Óscar de la Borbolla
08/11/2021 - 12:03 am
¿Cómo imagino que imagino?
Hay muchas otras habitaciones aquí adentro, pero están reservadas a otros visitantes; suelen ser peligrosas.
Cuando me pongo a imaginar, cuando, con la vista fondeo la pared que tengo delante, me ausento buscando una historia que merezca contarse; cuando todas mis neuronas se alinean para producir un ente de ficción, un personaje al que le ocurra algo, supongo que pasan y me pasan muchas cosas: dos tazas de café y una cajetilla de cigarros son los elementos propiciatorios del ritual con el que convoco a las musas. De mi cabeza sale un pararrayos hipersensible a las más tenues ondas vagabundas que cruzan el espacio y yo, pacientemente, selecciono las imágenes que empiezan a llegarme: esta no, esta tampoco, esta no sirve para nada; esta… tal vez, pero le falta carne, brillo, novedad.
Como se comprenderá, a mis años, no le voy a dar existencia a la primera tontería que se me ocurra: ya no soy aquel adolescente narcisista que vivía tan complacido de sí mismo que creía su deber vaciar completa su cabeza en el mundo; ahora pretendo ser un escritor que examina las anécdotas, las desenvuelve imaginariamente antes de escribirlas y, a veces, hasta calcula sus posibles consecuencias políticas, matemáticas y estéticas.
Por fin, luego de 10 cigarros, pues mi trabajo imaginativo se mide por las colillas que aparecen en el cenicero, se me ocurre algo: voy a contar ¿cómo imagino que imagino?, me digo, lo que pasa y me pasa cuando me pongo a imaginar, cuando con la vista traspaso la pared y me doy a la cacería de un personaje. Y en el acto me asaltan unas dudas: ¿qué valor podrá tener para los demás mi historia?, ¿quién se interesará en leerla?, ¿qué importancia podría tener un texto que sólo cuenta cómo imagino?
Comprendo que no basta con describirme a mí mismo imaginando, que es forzoso incorporar otros recursos: una patada que abra de par en par las puertas de mi fuero interno para que los lectores puedan entrar, un guía que les vaya explicando cómo se producen las imágenes, una suerte de Virgilio que diga: Esa glándula que miran ahí enfrente contiene todas las experiencias de Óscar de la Borbolla: están las más vívidas, aquellas que se relacionan con el amor y con la muerte, y también las más banales: las que a diario le ocurren en la calle o en sus paseos por los supermercados. Pero caminen, por favor, no se entretengan queriendo hurgar en la vida íntima del autor, solo les ha permitido entrar para que miren cómo imagina, no para que le rayen las paredes del alma con letreros como "Aquí estubo Juanito o el lector don fulano de tal". Asómense mejor a este lago que les queda a la derecha, es el depósito de sus recuerdos. Observen que son líquidos y por eso se escurren y deforman cuando, con esas tenazas que están allá arriba, Óscar los saca a flote para vestir con ellos a sus personajes. Hay aquí recuerdos reales y recuerdos de sucesos leídos en los libros, unos y otros están completamente revueltos y no hay manera de distinguirlos. Continúen, aquí, como pueden comprobarlo ningún objeto proyecta sombras, todo está iluminado desde todos los ángulos con la llamada luz del entendimiento. Pero no vayan a pensar que cuanto aquí sucede es igualmente claro para Óscar, pues él nos mira desde allá: desde atrás de ese opaco domo que cierra la bóveda del techo, es la pantalla de su computadora.
Hay muchas otras habitaciones aquí adentro, pero están reservadas a otros visitantes; suelen ser peligrosas. Confórmense con que les explique lo que oculta solo una de ellas. Apoyen el oído en esta puerta, ¿escucharon el ruido? Este es el cuarto de las preocupaciones, ahí hay cientos de obreros con hachas y martillos que golpean sin cesar. Cuando esa puerta se abre no puede hacerse nada: todo se cae, todo se cimbra. Y aquí, finalmente, es de donde está surgiendo este texto, vean ahí está la frase del principio: "Cuando me pongo a imaginar…"
@oscardelaborbol
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