Ciudad de México, 9 de marzo (SinEmbargo).– Karina tenía 27 años de edad cuando como adicta tocó fondo. Vivía en basureros por la colonia Valle Gómez, en la Delegación Gustavo A. Madero, en el Distrito Federal.
Su consumo de drogas empezó a los 11 años con una copa de tequila. Su camino la había llevado a una situación en la que si consumía piedra (crack, que es un derivado de la cocaína con efectos más dañinos) se sentía paranoica y si no lo hacía era dominada por la ansiedad. Cuando dormía o estaba inconsciente era orinada, pateada y abusada por indigentes o adictos como ella.
Con un recorrido por 17 anexos de rehabilitación durante su adolescencia, antes de que su familia le diera la espalda, fue a los 15 años cuando visitó el primero y fue por su alcoholismo. Recuerda que en algunos de esos centros le tocó ser castigada, obligada a estar sentada por 12 horas continuas para escuchar las terapias antiadicción y ese tratamiento le causaba dolores en sus extremidades y llagas en su trasero.
Algunos “padrinos” de rehabilitación la insultaban, algo que es común en dichos centros, pero además era estigmatizada por ser mujer. Por su condición los insultos adquirían un tono sexual. Le llegaron a decir “puta”, “golfa” o que era una “cualquiera”. Pero fue más afortunada que otras adictas, ya que a ella le tocó ver cómo varios hombres en grupo violaban a una.
Incluso cuando los “padrinos” eran amables su condición de mujer era desventajosa, ya que era probable que quisieran ligársela y aprovecharse de las confidencias que hacía sobre sus vivencias sexuales.
El caso de Karina, que se volvió consumidora habitual de alcohol desde los 12 años, hace unos años era poco común, ahora se repite cada vez más, dice el especialista en adicciones, Javier Creta.
Coincide con Karina de que la idea de mezclar grupos puede resultar explosiva para las adictas, aunque los puristas de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos (AA) se nieguen a aceptarlo, ya que los preceptos indican que hombres y mujeres pueden trabajar juntos.
Pero él no lo ve así y la experiencia reafirma su dicho.
“Aunque los hombres dejen de beber, no dejan de acosar”, explica.
Es común el intento de ligarse a las chicas que llegan a los grupos. A ello se agrega que son pocos los conformados únicamente por mujeres. Un tercer elemento es que las mujeres cuando deciden acudir a uno de los grupos, prefieren asistir a los de Alcohólicos Anónimos 24 Horas, una escisión de AA y cuyo tratamiento está basado más en el uso de insultos y agresiones y el empleo de anexos donde encierran a los adictos, en la mayor parte de los casos a la fuerza.
Karina forma parte de las estadísticas de aumento de alcoholismo entre mujeres en México. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición elaborada por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) de la Secretaría de Salud, entre los años 2000 y el 2012 el consumo de alcohol entre la población femenina de 20 años o más pasó de 24 por ciento a 41 por ciento.
Creta dice que las mujeres cada vez empiezan su consumo a edades más tempranas, y a su consultorio llegan muchas como Karina, que empezaron a consumir alcohol a los 11 o 12 años en una reunión familiar, inducidas por sus parientes para que sepan cómo beber ante desconocidos o para convivir en familia.
Por una cuestión de vergüenza o temor a la estigmatización, tardan más en reconocer que tienen una adicción. Muchas incluso asisten a terapia por problemas de pareja y es cuando descubren que son adictas. Pero quienes acuden a grupos de autoayuda mixtos se topan frecuentemente con un “acoso sutil encubierto”, dice el experto.
“Las mujeres jóvenes son presas, no llegan muchas, van de más de 30 años de edad y las más jóvenes van a 24 Horas, les llama la atención el nombre”.
Al ser presas de acoso, de insultos o del chismorreo luego de que cuentan sus experiencias, las mujeres desertan más pronto que los hombres, explica.
La convivencia en grupos sólo de mujeres es lo recomendable, asegura.
ALCOHOL ADITIVO
Cuando a los 27 años estaba ya cansada de su adicción y aterrada por las agresiones que sufría, Karina decidió asistir a un centro de rehabilitación donde adictos y adictas no se mezclaran, sino que estuvieran separadas.
Entre mujeres fue como comenzó a dejar de consumir. Sabía que trabajar en un grupo de autoayuda conformado por sólo compañeras haría más fácil el camino.
Entrevistada por SinEmbargo recuerda que su historia de consumo de sustancias adictivas inició a los 11 años de edad cuando con una amiga probó una copita de tequila, que en ese momento le quemó y le desagradó.
