Ser madre es para muchas mujeres una obligación y no una decisión razonada. Esta presión impide que, en muchos de los casos, den a sus hijos atención, cuidados, valores y amor, lo que incide en más descomposición social.
Ciudad de México, 8 de mayo (SinEmbargo).– En teoría, convertirse en madre es el sueño de toda mujer. ¿Quién no creció jugando a la mamá, a la casita, cocinando y cuidando muñecas? Prácticamente todas lo hicimos. Crecimos con la idea de que todas las féminas sueñan con casarse, tener hijos y formar una familia; idea que tomamos como verdad incontrovertible. En no pocos casos, concebir una nueva vida sigue siendo una decisión poco reflexionada, marcada por la idea errónea de que la existencia se reduce a nacer, crecer, reproducirse y morir: el famoso ciclo de la vida, escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol. De hecho, muchas todavía piensan que la maternidad es el máximo rol femenino y que éste conlleva la unión de la pareja, la realización, la completud, el éxito y la felicidad total.
Tania Esmeralda Rocha Sánchez, doctora en Sicología Social y profesora de tiempo completo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que la maternidad es una imposición cultural –matizada por medios de comunicación, cuentos y juegos– que no se cuestiona, dicha exigencia constituye el eje identitario de las féminas, lo cual es bastante cuestionable. “Muchas mujeres lo viven no como una posibilidad o una decisión, sino como un deber, esto pasa por el discurso de que es lo mejor que puede pasar en la vida de las mujeres y que representa una labor fundamental para ellas”, expresa.
Por su parte la investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de la UNAM, Vanesa Maldonado Macedo, comenta que la gestación, la maternidad son elementos que diferencian corporal y biológicamente a las mujeres de los hombres; además, continuamos inmersas en un sistema social que le otorga valor al sexo femenino por su capacidad reproductiva. “Cuando tienen un hijo, muchas mujeres dicen: ‘ya me realicé’, aún hay mucha presión por contraer matrimonio, por parir; hay madres que les dicen a sus hijas: ‘no te quieres casar, bueno, ten un hijo, cómo vas a estar sola’”. Maldonado manifiesta que existe un gran número de mujeres que optan por este rol sin tener plena consciencia de lo que involucra, pues muchas se embarazan porque su método anticonceptivo falló, no se cuidaron y por cumplir con la carga social.
Tania Rocha expone que un gran número de mujeres no materializan la idea de que están gestando otra vida justo hasta el alumbramiento, asunto que influye en el proceso de depresión postparto, ya que se produce una confrontación con la realidad: no hay capacidades naturales ni dones, “se supone que el chip que las mujeres traen se enciende automáticamente para generar un amor incondicional, abnegado, sacrificado, siempre dispuesto; con mucha sabiduría y paciencia para guiar a los hijos. La realidad es que el amor se va construyendo al desarrollar el vínculo con ellos, no se da antes ni de manera inmediata, es hasta que convives con alguien cuando lo haces. Ser madre se trata de una práctica y ésta se va modificando a través del tiempo, vas aprendiendo. Muchas mujeres señalan que la experiencia con los segundos y terceros hijos es diferente”, detalla.
Las entrevistadas remarcan que, independientemente de si se cuenta o no con una pareja, las mujeres deben tomar en cuenta que la vida se transforma radical y permanentemente en todos los aspectos, desde cambios físicos y biológicos que incluyen una preparación física para el proceso –saber si está en buen estado, dejar de fumar, de beber, tomar ácido fólico, alimentarse adecuadamente–, hasta modificaciones en hábitos, horarios, pasatiempo y espacios.
Asimismo, Maldonado recomienda cuestionarse si se cuenta con los recursos para alimentarlo sanamente, preservar su salud, proporcionarle vivienda, entretenimiento, vida social, educación y todos los elementos que forman parte de una existencia plena.
