El fenómeno Rosario Tijeras nació en las letras del colombiano Jorge Franco Ramos. Su éxito superó fronteras. Dejó el papel y terminó en salas de cine y en Netflix. En entrevista para Puntos y Comas, el autor habla sobre la violencia y sus repercusiones.
Ciudad de México, 8 de junio (SinEmbargo).– Rosario, una mujer que aún siendo una niña se involucró en el narcotráfico y la prostitución, es un personaje que conquistó países enteros, entre ellos México y Colombia.
“Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte. Pero salió de dudas cuando despegó los labios y vio la pistola”, se cuenta en el libro Rosario Tijeras.
El fenómeno Rosario Tijeras nació en las letras del colombiano Jorge Franco Ramos, y después fue adaptado a las pantallas. Su éxito superó fronteras. Dejó el papel y terminó en salas de cine y en Netflix.
En entrevista para Puntos y Comas, Jorge Franco habla sobre su último libro El cielo a tiros, la violencia y sus repercusiones.
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–Jorge, si uno revisa tu obra en su totalidad, uno puede descubrir que pones atención en la violencia que se ha dado en tu país. Muchos dirían que escribir novelas sobre el narcotráfico y el crimen organizado, finalmente es una forma de hacer apología sobre la violencia. ¿Cuál es tu postura frente a ello?
–Tengo el convencimiento de que todo país, toda cultura tiene derecho y la necesidad de contarse a sí misma. Esa es una tarea que ha realizado la literatura a lo largo de la historia de la humanidad. Así ha ocurrido frente a una situación histórica compleja. Pongo, por ejemplo, la Ilíada, que fue uno de los primeros textos que conocemos que está contando una guerra grande, una guerra que duró 10 años; que se cuenta con lujo de detalle cómo se armaron los ejércitos, cómo eran los duelos. Creo que es parte de la necesidad que tiene cada cultura de contarse a sí misma. Lamentablemente, en el caso mío, pues la violencia relacionada con el narcotráfico es lo que me ha tocado vivir de primera mano. Es una manera de buscar entender lo que se siente frente a este fenómeno. Yo creo que mientras sigamos padeciendo este tipo de problemas, siempre habrá material.
–Antes de entrar a la novela: lo que pasó en Colombia hace algunas décadas, puede estarse replicando en México. Después de la caída de Pablo Escobar y del surgimiento de los otros cárteles, ¿sí queda una esperanza para resolver lo que pasa en México a largo plazo?
–Hay que reconocer que la muerte de Escobar fue definitivo para la historia de Colombia, y en particular para la historia de Medellín. Fue una oportunidad para mirar hacia adentro, para hacer un examen de lo que había pasado, de llenar esos vacíos que aprovechó el narcotráfico para ocuparlos, para llenarlos por un descuido de la sociedad y del Estado. Los cambios en Medellín han sido positivos. Realmente han permitido a la ciudad tener hoy una imagen diferente. Sin embargo, mientras persista el narcotráfico, seguirá habiendo violencia. Esa violencia trae corrupción. Trae las consecuencias que un negocio ilícito genera en una sociedad. Lo que sí veo lejano es una posibilidad de mirar diferentes alternativas a la reducción del problema del narcotráfico. Llevamos décadas luchando de una manera represiva, con la policía, con políticas que no han funcionado. En Colombia ha habido un incremento en la generación de cocaína. Se habla de más de 200 mil hectáreas cultivadas. Es de suponer que detrás de esas hectáreas hay corrupción y violencia. Soy pesimista. No veo en la agenda de los gobernantes, ni de los políticos, propuestas diferentes como la legalización.
–En los últimos años en México han llegado muchísimas series o muchísimo material de ficción respecto a los narcos, ¿qué le aporta a la literatura a estas historias?
