“Sicario, Cristo te ama. Arrepiéntete”. La frase de un cartel hecho a mano a partir del cual la autora juarense Selfa Chew desarrolló El Ángel, un texto dramático donde el crimen promete salir de la pobreza, personas inocentes son traspasadas por las balas… y los sicarios se transforman en ángeles.
“Desde niña me he puesto de parte de los ángeles caídos, aquellos expulsados del paraíso por una sociedad a la que no le importa la precariedad”, cuenta Chew, una de las voces más importantes de la frontera, comprometida contra el silencio.
Por María del Carmen Rascón Castro
Ciudad Juárez, 8 de agosto (SinEmbargo).- Son muchas las mujeres que despiertan admiración en la frontera, pero Selfa Chew es, de manera indiscutible, una de las más grandes. Admiramos, entre otras cosas, la calidad de su escritura, la profundidad de su pensamiento y su compromiso contra el silencio.
Para mí es un honor compartir esta primera entrevista, basada en “El Ángel“, uno de los textos dramáticos que aparecen en el libro Cinco obras de teatro, publicado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Lo defino como un drama repleto de contradicciones, igual que la vida misma. La policía cree que está cumpliendo con su deber, el crimen se convierte en la esperanza para salir de la pobreza, personas inocentes son traspasadas por las balas, y los sicarios… los sicarios se transforman en ángeles. ¿Una historia basada en hechos reales?
Para el suplemento semanal Puntos y Comas, te presentamos un fragmento de la entrevista realizada por la escritora, investigadora y activista María del Carmen Rascón Castro para el blog sobre literatura femenina y feminista Las cartas de Amora.
Un sólo ejecutado hace la diferencia
cuando es tu propio corazón en el recibe la bala.
Reportero en El Ángel, de Selfa Chew
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—El ángel es un símbolo de lo invisible, de las fuerzas que ascienden. Tiene incluso un aspecto protector. Giovanni Cornejo trabajó un tiempo para el Cártel de Sinaloa. Un día abandonó la organización y se convirtió en ángel llevando mensajes de paz en un letrero: “Leyzaola: Dios te ama y cuida”, “Sicario, Cristo te ama, arrepiéntete”. En tu obra no lo llamas por ese nombre, es simplemente El Ángel. ¿Cuál fue tu encuentro personal con esta historia?
—Desde niña me he puesto de parte no de los que ascienden, sino de los ángeles caídos, aquellos expulsados del paraíso por faltas que incluyen la rebeldía, las expresiones de duda que hacen temblar al símbolo de autoridad máximo: Dios. Satanás y el Diablo, como palabras, tienen su origen en la idea de “acusador”, también “calumniador”. Esta intención de confrontar al Dios hebreo y cristiano es intolerable, castigable; no hay que olvidar que se trata de sistemas patriarcales, de dominio absoluto, que crean y alientan la violencia y la venganza.
Los ángeles que piensan independientemente, que se atreven a articular críticas, se convierten en “calumniadores” y la pena es el escarnio eterno, la guerra sin cuartel. En términos contemporáneos, parte de esa guerra es mediática, el construir la imagen de esos ángeles caídos de manera que quienes entren en contacto con ellos los rechacen, crean ciegamente que ellos son el origen de la violencia y dejen de cuestionar el reino patriarcal y destructivo judeocristiano. Por eso asocié las imágenes de Giovanni Cornejo con las de Lucifer/Luzbel y otros seres de luz intensa que al ser marginados crean sus propios mundos e ideas.
No fueron expulsados del mundo de los carteles, fueron antes expulsados por una sociedad a la que no le importa lo más mínimo la precariedad, la vulnerabilidad de la mayoría de la población. La historia de cada sicario es una historia de marginación que nos explota en la cara, en el corazón, en los pulmones a otros marginados. Pero en el momento de enterarme de que aparecían ángeles en las calles de Cd. Juárez, no tuve contacto directo con Giovanni Cornejo o con otres ángeles.
Me pareció importante que les ángeles ofrecieran empatía y posibilidades de reconstruir nuestra ciudad con base en el amor, que esa ofrenda no pudiera ser ridiculizada porque iba acompañada con sus experiencias atroces y en medio de ráfagas mortales a las que cualquiera se exponía en las calles en los momentos en que el narcogobierno y su ejército tomaron la ciudad. Sin embargo, la imagen del ángel no se encuentra construida solamente con la de Giovanni Cornejo. El ángel es la representación de aquelles que han estado en el círculo del extermino y caen fuera de él; de les que se reconstruyen, se imaginan con otras agencias y otros sistemas de valores o sociales.