A los 12 años probó la cerveza con otras amigas amiga de la secundaria y la experiencia le resultó diferente. Les gustó y comenzaron a beberla frecuentemente. Así comenzó a asistir a fiestas o antros en la Zona Rosa donde tomaba además de cervezas, cocteles. En plena adolescencia pasó del alcohol a la cocaína cuando comenzó a frecuentar a amigos que vivían en Tepito.
Fueron esas amistades las que además de invitarla a antrear la llevaban a otras fiestas. Dice que siempre le gustó convivir con gente mayor que ella. Esas personas la introdujeron en el consumo de la cocaína.
Entonces mezclaba ambos consumos durante las noches, lo que le daba un efecto equilibrador.
“Mi concentración era ‘quiero volver a beber y a tener coca’”, recuerda.
Recuerda que una vez como consecuencia de una laguna mental olvidó en qué estacionamiento dejó el coche que su papá le había regalado. En otra ocasión fue sacada de una disco porque se puso a bailar arriba de una mesa y no se bajó. Ante la frustración decidieron ella y sus amigos buscar papelitos –dosis de coca– en distintos puntos de la ciudad y no encontraron, lo que los frustró más.
“Empecé a necesitar más alcohol, más droga, más relajo, más sexo, más mala onda”.
Sus papás la llevaron a los 15 años a un anexo pero apenas salió volvió a consumir y cada vez lo hacía más en compañía de personas que se dedicaban a la delincuencia: dealers, secuestradores, gerentes que usaban los antros para distribuir droga.
Asistió a fiestas donde sólo se consumía droga. Un secuestrador fue quien la invitó a consumir piedra. Como con el alcohol, primero le desagradó, pero volvió a probarla y quedó enganchada. Era un gran placer efímero que pronto la atrapó y del que quería más.
“A los 16 era adicta en potencia, era una adicción terrorífica, el alcohol ya era sólo un aditivo”.
Las visitas a los anexos fueron recurrentes así como las recaídas. En los anexos las técnicas contra las adicciones eran agresivas. Amarran a los adictos y a las adictas les dicen putas, no les proporcionan toallas sanitarias y en su lugar les daban periódicos.
“Si nos manchábamos de sangre no nos permitían limpiarnos y se burlaban”.
Si llegaban de sufrir, el sufrimiento adentro era doble, recuerda.
A veces los dejaban sin cenar, no se bañaban y era común tener piojos.
LA SALIDA
Karina como otras mujeres encontró en el consumo del alcohol la puerta de entrada para probar drogas ilegales.
Dice que para una mujer es más difícil enfrentar una adicción.
La mujer tiene que evitar ser estigmatizada para recobrar su dignidad; enfrenta el rechazo de la familia, como a ella misma le pasó cuando en plena montaña rusa de la adicción sus familiares la trataban como desconocida y le pedían que no hablara por teléfono a su casa.
“Ya te dijimos hija de la chingada que no nos hables, aquí no te conocemos”, le gritaban cuando le contestaban.
Recuerda que el alcohol ya sólo lo consumía para empezar la fiesta pero lo que más le gustaba era la cocaína y la piedra y a veces fumaba un cigarrito de mariguana.
Vivió en basureros, llegó a estar sin ropa. Fue cuando decidió recuperarse y asistió a Mujeres en Acción.
“No sé cómo le voy a hacer, pero voy a recuperarme”, se propuso.
Los primeros tres meses fueron un infierno. Pero lo consiguió.
No recomienda asistir a grupos mixtos porque se corre el riesgo de que surjan relaciones, que son peligrosas y autodestructivas.
Karina dice que incluso entre mujeres se puede desarrollar una competencia por dejar de tomar, pero también se comparten mejor las experiencias.
EFECTOS DISTINTOS
El alcohol en las mujeres tiene un efecto distinto que en los hombres, dice Javier Creta. Por una cuestión de metabolismo el efecto se acumula más rápido y como consecuencia su tolerancia es menor.
Bajo los efectos del alcohol están expuestas a relaciones sexuales de alto riesgo y por ende a enfermedades de transmisión sexual.
Considera que en el sector salud hace falta mayor atención a las mujeres consumidoras de alcohol y otras drogas, hacen falta más especialistas en adicciones y homologar criterios en materia de atención.
“Seguimos viviendo en México con perspectiva de tener centros de diferente variedad y con distintos modelos que operan con gran permisividad”, concluye.