sus epicentros de comando y patrocinio a Moscú.

No es casual que en el hemisferio occidental regímenes autoritarios como el de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, siempre hayan mantenido relaciones excepcionalmente fluidas con la Rusia de Putin: todos ellos comparten las mismas tesis anti-liberales y pro-autoritarias.

Lo que es novedoso en la geopolítica latinoamericana es el viraje de México hacia el autoritarismo populista a partir de la llegada del Presidente Andrés Manuel López Obrador al poder en 2018.

Durante sus primeros años de su gestión, el Gobierno federal desplegó un activismo visible en América Latina, apoyando a Nicolás Maduro en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia y, sobre todo, a Miguel Díaz-Canel en Cuba. Este activismo fue posible, en gran parte, debido al acuerdo tácito entre los Presidentes Trump y López Obrador, que implicó que el primero no tendría objeciones públicas al despliegue del poder mexicano en la región, siempre y cuando México actuara en favor de la política migratoria del Gobierno trumpista.

Esto, no obstante, cambió con el triunfo de Joseph Biden en la elección presidencial de los Estados Unidos de América en el 2020.

Para cualquier interesado en el devenir las relaciones de México y los Estados Unidos, ha sido notorio el aumento de las críticas tanto del Congreso norteamericano como del propio ejecutivo estadounidense, a distintas acciones del Gobierno mexicano.

Últimamente, las discrepancias ideológicas y geopolíticas entre el Gobierno de Biden y el de López Obrador se han desplegado en el ámbito político latinoamericano.

La reciente gira del Presidente López Obrador a Centroamérica y el Caribe, en particular a Cuba, ha coincidido con el anuncio del Gobierno del Presidente Joseph Biden sobre la celebración de la Cumbre de las Américas, que en junio que reunirá en Los Ángeles, California, a Jefes de Estado del continente y al que no han sido invitados los dictadores en Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Sobre esto el Presidente estadounidense fue muy claro cuando señaló que “los Estados que no respeten la democracia, no van a recibir su invitación”.

Ante esto, se dice que López Obrador intentó convencer a Biden de convocar también a los líderes de los regímenes autoritarios de América. Pero el Gobierno estadounidense se mantuvo en su posición.

Esta diferencia de opinión repercute también en las visiones de los dos países respecto a los desafíos en Centroamérica. Para el Gobierno mexicano, la solución consiste en canalizar más recursos a la región con el fin de enfrentar la pobreza y desigualdad en la zona. La propuesta pareciera tener sentido excepto que la corrupción y falta de democracia en varios países centroamericanos, significa literalmente enviar recursos a un pozo sin fondo. Esta preocupación por el indispensable e impostergable fortalecimiento de las instituciones democráticas, se encuentra en el centro de las preocupaciones de Washington.

Seguramente los diplomáticos en el Departamento de Estado en Foggy Bottom se están preguntando por qué la visita del líder mexicano también incluyó a Cuba, cuya problemática geopolítica es diferente a la de los países centroamericanos. En La Habana se enmarca esta visita como una conmemoración de los 120 años de relaciones entre México y Cuba. Pero la verdadera razón puede deberse a la realidad presente.

Hay que hacer notar, en este contexto, que los secretarios de Defensa Nacional y de la Marina estuvieron presentes en la visita a la isla del Caribe, junto con el Jefe de Estado de México. Hasta donde sabe esta sería la primera vez que esto ocurre, lo que tiene especial gravedad ante el evidente militarismo del régimen obradorista.

Ante la creciente influencia del poder castrense en México este hecho debe, sin duda generar preocupación por partida doble, a la ciudadanía mexicana y a la diplomacia estadounidense.

No olvidemos, en este contexto, el comentario reciente del jefe del Comando Norte de Estados Unidos, Glen VanHerck, de que la inteligencia rusa tenía más espías en México, que en cualquier parte del mundo.

Un posible y desde luego indeseado eje Moscú-La Habana-Ciudad de México no puede dejar de ser una ecuación, que incluso el Pentágono pueda estar calculando.

Por lo pronto, la Cumbre de las Américas en Los Ángeles debe pensarse a la luz de la Segunda Guerra Fría, donde el Gobierno del México no parece estarse alineando del lado correcto de la historia.

Gustavo de Hoyos Walther
Abogado y empresario. Ha encabezado diversas organizaciones empresariales, comunitarias, educativas y filantrópicas. Concentra su agenda pública en el desarrollo de líderes sociales (Alternativas por México), la participación ciudadana en política (Sí por México) y el fortalecimiento del estado de derecho (Consejo Nacional de Litigio Estratégico).

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