Musa de nadie

10/05/2015 - 12:03 am

Mis cajones desbordan de pliegos, ellos todos sellados con mi inicial, chorreando la tinta de mi corazón, anudados con venas resecas de sangre de otros tiempos. Me he despedido de los fantasmas incontables veces, pero esa es el tema con los fantasmas: son sordos y mudos, van flotando de habitación en habitación sin pedir nada y si no se estrellan en las paredes es porque para ellos no existen y, como se sabe, en la percepción está la realidad. Me dejan temblando de frío, intentando adivinar de quién era la cara bajo la sábana, de quién los ojos ausentes del que aunque encontrara no sabría qué andaba buscando.

Se me han ido así las décadas: analizando los distintos tonos de blanco que hay en los blancos de los ojos de los fantasmas (marfil, ostión, coral, nube de oveja, nube de casi lluvia). Dibujando falanges de dedos para aprender a moldear mis huesos a golpe de martillo. Cantándole al silencio cuando la lengua deseaba ser bandada de palomas mensajeras, alabando omóplatos, trenzando piernas con paciencia penelopiana, tomando mi café negro, cuasi negro, dulce, semi amargo, dulcísimo, tibio, fresco, fuerte, como debe ser. Se me han ido así las noches: estudiando con el cerebro sobrecargado de idiomas algún nuevo dialecto para decirle a un hombre que es un hombre, a un niño que es un niño, al amor que es el infierno, el pasado, el más allá o el meteorito que se ve volando a lo lejos y al que, en vez de soplar para que navegue en otra dirección, me cuelgo como de un papalote. Se me ha ido así el vuelo: leyendo pieles, amaestrándome en inflexiones, quemándome las huellas dactilares en el vapor del volcán. Soy la eterna parturienta de amantes, la que a todos da una cara más bella, más putrefacta, más memorable. Soy el retrato escondido en el desván, la que guarda cada noche de cada nombre, resguardando entre mis párrafos la fragilidad del momento, la belleza que con el desamor debía enmohecerse y en vez florece como flor marciana en las condiciones más adversas. Soy la inmortalizadora de pupilas, la disecadora de versos, la taxidermista de la pasión.

Docenas de pliegos con distintos nombres, años y años de amar y desamar, de letrar y desletrar, de nombrarlos, censurarlos, destruirlos y mantenerlos vivos entre consonante y consonante, y hoy caigo en cuenta de que yo, la enmusadora de hombres, soy, tristemente, musa de nadie.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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