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Óscar de la Borbolla

09/11/2020 - 12:02 am

La pregunta central de la filosofía

En todas estas grandes o pequeñas decisiones o imposiciones cada quien va dejando en claro el para qué de su vida: su sentido.

El sentido de la vida puede leerse hacia el pasado, descifrando la serie de elementos que fueron combinándose para llegar al punto en el que cada quien se encuentra: lo que cada quien es ahora. Foto: María Martínez, Cuartoscuro.

Hay muchas preguntas filosóficas que más allá de una eventual respuesta, su mérito consiste en saber formularlas, en la capacidad que se tenga para contagiar a los demás con ellas. Son asuntos que intrigan, que todo el mundo se ha planteado alguna vez y que, en la mayoría de los casos, terminan olvidándose bajo la pátina de la vida cotidiana que bloquea con sus urgencias todo aquello que no parece útil. Una de esas preguntas es la sencilla interrogante ¿qué hago aquí?, ¿qué sentido tiene la existencia?, o, si se prefiere, ¿cuál es el caso de vivir?

Albert Camus enfrentó esta pregunta y, a su manera, la propuso como "el único problema filosóficamente serio"; sólo que, en vez de desarrollar primero la pregunta, pasó de inmediato a una de las posibles respuestas: el suicidio, y dio así por sentado que la vida no tiene sentido. Para él esta afirmación era tan obvia que todo su análisis en El mito de Sísifo se concentra en desligar la evidencia de ese sinsentido y lo que parecería el paso obligado: el suicidio. El suicidio es lógico, nos dice, pero en un mundo absurdo el hombre no tiene por qué ser lógico: el hombre absurdo no tiene por qué suicidarse.

Yo quisiera, antes de aventurar una respuesta, detenerme en la propia interrogación. En esa pregunta que es susceptible de formularse de muchas maneras: ¿qué hago aquí?, ¿a qué vine?, ¿cuál es el caso de que un ser consciente aparezca en el mundo y su estancia dure un número relativo de años antes de perecer?, ¿tiene algún sentido mi vida?, ¿para qué nací?... Estas preguntas, ciertamente, suelen ser el tema de conversación de los jóvenes pubertos más reflexivos, de los más avispados, de aquellos que consiguen, precisamente por estas inquietudes, una mayor densidad espiritual, una mejor perspectiva, ya que no sólo pasan y les pasa la vida, sino que la emplazan intelectualmente al preguntar por su sentido. Estas preguntas son también la manera en la que se cobra distancia, una forma de teorizar sobre la vida misma y por ello son el germen de la filosofía, ya que revelan una honda paradoja: lo más natural (la vida) no nos parece natural ni obvia.

¿Qué hago aquí?, ¿para qué soy?, se ha respondido de múltiples maneras; y no estoy pensando en las respuestas de las innumerables religiones que al responder a esta pregunta de modo contundente, con alguna propuesta de trascendencia, la sofocan, la extinguen: nos hacen sentir que todo es demasiado claro, sino al hecho de que cada persona con lo que hace o deja de hacer responde a la pregunta con la totalidad de su vida, pues en cada momento, en cada decisión el ser humano responde al asunto del sentido con sus actos y, por ello, la vida particular, la de cada quien, es el manifiesto práctico de ese sentido.

¿Qué hago?, ¿elijo A o elijo B? ¿Qué hago cuando no puedo elegir porque no tengo ante mí A y B, sino sólo A? En todas estas grandes o pequeñas decisiones o imposiciones cada quien va dejando en claro el para qué de su vida: su sentido. Porque no todos se dedican a teorizar, pero sí todos hacen lo que pueden o lo que quieren con su vida o, al menos, su vida resulta ser una combinación de esas decisiones e imposiciones. El sentido de la vida puede leerse hacia el pasado, descifrando la serie de elementos que fueron combinándose para llegar al punto en el que cada quien se encuentra: lo que cada quien es ahora. Ese es el sentido. Puede no gustarnos, puede parecernos suficiente o incluso podemos sentirnos muy contentos con lo que hemos hecho; pero, al margen de la opinión que nos merezca nuestra vida, ella está ahí como la única respuesta que nos dimos acerca de su sentido: lo que cada quien ha hecho con su vida. Porque la vida, en efecto, tiene sentido, precisamente, porque no tiene un único sentido, cada quien se lo da, se haga o no preguntas filosóficas. Y si ante esta inmensa variedad de sentidos todavía se insiste en encontrar una formulación universal que exprese el sentido de todas las vidas habría que decir que el único sentido de la vida es vivirla. ¿Cómo? La historia de la humanidad es el repertorio de las maneras.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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