LAS REMESAS
El año pasado, los emigrantes mexicanos mandaron al país 36 mil 46 millones de dólares en remesas. Una cantidad de dinero 4.3 por ciento mayor a la registrada en 2018, como proporción del PIB nacional.
Sólo entre enero y marzo de 2020, las remesas generaron ingresos nacionales por 9 mil 293 millones de dólares. Como porcentaje del PIB, ésta masa de dinero implicó un récord de ingresos durante el primer trimestre de cualquier año desde 1995, superando por 0.1 puntos porcentuales al ingreso del primer trimestre de 2009, cuando las remesas alcanzaron su mayor nivel histórico, con una proporción equiparable al 0.7 por ciento del PIB nacional.
Pese al aumento en los últimos meses, instituciones como el Banco Mundial, BBVA y Banorte estiman que la crisis económica –agravada por la pandemia de coronavirus– hará que los envíos de dinero de connacionales en el extranjero caiga 20 por ciento en 2020.
Las remesas generan más ingreso de divisas a México que la IED, la exportación de productos petrolíferos y el turismo. Sin embargo, esta comparación sólo sirve para tener una idea de la dimensión cuantitativa de las remesas, “pero en ningún caso de sus posibles impactos y efectos en la economía mexicana”, refiere el doctor Alejandro Isidoro Canales Cerón en el texto Remesas y desarrollo en México. Una visión crítica desde la macroeconomía.
Para el especialista en estudios de población adscrito al Departamento de Estudios Regionales-Ineser de la Universidad de Guadalajara, las remesas no tienen el mismo impacto en la economía nacional que las otras fuentes de divisas, ya que se trata de ingresos que sirven más para enfrentar la pobreza que para incentivar inversión productiva.
“En efecto, las remesas y la migración constituyen, cada vez más, el único recurso de que disponen amplios sectores de la población para enfrentar el empobrecimiento de sus condiciones de vida generadas por las crisis recurrentes de la economía mexicana. Por lo mismo, más que un fondo de ahorro-inversión, las remesas constituyen un recurso de la pobreza para sobrevivir al empobrecimiento generado por el fracaso de las políticas macroeconómicas de ajuste estructural”.
De acuerdo con Canales, “aun en aquellos casos en que las remesas se destinan a proyectos de inversión, éstos suelen tener un escaso efecto en el desarrollo local y regional, pues por lo general se trata de pequeños establecimientos económicos, de alcance local y marginalmente regional, con baja generación de empleo y bajos montos de inversión”.
Los datos oficiales corroboran los resultados de este análisis, ya que indican que las remesas suelen aumentar, sobre todo, en épocas de crisis económica, y que por tanto su crecimiento no es lineal. Ejemplo de ello son los aumentos a inicio de cada sexenio, en que la especulación económica golpea a los indicadores macroeconómicos, y en periodos de crisis como los de 1994-1995 y 2008-2009, por mencionar algunos ejemplos.
Al igual que Herrera, Canales concuerda en que a pesar de que las remesas “suelen representar un importante componente del ingreso de las familias perceptoras, su impacto en la reducción de la pobreza y la desigualdad social es más bien limitado, y se reduce a casos muy particulares. Ello se debe a que, aunque a nivel agregado las remesas constituyen un volumen de gran magnitud, a nivel microsocial, en cambio, ese volumen se diluye en una gran multiplicidad de envíos de pequeñas cantidades de dinero”.
Las cifras del Banco de México indican por ejemplo que, en 2019, los 36 mil 46 millones de dólares de remesas correspondieron a 110 millones 445 mil 646 transferencias, con un promedio de 326 dólares por transferencia. En este sentido, el impacto que las remesas puedan tener en la reducción de la pobreza se circunscribe a lo que estos 326 dólares (6 mil 310 pesos a precios promedio de 2019) puedan contribuir en cada hogar. Sin embargo, los analistas indican que por la cantidad, su espectro es “muy limitado”.
“En términos macroeconómicos, las remesas constituyen fundamentalmente un fondo de transferencias familiares, que por lo mismo, tienen un escaso o nulo impacto en la capacidad de crecimiento y desarrollo económico. Por un lado, su volumen no es ni remotamente suficiente para impulsar un proceso de crecimiento económico autosostenido, a la vez que, por otro lado, son recursos que se dirigen a hogares en condiciones de vulnerabilidad, marginación y pobreza, por lo que son usados fundamentalmente para financiar el consumo de esos hogares, siendo marginal e insignificante el volumen y proporción de las remesas destinadas a inversiones productivas”.
Según Canales, las circunstancias anteriormente mencionadas permiten refutar la idea de una gran dependencia de la economía mexicana, a este flujo de divisas.
FUENTES DE DIVISAS
La IED, la exportación de petrolíferos y el gasto de turistas extranjeros generaron, en el último año, ingresos equiparables al 6.7 por ciento del PIB nacional. A lo largo de 2020, en México se espera una contracción en la generación de divisas, sobre todo por la reducción de la exportación de bienes y servicios mexicanos –entre ellos los turísticos– que, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), caerá 7.4 por ciento debido a los embates de la pandemia de COVID-19.
