¿Qué implica que el coronavirus esté mutando y haya varias cepas? El investigador del Instituto de Biotecnología, Alejandro Sánchez, explica sobre ello en entrevista con SinEmbargo.
Ciudad de México, 8 de mayo (SinEmbargo).– Un mexicano puede infectarse de la COVID-19, ser asintomático o recuperarse, pero no ser inmune porque podría adquirir otra cepa del mismo coronavirus que está en constante mutación. En febrero, un grupo de científicos mexicanos exploró “los planos” (la información genética) que lo definen. Cuando se detectaron los primeros casos en el país, a través del análisis de 17 muestras identificaron cuáles arribaron de Europa, principalmente de Italia y España, y cuáles de Estados Unidos. En marzo con las transmisiones locales detectaron que en México circulan dos de los tres genotipos del virus reportados hasta ahora.
“El virus muta poco y eso es una ventaja. Pero la gente viaja más rápido de lo que el virus muta, lo que es un gran problema porque la movilidad en mucha de las otras enfermedades virales se ve restringida porque la persona se siente mal y eso obliga a que no se mueva. Con esta pandemia hay asintomáticos en hasta 30 por ciento de la población infectada, lo que ha hecho difícil controlarla”, dijo vía telefónica desde Morelos el doctor Alejandro Sánchez, investigador jefe de la Unidad Universitaria de Secuenciación Masiva y Bioinformática del Instituto de Biotecnología de la UNAM, quien participó en el estudio del genoma de la COVID-19.
“Todas estas mutaciones son información valiosa porque permite tomar decisiones y orienta muchas otras investigaciones como el diseño de fármacos o el diseño de vacunas”, agregó enfatizando que aunque hay más de 60 proyectos registrados en el mundo para realizar una vacuna, tardarán hasta un año por las fases clínicas de prueba.
En el estudio, pese a que no se invierte ni el 1 por ciento del PIB en ciencia, participaron investigadores del Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (INDRE), el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), además de mexicanos de la Universidad de Oxford.
La petición del investigador Sánchez es sencilla: que el Gobierno federal invierta más en ciencia con años de anticipación para estar preparados para un problema que llegará de sorpresa. Como este.
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–¿Qué fue lo que encontraron respecto a las variantes genéticas de la COVID-19?
–En febrero me invitaron a formar parte de un subgrupo de investigación que empezó a ser liderado por el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (INDRE), que son los encargados de diagnosticar y validar todos los casos de coronavirus en el país, entre muchas otras infecciones como la influenza, chikungunya o zika. Ahora lo que ha requerido mucho más atención es el SARS COV 2. Nos unimos un grupo de especialistas de diferentes instituciones como el IMSS, el Instituto Nacional de Nutrición, el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), el INDRE y el Instituto de Biotecnología con el grupo del doctor Carlos Arias y la doctora Susana López, de los epidemiólogos más reconocidos del país.
Mi función en el grupo fue asesorar la parte donde se realizaba la secuenciación genómica. Un genoma es el compendio de toda la información genética de cualquier organismo, y la información genética es como el instructivo o los planos que definen a cualquier organismo. Para entender el virus esto era muy importante. Nosotros ya teníamos un protocolo donde habíamos detectado posibles cuellos de botella para que cuando llegara el primer caso real al país, que fue a finales de febrero, estuviéramos preparados. Y así fue. Secuenciamos la primera cepa, se depositó en una base de datos pública donde están más de 3 mil cepas genomas de todo el mundo y México pudo responder en 72 horas para depositar esa información.
A raíz de eso nos dimos a la tarea de seleccionar más muestras. Para el momento en que empezamos a elegirlas solo había 56 casos en todo el país –ahorita hay más de 20 mil casos– y finalmente pudimos sacar la información genética de 17 muestras. De estas genomas o secuencias del virus, pudimos empezar a notar que se separan en dos grupos diferentes que corresponden a los lugares de introducción. El virus ha entrado al país por varios eventos independientes y se agrupan muy bien en un grupo de cepas que se han secuenciado en el mundo que vienen de Europa –y podemos reconocer bien aquí en México gracias a la información genética cuáles vinieron de Europa– y otro grupo que sabemos que entraron desde Estados Unidos –y los podemos reconocer muy bien–. También con la información genética nos dimos cuenta de que algunas cepas empezaban con los primeros casos de transmisión de contagios locales porque el paciente no había reportado ninguna interacción con alguien que había viajado y tampoco había viajado.
