Benita, de 75 años de edad, recuerda que hoy, 10 de mayo, es Día de las Madres. Sus ojos se nublan cuando habla de la fecha. Dice que sus siete hijos dejaron de cuidarla hace tiempo. Está allá afuera en plena Fase 3 de la pandemia por la COVID-19.
Ciudad de México, 10 de mayo (SinEmbargo).– En la etapa de máximo riesgo de contagio por la COVID-19, Benita, de 75 años de edad, tiene que salir a las calles para seguir vendiendo amuletos y pulseras. Lo ha hecho durante las primeras 48 fechas de la Jornada Nacional de Sana Distancia, y lo hizo también este domingo 10 de mayo en medio de una Ciudad de México irreconocible.
La mujer deja cada día su casa en la colonia Cuchilla del Tesoro en la Alcaldía Gustavo A. Madero, y se traslada hasta el Centro Histórico. Recorre unos 10 kilómetros de ida y unos 10 kilómetros de vuelta. Coloca un cartón café y un plástico azul a unos metros de la puerta principal del Palacio Nacional. Se recarga en una de las bardas de la Catedral Metropolitana, y luego extiende los ojitos de venado, los santos, las bolsitas de imán y las pulseras de colores.
“Una pulserita, una pulserita”, dice Benita. Pueden pasar horas sin que nadie se aproxime a ver lo que vende, pero ella insiste: “Una pulserita, una pulserita”. No usa tapabocas ni otra protección. Es la Fase 3 de la epidemia y ella, con características que la ponen entre las personas con mayor riesgo de sufrir complicaciones por el coronavirus, está ahí bajo el sol.
La mujer recuerda que el 10 de mayo, hoy, es el Día de las Madres. Sus ojos se nublan cuando habla de la fecha. Dice que sus siete hijos dejaron de cuidarla hace tiempo. Si ella come o no come ya no es algo que les robe el sueño, asegura.
“Ya se casaron los siete, todos ya hicieron su vida, ya me dejaron solita. No se acuerdan que tienen mamá”, cuenta. De su cuello cuelga una credencial del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam).
A unos metros del lugar en el que vende sus productos, la estación Zócalo del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro se encuentra bloqueada. Sólo llegan hasta su puesto los que viajan en bicicleta o a pie.
“Para el mal de ojo, para el dinero, para la suerte, para las envidias, los colorines para que rinda su dinero”, explica mientras señala los amuletos que vende. Los da en 20 pesos cada uno. Si le compran, toma el dinero con sus manos y luego lo lleva a su ropa. No le teme al contagio. O más bien, no tiene la opción de temerle.
“Hay que tenerle miedo a Dios, ¿por qué tenerle miedo a la gente? Dios está mirando todas las cosas. Él nos da vida eterna. Vivimos un rato. Hay que portarnos bien”, dice. “Pidiéndole a Diosito no te pasa nada. Pidiéndole a Dios con fe. Dios nos dio la vida y él es el que nos la va a quitar”, agrega.
Ella lleva varios lustros dedicándose al comercio en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Dice que vendió limones y hierbas hace tiempo, pero ahora ocupa el tiempo para hacer las pulseras y los amuletos. Se ve fuerte. La epidemia no la ha detenido. La soledad, tampoco. Hace 30 años murió su esposo.
A las cinco de la tarde del 10 de mayo de 2020, la mujer se levanta y se macha. Faltan dos horas para que Hugo López-Gatell, titular de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, informe que México ya acumula 3 mil 465 muertes por la COVID-19. Quién sabe si ella se enterará del dato que se dará a unos metros del lugar en el que pasa horas. Lo más seguro es que el lunes 11 de mayo regrese.