Yo entré en contacto con otros hombres que habían sido esclavos de algún cartel, que también se habían rebelado, capturados nuevamente y regresado a su vida de sicarios o madrinas. También leí entrevistas, notas periodísticas. Dolorosamente, existieron y existen caminos similares y esa multitud de Luzbeles es evidencia de que nuestra sociedad es el paraíso del capitalismo con su reflejo correspondiente: el infierno que todos vivimos en diferentes grados y responsabilidades.
Por otra parte, el activismo de Giovanni Cornejo y otres ángeles intenta contestar a la pregunta de si la literatura nos puede salvar. Los ángeles de Cd. Juárez crearon su script, su escenario, su vestuario y props para montar espectáculos que movieran a la gente. Leyzaola no era su único objetivo, era todo espectador inmediato o filtrado por los medios. Sus representaciones fueron una repuesta a la violencia, teatro de la calle, de sanación.
—El Ángel es una obra llena de detalles que la dotan de realismo. Sólo un comandante sabría que sin policías incorruptibles en los que pueda confiar pierde su poder. Me interesa conocer el tipo de investigación que hay detrás de la construcción de estas miradas, ¿alguna vez trabajó haciendo reportaje?, ¿realizó entrevistas con agentes policiacos? Me interesa conocer cómo fueron sus sesiones de trabajo.
—Debido a que mi infancia, adolescencia y juventud transcurrieron en uno de tantos ciclos de desapariciones políticas, y a mi propia formación como periodista en la UNAM, tuve siempre interés por documentar la relación entre la formación de la temible policía paramilitar Brigada Blanca y el desarrollo de los carteles en México. Mi familia está permeada por el luto, por las ejecuciones, secuestros y desapariciones de mis primos y tíos. Los lamentos eran fragmentos de dolor, tuve que reconstruir cada historia a través de mucho tiempo.
Dada mi mentalidad infantil, su sufrimiento me obligaba a estar atenta a todo lo que me pudiera dar una pista para saber qué había pasado con ellos. El silencio se expresaba en el cuchicheo, en lo que podíamos decir en los espacios privados, pero no en público, no a los que estaban fuera de la familia. Quería resolver esos misterios, esos hoyos negros, para terminar con el duelo suspendido de mi familia.
Y luego en mi adolescencia la Brigada Blanca secuestró a amigos muy cercanos y a conocidos, a personas con las que mi hermano y yo habíamos estado en círculos de estudio a muy temprana edad, porque mi madre era trabajadora de maquiladora y en su intento de formar un sindicato se reunía con otros trabajadores a estudiar teoría y estrategias políticas que en ese entonces eran clandestinas. Personas que lucharon con nosotros desde la secundaria contra diferentes manifestaciones del capitalismo salvaje desaparecieron de nuestra vida y algunos se encuentran en los registros de desaparecidos políticos.
Por otro lado tuve familiares y amigos de la infancia que formaron parte de diferentes cuerpos policiacos. Algunos conscientes y otros no de sus papeles, pero estuve en su entorno, sentí sus luchas interiores, sus intentos de salvación personal, pero también colectiva. El mundo no se divide en buenos y malos, en policías y activistas. Hay activistas entre los policías y policías entre los activistas. Víctimas y victimarios somos todos y a veces los ángeles, a veces los policías, son nuestro alter ego, el brazo armado que genera bienestar económico para los plutócratas, sí, pero también para la clase media que finge ser neutral.
No hubo sesiones de trabajo. Hubo familia y amistades con vidas completas e infiernos interiores a los que observé, leí y escuché. Una gran parte de la información que integré se encuentra en entrevistas o reportajes de otras personas. Yo solamente la organicé de acuerdo con mis propias experiencias, intereses y sentimientos, le di sentido de acuerdo con mi propio contexto. Todo está ahí, finalmente, en los medios y en nuestra consciencia. No lo veremos si no queremos ver.
—Los policías, comandantes o agentes de la DEA que aparecen en esta obra, son personas corruptas que, encima, reprimen a la gente vulnerable mientras el crimen organizado se sale con la suya. Sin embargo, también vemos la otra cara de la moneda, el miedo que tienen los agentes de no morir en la balacera, que los torturen y luego amenacen a sus familias. Cuéntenos acerca de esta decisión.
