“Los alimentos que no alcanzaban a ser comidos se pudrían, y el maíz se tiraba al río para no ser tratado como basura. Pero hubo un tiempo en que los hombres se olvidaron de estimarlo. Maltrataban al maíz que se pudría y lo dejaban por donde quiera; nadie se preocupaba por levantar los granos tirados en el suelo de las casas y los pisoteaban”, este texto pertenece a la revista Rituales del maíz.
Por Patricia Maldonado Nuñez
San Marcos, Ocosingo
Ciudad de México, 8 de octubre (SinEmbargo).- Cuando mi abuelita era muy viejita me contó esta historia para que yo pudiera apreciar más el maíz. Me relató que hace muchos años la gente cosechaba suficientes alimentos, por lo que no se daban cuenta de lo importante que es el maíz. Todo era abundante, y aunque la gente tuviera muchos animales domésticos, la comida nunca se acababa. Los alimentos que no alcanzaban a ser comidos se pudrían, y el maíz se tiraba al río para no ser tratado como basura. Pero hubo un tiempo en que los hombres se olvidaron de estimarlo. Maltrataban al maíz que se pudría y lo dejaban por donde quiera; nadie se preocupaba por levantar los granos tirados en el suelo de las casas y los pisoteaban. Tiraban afuera las tortillas, como si fueran basura. Así que un día el maíz comenzó a llorar como los niños. Todos se dieron cuenta de que lloraban el grano, la mazorca y la tortilla. Toda la gente se atemorizó. Nadie sabía qué hacer; los hombres querían salir huyendo del pueblo.
La gente ya no quería ni levantarse. Y mucho menos querían comer maíz, porque estaba vivo. Creían que si lo comían se morirían. Como no aguantaban el hambre, algunos fueron a levantar las mazorcas y los granos. Al ver que no les hacían daño volvieron a comer maíz. Al año siguiente, legó el tiempo de la siembre. Todos estaban contentos. Casi habían olvidado lo sucedido y comenzaron a sembrar. A los pocos días empezaron a notar que las milpas crecían muy mal. Y cuando llegó la hora de la cosecha salieron pocas mazorcas, poco maíz, por lo que empezó nuevamente el hambre. Tuvieron que acostumbrarse a comer la cabeza del plátano, moliendo un poco de maíz, y algunos comían puro camote, la yuca del plátano. Los hombres pasaron dos o tres años sufriendo y llorando. Soñaban que el maíz se había escondido totalmente. Pero un día un hombre salió a trabajar muy temprano, antes de que amaneciera. Llevó un ocote alumbrado para ver su camino. Al momento alcanzó a mirar algo que pasaba cruzando. Se paró a observar qué era, y descubrió que eran las hormigas arrieras y que cada una cargaba dos granos de maíz.
El hombre detuvo a una y le apretó la panza hasta que amaneció. Entonces empezó a gritar a sus compañeros, diciéndoles que había encontrado un grano de maíz. Rápidamente se juntó la gente. Y entre todos tuvieron una gran idea: era mejor soltar a la arriera para saber a dónde iba; así que la fueron siguiendo.
La hormiga llegó a un peñasco del cerro y se metió en un pequeño hueco que había entre las piedras. Los hombres trataban de sacar las piedras grandes, pero como no podían pensaron que lo mejor sería tirar un rayo para volar en pedazos el cerro. Y encargaron esa tarea a los rayos rojos.
Los rayos atacaron tres veces y la gran roca salió en pedazos, dejando una cueva abierta. La gruta estaba llena de granos, pero al momento apareció un hombre viejo, con el pelo canoso, muy enojado. Todos se humillaron ante su presencia.
El anciano decía con una voz fuerte:
-¿Qué quieren? ¿Por qué rompieron la puerta de mi casa?
Todos se morían de miedo; temblaban; pedían disculpas; le decían que vivían hambrientos y rogaban por el maíz. Entonces contestó el dueño del cerro:
-Yo mandé recoger el maíz. Aquí lo tengo almacenado porque ustedes lo maltrataron. Si les vuelvo a dar es porque mi casa ya está toda llena; mis bestias siguen trayendo más por aquí, porque allá no caben todas, pero me tienen que traer un regalo y hacer una gran fiesta. Quiero tabaco puro y el trago más fuerte.
Pronto todos obedecieron e hicieron la fiesta. Le entregaron el tabaco puro y el trago fuerte, y a cambio recibieron una jícara con granos para sembrar de nuevo. Así volvió a aparecer el maíz, mientras que las arrieras, que eran bestias de carga, se quedaron con sus pancitas apretadas. Ya no se les pudieron estirar porque fueron amarradas.