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Julieta Cardona

09/07/2016 - 12:00 am

Demolición

No sé qué siento por esa ciudad. Ahí nací y viví algunos años. Hice mi bachillerato rodeada de puro clasemediero pretencioso

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¿Quiere darle play antes de comenzar? Flor sin retoño – Pedro Infante

No sé qué siento por esa ciudad. Ahí nací y viví algunos años. Hice mi bachillerato rodeada de puro clasemediero pretencioso. Ahí me volví pretenciosa. Ahí hice a mis amigos más viejos. Aprendí a manejar. Me enamoré por primera vez. Ahí hice muchas cosas por primera vez. Besar. Jugar básquetbol. Llorar por amor. Tener sexo oral. Ir a un panteón. A una misa cristiana. A una posada. Romper una piñata. Plantar un árbol. Ver durante horas un cielo pelón.

Ahí fui por primera vez a un bar gay. En realidad era un café que los miércoles por la noche se volvía la atracción especial por ser sodomita y clandestino. Ahí me enamoré de la cantante del lugar. No duró tanto porque pronto me rompió el corazón, pero me desenamoré por otro motivo: un día ya no cantó para mí. Fui, a pesar de todo, muy feliz, la verdad.

Ahí se conocieron mis padres y se casaron meses después. Ahí, probablemente, se aburrieron juntos, el uno del otro. Ahí hicieron parte de su patrimonio que, tras un escandaloso divorcio, pasó a ser de mi madre. Ese fue el lugarcito donde ella se refugió. En esa casita del centro de esa ciudad que habían comprado juntos, trataba todos los días de olvidarse de él. Era triste pero así era. Eran sus maneras que así eran. Después ella siguió su camino lejos de ahí porque ese lugar amenazaba con chuparle la mitad que le quedaba.

Recuerdo a la cantante. Habíamos terminado recién y me citó en su coche, ja. Estoy mejor sin ti, me dijo. Demoliéndome de frente. Activándome una granada en el estómago. Todo el amor muerto arriba de ese pedazo de lata.

Cada que voy a esa ciudad siento que me escupe. Y, como si la tierra diera un grito que lacera los pies, al llegar deseo irme. Hace unos días yo misma abrí las puertas de ese refugio viejo, símbolo de un montón de cosas para mí y para mis padres, y entró una máquina a tumbarlo todo. A demolerlo. En un par de horas ya no había nada: no casa, no tuberías, no anexos, no loseta, no muros.

Cerré las puertas y entregué la llave. Ahí solo hay tierra erosionada.

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