El caso de Natalia es el primer caso de intento de transfeminicidio investigado con perspectiva de género por la Fiscalía de la Ciudad de México.
Por Gabriela Mesones Rojo
Ciudad de México, 9 de mayo (Open Democracy).– los diecisiete años Natalia Lane tenía varias certezas en su vida: quería ser periodista, era una mujer trans y quería una vida de aventuras. Desde la infancia, Natalia se había sentido singularmente fuerte, una exploradora astuta y valiente que podía llegar a lugares en los cuales otras personas sólo sentirían temor.
El miedo se asomó disimuladamente en su vida mientras su familia y los medios de comunicación nacionales le sembraban prejuicios sobre el mundo de las mujeres trans y lo describían como extraño y peligroso. Pero Natalia siempre ha sido una mujer de curiosidades y exploraciones propias, y nunca hubo un camino posible que la hiciera sentir vulnerable.
Es por ello que desde muy joven asumió su transición sin ninguna inquietud, y por lo que a sus veinte años se volcó al trabajo sexual de calle, para empezar a vivir una vida sintiéndose dueña de su cuerpo, su mente, su placer y su cartera.
Hoy, trece años después, Natalia se recupera de un intento de feminicidio durante el cual fue gravemente herida por un cliente en un hotel en Portales, un caso que está haciendo historia en México por tratarse del primer caso de tentativa de transfeminicidio investigado con un enfoque de género por la Fiscalía de Ciudad de México, un evento de violencia extrema en el que también fueron heridos tres trabajadores del hotel, Gerardo, Jonathan y Bertalino, quienes intentaron ayudarla.
Natalia sobrevivió, pero el sistema de justicia mexicano ha sido lento, irregular, violento y negligente. A pesar de que México es el segundo país con mayor índice de transfeminicidios en América Latina, Natalia es la única sobreviviente de transfeminicidio que ha logrado una detención de su agresor y empezar la investigación de su caso para la reparación del daño.
“La situación de violencia de género, especialmente hacia las mujeres trans y las trabajadoras sexuales, es gravísima desde muchos puntos de vista. Como comunicadora social también veo un problema cultural: las historias de feminicidio son enfocadas en el morbo y la espectacularización de las víctimas asesinadas, las que ya no están con nosotras. Pero, ¿qué pasa con las sobrevivientes? ¿Quién cuenta que sobrevivir también duele?”.
“NO ES LA PRIMERA VEZ QUE EL ESTADO ME FALLA”
La madrugada del 16 de enero de 2022, Natalia Lane empezó un live en Facebook con lágrimas en los ojos, una puñalada en su cara y otra en su nuca. Contó, con la voz lenta y la respiración pausada, que un cliente había intentado asesinarla en el hotel Diana de la Calzada de Tlalpan, mientras ella le daba la espalda en la habitación.
No es la primera vez que Natalia sobrevive violencia física: “He sobrevivido a las violencias de la calle, donde he sido golpeada, perseguida y criminalizada”, pero dos casos de violencia extrema tuvieron un impacto directo en su vida. En el 2014 un cliente la violó. Natalia logró llamar a la policía y consiguieron a su agresor en flagrancia antes de llevárselo detenido.
“En ese momento, los policías me estaban intimidando para que no presentara la denuncia. Mi agresor me ofreció dinero para que lo soltaran. No lo acepté, por una firme convicción: no puedo permitir que esto le suceda a otra compañera. Días después de presentarse en la Fiscalía de Delitos Sexuales su expediente desapareció misteriosamente.”, explica Natalia desde una terraza en el centro de la capital.
“Natalia fue la primera mujer joven abiertamente trans en estudiar en la UNAM, aunque no pudo inscribirse con su nombre”
“Con cada agresión yo me contaba una historia: me decía a mí misma que no pasaba nada, que yo seguía siendo una mujer chingona y trabajadora, que había que seguir adelante. Pagar las cuentas. Ayudar a mi familia. Ese era mi mecanismo de defensa. Pero lo que sucedió el año pasado fue definitivamente un punto de inflexión. No he vuelto a ser la misma Natalia, esta no es la primera vez que el estado mexicano me falla”.
Natalia empezó en el trabajo sexual mientras estudiaba Ciencias de la Comunicación en la UNAM, una de las universidades más prestigiosas de la región, y en la cual vivió distintos tipo de acoso y violencia de parte de estudiantes y profesores: “A veces recuerdo mi etapa universitaria y no puedo sino preguntarme: ¿Cómo sobreviví esa experiencia?”.
