El sistema en el que vivimos demanda a las mujeres un sentido de la autopercepción física muy alto y a menudo fuera de la realidad. La imagen que damos al exterior es fuente de severas angustias tanto para las que son madres como para las que no lo somos. La vanidad, que se interpreta a conveniencia de los otros como exigencia o como frivolidad, es una de las primeras balas que se queman al tener un bebé.
Ciudad de México, 10 de mayo (EconomíaHoy/SinEmbargo).- Todo el mundo dice que tener hijos te cambia la vida, y debe ser cierto. Pero la misma frase en la boca de un hombre y de una mujer tiene detrás significados diferentes. Cuestiones abstractas y existenciales aparte, para muchas mujeres un gran choque con la realidad es que se descubren -con diferentes grados de resignación- en un irremediable estado de precariedad económica.
El sentido común dicta que un hijo implica un gasto considerable, pero en la vida de las mujeres entran en juego factores adicionales a la simple ecuación ganar-gastar-mantener a la criatura viva. Las renuncias personales que hacen las mujeres por los hijos son tan profundas como invisibles, y en muchos casos van en detrimento de la propia integridad y la salud.
“Paralelamente mi responsabilidad fue creciendo y mi situación económica fue disminuyendo conforme nacieron mis tres hijas. Al mismo tiempo tenía que cumplir con un trabajo muy extenuante”, me cuenta Lydia, mi madre, que crió a tres niñas al tiempo que cuidó de sus dos padres enfermos. Médica familiar de profesión, ha detectado que los desgastes emocionales y económicos de la maternidad van de la mano y a menudo superan las expectativas de las mujeres. “El golpe no se detecta por la madre de inmediato, tiene que ver con las etapas de la vida de una familia y es un proceso que inicia desde que se anuncia el embarazo. Es más fuerte si hay complicaciones antes y después del parto, o durante el desarrollo del bebé”.
“Este año le pedí a mi esposo y a mis hijos que en lugar de regalo del día de las madres me den el dinero, necesito hacerme el papanicolau” – Guadalupe
El sistema en el que vivimos demanda a las mujeres un sentido de la autopercepción física muy alto y a menudo fuera de la realidad. La imagen que damos al exterior es fuente de severas angustias tanto para las que son madres como para las que no lo somos. La vanidad, que se interpreta a conveniencia de los otros como exigencia o como frivolidad, es una de las primeras balas que se queman al tener un bebé.
“Tras la maternidad, en mi caso, no he comprado nada de ropa, cremas o maquillaje, porque ¿quién tiene tiempo para arreglarse? ¡Ni para una ducha! Casi ni me miro al espejo”, cuenta Rosa, psicóloga y educadora con una nena de 14 meses. “Pero lo llevo bien, aunque no lo parezca”, sonríe.
“Desde que nació mi hija dejé de hacer ejercicio”, dice Rocío, odontóloga, madre de una pequeña de un año. Para ella, suspender esta actividad ha representado un costo personal muy grande, no sólo porque ya no puede pagar la mensualidad del gimnasio, sino porque abandonó algo que representaba mantener su salud y un momento a solas que le daba paz mental. “Después de tener un hijo quedas aguada, esa es la verdad. Eso conlleva que no te guste como te ves, no te queda igual la ropa, tienes celulitis”. Al convertirse en madre dejó de gastar también en ropa, maquillaje, manicure “ya no me compro nada para mí”.
La inversión en autocuidado físico y emocional a la que con frecuencia renuncian madres y padres tiene consecuencias más graves en el caso de las mujeres cuando se pasa de la economía de pareja a la familiar. “Este año le pedí a mi esposo y a mis hijos que en lugar de darme regalo del día de las madres me den el dinero, necesito hacerme el papanicolau”, se lamenta Guadalupe, chef de profesión y co-propietaria de una empresa de fotografía. Su giro profesional implica que tanto ella como su familia estén fuera de la seguridad social del Estado, por lo que todos los cuidados y gastos médicos van por su cuenta. “Ayer tuve un vómito y me lo curé con una pastilla de Nimesulida”, confesó.
