¿Ahora qué? ¿Lloramos, gritamos, soltamos el último suspiro? ¿Qué hacemos, parados como estábamos y con los dedos entrelazados a media plegaria, ante este basurero? ¿A quién le rezamos, a quién le dejamos los dulces y los panes cuando ni los dientes les dejaron a nuestros muertos? Diesel, llantas, asfixia, ejecutores viéndonos desde las pantallas y los periódicos que más que nunca nos dejan manchadas las manos de letras negras que no explican nada, que no desmadejan los laberintos y que con tenazas crueles nos arrancan las lenguas.
En el principio estuvo la palabra, en el final estuvo el humo. Hoy nombrar no da existencia, no da vida, pero así con la piel erizada y el corazón en sismo hay que seguir nombrando y buscándoles los rasgos que los hacen personas a pesar de la masacre. Hay que borrarles, con suaves pañuelos de iniciales bordadas, el fuego de encima. Hay que doler para ver si es cierto, para ver si lo que los mató a ellos nos hizo más fuertes a nosotros, a los que estamos reventando, huérfanos de juventud, de inocencia y de ley. Por que la justicia viene siempre después de los crímenes y no previene, tampoco puede curar, ni les devolverá las pestañas a los párpados ni los pies a las piernas. La justicia es el gran mito que ofrece un dolor a cambio de otro, hoy la justicia son las migajas que quedan luego de limpiar la mesa y atascarse, es la bofetada que pretende que se nos cierren los labios del puro impacto y que se nos pase el hambre.
Un basurero. Qué dolor. Ay, qué dolor, qué miedo, qué negro. Qué poco más que decir hoy, qué tinieblas disfrazadas de respuestas y promesas, qué cenizas aterrorizadas, padres de rodillas, gatillos hirvientes, infiernos inmerecidos. Qué temblor de pensar, qué ganas de arrancarse los ojos antes de que se los arranquen a uno, aunque adentro de la cabeza nos sigan sonando los gritos, y ojalá que nos sigan sonando y no se nos olviden los de uno y otro lado, ni sus ojos en los carteles, ni sus huellas en la tierra, que les devuelvan los dientes y las caras y nos devuelvan a nosotros sus nombres para seguir hablando de ellos hasta que se desgasten como tumbas a las que se les llora en el lugar correcto, en el momento correcto.