Natalia fue la primera mujer joven abiertamente trans en estudiar en la institución, y aunque no pudo inscribirse con su nombre —inspirado por Lois Lane, la periodista y pareja de Superman, una mujer ágil, inteligente, osada e inspiradora— sí logró recibir un diploma que representara su su verdadera identidad.
A mediados de la carrera, y en un contexto de serias dificultades económicas, Natalia encontró un punto para trabajar en las calles de la calzada de Tlalpan, una zona de alta afluencia vehicular hacia las afueras y al centro de CdMx.
En el ecuador de sus estudios universitarios le otorgaron una beca completa para estudiar periodismo durante un semestre en Medellín, una de las ciudades latinoamericanas con mayor turismo sexual y violencia de género contra las trabajadoras sexuales. Allí empezó a hacer periodismo para narrar las vidas de las trabajadoras sexuales a través de extensas crónicas que denunciaban violencia a la par que retrataba las dinámicas laborales de sus colegas y sus necesidades como trabajadoras en una industria multimillonaria y no reconocida por casi ningún estado latinoamericano.
Cuando Natalia narra su primera experiencia en el trabajo sexual, recuerda a un cliente amable, joven y atractivo, alguien que la acompañó en una exploración sexual que Natalia ansiaba: “quería aprender acerca de mi cuerpo y el cuerpo de otros, acerca del placer, los vínculos. También quería ser mala, quería vengarme de mis vínculos anteriores que me habían exotizado por ser una mujer trans. Nunca tuve una sola razón para ser trabajadora sexual. Podría decir que nunca tuve excusas para no hacerlo, porque siempre tuve la semilla del trabajo sexual, tenía un enamoramiento y una fascinación por ese oficio. Para mí el trabajo sexual es político, una forma de ganar la batalla contra nuestros cuerpos, una forma de fisurar el sistema y las sexualidades. Sí, está la violencia y la desigualdad, pero aquí en el cuerpo de las transexuales y de las trabajadoras sexuales también hay vida, decisión y amor. Yo no me puedo explicar cómo sigo aquí si no es por ese amor a la vida, al ideal de encontrar justicia para mí y mis hermanas trans”.
LO QUE TE ARREBATAN CUANDO INTENTAN MATARTE
La búsqueda de justicia de Natalia ha sido para ella un viaje lleno de contradicciones: “No creo en el feminismo punitivista, ese que solo castiga y señala. Nuestras cárceles están llenas de personas pobres, inocentes y vulnerables a las que el sistema también les ha fallado. Pero también me queda claro que mi agresor no es un hombre que merezca vivir en libertad, que pueda vivir en sociedad. No me voy a sentir tranquila hasta que se haga justicia, hasta que el sistema de justicia repare el daño que me hicieron”.
Hoy en día, Natalia ha vuelto a trabajar, pero confiesa que el miedo ha inundado su cotidianidad: “No hay un día en el que las cicatrices no me recuerden lo que viví, no hay un momento en el que no tenga miedo de darle la espalda a un cliente. Me siento totalmente desgastada emocionalmente y económicamente”.
Aunque el gobierno federal de México no lleva ningún registro ni ofrece data oficial en torno a la violencia y crímenes contra la población LGBTQ+, según el Observatorio de Personas Trans Asesinadas de la organización no gubernamental Transgender Europe, entre el 2008 y septiembre de 2022 se han registrado a nivel internacional 4 mil 369 asesinatos, de los cuales 649 ocurrieron en México: “No hay un registro nacional como tal, aunque hay una página que maneja el Secretariado de Seguridad Publica, manejan estadísticas de robo y feminicidios, pero no hay información de crímenes de odio y agresiones a población LGBTQ+ a pesar de que algunos estados códigos penales que tipifican crímenes de odio”, explica Rocío Suárez Hernández. Ella es directora del Centro de Apoyo de las Identidades Trans, una organización se enfoca en los derechos humanos de las poblaciones trans a través de estrategias de participación, creación comunitaria e incidencia política en base a documentación y registro de casos de violación de derechos.
Actualmente, México es el segundo país con más personas trans asesinadas en el mundo, en números absolutos: “Somos cien millones de habitantes en México y nuestra organización reporta entre 60 y 80 asesinatos de personas trans al año”. La organización ha documentado un aumento de violencia relevante desde el 2016 hasta la actualidad. Esto puede ser contradictorio, porque son los años en que mayor reconocimiento y avance ha habido a los temas LGBTQ+ como el matrimonio igualitario, el reconocimiento de identidad de género en 20 de los 32 estados del país: “A mayor reconocimiento de derechos hemos percibido una mayor violencia, y esto se debe a una resistencia de las personas de reconocer, aceptar y respetar la orientación e identidades que cada vez buscan tener más espacio en la sociedad”, comenta Suárez.