Las cifras del Banco de México indican que la IED cayó 7.7 por ciento –como proporción del PIB– entre 2018 y 2019. Para el doctor de la UAM Iztapalapa Fernando Herrera Lima, la falta de condiciones y de políticas socioeconómicas aumentan la desaceleración de los movimientos de inversión enfocados a la captación de divisas para la economía mexicana. Sin embargo, los principales problemas de divisas no provienen de una disminución significativa de la IED, sino de la creciente tendencia de las grandes empresas mexicanas que realizan inversiones directas de capital en otros países.
Al respecto, la Cepal refiere que “éste proceso se ha intensificado en los últimos años, como resultado del lento crecimiento del PIB, las evidentes muestras de saturación en algunos sectores del mercado interno y la existencia de restricciones regulatorias que limitan el crecimiento en México”, se lee en el documento La Inversión Extranjera Directa en América Latina y el Caribe 2019.
La información oficial indica, por un lado, que la IED sólo ha tenido grandes repuntes cuando han habido operaciones de compra-venta de grandes consorcios mexicanos: la integración de Banamex a City Group en 2001 y la venta de Grupo Modelo a AVInveb en 2013 coincidieron con aumentos de la IED de 53.5 y 110.5 por ciento, como variación relativa según sus respectivas proporciones con respecto al PIB nacional.
Por otra parte, las cifras arrojan que la inversión mexicana en el exterior (IME) suele repuntar, precisamente, durante momentos de crisis económica. Entre 2004 y 2005, entre 2007 y 2008, y entre 2016 y 2017, la IME repuntó 229, 2 mil 675 y 654 por ciento, respectivamente.
Para Herrera, el problema de la IED y de la IME radica en que “el éxito empresarial que permite la acumulación de las grandes fortunas de los consorcios en México no resulta solamente […] de una atinada gestión y de una notable capacidad empresarial, sino que en muy buena medida se deriva de la protección estatal selectiva a los grandes intereses económicos de la industria, el comercio, los servicios y sobre todo el mundo de las finanzas”.
En el caso de las exportaciones petroleras, los analistas, la Cepal y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) han referido que en México persiste un entorno de precarización de la capacidad productiva, siendo que las seis refinerías operan por debajo del 40 por ciento de su capacidad, que es poca la inversión de capital, además de haber malos manejos y altos costos de producción para Petróleos Mexicanos, por el excesivo cobro de derechos e impuestos por parte del Gobierno federal.
“El desenlace de 20 años de políticas neoliberales en el sector petrolero ha llevado a México a desarrollar una fuerte dependencia de las importaciones de productos petroleros procesados de alto costo, financiados de manera cada vez más precaria por la exportación de crudo, cuyos precios en el mercado mundial son mucho más volátiles que los de los refinados, como ha podido verse en la crisis petrolera que arranca en 2014”, se lee en el texto La remesodependencia de la economía mexicana: remesas, IED, turismo y petróleo en tiempos del TLCAN.
El problema con las exportaciones de petrolíferos es el entorno de caída a partir de 2010, que se agrava en 2015, cuando México –además de incrementar la importación de derivados petroleros– se convierte en un importador de crudo de los Estados Unidos, al grado de que el saldo de la balanza comercial en la materia comienza a registrar déficit en incremento, que se mantuvo hasta el cierre del año pasado.
Los datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público indican que en los últimos 25 años, el valor de las importaciones de productos petrolíferos –como proporción del PIB– aumentó 286.3 por ciento, mientras que el valor de las exportaciones fue a la baja en 14.5 por ciento.
Además del declive de la IED y de las exportaciones de petrolíferos, está la situación del gasto por parte de los turistas extranjeros en México.
De acuerdo con la OCDE, a pesar de crecer y de compensar parte de la caída de los ingresos nacionales procedentes del petróleo, el potencial del Sector Turismo “para impulsar un crecimiento incluyente y sostenible, así como para mejorar el desarrollo local y regional en México, tiene un amplio margen a ser explotado, y el sector enfrenta también retos diversos en materia de competitividad y sostenibilidad”.
Para el doctor Herrera, el problema del turismo extranjero en el país es que ha tenido un bajo crecimiento (2.7 por ciento anual promedio como proporción del PIB) en los últimos 25 años, de modo que la derrama de divisas de hoy (dos por ciento del PIB) es poco superior a la de 1995 (1.7 por ciento del PIB). Ello a pesar de las grandes partidas presupuestarias que el Gobierno federal destina al sector.
Las cifras del Presupuesto de Egresos de la Federación indican que entre 2016 y 2020, el Gobierno de México destinó un promedio de 5.4 mil millones de pesos anuales para el desarrollo y promoción del Sector Turismo.
“Aunque al parecer esta fuente de divisas se mantiene estable, no puede dejar de señalarse que las expectativas de los gobiernos mexicanos […] han sido mucho más optimistas y se han visto claramente frustradas, pese al considerable gasto en promoción y a las constantes inversiones en infraestructura turística que se han realizado”, explica el doctor Herrera.
Según el investigador, “detrás de este comportamiento de crecimiento moderado en la captación de turismo internacional y de baja aportación neta de divisas del sector a las cuentas externas del país, es claro que se encuentra el constante agravamiento de la inseguridad interna de México”.