Y en estas cepas mexicanas ya empezamos a encontrar mutaciones que no se encuentran en ninguna cepa reportada en el mundo. Estas mutaciones pueden empezar a formar parte de una base de datos para saber cuáles son esos virus que están circulando en México y podemos tener la seguridad que solo se han observado aquí. Si algún mexicano migra y lleva la cepa con esa mutación, sabrán de dónde proviene. Si nosotros encontramos mutaciones nuevas en las cepas circulantes, y no han reportado ningún viaje, también se están desarrollando esas mutaciones aquí.
El virus muta poco y eso es una ventaja, pero de todas maneras las mutaciones que se preseleccionan es porque le dieron la ventaja al virus de alguna manera, y eso también nos sirve para tener referencia en un futuro si empezamos a ver anomalías en los datos clínicos o sintomatología de la enfermedad. Todas estas mutaciones son información valiosa porque permite tomar decisiones y orienta muchas otras investigaciones como puede ser el diseño de fármacos o el diseño de vacunas. Para aquellas mutaciones que llegan a caer en ciertas proteínas, como la proteína de la espiga, esta tiene una interacción específica con el receptor de angiotensina tipo dos, que está en las células que infecta normalmente este virus que son neumocitos o células del sistema respiratorio. Incluso se ha visto que puede infectar otras células de otros tejidos como el endotelio que tienen los vasos sanguíneos, las arterias y las venas.
Todo eso es lo que nosotros podemos aportar con la información [genética] y finalmente va aportar a encontrar soluciones a mediano plazo. Aquí no se van a poder tener soluciones a muy corto plazo porque la creación de una vacuna tardará al menos un año en lo que pasa por todas sus fases clínicas y el desarrollo de fármacos tal vez se dé antes, pero tampoco será rápido.
–Ustedes encontraron dos de las tres variantes genéticas de la COVID-19. ¿Qué implica que un virus tenga más de una variante?
–El virus está constantemente mutando. Estas mutaciones se observan porque tienen una selección, es decir, le confieren alguna ventaja en particular (para cuando tenga que luchar contra el sistema inmune, que se pueda reproducir más rápido o pueda entrar más rápido a la célula) o simplemente la adquieren y no le confieren ninguna desventaja (muta y no le pasa nada, solo genera alguna variación para encontrar otra variación que pudiera darle ventaja). Todo eso no lo podemos saber fácilmente con las mutaciones, pero tener la información de la mutación con los datos clínicos nos da esa asociación que es la parte valiosa.
Qué significa, pues que ahora sabemos que, al menos por ahora, hay dos tipos de virus que están circulando en el país y que a final de cuentas tiene esas versiones, pero no sabemos cómo van afectar en el reconocimiento del sistema inmune. Esto puede implicar que una persona que se recupere de la COVID-19 y haya sido infectado por una cepa no quiere decir que va a tener inmunidad para las otras cepas, pero tampoco sabemos cómo va a responder a la enfermedad. Tenemos que ver. Pero hasta que no se desarrolle una vacuna el sistema inmune no va poder estar preparado para diferentes cepas. Y eso es lo que se está haciendo ahora, crear vacunas donde se recopile toda la información genética para tener todas las variantes, diseñar una vacuna como se hace con la influenza, para abarcar el mayor número de variantes.
–Sobre el tema de las vacunas, ¿cómo van los avances a lo largo de diferentes países?
–Ahorita hay más de 60 proyectos registrados para el desarrollo de vacunas como parte de las fases clínicas en todo el mundo. Hay muchas maneras de hacer una vacuna. En México se tiene el registro de entre tres o cuatro proyectos. En uno de ellos está participando la Doctora Laura Palomares de la UNAM, quien está aprovechando una plataforma que tenía para hacer vacunas contra la influenza y contra otros virus. Esto nos da una ventaja, y esperemos que esta vacuna pueda seguir progresando. Pero hay muchas fases clínicas por las que tiene que pasar que tardan años, porque se tiene que probar en un gran número de pacientes para ver, primero, que la vacuna no tenga ninguna contraindicación a la salud y, por el otro lado, medir la efectividad, qué tanto protege y durante cuánto tiempo.