El ámbito laboral representa para las madres un auténtico conflicto existencial. Quienes trabajan por su cuenta tienen mayor flexibilidad para incorporar las labores de la crianza, a costa de la ausencia absoluta de apoyos del Estado como gastos médicos, guarderías o licencia de maternidad. En cambio, las mamás que están en una nómina deben apegarse a una Ley Federal del Trabajo (LFT) completamente desconectada de la realidad de las mujeres y una de las más atrasadas del mundo en materia de conciliación entre la vida laboral y familiar.
Si se sigue a rajatabla y no te despiden por estar embarazada, la LFT concede a las mujeres una licencia pagada de 45 días antes del parto y 45 días después. A partir del día 46, si alcanzas cupo, puedes dejar a tu recién nacido en una guardería del Estado. Organízate con tu pareja, si la tienes, para llevar y recoger a la criatura. Si eres madre soltera, ponte a merced de tu empleador para cuadrar tu horario. Deja de amamantar al mes y medio de parir y compra fórmula (unos mil 100 pesos al mes como mínimo), o búscale un par de horas más al día para enchufarte un tiraleches (cuestan tres mil pesos en promedio). Haz un esfuerzo extra y paga por ayuda. Lo normal es que esa ayuda sea otra mujer que para cuidar a tus hijos deje a los suyos, ¿te alcanza la cabeza para pensar en eso? También puedes seguir el lineamiento de nuestro secretario de Hacienda, y que a tu retoño lo cuide su abuelita.
“Ya no me compro nada para mi” – Rocío
A los hombres la ley les otorga cinco días hábiles por licencia de paternidad. Cinco. Al mismo tiempo se les exime del cuidado del bebé, se les saca del encierro doméstico, y cuando se trata de hombres empáticos y responsables, se les impide estar ahí.
Las soluciones que dan las madres al asunto de los ingresos son tan variadas como madres existen en este mundo, pero tienen en común que conllevan un gran sacrificio personal y laboral que a veces pasa por convertirse en dependientes económicas de alguien más y otras veces pasa por entrar al mundo del pluriempleo, con la consiguiente carga de culpa por no pasar suficiente tiempo con los hijos.
Sol es cineasta, pero desde que nació su hija, que hoy tiene tres años, no ejerce. También dejó de ir al cine durante año y medio. La primera vez que volvió a ver una película en una pantalla grande fue con su hija, llena de miedo de que la gente la juzgara. “Afortunadamente ella se durmió y yo pude disfrutar de mi pasatiempo favorito. En ese punto me di cuenta de que por salud mental es bueno hacer cosas que le gustan a una”. Pero no siempre hay dinero para ir al cine. El padre de su hija comenzó a aportar tres mil 500 pesos mensuales solo después de haberlo demandado y atravesar un desgastante proceso legal. El convenio, me cuenta, “lo deslinda de toda responsabilidad económica para gastos educativos y de salud por lo que yo llevo la mayor parte del peso y la responsabilidad, además de los gastos propios de la casa, estudios médicos, vestido, recreación y cualquier gasto no planeado”.
Tanto Sol como Guadalupe quieren regresar al trabajo que tenían en algún punto. Rocío regresó tras un par de meses, pero hasta la fecha no ha podido normalizar sus jornadas. Lydia nunca pudo dejar el trabajo. “Nadie que haya trabajado antes se adapta a estar en casa”, dice Guadalupe, “hace mucha falta el contacto social”.
Varias veces a lo largo de mi vida le he preguntado a mi madre si en verdad, EN VERDAD, no hubiera preferido no tenernos, dados los sacrificios que ha tenido que hacer. Invariablemente contesta que no. Lo mismo sucede con todas las mujeres que entrevisté para este texto. Les pregunto si ha valido la pena, me dicen que sí sin dudarlo. Estoy convencida de que existirá alguna que conteste que no, como lo ordenaría la lógica más fundamental, pero la respuesta a ese acertijo tan profundamente humano sigue siendo un misterio para mí.