¿La pobreza en México tiene un color?, es la pregunta que se hizo el equipo de Pie de Página para elaborar el proyecto al que denomina “El color de la pobreza”. Se trata de un análisis sobre la realidad de los pueblos indígenas mexicanos en el siglo XXI: dónde están, cómo viven, por qué son como son, en qué creen, realizado con el apoyo de la Fundación Kellog.
Los periodistas que participan narran en estas piezas las distintas identidades en una época en que las definiciones identitarias sexuales, étnicas-raciales y nacionalistas se confrontan, resquebrajan y diluyen. Además cuentan sobre las reivindicaciones, las reexistencias colectivas de pueblos olvidados por sus propios integrantes y desactivan los filtros ideológicos preconfigurados desde nuestra educación nacionalista y clasista.
En los próximos días, SinEmbargo publicará esta serie de reportajes que destacan el racismo y las condiciones de marginación con las que se ha reducido a estos pueblos. En esta primera entrega se aborda el tema de la discriminación que viven las mujeres triquis en la CdMx.
Por Arizbet Cervantes
Ciudad de México, 9 de abril (PiedePágina/SinEmbargo).– Son las ocho de la mañana en la comunidad triqui de Candelaria y la familia Sánchez Gutiérrez se prepara para la boda de Lupita, de 21 años de edad.
A la calle Juan de la Granja, donde vive la comunidad, llegan los invitados, quienes también ayudan en los preparativos: acomodan sillas, pican hielo, bajan refrescos. El previo de la fiesta es también un ritual de convivencia: los padrinos reparten cerveza y mezcal en jarritos de barro, mientras el caldo de res rojo que servirán de almuerzo hierve al fuego.
Los músicos de Banda de viento triqui afinan trompeta, trombón y tuba. Son ellos quienes anuncian la llegada de Isaac Salomón, el novio de 21 años, vestido con pantalón de mezclilla, playera y tenis, quien se suma a los preparativos. Afuera, en la calle de Juan de la Granja, las mujeres con sus huipiles rojos ya comienzan a bailar.
Lupita, mientras tanto, permanece en su casa. Como es costumbre en cualquier boda, ella no se dejará ver hasta que comience la ceremonia. Pero en este caso, en la tradición triqui, el novio no la ha visto desde hace un mes.
Tres horas después de que comenzaron los preparativos, a las 11 de la mañana, Isaac, que vende juguetes de madera para mantenerse, sube al departamento donde vive y aguarda Lupita, acompañado de la mamá de ella, quien le tomará la mano para llevarla a la calle donde los invitados ya beben y bailan.
Después de tres años de novios, seis meses desde que pidió su mano y un mes desde que no se reúnen, los novios por fin se miran. Alrededor de ellos suena la música y los aplausos. Ellos sonríen, pero a cierta distancia. En la calle, frente a todos, Lupita e Isaac son vestidos con los trajes típicos de la comunidad triqui.
A Lupita la viste la familia de Isaac y a Isaac la familia de Lupita. Le ponen tres pantalones y nueve camisas, le calzan zapatos nuevos y lo coronan con sombrero con paliacates de colores cargados de bendiciones. A Lupita le ponen nahua, fajilla y recibe tres huipiles colocados que le dan la bienvenida a su otra familia reconociéndola como integrante muy querida. El recibir más de un huipil representa la aceptación de la familia, las peinetas floreadas, listones de colores y collares que trae Lupita son símbolo de bendiciones para la nueva etapa que comienza a vivir.
LA DISCRIMINACIÓN EN LA CDMX
Los triquis son un pueblo perteneciente a la mixteca alta y baja de Oaxaca, que desde mediados del siglo pasado han sufrido ataques por parte de caciques de Putla y Juxtlahuaca.
En el año 2007 decidieron conformarse en el municipio autónomo de San Juan Copala y los ataques en su contra no han cesado, por parte de distintos movimientos políticos de la zona, vinculados al PRI. Los conflictos sociales, económicos y políticos ha llevado al desplazamiento forzado de la comunidad triqui, que se ha movido a campos agrícolas del país y otros tantos a las grandes urbes como la Ciudad de México, pero también han cruzado la frontera norte hacia los Estados Unidos de América o Canadá.