—Esta fue una decisión muy difícil porque no quería justificar la violencia estatal, policiaca, pero sí señalar al capitalismo, nuestro historial de colonización como generador de relaciones humanas en las que todos perdemos a final de cuentas. Perdemos la capacidad de establecer cuál es nuestra responsabilidad en la creación de entornos violentos, de admitir que sicarios y policías son lo mismo porque el capitalismo salvaje crea desigualdades enormes, individualismo, sentido de competencia, valores patriarcales que empujan a muchos a integrarse las instituciones de poder, oficiales y no oficiales –como los carteles. Y esas instituciones se mezclan, se separan, se confrontan, se abrazan continuamente.
No hay una definición clara porque son dos herramientas neoliberales de control de la población. Pero ya aterrorizados nosotros nos envolvemos en esa misma dinámica continuamente y en la carrera por satisfacciones materiales inmediatas, por status social, o por supervivencia también, nos convertimos en cómplices de un sistema socioeconómico que debe desaparecer desde sus raíces o continuaremos siendo siempre múltiples versiones letales de nosotros mismos dependiendo de las circunstancias e intereses del momento.
Teun Van Dijk, experto lingüista, señala que las clases privilegiadas y sus intelectuales cultivan y utilizan los actos y el lenguaje de odio entre las clases marginadas. Quienes gozan de alto status socioeconómico pueden exhibir públicamente su horror ante la violencia real y simbólica ejercida por miembros de las clases explotadas en apoyo al sistema patriarcal capitalista. En privado, festejan esos mismos actos o lenguaje asesino. Entre les artistas e intelectuales hay quienes entrelazaron elogias al narcogobierno, quienes utilizaron lenguajes y ámbitos de poder para sostener el genocidio. Reciben premios y puestos de prestigio en los centros de la aristocracia cultural. Los policías y sicarios son la expresión, el reflejo, de todos nosotros, además del de sus responsabilidades individuales. Ellos son nuestra otra cara.
—Otra figura interesante es El reportero, siempre a la busca del retrato más sangriento. ¿Podría hablarnos un poco acerca de la estética del exterminio y cómo la atestiguó a su alrededor?
—El reportero, como personaje de este texto, es un artista que naturalmente consigue esa estética de la violencia que es inseparable de nuestro entorno. Su trabajo y arte se producen en el contexto que todos generamos, no puedo atribuirle la responsabilidad a él solo de crear el mundo en que su arte no incluye el exterminio. Es el personaje que yo veo como el más humanizante. El reportero interviene fuera del cuadro de la imagen que fija.
Su pesar consiste en cuestionamientos éticos sobre su profesión, sobre su participación como miembro de la comunidad que fotografía. Su pasión por la belleza no le impide cavar una tumba para un ataúd abandonado debido al terror de sus familiares y amigos de ser acribillados por los sicarios. Se solidariza con la persona aparentemente ejecutada, sin saber quien ni por que fue ejecutada. No emite un juicio y se lamenta de que, hasta el último ritual, el de la muerte, el del luto, se nos niega.
Creo que el personaje del reportero nos invita a pensar, como todos los otros personajes, en que existen diferentes dimensiones en los actos de una persona, subjetividades, y que el juzgar a una persona por un solo instante, por una sola fotografía, por una sola expresión de su arte, consciencia, deseos, es un reflejo de nuestro entrenamiento para reflejar al Dios absolutista, cruel, dictador, vengativo. No niego que existan actos atroces por los cuales se defina nuestra existencia y la de otros. Precisamente el sicario que arranca la vida de otros se define así, por un instante. Pero, otra vez, creo que el otre es un reflejo de nosotres mismos.
Ahora bien, el éxito del reportero se debe a la explotación visual de nuestro exterminio, muy cierto. Se ha incrementado esta capacidad de absorber y disfrutar imágenes de violencia extrema. Este personaje, en particular, intenta dignificar a las víctimas a través de sus fotografías. El personaje que yo imaginé trata de no crear imágenes de violencia obscena. Y finalmente se cuestiona constantemente si tuvo éxito o no en su propio intento de empatía, de solidaridad, un cuestionamiento que creo que debemos hacernos en todas las profesiones.
María del Carmen Rascón Castro es escritora, investigadora y activista. Estudió Literatura Hispanomexicana (UACJ-UNAM) y ha tomado diversos diplomados literarios promovidos por el INBAL, HarvardX y el CCL Xavier Villaurrutia. Es fundadora del blog de literatura feminista Las cartas de Amora. Actualmente se encuentra escribiendo su primera novela con Crisálida Ediciones.