El factor más importante a tomar en cuenta es saber si realmente se quiere tener descendencia; si existe un deseo genuino de establecer un compromiso emocional, económico, afectivo y social. Blanca Gil Corona, directora de Pedagogía del Instituto Hispanoamericano de Suicidología, enfatiza que las mujeres deben estar totalmente conscientes de que van a compartir, de por vida, tiempo, dinero, rutinas y enseñanzas, pues la crianza además de transformar la existencia de la mujer y de la pareja, repercute en la sociedad por el tipo de adultos que se formarán e integrarán a los distintos ámbitos de la misma, ya que una educación deficiente trae consigo problemas de autoestima, en las relaciones interpersonales y puede incluso, contribuir al desarrollo de conductas de riesgo, así como al ejercicio de conductas violentas y criminales.
PONER LÍMITES, CUESTIÓN DE AMOR
De acuerdo con Blanca Gil, las dos situaciones que le restan calidad a la crianza son la sobreprotección y la desvinculación, éstas se dan principalmente a lo largo de la primera infancia y en la transición a la adolescencia. Sobreproteger al niño no le permite que se desarrolle a su propio ritmo, no genera la necesidad de ser independiente ni de formar vínculos emocionales sanos. Las progenitoras que se desvinculan a nivel emocional dan alimentación, cuidados, educación, pero no destinan tiempo para jugar, platicar, dar cariño, contacto físico o realizar actividades juntos, “estos fallos tienen mucho que ver con la relación con su madre, con su rol de hijas, si los padres jugaron con ellas y si les dieron o no experiencias significativas”, plantea la experta, quien puntualiza que una formación deficiente es en la que el niño no tiene límites ni tolerancia a la frustración, no sabe resolver problemas, es incapaz de socializar con sus pares o con adultos; no tiene normas de convivencia –saludar, decir por favor, gracias– tampoco capacidad de espera y hay respuestas inmediatas, agresivas verbal y físicamente.
Del mismo modo indica que es muy importante saber que un niño sin normas y límites claros enseñados en casa, no sabe vincularse con otros, está en mayor riesgo de caer en conductas autodestructivas, delictivas e incluso puede convertirse en un menor infractor. También existe mayor riesgo de adicciones, de desarrollar trastornos de alimentación, “de convertirse en adultos muy violentos, poco tolerantes, con incapacidad de socializar y con mal desempeño en el trabajo”, declara.
Gil y Rocha son enfáticas al manifestar que los límites deben ser claros desde los primeros seis años de vida y que no se debe esperar a que los hijos entren a la escuela o sean adolescentes para hacerlo.
Sus palabras coinciden con las de Rocha quien afirma que la falta de reglas por querer darles lo que no se tuvo en la infancia o por tratar de compensar lo que no se vivió, hace que los padres se vuelvan más permisivos e insiste “es importante decirle a los lectores que si el niño llora, debemos dejar que lo haga un momento, no correr de inmediato a ver qué le pasa o darle algo antes de que lo haga o porque creo que lo necesita. Al acudir enseguida no le dan espacio para que desarrolle un recurso crucial en la vida adulta: tolerancia a la frustración”.
La experta añade que, desde luego, no se debe caer en el extremo del descuido –dejarlo llorar por horas– “es una cuestión de equilibrio, representa darle al niño la posibilidad de crecer, de aprender que papá, mamá o el cuidador no están todo el tiempo, ni en cuanto llore o truene los dedos sino que hay reglas, límites y que debe respetarlos, esperar”, declara.
Aunque dejar que el niño llore por un momento, permitir que se levante solo si se cae, disciplinarlo y no darle todo lo que desea les parece a muchos cruel o negligente, Gil manifiesta que los límites son una muestra de amor que garantiza el bienestar y la seguridad de los hijos.
AUSENCIA Y CARENCIA DE VALORES
Vanesa Maldonado menciona que por cuestiones laborales y económicas, las abuelas son las que están cuidando a los hijos. “No digo que esté mal, pero no reciben educación directa de la madre y las abuelas dejan de lado su vida, sus actividades, sus posibilidades de salir, de convivir”, expone.
De igual forma critica el abandono presencial, no ponerle atención, no procurar; no interesarse por su progreso escolar ni por la oferta educativa que recibe: “Los mandan a que aprendan y ya, no se involucran con el conocimiento, el aprendizaje ni les inculcan el amor hacia ello. No los motivan a hacer deporte, los menores crecen con ausencia de valores, en el abandono, en la frustración” y hace hincapié en que la familia es el núcleo principal de convivencia, donde los niños aprenden los valores que reproducen: “La escuela o la iglesia también influyen, pero los infantes aprenden lo que ven en su círculo íntimo y cuando son grandes, lo puede haber muchos efectos negativos, violencia hacia los demás y hacia sí mismos”.