–La mirada de la literatura hacia esa realidad siempre ha puesto atención en la intimidad de la situaciones o hacia la intimidad de los personajes. Yo creo que esa mirada hacia adentro, es importante porque permite que no se banalice la historia. A veces nos quedamos en las anécdotas superficiales, y la literatura permite mostrar una zona gris de muchos personajes. Se muestra su humanidad. En la literatura hay un trabajo responsable de investigación para que, en el caso de que esa historia vaya a ser adaptada, pase lo más fiel posible a la realidad. Me parece que son temas muy sensibles. En el caso colombiano todavía hay víctimas de esas situaciones. Hay miles de víctimas de la campaña terrorista de Escobar. Se necesita responsabilidad para saber en dónde está el riesgo de cruzar una línea en la que terminas haciendo apología del personaje.
–La novela inicia con la muerte de Pablo Escobar, y las repercusiones que hay en uno de sus trabajadores y su familia. ¿Cómo le haces para mezclar ficción y realidad?
–Esa es una constante en mi literatura, y también de la literatura en general. La literatura siempre está tomando la realidad para transformarla en una realidad literaria. Lo que yo hago es usar esa combinación. Cuando puedo usar nombres reales, los uso, pero prefiero recurrir a personajes ficticios para tener más libertad para contar. En el caso de El cielo a tiros, Escobar era una referencia. Me interesaba el punto de partida en el que nuestra sociedad comenzó a prepararse para un cambio. En el caso de esta familia, era un cambio que iba en contravía del cambio. Esta familia se vio plenamente afectada. Aunque hubiera encontrado un caso muy similar, hubiera optado por tomar distancia a través de la ficción.
–Decidiste contar una historia desde el que a veces no es considerado víctima, pues fueron parte del mecanismo del poder y responsables del dolor.
–Hay varias cosas que entran en juego. Una inquietud tuve siempre por ese tipo de personajes, los que andaban alrededor de los narcos. Hay muchos casos de suicidios de hijos de narcotraficantes, por la presión. Se pone uno a pensar que no era su culpa. Había una constante: de pronto decidían irse a otros países a empezar sus vida de cero, pero sus vidas eran de labios para afuera. En la intimidad cargaban con la herencia de sus padres hasta el final. Ese tipo de personajes me llaman la atención. Eran parte del bando contrario, pero no tenían oportunidad de tomar decisiones. Eran personajes que iban a tener marcas de por vida. Tendrían manchas por lo que les delegaron sus padres. Al construir El cielo a tiros, yo sentía que estaba contando sobre una sociedad nueva, pero que repetía ciertas conductas y que no se había desprendido del narco. Ese personaje, el que está en el limbo, era apropiado para contar una cultura que mantiene un pie en la legalidad y otro en lo ilegal.
–El cielo a tiros está contado en tres tiempos, en tres planos narrativos que se centran en tres momentos de la historia de Larry, tres momentos en los que Larry está vulnerable. ¿Por qué?
–Hay un momento, cuando Larry tiene 16 o 17 años, era un momento en el que podía dar rienda suelta a la inquietud de contar cómo es el mundo de un joven que intenta llevar la vida de un joven normal, que se quiere enamorar, pero siempre está la sombra del padre. ¿Cómo descubre un joven el mundo mafioso en el que crece? También quise mostrar una mirada crítica a la sociedad que conserva vicios de la mafia. En muchos libros busco acorralar a los personajes para ver qué me van soltando. Los seres humanos, cuando estamos acorralados, mostramos nuestra verdadera esencia. La novela es frenética. Busqué pausas para estar tranquilo.
–Una de las cosas que disfrute de la novela es que, independiente del contexto, seguimos siendo personas. Y así es con los personajes. Se sustentan en las convenciones básicas.
–Creo que la literatura tiene que parecerse mucho a la vida. La vida se termina sosteniendo en las pequeñas cosas. Eso nos mantiene a flote. La vida va pasando, damos vueltas, y vamos cayendo en lo cercano, como la familia. Vuelves al origen. Regresas a tu pueblo, a tu ciudad.