Pedro Mellado Rodríguez
08/11/2024 - 12:04 am
Claudia no le teme a Donald Trump
“El pendenciero del barrio, el bravucón de la colonia, el grandulón abusivo del salón de clases está de regreso y tendrá nuevamente en sus manos el poder más devastador”.
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A partir de enero, el mundo quedará atrapado en el vértigo caprichoso del carácter de un sujeto que en cualquier momento podría poner en riesgo al género humano. Presa de esa insana satisfacción y envanecimiento por la contemplación de sus exageradas prendas personales, con menosprecio de los demás, la cólera naranja podrían incendiar al mundo. El nuevo encumbramiento de Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos es el signo más ominoso de la decadencia del imperio.
Almas extraviadas por el rencor, los prejuicios, el miedo, el racismo, el clasismo, la intolerancia, la arrogancia, el desdén, la misoginia y el desprecio por los más preciados valores humanos, son alimentadas por la supina ignorancia de quienes han llevado nuevamente al poder a un probado delincuente, que miente con descaro y cinismo, que amenaza con insolencia, que agrede con singular desparpajo y se asume como salvador y redentor de la potencia más abusiva, depredadora y desvastadora que ha podido observar la humanidad en los dos últimos siglos.
El pasado jueves 30 de mayo del 2024 el periódico español El País publicó: “El acusado, Donald J. Trump, es culpable de 34 cargos de falsificación de registros comerciales en primer grado con el fin de ocultar un plan para corromper las elecciones de 2016″, dijo el fiscal general de Manhattan, Alvin Bragg, que dirigió la investigación. Los 12 miembros del jurado popular del caso Stormy Daniels, la primera causa penal de las cuatro que afronta Donald Trump, declararon culpable al expresidente y ahora nuevamente candidato triunfador a la presidencia de los Estados Unidos. Se le consideró culpable en el juicio por falsificar registros contables para encubrir el pago de un soborno a la actriz de cine porno con fines electorales, ante la campaña para las presidenciales de 2016.
El pendenciero del barrio, el bravucón de la colonia, el grandulón abusivo del salón de clases está de regreso y tendrá nuevamente en sus manos el poder más devastador. Podría la amenaza naranja escribir un capítulo demensial en la historia del Siglo 21, en el que poderes enloquecidos y mediocres pueden destruirlo todo y ponen en riesgo la dignidad de vivir y de morir de toda la humanidad.
Pero tan grande como los riesgos que habrá de enfrentar México en su relación con Estados Unidos es el peligro de la traición que se incuba en casa, el huevo de la serpiente, al que rinden honor los serviles socios del imperio, que están felices soñando con el derrumbe del gobierno de la Cuarta Transformación, sometido a las amenazas de los halcones del Pentágono y de la Casa Blanca, y sus peones perversos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de la Agencia Antidrogas (DEA). Tarea que no les resultará fácil frente a un gobierno legítimo que tiene el respaldo de casi 36 millones de mexicanos y representa la digndidad de una nación libre y soberana que no está dispuesta a humillarse ante los poderosos.
Desde nuestro territorio hay quienes aplauden la añorada presencia de las tropas estadounidenses en suelo mexicano, para extirpar el germen de un gobierno de izquierda que, aseguran el su delirio y extravío, lleva al país al abismo del comunismo. Son los descendientes de quienes en su momento histórico aplaudieron las políticas depredadoras del expansionismo estadounidense que en la guerra de 1846-1848 despojó a la joven Nación Mexicana del 55 por ciento de su territorio, incluyendo los estados actuales de Texas, California, Nevada, Utah y Nuevo México; la mayor parte de Arizona y Colorado, y porciones importantes de los actuales estados de Oklahoma, Kansas, y Wyoming.
Son los mismos colaboracionista que seguramente se sienten frustrados porque ese robo legalizado por los invasores a punta de bayonetas y estruendo de cañones, al amparo del Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, no extendió las fronteras de la depredadora nación estadounidense hasta las márgenes de los ríos Suchiate y Usumacinta, en los límites con Guatemala. Son los gringos de corazón nacidos de esta lado del Río Bravo que observan con beneplácito ese pasaje histórico de la derrota del Ejército Mexicano y la caída de la Ciudad de México en septiembre de 1847, cuando por la fuerza de las armas el gobierno estadounidense obligó al frágil gobierno de nuestro país a reconocer al Río Grande, como la frontera sur del territorio robado y anexado.