Tania Rocha expresa que hay que comprender que la crianza requiere de muchas más manos y apunta que no es posible que permanezca sólo en el núcleo más básico, muchos menos de forma exclusiva en las mujeres. “Por salud mental las mujeres necesitan tener espacios de recreación, descanso y desarrollo personal, para así poder compartir un tiempo de mayor calidad con sus hijos. Se requiere una labor a distintos niveles, que empresas e instituciones se organicen mejor para promover estos espacios, facilitar los momentos de convivencia familiar de ambos padres, dar apoyo extendido”, también menciona que no se debe satanizar las guarderías y escuelas de tiempo completo. “Hubo muchas protestas sobre el horario extendido porque para algunos era como abandonar ahí a los hijos, es cierto que algunas instituciones funcionan muy mal, se necesita invertir más dinero y atención en estos organismos, para brindar calidad y aprendizaje no sólo en el aspecto académico, sino de desarrollo social y personal”, destaca.
EL AMOR DEBE SER INCONDICIONAL
A decir de Rocha, debido al modo de vida actual, con horarios laborales complicados y cambios en la estructura familiar (divorcios, separaciones), una de las imprudencias que más se cometen es el tratar de compensar dichas situaciones de forma equívoca, no a través de la atención y afecto, sino con objetos, premios; incluso permitir que los hijos hagan cosas que usualmente no se les permitiría, esto debido a la culpa que se gesta por la ausencia. “Esto se da mucho más en las mujeres por asumir que como no destinan completamente el tiempo al cuidado de sus hijos son malas madres”, destaca.
Otro error que se ve con mucha frecuencia es condicionar el amor, “si no te portas bien, si no haces lo que te ordeno, ya no te voy a querer”. Lo cual “es una imprudencia ya que el amor no debe condicionarse”, asegura. La doctora también apunta que es un hecho que quien nos cuida en los primeros seis años de vida constituye una base fundamental para el tipo de vínculos y relaciones que vamos a establecer con nosotros mismos, con los demás y el entorno. “Si hubo falta de atención, descuido de las necesidades básicas y afectivas se producirá inseguridad, problemas de autoestima, alta probabilidad de vivir maltrato físico y emocional de adulto; esto por no sentirse merecedor del amor, afecto o cuidado de alguien”, expone.
Las consecuencias del exceso o falta de cuidado generan mucha reactividad, permanecer a la defensiva todo el tiempo; niveles de angustia, ansiedad estrés y somatización más elevados, manejo inadecuado de las emociones, además de aumentar la posibilidad de reproducir el modelo de vinculación vivido, en todas nuestras relaciones, así como recibir maltrato y ejercerlo.
MADRES QUE LASTIMAN
De acuerdo con el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados, en los últimos 10 años, 231 mil niños sufrieron algún tipo de maltrato en el país, igualmente, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos indicó que en México 35% de los menores de entre seis y nueve años ha sido víctimas de violencia por parte de algún miembro de su familia y a nivel escolar.
Blanca Gil refiere que el ejercicio de la violencia de madres a hijos tiene que ver con la historia de vida de la progenitora, la relación con sus padres; su contexto actual y naturalmente el vínculo, la comunicación con los hijos, que en ocasiones se vuelven muy demandantes y ella al no poder satisfacer estas exigencias, puede tornarse agresiva.
También exterioriza que no es algo que se genere de un día para otro sino paulatinamente y en aumento. “La reacción de la madre es violenta por la frustración y su respuesta será una agresión verbal o física –insultar, descalificar, gritar, golpes, empujone– posteriormente viene la culpa y el menor obtiene una ganancia secundaria: dinero, dulces, juguetes, permisos. El niño al ver que obtiene una recompensa se confunde y provoca nuevos ataques para seguir obteniéndola”, asevera.
