Tras dos años de explorar un área de manglares que deben tener cuidado en no destruir, con agua y lodo hasta las rodillas, acosados por el calor y los insectos, las y los buscadores de Solecito lograron recuperar de Punta Puquita los restos de 17 personas, pendientes aún de ser identificadas.
Por Ana Alicia Osorio González
Ciudad de México, 7 de diciembre (A dónde van los desaparecidos).- “Parece un lugar paradisiaco”, dice una de las buscadoras. El verde del manglar, el sonido de las aves y la tranquilidad que se respira hacen difícil creer que en Punta Puquita, un islote localizado al sur del Sistema Lagunar de Alvarado (SLA), una zona de Veracruz protegida por su biodiversidad, se hayan descubierto restos humanos.
Pero no es el único lugar, en este complejo de lagunas, donde se han ocultado cadáveres. En un segundo islote también se han hallado cuerpos, y se sospecha que podría haber en tres más, convirtiendo algunas áreas de este ecosistema en un cementerio clandestino.
Rosalía Castro Toss, madre de Roberto Carlos Casso, desaparecido en 2011, y cofundadora del Colectivo Solecito de Veracruz, señaló que los indicios que llevaron a estos sitios, que no identifican por razones de seguridad, provienen de carpetas de investigación sobre personas desaparecidas.
Se han localizado también restos humanos en el Parque Natura, un área natural protegida de 80 hectáreas, ubicada en Xalapa; como en el caso del SLA, son lugares de difícil acceso por su importancia ambiental, lo que complica hallar los cuerpos que los criminales buscan desaparecer, indicó Anaís Palacios Pérez, integrante del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD).
A este hecho se agrega que, en estas zonas, los trámites para realizar búsquedas, como la necesidad de averiguar quién es el dueño del islote y conseguir su autorización, retrasan el proceso para que los colectivos y las autoridades puedan ingresar.
Tras dos años de explorar un área de manglares que deben tener cuidado en no destruir, con agua y lodo hasta las rodillas, acosados por el calor y los insectos, las y los buscadores de Solecito lograron recuperar de Punta Puquita los restos de 17 personas, pendientes aún de ser identificadas.
El SLA, con una extensión de 267,000 hectáreas, abarca seis municipios del estado: Alvarado, Tlalixcoyan, Ignacio de la Llave, Acula, Tlacotalpan e Ixmatlahuacan; también incluye secciones de los ríos Papaloapan, Acula, Blanco y Limón. Es el segundo humedal más extenso del Golfo de México, después de la laguna de Tamiahua, ubicada al norte de Veracruz.
La importancia de su ecosistema, con 19,000 hectáreas de bosques de manglares, mamíferos como el manatí, en peligro de extinción, y más de 300 especies de aves, permitió que desde 2004 fuera protegido por la Convención de Ramsar, un acuerdo internacional que promueve “la conservación y el uso racional de los humedales”. También ha sido incluido por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) en categorías como región marina prioritaria y área de importancia para la conservación de aves.
El complejo está formado por más de cien lagunas interiores salpicadas de islotes, algunos deshabitados; a lugares como Punta Puquita solo es posible acceder en lancha. Por su valor medioambiental, el SLA debería ser un sitio vigilado, consideró Lucía de los Ángeles Díaz Genao, madre de Luis Guillermo Lagunes, desaparecido en 2013, e integrante de Solecito, quien no se explica que sea una zona de fosas clandestinas.
“UN PATRÓN CLARO”
Fue en 2017 cuando la Fiscalía General del Estado (FGE) de Veracruz, investigando la desaparición de tres elementos de la Secretaría de Marina, llegó a la comunidad El Arbolillo, perteneciente al municipio de Alvarado y colindante con la laguna del mismo nombre, que forma parte del SLA.
Ese año, la FGE halló 47 cráneos y abandonó la búsqueda. En 2019, las buscadoras de Solecito volvieron a ingresar y, hasta 2022, recuperaron 71 cuerpos y más de 5 mil restos óseos. En un solo día, el 3 de diciembre de 2019, se localizaron 40 fosas clandestinas.
Algunos de esos restos se encontraban entre los manglares de la laguna; fue la primera vez que tuvieron que usar bombas para extraer el agua y recuperar los “tesoros”.