Sí, impulsados por el odio de los perdedores, empresarios, políticos, intelectuales, académicos, medios de comunicación, comunicadores, presuntos periodistas y una fracción minoritaria y elitista de la sociedad, de clara filiación derechista, no ocultan su felicidad por el nuevo arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, pues esperan que el imperio ponga límites a un gobierno que pretende restaurar los derechos del pueblo y terminar con los privilegios de una minoría depredadora, abusiva y egoísta.
Esos mexicanos que se siente criollos nacidos en México, presuntos herederos de la pureza de sangre de los originales expedicionarios españoles que masacraron y esclavizaron a nuestras civilizaciones originarias, y abusaron de nuestros abuelos índigenas, son los descendientes de quienes celebraron la captura y ejecución del cura Miguel Hidalgo y Costilla, y del capitán insurgente Ignacio Allende, el 30 de julio de 1811, y que sus cabezas, encerradas en jaulas, fueran exhibidas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, justo el mismo lugar en donde el Padre de la Patria había obtenido, en nombre del pueblo y con el pueblo, su primera victoria en los inicios de la Guerra de Independencia. Guanajuato, que gobierna el PAN desde hace 33 años, es uno de los reductos más conservadores del país.
Esas nuevas cofradías de privilegiados, que están felices porque sueñan que, ahora sí, un facineroso como Donald Trump podría poner en orden al izquierdoso gobierno de la Cuarta Transformación que los tiene tan frustrados y enojados, son los herederos de la ideología de derecha que al grito de “religión y fueros” se levantaron en armas en diversas regiones del país para tratar de impedir la vigencia y la aplicación de la Constitución Política de 1857, que establecía los principios que derivarían después, con las leyes de Reforma, en la separación de los asuntos de Dios, representados por la Iglesia Católica y sus muy conservadores partidarios, y los asuntos que desde entonces son potestad del Estado laico.
Esos pretenciosos criollos que encabezan las cofradías que gobiernan los estados y las ciudades más conservadoras y retrógradas, son los que sueñan con la firme intervención del gobierno estadounidense en nuestro país, para poner orden a los que consideran despropósitos del gobierno de la Cuarta Transformación. Son los herederos, en cuerpo y alma, de los conservadores que en 1856 empezaron a negociar con Napoleón III, emperador de Francia, la instauración de un imperio en México, destinado para el príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo, quien el 10 de abril de 1864 fue proclamado emperador de México, en su castillo de Miramar, en la costa adyacente a Trieste, Italia.
No tenga usted duda que los antepasados de esos conservadores, que comulgan cada domingo y desprecian y abusan de sus semejantes durante el resto de la semana, participaron o aplaudieron la conjura que en 1913 apoyó la rebelión de Bernardo Reyes y Felix Díaz, quienes el 17 de febrero apresaron al Presidente constitucional Francisco I. Madero, el “Apóstol de la Democracia”, y al Vicepresidente José María Pino Suárez, con la complacencia y complicidad del Embajador estadounidense Henry Lane Wilson, a quienes los chacales asesinaron la madrugada del 22 al 23 de febrero de 1913. Todo con el aval del gobierno estadounidense.
El pasado miércoles 6 de noviembre del 2024, al conocerse el triunfo de Donald Trump, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo dijo, en su conferencia mañanera: “No hay ningún motivo de preocupación. A nuestros paisanos y paisanas, a sus familiares que están aquí, a las empresarias y empresarios mexicanos: no hay motivo ninguno de preocupación. México siempre sale adelante, somos un país libre, independiente, soberano, y va a haber buena relación con los Estados Unidos, estoy convencida de ello”.
México ha superado muchas etapas oscuras de su historia. Si con Donald Trump se viviera una más, nadie tenga duda que hay mucho pueblo bien informado y dispuesto a luchar, en todos los terrenos de la vida familiar, privada y pública, para salir adelante. ¿Alguien en este país le teme a Donald Trump? No lo creo, a peores calamidades se ha enfrentado nuestro pueblo y siempre ha salido adelante. Los exabruptos de un presidente insolente, grosero, soberbio, agresivo, misógino y con naturales inclinaciones delincuenciales, son muy pocas dificultades para un pueblo con carácter. Y nuestra presidenta tiene carácter para enfrentar con dignidad y aplomo amenazas y chantajes.
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