Por Mónica Rubalcava
Ciudad de México, 8 ago (EFE).- El cineasta mexicano Everardo González muestra Yermo como una reflexión del trabajo de los cineastas en tierras ajenas, la fragilidad del hombre y la importancia de la comunidad a partir de la filmación de diez desiertos en el mundo.
"(El desierto) Nos dice lo vulnerables que somos, qué tanto necesitamos de los círculos sociales más cercanos para hacer frente a la hostilidad, cuál debe ser nuestra relación con la flora y la fauna y la vastedad nos obliga a la introspección", dice González en entrevista con Efe.
En el 2015 Everardo comenzó su travesía por varios desiertos del mundo acompañado del fotógrafo mexicano Alfredo de Stefano para documentar el trabajo artístico del artista.
El primer viaje fue a Mongolia y a su llegada Everardo se dio cuenta de que el proyecto original no iba por buen camino.
"Tuve que esperar tres años antes de tener el valor de hablar con el productor y decirle que no iba a funcionar. Era un secreto incómodo en el que llegábamos al siguiente desierto y yo decía, 'ahora sí le voy a decir' pero no me animaba, siempre volvía a México con pesar", recuerda.
En el 2018 Everardo rompió el silencio y confesó a Alfredo que quería cambiar de rumbo y para su sorpresa fue posible, así fue como en medio de ese caos comenzó Yermo, que llegará a salas nacionales el próximo 12 de agosto.
ESPACIO YERMO
González lleva a los espectadores por desiertos anónimos en el filme desde un coche, una motocicleta, una bicicleta o el mismo aire. Lo único que permite distinguir un espacio de otro son los rasgos faciales y las vestimentas de quienes habitan cada espacio.
"Decidimos no nombrar en qué desierto están filmadas las escenas porque daba poca libertad de edición (...) si nosotros descontextualizabamos la ubicación y la hacíamos una sola secuencia permitía que el personaje fuera el desierto como un todo, no necesariamente el Gobi, el de Chihuahua, Atacama o Arizona", asegura.
La filmación reúne escenas cotidianas de gente que habita estos espacios, mujeres cocinando, hombres trabajando la tierra, una madre amamantando a su bebé y otra cantando canciones a su hijo.
"El tiempo que tenía para grabar era el tiempo en el que Alfredo hacía su fotografía, eso podía ser una hora o 15 minutos, fue muy azaroso (...) no había tiempo para pedir permiso y aprovechando la confusión te metes y la gente está un poco como '¿qué hace este cabrón acá?, ¿cómo se metió aquí?' y el resultado fue eso, una cámara muy intrusiva", narra.
Así nace otra de las reflexiones de Yermo, una crítica al papel del cineasta en "terrenos ajenos" y su relación con el otro.
Esto se observa en los diálogos que la gente tiene mientras Everardo captura las escenas, un hombre y una mujer se preguntan por qué estará grabando, una pareja riñe y se reprochan hacerlo en frente de una cámara, unos niños cantan una canción que habla de un extranjero, otros piden que los grabe mientras juegan con agua y un bebé parado frente a un camello ríe y observa fijamente la cámara.
Pero durante el proceso González no tenía idea de lo que la gente hablaba en las tomas y fue tiempo después que encontró el sentido de la película gracias a dichas palabras.
"Fue un alivio entender lo que decían de mi porque sentía que no había película (...) cuando llegó ese momento (de entenderlos) hizo que me riera y fue un alivio porque por ahí podía contarse la película, teníamos que reírnos de mi calvicie, mis hábitos raros, mi fragilidad ante todo", menciona.
Everardo elige Mongolia como el lugar que más lo impactó de todos los que pudo conocer en el proceso.
"Primero porque la luz siempre es buena y después porque siempre me impactó mucho la historia de la ruta de la seda. Además una película que me hizo querer dedicarme a esto se filmó en Mongolia, State of Dogs (1998) y el haber estado parado en las estepas que dominó Gengis Kan donde se filmó esa película fue como ir a la meca para algunos", apunta.