En El Arbolillo escucharon relatos sobre bolsas con cadáveres que eran transportadas en lanchas para depositarlas en islotes y otros puntos del sistema lagunar.
En 2020, la Comisión Nacional de Búsqueda realizó su primer ingreso al SLA, en Punta Puquita. Hasta ahora, las familias no han sido informadas sobre cuántos restos recuperaron –el colectivo ha declarado que fueron cinco cuerpos–, qué indicios los llevaron al islote, y cuál es el avance del proceso de identificación.
Fue hasta 2021 cuando las integrantes de Solecito pudieron rastrear Punta Puquita. Aunque sabían, por los pobladores, de las lanchas con restos que circulaban por la zona, una carpeta de investigación sobre la desaparición de una persona, en la que se mencionó el islote, les permitió obtener los permisos necesarios. De abril a junio de este año lo exploraron, y en octubre comenzaron su búsqueda en el segundo islote.
Con el hallazgo de restos, dijo Brenda Cerón Chagoya, encargada de despacho de la Comisión Estatal de Búsqueda de Veracruz (CEBV), corroboraron la sospecha de que el SLA era utilizado por los criminales como cementerio clandestino. “Es importante que se lleven a cabo búsquedas en estos sitios, ya que vemos un patrón claro”, señaló.
Palacios consideró que el uso del sistema lagunar para enterrar cuerpos comenzó después de que las integrantes de Solecito descubrieran en 2016 Colinas de Santa Fe, un predio cercano al puerto de Veracruz donde se hallaron 302 cuerpos en 152 fosas. Este lugar se ubica a poco más de 80 kilómetros de Alvarado.
Según la defensora de derechos humanos, por el grado de descomposición de algunos de los cuerpos recuperados, creen que Colinas de Santa Fe aún permanecía activo cuando ingresó el colectivo. Por esta razón, los criminales buscaron otro lugar donde desaparecer los cadáveres, y lo hallaron en el SLA y las comunidades cercanas.
“Al estar bajo vigilancia no solo de las familias sino de las autoridades, y estar siendo objeto de búsquedas, los grupos delincuenciales ya no tienen ese espacio [Colinas de Santa Fe] donde depositar de manera clandestina los restos y optan por un nuevo lugar. Esa dinámica se traslada a otro sitio y se forma una especie de corredor [en el sistema lagunar]. […] Los grupos delictivos no pedían permiso, la bronca [para las familias] fue entrar a esos lugares”, indicó.
Para las familias del colectivo fue complicado concretar las búsquedas en los islotes debido a que las carpetas de investigación que los mencionaban tenían deficiencias que retrasaron la solicitud de las órdenes judiciales para poder ingresar.
Cerón Chagoya indicó que el sistema lagunar es un sitio complejo para ocultar cuerpos debido a su difícil acceso, pues solo se puede llegar en lancha. Los criminales, dijo, tenían la ventaja de que era poco probable que se sospechara de la existencia de fosas clandestinas en el lugar y, en caso de descubrirlas, recuperar los cadáveres sería también complicado.
LAS DIFICULTADES DE LA BÚSQUEDA
Punta Puquita es un islote deshabitado del municipio de Alvarado; tiene una extensión de 24 kilómetros cuadrados y se ubica a 30 minutos en lancha de la cabecera municipal. Hasta ahí llegaron las y los buscadores de Solecito en compañía de integrantes de la CEBV, la FGE y la Policía Estatal.
Es una zona de manglares que se inunda en temporada de lluvias, por lo que en caso de precipitaciones había que suspender las búsquedas hasta que saliera el sol y el agua de la laguna recuperara su nivel normal, despejando la tierra para poder explorarla.
Fernando –quien pidió, por razones de seguridad, no ser mencionado con su nombre real– tiene 53 años y colabora con el colectivo. Es uno de los dos o tres buscadores de Solecito que acudían al islote, debido a que el número de personas era limitado porque disponían de pocas lanchas y, además, tenían que asegurarse de no dañar el área.
A las ocho de la mañana, Fernando y sus compañeros se reunían en una plaza comercial de Boca del Río; desde ahí se dirigían al embarcadero de Alvarado, donde les esperaba un viaje en lancha hasta Punta Puquita.
Cuando llegaban al islote, se vestían con un overol que los cubría desde los pies hasta el pecho, elaborado con un hule grueso y negro para impedir que el lodo y el agua tuvieran contacto con el cuerpo; este equipo fue comprado por el colectivo para proporcionarles mayor seguridad.