Por ello, es de suma importancia que las madres encuentren el equilibrio, pues pareciera que la tendencia es extrema, la cifra de conductas violentas es alarmante y la permisividad también, “algunos padres sienten que sus hijos son intocables, no me refiero a golpearlos, siquiera a decirles algo en relación con su conducta, las reglas son muy importantes; nos hacen aprender que en la vida y en la sociedad hay controles, horarios, momentos para hacer ciertas cosas”, señala Rocha y continúa: “Vemos que muchos padres les dejan la iPad o el celular por horas con tal de que no den lata, olvidando que todo debe tener un parámetro, normas”, puntualiza la entrevistada, que también considera “en lugar de compensar la ausencia, se debe crear con los hijos un intercambio de calidad, afectuoso, que incluya cuidado, atención; en el cual se reconozca que hasta cierta edad los niños son eso: niños. No pueden pensar ni vivir como adultos, a veces queremos que funcionen con nuestra lógica”.
Rocha asevera que la violencia ejercida contra los hijos es un reflejo de lo vivido con los padres y la pareja , además, subraya que no es algo natural ni justificable. Sin embargo, el hecho de que las mujeres se dediquen en mayor proporción a las tareas del hogar y toda la responsabilidad de la crianza recaiga en ellas hace entendible este fenómeno, “no hay persona que no tenga posibilidades de estallar o de cometer actos de maltrato con tantas presiones”. En tanto, Blanca Gil alega que éste tiene que ver con la transición de la madre a la etapa adulta y con darse cuenta de que la maternidad no es lo que ella creía, así como notar que constituye un reto compartir tiempo, dinero; todos estos componentes sumados a la doble jornada que muchas mujeres realizan –labores dentro y fuera del hogar– propician agresiones:
De igual forma sugiere a las madres tener en cuenta que ningún hijo es perfecto, “el deseo de realizar ciertas cosas las deposita en el vástago; el género, el nombre, la carrera que no pudo hacer, todo lo que no pudo lograr, esto es pésimo para ellos, ningún hijo va a cumplir las expectativas de la madre al 100%”, resalta.
DESMITIFICAR LA MATERNIDAD
Como se ha visto, el no detenerse a pensar si en verdad se quiere ser madre y por qué, provoca importantes consecuencias personales, familiares y sociales. Vanesa Maldonado señala que cuando las mujeres no quieren tener hijos y lo hacen porque sí, porque pasó, porque la pareja quiere; no crean un vínculo ni se comprometen con ese nuevo ser, “vemos muchos niños, abandonados, maltratados, en la calle, trabajando, una chica que está elaborando su tesis en Neza me contó que vio como unos perros destrozaban el cuerpo de un bebé, ese es el clímax de la violencia, lo peor a lo que se puede llegar cuando uno tiene hijos sin quererlo”, relata.
Actualmente tener un hijo puede pensarse más, planearlo es muy importante, así como darse cuenta de que se trata de un asunto permanente, “la tarea de ser madre se va aprendiendo, no es que traigas el don para hacerlo de forma maravillosa, exitosa y sin errores, comenta Rocha. Que añade: “Desear serlo para definir nuestra identidad, para sentir que valemos más que otras mujeres, no son –definitivamente– buenas razones para hacerlo porque no lo vemos como el proceso que requerirá amor, esfuerzo, responsabilidad; organización, compartir tareas y cuidados con la pareja”.
Rocha también insta a las parejas que tienen problemas a no caer en el error de tener hijos con la idea de que éstos van a corregir o erradicar los conflictos, porque eso es una fantasía. “Otro aspecto lamentable es que algunas mujeres se sienten vacías y tienen hijos para no sentirse solas para saber de qué se trata o para sentirse adultas”, concluye.
Urge comprender que la maternidad es una opción, tener útero significa que puedes hacerlo, no que debas; parir no es parte fundamental del ciclo vital, ni te hace mejor mujer, ni te completa: ser madre es una decisión tan válida como optar por no serlo. La reflexión es fundamental antes de siquiera imaginar cómo será el bebé o cuál será su nombre, así como nunca olvidar que una relación sexual toma de uno a trece minutos, la fecundación 50 y el embarazo nueve meses, pero la maternidad es una experiencia definitiva que trae por igual complicaciones, riquezas y aprendizajes de por vida.