El escritor ruso Fiódor Dostoievski sostenía que las cárceles son reflejo de sus sociedades. La idea del novelista del siglo XIX resulta reveladora de su propio país, años más tarde, con la instauración de los gulags, los campos siberianos de trabajo forzado de la Unión Soviética.
Y tiene su ironía mostrar como ejemplar al sistema penitenciario alemán si se toma otro préstamo de la historia y se recuerdan los campos de concentración, pero así es: la ciudad de Berlín posee una cárcel cuya descripción más clara es una referencia turística pues es una prisión de cinco estrellas.
Brandenburgo, Alemania, 8 de agosto (SinEmbargo).– Cuando se camina por los pasillos, las canchas deportivas y los comedores del complejo penitenciario de Heidering es fácil olvidar que se está en una cárcel.
Si se mira con ojos mexicanos, la fachada compuesta con vidrio y concreto y los colores blancos y verde manzana de los interiores recuerdan más una institución educativa privada que una cárcel.
Decir cárcel es eso: un decir si uno recuerda los sitios de confinamiento de castigo sin luz ni agua potable, con puertas cerradas no con candados sino soldadura autógena que aún existen en la Penitenciaría de la Ciudad de México, la capital de un país que se esfuerza sin éxito en alcanzar el desarrollo de Alemania, uno de sus principales socios comerciales.
La cárcel de Heidering, situada en Grossbeeren, Brandenburg, estado vecino a Berlín, fue diseñada por el arquitecto austriaco Josef Hohensinn.
Las instalaciones costaron cerca de 118 millones de euros, unos 2 mil 124 millones de pesos, y fue inaugurada el 21 de marzo de 2013, al inicio de la primavera: este es un país en que resulta difícil encontrar algo sin sentido. Y, en este mismo sentido, la inversión con costo a los contribuyentes berlineses, fue criticada al considerarse la obra como una “exageración” cuya instalaciones podrían servir a los colegios de una zona que no está en su mayor bonanza económica.
La luz natural del día ilumina casi todos los espacios de la cárcel de Heidering. Los corredores abiertos, los ventanales y los grandes espacios abiertos guardan el propósito de la transparencia.
La prisión tiene capacidad para 648 varones de baja peligrosidad con sentencias a concluirse en no más de cinco años por delitos cometidos sin violencia: robos menores, asuntos fiscales, drogas a baja escala.
El espacio de la penitenciaría es de 15 hectáreas en el pueblo de Grossbeeren, cercano a Berlín. Los talleres, gimnasios, salas de juegos están concebidos arquitectónicamente para disminuir la vigilancia sobre los presos.
De regreso a México se puede decir que en el Distrito Federal, el Reclusorio Norte, diseñado originalmente para 1 mil 500 reos, es encierro de 13 mil internos. En esa masa están revueltos multihomicidas, secuestradores y narcotraficantes con ladrones de poca monta lo que explica, al menos en parte, el viejo cliché que define a las cárceles como universidades del crimen.
También es necesario decir que no todas las penitenciarías alemanas son como Heidering y que aún funciona la vieja correccional de Tegel, la más grande de Alemania, inaugurada en 1898, hace dos guerras mundiales, una fría y posiblemente una más en camino.
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Otro aspecto de contraste con los encierros, al menos mexicanos y estadounidenses, es que el dinero no rige la vida interior de Heidering. Este es un factor que disminuye sensiblemente los conflictos internos.
La estricta cultura alemana del trabajo promueve el empleo de los internos, quienes realizan jornadas laborales regulares, incluso para empresas externas como Siemens, en los enormes talleres del establecimiento.
Los hombres perciben pagas de hasta 150 euros mensuales –unos 2 mil 700 pesos– por realizar labores que en libertad les redituarían entre 1 mil y 1 mil 500 euros –18 mil a 25 mil pesos–. El dinero nunca llega a manos del convicto, sino que es administrado por la autoridad carcelaria de acuerdo a los intereses del condenado, básicamente uso del teléfono, compra de cigarrillos y la adquisición de una televisión a un único proveedor autorizado.
Cuando se platica con el jefe de seguridad de Heidering, un hombre rubio y fornido con aire de sargento prusiano, sobre la existencia de autogobiernos y cogobiernos de las cárceles mexicanas entre reos y funcionarios, del cobro de cada pase de lista y de cómo cada acto de la vida es un negocio ahí dentro, levanta una ceja para indicar su sorpresa.
–Y buena parte de la generalizada industria de la extorsión y, cada vez más del secuestro, son operados desde las cárceles mexicanas con la complicidad de las autoridades – le comento y entonces el hombre levanta ambas cejas y eso parece ser el mayor gesto que hará este mes.
En la prisión de la capital alemana, cada interno habita su propia celda, de unos 10 metros cuadrados, en que existe un baño con lavabo y retrete, un armario, escritorio, silla, cama y ventana. En los reclusorios de la capital mexicana existen celdas de seis metros cuadrados en que viven 10 hombres en las que dormir amarrado a una reja puede ser un lujo.
El Tribunal Constitucional Federal alemán resolvió, en 2006, que el espacio mínimo de una celda debe ser de siete metros cuadrados para garantizar un régimen penitenciario humano.
“No somos un calabozo, sino un establecimiento penitenciario berlinés moderno”, han dicho funcionarios penitenciarios ante quienes critican la prisión al considerarla excesivamente lujosa.
A diferencia del sistema penitenciario estadounidense y en semejanza teórica con el mexicano –se subraya que únicamente teórica– el modelo alemán pretende la reinserción social de quienes han violado la ley penal.
Estados Unidos es el país con más reos en el mundo, más de 2.2 millones, lo que supone 716 internos por cada 100 mil habitantes. La tasa alemana es de 79 por cada 100 mil personas.
Heidering es más una tendencia de Europa del Norte que de Europa Occidental. Los países escandinavos, además de Canadá, poseen las menores tasas de encarcelamiento, mismo que ocurre en situaciones similares a las aquí mostradas.
Son, a la vez, las sociedades con mayor grado de bienestar, menor desigualdad económica y mayor respeto a los derechos humanos.
Lo dijo Dostoievski: “El grado de civilización de una sociedad se mide por sus cárceles”.
Nota. La visita a la Prisión de Heidering formó parte del programa auspiciado por el Göethe Institute al que accedió el reportero por su obtención del segundo lugar del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter por el trabajo “Pandillas, la táctica del narco mexicano en EU”. Aquí la liga al reportaje: http://www.sinembargo.mx/15-01-2013/488282