Después se ponían unas botas de goma, pero en muchas ocasiones se les llenaban de agua y dificultaban su movilidad. Por eso debían tener cuidado de no meterse al fondo de la laguna y estar atentos a donde pisaban, pues el terreno era traicionero y en ocasiones creían que se trataba de tierra firme y acababan sumergidos entre el agua y el lodo.
“Se ve bonito por fuera, pero a 15 metros de ahí [la costa] te comen los moscos, es un sonido que zumba; es muy pesado, hay mucho lodo, las botas se van hasta adentro y ya no podemos avanzar mucho, solo en una parte de la orilla, unos 50 metros [hacia la laguna] es lo máximo que podemos llegar porque de ahí se hunde uno, ahí mismo hay lodo y llega hasta la cintura”, dijo Fernando.
Normalmente, si descubren indicios de que la tierra fue removida, las y los buscadores introducen una varilla de hierro para determinar, por el olor a putrefacción, si se trata de una fosa clandestina. Pero en el manglar la tierra no muestra esas señales, pues muchas veces está cubierta de agua, por lo que debían de utilizar en todo momento la varilla.
Una vez que encontraban un indicio, debían activar las cuatro bombas con las que contaban, dos de la CEBV y dos del colectivo, para quitar el agua que cubría los posibles cuerpos. A veces, al dar el primer palazo, la fosa se llenaba del agua que había debajo de la tierra; también hallaron restos en la laguna, lo que dificultó aún más la recuperación.
A menudo, las bombas no alcanzaban a sacar toda el agua, por lo que debían utilizar cubetas y trabajar con rapidez, para asegurarse de que los restos no resultaran dañados en el proceso o se perdieran entre el agua de la laguna.
“Nosotros tuvimos complicaciones para trabajar y tuvimos que esperar que bajara el agua [después de cada lluvia]; es un lugar, como te decía, que uno no entiende cómo van y entierran personas ahí […]. Es una búsqueda supremamente complicada; hay una cierta estabilidad en el cuerpo, que es más pesado que el agua, pero se mantiene así hasta que uno lo va a extraer… Es muy complicado por el tema del agua”, señaló Díaz Genao.
Una vez que excavaban, si hallaban restos humanos ingresaba el área de Servicios Periciales de la FGE para retirarlos, mientras los buscadores seguían sacando toda el agua posible. Después, los llevaban a la orilla, a un terreno más firme, donde procedían a lavarlos y limpiarlos para hacer el resguardo necesario.
Este es el mismo proceso que siguen durante la búsqueda en el segundo islote, que comparte las mismas características de Punta Puquita y, por lo tanto, las dificultades.
En estos lugares, los buscadores no solo batallan con el agua, también deben cuidarse de no dañar los manglares, que permiten la conservación de diversas especies, pues su destrucción es un delito federal.
“Es complejo para nosotros porque nos enfrentamos a distintos contextos; por ejemplo, los aparatos [georradares] con los que cuenta la comisión que son especializados, también para la localización de algunas alteraciones en el suelo, en esta ocasión no pueden ser utilizados, ni tampoco algún tipo de dron acuático porque el contexto de las raíces de los manglares es complejo, entonces tenemos que hacer todo de manera manual, con mucha cautela para no dañar las zonas naturales”, explicó Cerón Chagoya.
En el proceso de búsqueda están acostumbrados a enfrentarse con mosquitos y otros insectos. Salvo que, como ocurrió en 2021, los apicultores obtengan un permiso del gobierno para criar abejas, pese a que se esté llevando a cabo una búsqueda.
Castro Toss contó que en esa ocasión tuvieron que huir del lugar por las picaduras que sufrieron algunas integrantes y hubo que detener los trabajos porque, aunque después de tres días se llevaron las colmenas, las abejas regresaban y seguían siendo un riesgo.
Esta situación también provocó temor entre el colectivo porque expuso la vulnerabilidad en la que se encontraban, al trabajar en un islote aislado al que cualquiera podía llegar.
“Estamos entrando a sitios que han sido trabajados por la delincuencia organizada, entonces esto es un riesgo, además de estar recuperando [restos] en estos lugares y, bueno, tiene sus complejidades, justo porque la forma de llegar es distinta [en lancha], esto nos habla de la forma en que posiblemente pudieron haber llevado a las víctimas a estos lugares”, señaló la funcionaria de la CEVB.
