Julieta Cardona
08/10/2016 - 12:04 am
Ella y yo
La miras, la tocas, la piensas. Pero ella no lo sabe. Te amo, le dices, primero sin fuerza y luego con fuerza. Pero ella no escucha. Está soñando con alguien que no eres tú. Ha pensado en dejarte, lo sabes. Por eso le compras flores todos los días. Si se enoja, flores. Si no se enoja, flores. Si haces la cena, flores. Si no llega a casa, flores. Si gritan, flores. Si no hablan, flores.
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Tu vejiga llena te despierta a las 6:00 am. Te gusta que, al abrir los ojos, lo primero que veas sea la mujer de tu vida. La contemplas y pasas tu mano por sus senos. Recuerdas la primera vez que los tocaste: fue hace cuatro inviernos. La llevaste a su casa, hacía un chingo de frío y ustedes dos aún no se decían cuánto se gustaban. Abrió la puerta para salir del coche y entró una ráfaga de viento helado. Se arrepintió y cerró la puerta. Te dio un beso francés y te movió todo por dentro. Luego la tocaste suave. Tan suave. Y te fuiste a casa como una puberta enamorada.
Te acercas un poco más a ella y la abrazas sin despertarla. Piensas cómo serán tus siguientes años a su lado y sientes cómo se te hace pequeño el corazón. La amas. Esa mujer tiene años volviéndote loca. Ayer te gritoneó que ya no la miras, que no la tocas, que no piensas en ella. Tú te quedaste callada porque, mientras ella lloraba, pensabas en todo lo que la extrañaste mientras te cogías a otra.
La miras, la tocas, la piensas. Pero ella no lo sabe. Te amo, le dices, primero sin fuerza y luego con fuerza. Pero ella no escucha. Está soñando con alguien que no eres tú. Ha pensado en dejarte, lo sabes. Por eso le compras flores todos los días. Si se enoja, flores. Si no se enoja, flores. Si haces la cena, flores. Si no llega a casa, flores. Si gritan, flores. Si no hablan, flores.
Besas su boca y te levantas. Café. Haces tres tazas de café. Revisas las noticias. Abatida sales de casa al supermercado. Frutas. Semillas. Cacao. Más café. Calabazas. Mostaza. Soya. Flores. Flores. Y vas directo a la caja. Escuchas que la mujer en turno le pregunta al cobrador que si él supo del divorcio de Angelina y Brad. No, responde él. La mujer, metida en su monólogo, dice que no puede creerlo. Eran mi esperanza, dice. Voltea a verlo y luego a ti. Necesita consuelo. Tú enmudeces y ella se va. Es tu turno y, en nombre de la mujer, te disculpas con el cobrador.
Llegas a casa y regresas a las sábanas. Con tu movimiento en la cama ella se despierta. Le dices: mi amor, está llevándonos la mierda. Ella se levanta enojada y se encierra en el baño. No quiere salir de ahí. Sus sollozos se cuelan por debajo de la puerta: ya sé que está llevándonos la mierda, dice. Tú quieres decirle que no hablabas de las dos, sino de la mujer loca del supermercado, de Salma Hayek, de los nobeles, de Colombia, Bayer y Monsanto. No, le dices, primero sin fuerza y luego con fuerza. Pero ella no escucha. Ya no es feliz contigo. Está soñando, ahora despierta, con alguien que no eres tú.
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