Las elecciones de este domingo, lejos de probar la madurez de nuestra democracia, no hicieron más que exhibir la barbarie y los pocos escrúpulos de nuestra clase política –llámense gobernantes o candidatos, tricolores, amarillos, azules, verdes o de cualquier color–.
La primera conclusión que se me viene a la mente es que todos son iguales, ¿pero es posible?, ¿todos iguales?
Un recuento básico diría que sí. El saldo electoral es, como lo reportó SinEmbargo, de cuando menos “12 candidatos muertos, decenas de heridos en atentados, secuestros, acarreos, sobornos”. El líder panista dice que esta fue la elección más violenta que recuerda y en la que los gobernadores priistas más han metido la mano para apoyar a sus candidatos. El dinero utilizado para financiar las campañas más allá de lo permitido por la ley –ya sean recursos públicos o de origen desconocido– fue la moneda común, afirma el dirigente perredista. Los priistas, por su parte, también exhiben una larga lista de agravios por parte de los gobernadores de otros partidos, sobre todo en Puebla, Oaxaca y Baja California.
Y lo peor es que los hechos parecen darles la razón a todos.
En efecto, durante todo el periodo electoral ha trascendido en los medios el desvío de recursos públicos hecho por los gobernadores; el rebase descarado de los topes de gasto de campaña; acarreos e intimidación a los electores el día de la votación y un largo etcétera.
Pero un análisis más pausado diría que no todos pueden ser iguales.
Es difícil de creer que personas de tan diferente origen acaben actuando igual: desde ex guerrilleros hasta altos empresarios, de derecha, centro e izquierda. Sin duda hay oportunistas en nuestra política –y parece que muchos, demasiados–, pero ¿todos están inmersos dentro de esta lógica, que ante otro calificativo, podemos llamar depredadora?
Después de dejar reposar, de enfriar, la frustración y el mal sabor que deja la jornada electoral, la lección es que tenemos que dejar de darle vueltas al tema de las personas. Si todos acaban actuando igual, entonces tal vez el problema se encuentra en otro lado. El problema son las reglas y los incentivos que orillan a que todos acaben actuando de esta forma.
Nuestros políticos desarrollan estas conductas tan primitivas y antidemocráticas debido a que las instituciones encargadas de evitarlas –castigarlas— están capturadas por los gobernadores. Pienso en dos en especial. En los Institutos electorales y en las instancias de fiscalización de los recursos públicos en cada Estado.
La principal lección de la elección del pasado domingo es que urge reabrir el debate sobre un órgano electoral único en el país, y una entidad de fiscalización federal fuerte, que pueda revisar el uso de los recursos públicos de los gobernadores. Lo demás será seguir perdiendo el tiempo sin llegar a nada.
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