Un día, Fernando regresó de Punta Puquita con una lesión en la espalda causada por el esfuerzo de estar sacando las pesadas cubetas de agua una y otra vez mientras intentaba no hundirse en el lodo, por lo que no pudo continuar con la búsqueda, pero está seguro de que le tocará acudir a otros sitios del SLA.
Los restos recuperados en Punta Puquita aún no han sido identificados, pues según Castro Toss resulta difícil por el ambiente húmedo en que se encontraban, pero recuerda que hallaron cuerpos con credenciales, que le tocará a las autoridades estatales investigar.
“Estaban muy deteriorados, pero hay unos [cuerpos], no recuerdo cuántos, que traían credencial de elector, y esa no se echó a perder a pesar de estar en el agua”, afirmó.
Cerón Chagoya explicó, a manera de ejemplo, que los huesos son una especie de esponja que absorbe el agua, lo que debilita su estructura y dificulta la identificación de los restos, por lo que serán analizados por Servicios Periciales de la FGE.
Palacios, del IMDHD, dijo que la descomposición de los cuerpos, por estar sumergidos –un proceso denominado saponificación–, deja como única opción para identificarlos las pruebas de ADN, ya que por su estado no es posible distinguir marcas particulares ni lesiones o heridas.
Estos hechos se suman, agregó, a la crisis forense que vive el estado de Veracruz, donde existe una gran cantidad de cadáveres que no han sido identificados –en 2020, la cifra estimada era de 1,391 cuerpos–, y todavía no cuenta con un centro de resguardo temporal. El gobierno del estado ha informado que se está construyendo en Coatzacoalcos y estará listo en 2024.
UN SISTEMA VIVO
Entre los islotes que conforman el SLA se mueven diariamente numerosas personas en lanchas, ya sea para pescar, comercializar productos o trasladarse, ya que los centros principales de venta de pescado y las cooperativas del sector, que constituye la principal actividad comercial de la zona, se encuentran en Alvarado.
En el sistema lagunar hay ocho comunidades en islotes con manglar y 224 en áreas cercanas, según la Conabio. Trasladarse de un islote a otro puede significar más de una hora de camino; comparten características como inundarse con frecuencia en temporada de lluvias y encontrarse en un área protegida.
En estos islotes también existen conflictos de propiedad, pues unos son ejidos, otros tienen un único dueño o bien pertenecen al gobierno, pero en ninguno es posible cambiar el uso de suelo.
La Conabio ha advertido que la conversión de estas superficies en terreno de ganadería o agricultura ha afectado gran parte del manglar. Detectó además otras amenazas para la zona como la tala de árboles, la contaminación del agua por desechos industriales y agrícolas, y la introducción de especies exóticas.
A estos problemas se agrega su uso como zona de fosas clandestinas. Ni las secretarías de Medio Ambiente federal y estatal, ni la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, ni la Procuraduría Estatal de Protección al Medio Ambiente se han pronunciado hasta ahora sobre este hecho. Se buscó a las procuradurías federal y estatal, pero no se obtuvo respuesta.
Para los otros tres islotes del SLA que Solecito quiere explorar, Castro Toss dijo que ya están solicitando los permisos, pero es difícil debido a que son varios dueños y necesitan identificarlos, localizarlos y conseguir su autorización para las búsquedas.
En el caso de Punta Puquita, los distintos propietarios dieron el permiso, pero en el islote donde acaban de ingresar se percataron, tras hacer un rastreo, de que no tenía dueño, por lo que finalmente la FGE presentó el caso ante un juzgado, que dio la orden de realizar la búsqueda.
En este segundo islote y en los siguientes tres, por pertenecer también al SLA, el colectivo sabe que enfrentará retos parecidos a los de Punta Puquita, pero a la vez se pregunta cómo pudieron utilizarse estos sitios, donde debe haber vigilancia, para desaparecer personas.
“Es una zona complicadísima y de manglar, que está bajo el cuidado de organizaciones y del Estado. Esas zonas son prioridad, están superprotegidas, con vigilancia todo el tiempo”, señaló Díaz Genao. “Ahí no hay descuido porque es continua la supervisión de la zona”.