Sandra Lorenzano
09/08/2020 - 12:02 am
¿Qué? ¿Nos vamos?
Los más conmovedores poemas que he leído en este tiempo, me llegan desde una guerra que me fue ajena. ¿Dónde estaba yo cuando Sarajlić lloraba la muerte de sus hermanas?
Ayer descubrí Sarajevo de Izet Sarajlić . Ochenta y tres páginas que ya he leído y releído. ¿Dónde estaba yo entre el 5 de abril de 1992 y el 29 de febrero de 1996? ¿Dónde mientras Sarajevo estaba sitiada? En el 92 Mariana cumplió cinco años y jugaba en la plaza de Villa Olímpica. Yo la amaba mirándola jugar. Como la he amado cada instante desde que era una mínima célula dentro de mí. Ahora que añoro el horizonte, ahora que necesito caminar entre los árboles o junto al mar, que necesito silencio y abrazos, pienso en Sarajevo y en mi hija que cultiva fresas y maracuyás en un jardincito al otro lado del Atlántico. ¿Es ridículo decir aquí que me conmoví ayer mientras leía a Sarajlić al ver las fotos de plantas que ella me mandó?
“No has visto nada en Hiroshima. Nada”, le susurra Lui a Elle en los primeros segundos de “Hiroshima, mon amour”. Tampoco yo he visto nada en Hiroshima. Pero lloro cada vez que leo a Duras. Lloro cuando miro las imágenes de Resnais. No he visto nada en Sarajevo. ¿Dónde estaba yo en el 92? El alumno más querido de Sarajlić, bombardeaba la ciudad sitiada. ¿Se puede recitar versos emocionado y bombardear una ciudad? ¿Se puede acariciar los libros de una biblioteca y un instante después asesinar a quienes caminan por las calles?
Además,
es posible que ni siquiera sea ésta la ciudad en la que moriré
pero en todo caso habría sido digna
de un yo incomparablemente más sereno.
Esta ciudad en donde, a decir verdad,
no siempre he tenido mucha suerte
pero en donde cada cosa es mía y donde siempre puedo
amaros a cada uno de vosotros
y deciros que estoy desesperadamente solo… (p. 26)
Unos pocos versos del poema que abre el libro de Sarajlić y ya estoy ahí dentro. En esa Sarajevo a la que nunca he ido, recorriendo con él puentes y ríos, acariciando los sauces, amando los muertos que él ama. El hermano fusilado; las dos hermanas, Nina y Raza, que Han muerto / o a decir verdad / han sido asesinadas por la necesidad (p. 49). Su esposa, Mikika.
¿Los poemas
que pueden ser leídos por todos menos por ti
pueden considerarse míos todavía? (p. 72)
No he visto las montañas desde las que disparaban los francotiradores. No he conocido ni la calle Maksim Gorkij por donde circulaba el tranvía número 6, ni la Rey Tvrtko, ni el viejo cementerio judío.
Nunca he estado en Sarajevo, pero hay una parte de mí que se mueve por esas calles en las que aún pueden verse las huellas del horror.
Allí empezó el siglo XXI, escribió Susan Sontag. En un teatro bombardeado y a la luz de las velas, estrenó Esperando a Godot. Si 1914 marcó inicio del siglo XX en esa misma ciudad, el fin lo marcó el primer disparo serbio. Ochenta personas que pudieron haber muerto bajo las bombas en cualquier momento, escuchaban el desamparo de los personajes de Beckett: así comenzó el nuevo siglo en una ciudad en ruinas.
No he visto nada en Sarajevo. ¿Dónde estaba yo cuando Vladimir y Estragón esperaban la llegada de Godot? ¿Dónde estoy hoy que los vagabundos de Beckett no han dejado de esperar?
Vladimir: ¿Qué? ¿Nos vamos?
Estragón: Vamos.
No se mueven.
Imagino a Sarajlić en ese espacio en ruinas sabiendo que no se irá jamás, que nunca se moverá de la ciudad. Él ya no espera. Sabe que no hay nada que esperar. Godot no llegará. ¿Creó a los seres humanos a su imagen y semejanza y los abandonó a su suerte? Go(do)tt. De Treblinka a Mrkovići.
Desde hace treinta horas
Las granadas
Llueven sobre nosotros desde todas partes.
Una de ellas
Ha sobrevolado ahora
Este poema.
Ha sido lanzada desde el Mrkovići
Donde antes de la guerra cogía margaritas
Con la mujer que amo. (p. 36)
Recorro calles en la que no he estado, con los versos de Izet Sarajlić como guía, sobre un mapa que he desplegado sobre esta mesa que ustedes ya conocen. La de siempre. Miro nombres que no logro pronunciar.
Los más conmovedores poemas que he leído en este tiempo, me llegan desde una guerra que me fue ajena. ¿Dónde estaba yo cuando Sarajlić lloraba la muerte de sus hermanas?
Que se fuera, que abandonara esas calles amadas, le insistían sus amigos desde lejos. Los camisas negras fusilaron a su hermano Ešo. Era el final de la segunda guerra y el comienzo de su escritura. La historia atraviesa la piel. ¿O de qué hablan los poetas? ¿Dónde están?, preguntó Sontag. Conciencia moral, dijo.
Sarajlić miraba por la ventana y escribía. La mujer amada leía el desgarramiento. Con dulzura, leía. “La memoria de la tribu”, “los anunciadores del fuego”. Vladimir y Estragón. ¿Dónde están? ¿Dónde estaban?
Las vacaciones de mis padres
Desde hace quince años, cada 5 de septiembre, mis padres hacen las maletas y van, cargados de un montón de cosas inútiles, a pasar quince días a Herceg Novi. Mi padre no soporta el mar, mi madre tampoco es entusiasta, pero pueden verla desde lejos, sentada en una silla junto a la orilla, cuando cae la tarde, contemplando la isla de Manula donde su hijo mayor, Ešo, fue fusilado el 16 de julio de 1942. (p. 27)
Al mismo tiempo que ellos miran el mar, yo imagino un río que quizás no vea nunca y rezo a todas las diosas por un jardincito en el que crecen las fresas y los maracuyás.
En el Puente Vrbanja (Врбања мост), en este mapa, sobre la mesa de siempre, camina una mosca. ¿Qué? ¿Nos vamos?
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