–Dice que un grupo de cepas llegó de Europa, ¿pudieron detectar de qué países se importó?
–Por la historia de viaje sabemos que algunos vinieron de España y principalmente de Italia. Pero en el análisis no nos queremos comprometer a decir que es de un lugar en específico. Lo que alcanzamos a ver, pero no podemos comprobar totalmente, es que la gente viaja más rápido de lo que el virus muta. Por ejemplo una persona que haya estado en el Reino Unido pudo haber viajado un mismo día y estar en España, tener contacto con la persona infectada y luego llegó a México, pero no es que la cepa haya llegado de España, sino de Reino Unido. Fue por la movilización de la persona. El virus no puede mutar en un día. Por eso es tan difícil. La movilidad humana supera la tasa de mutación de este virus en particular, lo que es un gran problema porque la movilidad en mucha de las otras enfermedades virales se ve restringida porque la persona se siente mal y eso obliga a que no se mueva. El problema es que hay asintomáticos hasta en el 30 por ciento de la población infectada, con la capacidad de moverse e infectar a otras personas, lo que ha hecho tan difícil controlar esta pandemia. Ante esa incertidumbre por eso las medidas de distanciamiento social son las únicas que podemos tener hasta no obtener una vacuna o fármaco.
–Desde su campo de estudio, ¿qué características de la COVID-19 destaca frente a las de otros virus?
–Su baja tasa de mutabilidad. Pero la principal característica es la incertidumbre que genera, porque hace cinco meses de este virus no sabíamos nada. Es completamente nuevo. A diferencia de la influenza de 2009, ya había conocimiento del virus, sabíamos cómo se comportaba, cómo se dispersaba, cómo se contagiaba; ya había vacunas y mucha información previa. De este no sabíamos absolutamente nada. Hoy sabemos un poco más, pero es una carrera contra el tiempo. La investigación lleva muchos años, y es por eso que se debe de invertir en la ciencia años antes para estar preparados para un problema que te va a caer como una enfermedad emergente. Sin embargo, esto se pierde de vista y México no se distingue por ser un país donde se invierta mucho en ciencia. Nunca hemos llegado a la meta de la Ley de Ciencia y Tecnología de alcanzar el 1 por ciento del PIB.
–Justo eso me da pie a esta pregunta, doctor. ¿Cuál es su petición al Gobierno federal respecto al apoyo a la ciencia?
–Que se haga más inversión en la ciencia básica, es una de las vías para después canalizar la investigación y desarrollo de tecnologías e innovación. Hay que invertir mucho en recurso humano y en tiempo, porque las investigaciones son lentas, independientemente del presupuesto que se asigne. Lo que es un hecho es que a mayor presupuesto, se puede avanzar más rápido porque se puede contar con insumos sin limitaciones y con recursos humanos ya formados. Es un nicho que se tiene que empezar a impulsar en el país.
–Finalmente, ¿este subgrupo de especialistas seguirá con investigación entorno al coronavirus?
–Sí, de hecho ahorita afortunadamente contaremos con algo de apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Con ello queremos hacer un plan para secuenciar 250 cepas más, y poder asociarlo a cepas aisladas de pacientes que hayan fallecido. La información que nos pueden dar cepas virales asociadas a decesos en los cuales las personas no eran de la población de riesgo. Mucha gente infectada y que muere está entre los 40 y 50 años. El grupo de riesgo sigue siendo mayores de 60 años con comorbilidades como diabetes o hipertensión, pero a final de cuentas es interesante por qué se están dando los otros decesos. Puede ser algo muy particular del virus o muy particular de la persona. Eso lo iremos abordando. También hemos estado en colaboración con otros investigadores para también ver la parte humana, la del mexicano. Me han invitado a formar parte de varios grupos de investigación, con lo cual me siento muy agradecido, para poder aportar.