En el año 1987 llegaron a la Ciudad de México, donde se instalaron en distintos barrios del centro. Lupita e Issac forman parte de la segunda generación que llegó a la ciudad.
Cuando Lupita e Isaac ya están vestidos con sus trajes típicos, la banda vuelve a tocar. Entonces ellos se acercan y los mayores los rodean para darles consejos en triqui.
Isaac escucha atento, en cambio Lupita sonríe y asienta con la cabeza, un poco nerviosa, pues no logra entender las palabras triquis. A diferencia de Isaac, Lupita no entiende conversaciones largas en la lengua materna. Aunque sus padres hablan triqui, ella dejó de hacerlo desde niña, se sintió obligada para integrarse a la escuela.
Después, le dirán a Lupita lo que las palabras significan: le han dicho cómo debe ir el matrimonio, cómo se deben comportar, lo que tiene que hacer él como hombre y ella como mujer para que la relación esté bien.
Al terminar ambas familias se reúnen en círculo para bailar y convivir. “Ya somos una sola familia”, dice Lupita emocionada y todos comienzan a bailar.
A las 2 de la tarde comienza el banquete: tlayudas, tasajo y caldo de res rojo que se sopea con tortillas, aquí no se usan las cucharas. La música vuelve, ahora suenan unas famosas chilenas oaxaqueñas, baile de alegría.
Los triquis que habitan la Ciudad de México (o los xnánj nu’ a como se autonomiman los de San Juan Copala) enfrentan constantemente gestos de discriminación por su forma de vestir o hablar. Lupita ha escuchado innumerables veces que le llamen “india” por una u otra razón. Ella se siente incómoda, observada, rechazada.
El huipil ha sido el protagonista en el contexto discriminatorio que viven las mujeres triquis fuera de su territorio. “Las personas piensan que al traer un huipil somos inferiores e ignorantes, pero: ¡solo uno sabe lo que vale!”, dice Hilda, la hermana mayor de Lupita.
“Las escuelas a donde van los niños son muy racistas, la niñez ya no quiere aprender a hablar el idioma porque ha sido un motivo para el bulling y el racismo”, opina Susana Flores, prima de Lupita e Hilda, quien estudia la maestría en Antropología.
La lengua materna triqui se está perdiendo. En la comunidad de Candelaria son muy pocas las personas que la hablan y la entienden, algunas otras solo la entienden y refuerzan su conocimiento mirando un canal en YouTube llamado: “Triquis4j”. Las generaciones más jóvenes no tienen interés en aprenderla y no existe un plan de rescate. La lengua triqui la hablan un total de 25 mil 674 personas, de las cuales 13 mil 719 son mujeres y 11 mil 955 son hombres, según datos del Inegi.
LA BODA
La boda de Lupita e Isaac comenzó a prepararse seis meses antes, cuando Isaac habló con los papás de la novia para pedir permiso. En la tradición triqui, después de este primer encuentro le siguen otros en los que los papás dirán sí o no, y luego se negociará la dote. En el segundo encuentro Isaac llegó con carne y cerveza, acompañado de una persona respetable que lo represente, como lo dicta la tradición, en este caso fue Juan Acevedo, representante de la comunidad Triqui Maíz en Tepalcates, que habita otra zona de la ciudad.
En esta reunión Isaac se llevó la petición de la dote por parte del papá de Lupita y volverá a una tercera cita con una contrapropuesta, para cerrar el pacto.
Lupita no puede estar en estas reuniones, la representan su papá y hermanos mayores, o algún tío. Para ella la dote no significa “que la vendan” como se cree en las ciudades. Para ella, dice, la dote significa el valor que se le da a la mujer para que el hombre la respete, cuide y valore que le costó tenerla y el esfuerzo del trabajo del novio para juntar la cantidad.
