En mayo de 2014, mes que se celebra el Día de las Madres, Lucía de Los Ángeles Díaz, quien perdió a su hijo de 29 años de edad en el 2013, creó un grupo en WhatsApp con ocho mujeres que tenían un solo objetivo: encontrar a sus hijos desaparecidos en la guerra contra el narcotráfico iniciada por el Gobierno mexicano.
Se le ocurrió poner en el perfil del grupo un sol y a partir de ahí sus compañeras empezaron a referirse al “Solecito”.
Hoy suman más de 200 madres conformadas en Solecito y todas cargan una historia de terror por la desaparición de sus hijos. La activista logró con el resto de sus compañeras ubicar una de las fosas clandestinas más grandes de Latinoamérica en el puerto turístico de Veracruz, donde fueron localizados 288 cuerpos.
Por Edgar Ávila Pérez
Veracruz (México), 9 may (EFE).- En una región sumida en la oscuridad de la violencia derivada del narcotráfico y convertida en un cementerio clandestino, una mujer lanzó un destello que se convirtió en un sol para cientos de familiares de personas desaparecidas en el oriental estado mexicano de Veracruz.
Lucía de Los Ángeles Díaz, una madre que perdió a su hijo de 29 años de edad en el 2013, encabeza a un grupo de madres llamado Colectivo Solecito, que se han enfrentado al desdén oficial, a las amenazas del crimen organizado y a la desidia social en la búsqueda de los suyos.
“El tema de las desapariciones es el más doloroso por lo perverso de las mismas, es producto de la terrible impunidad que impera (…) un país donde no se garantiza la vida humana no es habitable”, denunció en una entrevista con Efe.
En mayo del 2014, mes que se celebra el Día de las Madres, Lucía creó un grupo en WhatsApp con ocho mujeres que tenían un solo objetivo: encontrar a sus hijos desaparecidos en la guerra contra el narcotráfico iniciada por el Gobierno mexicano.
“Se llama Solecito porque cuando lo fundé mi vida era todo oscuridad y anhelaba un poco de luz para poder encontrar a nuestros hijos”, rememora.
Se le ocurrió poner en el perfil del grupo un sol y a partir de ahí sus compañeras empezaron a referirse al “Solecito”.
La activista logró con el resto de sus compañeras ubicar una de las fosas clandestinas más grandes de Latinoamérica en el puerto turístico de Veracruz, donde fueron localizados 288 cuerpos.
“Las teníamos detectadas (las fosas) por medio de declaraciones y rumores, pero el Día de las Madres de 2016 unos hombres (anónimos) nos dieron un mapa de Colinas de Santa Fe y decían que había muchos cuerpos ahí”, recuerda.
Hoy suman más de 200 madres conformadas en Solecito y todas cargan una historia de terror por la desaparición de sus hijos.
Unidas intentan recuperarlos vendiendo ropa usada, alimentos en festividades públicas y haciendo recolectas de dinero para el rastreo de fosas y compra de reactivos para ADN.
“Estos años de búsqueda han sido desgarradores, desgastantes, una verdadera tortura”, agrega Lucía.
El territorio veracruzano se ha convertido en un cementerio clandestino. Entre 2010 y 2017, localizaron 343 fosas donde el crimen organizado sepultó de manera ilegal cuerpos de personas.
Las inhumaciones irregulares que se ubicaron en 44 de los 212 municipios existentes en Veracruz, han arrojado la escalofriante cifra de 225 cuerpos, 335 cráneos y más de 30 mil 600 fragmentos humanos.
“Cuando encontramos fosas clandestinas siento que esa persona ya no se quedará en esas condiciones sino que regresará a su familia y que la familia cerrará el ciclo de incertidumbre y angustia”, asegura con el corazón contraído.
Las autoridades reportaron 3 mil 500 personas sin localizar hasta el 2016, pero las organizaciones sociales cifran en 20 mil el número de desapariciones, pues muchos familiares jamás denuncian por temor.
Tras la desaparición de su hijo, Lucía dejó de participar en actividades sociales, abandonó cualquier vicio que pudiera tener y si bien ríe de vez en cuando, jamás piensa en la felicidad, porque está enfocada en buscar a su niño.
“Me río porque los que sufrimos requerimos del equilibrio de la risa. No soy infeliz, pero no pienso en la felicidad: mi hijo la merece más que yo y no sé ni dónde está”.
Todas las madres del Solecito perdieron el miedo y la confianza por las instituciones. También han tenido pérdidas económicas porque la búsqueda es costosa.
“No hemos pensado nunca en parar la búsqueda a menos que no aparezcan todos”, remacha Lucía. Y lo mismo piensa el resto: “No descansaré hasta que lo traiga de vuelta a mi casa”, agrega Yelitza Cruz Gómez, quien también busca a su hijo.
“Lo seguiré buscando hasta el último momento de mi existencia”, insiste Martha Elba Jiménez, otra de las madres.
Cuando a una mujer le arrebatan a su hijo, describe el grupo de valientes mujeres, el temor y la angustia se van a un segundo plano, y solo se piensa en encontrar a ese hijo.
“Y si se toma toda la vida, pues ni modo (no hay otra)”, concluye Lucía.