En este contexto, las mujeres trans son las más afectadas. Durante 2023, el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio Contra Personas LGBT ha registrado dos asesinatos y una desaparición de mujeres trans a lo largo del territorio nacional: “las mujeres trans son quienes enfrentan mayores índices de violencia, son ellas quienes tienen las cifras más altas de crímenes de odio y de atentados a la vida”, confiesa Gloria Careaga, coordinadora general y psicóloga de la asociación civil.
La organización afirma que se han registrado, en promedio, una agresión por mes hacia las mujeres trans, incluso de parte de las autoridades policiales.
Suárez también resalta que con la documentación e interpretación adecuada de la data de crímenes de odio hacia mujeres trans, el estado mexicano tampoco reconocería que las principales víctimas de violencia transfemicida son las trabajadoras sexuales. “No reconocer estas violencias tiene implicaciones en las vidas de las personas” explica Suárez.
Natalia describe el viaje a la justicia como un camino violento, innecesariamente complicado y desprovisto de protección estatal: “El sistema de justicia en México, aún en la capital, está diseñado para hacer que el proceso legal sea un martirio para las sobrevivientes. Ya pasó más de un año y no hay sentencia contra mi agresor, ni hemos podido pasar de la audiencia intermedia, ni hemos llegado a la etapa de juicio oral. En la próxima etapa sí tendré que estar en la sala con mi agresor, escuchándolo y mirándolo. ¿No es hora de que empecemos a reestructurar estos procesos? ¿Por qué tenemos que exponer a las víctimas a procesos tan duros?”
“Cuando se trata de trabajadoras sexuales y mujeres trans, el horizonte siempre es sobre la muerte”.
Si hay algo con lo cual las víctimas de violencia de género están de acuerdo, es con la desprotección generalizada de los procesos judiciales en América Latina: cuando no fallan las leyes lo hacen los funcionarios legales y policiales sin aprendizajes en temas de género; cuando es posible el acceso a la defensa, deben enfrentarse a juicios innecesariamente largos y extendidos por fuera de lo que plantea la ley; cuando las sobrevivientes encuentran la fuerza para denunciar un hecho violento, sus agresores las exponen a más violencia dentro de las mismas salas judiciales. “Creo que el sistema penal acusatorio en México todavía tiene muchos vacíos, que impiden acceder a una justicia pronta, expedita y que lo que ocurre en muchos de estos casos es que es proceso lento, tortuoso, revictimizante. El caso de Natalia es un caso mediático que afectó a una activista con una plataforma enorme. Sin embargo, ya vemos las dificultades a las que se enfrenta”, explica Suárez.
En este caso, el retraso procesal al cual se ha enfrentado Natalia ha detenido sus proyectos laborales, profesionales, psicológicos y metas personales: “el viaje a la justicia nunca termina, y aunque haya una sentencia, sé que el proceso no va a terminar allí. No hay vida que alcance a reparar el daño que implica que una persona te ataque, ni una cantidad de dinero que alcance a reparar lo que alguien te arrebata cuando intentan matarte. ¿Cómo se repara la confianza que le perdí al mundo?”.
Desde el ataque en su contra, Natalia ha tenido ataques de ansiedad diarios. Las cicatrices en su cuerpo —el mismo cuerpo con el cual ha explorado su identidad, su placer y su poder económico—le recuerdan en qué lugar del camino está: “Mi cuerpo es mi primer territorio de defensa, en un mundo que insiste en negar que las mujeres trans somos mujeres o que el trabajo sexual es trabajo. Ese es el motor que me ha impulsado a defender la alegría y organizar la rabia entre compañeras trabajadoras sexuales: porque no podría pensar en un mundo con feminismos que no incluyan las voces de las trabajadoras sexuales. Estoy ahora en un viaje que me ha desgastado emocionalmente, económicamente, familiarmente, ese es el lugar en donde estoy y estaré por más tiempo”.
Desde el intento de feminicidio, Natalia se ha enfocado en sobrevivir, “y lo he hecho gracias a mis hermanas. Por eso yo creo que sí le podemos dar la vuelta a nuestras realidades. Con esto no se borran las desigualdades, la violencia o el estigma. Pero hay que darle la vuelta al relato. Cuando se trata de trabajadoras sexuales y mujeres trans, el horizonte siempre es sobre la muerte. Hay que cambiar la mirada: cómo sobrevivimos, cómo vivimos, cómo nos contenemos, acompañamos y ayudamos entre hermanas. Cómo pasamos de la sobrevivencia a la vivencia plena con dignidad” concluye.