Lupita lo significa por el trabajo que hace el hombre para poder casarse con ella. Lupita, dice, nunca pensó que su esposo la estaba comprando, pues entre ellos hicieron un pacto para juntar el dinero. Un año antes de la pedida de mano trabajaron juntos para ahorrar. La aceptación de la dote no es unánime, en la misma comunidad de Lupita algunas mujeres lo ven mal por las grandes cantidades de dinero que piden los padres, lo ven como un abuso.
Quince días antes de festejar la boda se hace El Tokui, es decir, la prefiesta. Isaac llevó una pierna de res a la familia de la novia, quienes la cocinaron. Por otra parte las familias alistan la ropa tradicional que consiste en un huipil rojo, collares con listones largos, flores, peinetas huaraches y para el novio compran camisas, pantalones, sombrero, paliacates de colores y huaraches.
La forma de organización política de los barrios en San Juan Cópala, en Oaxaca, es conocida como Chuman´a representando el centro ceremonial, político, económico y religioso en donde se establecen los poderes locales y coordina la forma de gobierno triqui. Además hay consejo de mayordomos y un presidente municipal quien es la autoridad ejecutora. Así se gobernaba a nivel regional.
En la comunidad de Candelaria, en la Ciudad de México, los triquis eligen a un representante que es designado por la mayoría de las quienes ahí habitan. Lo eligen a partir de su confianza, honestidad y respeto. La mesa directiva se conforma por tres personas: el presidente, el secretario y el tesorero. Las similitudes entre estas formas de organización, en el territorio original y en la ciudad de México, convergen en que están íntimamente ligadas al parentesco entre las familias que lo integran y en algunos casos solo buscan el bienestar de ese núcleo en el que el poder se encuentra.
A las 4 de la tarde los invitados a la boda de Lupita e Isaac acuden a la Iglesia de la Soledad, para celebrar la boda religiosa. En la ciudad, las triquis festejan por partida doble.
Mujeres y hombres cambiaron sus vestidos triquis y a la boda religiosa llegan con vestidos elegantes y largos, o camisas y pantalones de vestir. Lupita también cambió su traje triqui por un vestido de novia con cola amplia, que le ayudan a sostener tres niñas.
La boda religiosa será traducida al triqui, además de tener algunas peculiaridades, por ejemplo, no se quitan el lazo, aunque lo haya pedido el padre, pues creen que si lo quitan es mal de augurio para su relación.
Antes de que se dé por terminada la misa, la banda de viento que tocó por la mañana, anima la misa. Al salir de la iglesia, se reparte cerveza y en círculos se baila alrededor de la pareja, primero van los círculos de las mujeres y alrededor de ellas los hombres, más cuetes y música, hasta que deciden partir a la fiesta.
Esta segunda fiesta se llevará a cabo en la comunidad Doctores, de donde es Isaac.
Por la tarde se sirve mole y arroz y la fiesta se extiende hasta la media noche, se quitan las mesas y se amplía la pista de baile para dar paso a la música sonidera. Las cumbias no tardan en formar parejas, las luces neón bailan con todos los presentes.
LAS MUJERES TRIQUIS
Las mujeres triquis de la segunda generación que nacieron en la Ciudad de México tienen alrededor de 20 a 35 años de edad, algunas a corta edad han regresado a vivir a su natal San Juan Copala o visitan su localidad de vez en cuando por un corto tiempo para después regresar a la gran ciudad, decidiendo permanecer en las comunidades que han creado dentro de la urbe.
En la ciudad, las mujeres aspiran a tener un negocio y ser independientes. Sin embargo, no es sencillo. Al ser triquis y citadinas se asumen con dos personalidades; por una parte conviven con el ser triqui al mantener las costumbres heredadas por los padres y por otro lado el ser citadina le ha abierto las posibilidades de conocer muchos lugares y otras cosas, como el poder estudiar, asistir a eventos culturales, conocer museos, entre otros.
“Jamás nos vamos a asimilar como chilangas porque no nos interesa desprendernos de lo triqui y muchas veces nos hemos asumido como ‘triquis chilangas”, dice Susana, la estudiante de antropología. “No negamos nuestra realidad de que somos gente citadina pero tampoco queremos blanquearnos ni asimilarnos como tal hacia la identidad chilanga”.