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Óscar de la Borbolla

08/04/2024 - 12:03 am

Antídoto contra la incertidumbre

“Estamos tan acostumbrados a vivir con fe, confiados, que aunque la razón nos permite calcular los riesgos y nos muestra el altísimo grado de incertidumbre en que se envuelve todo, la verdad, la vida parece transcurrir poniendo entre paréntesis la razón”.

“Aspiro instintivamente el aire: confío en que me mantendrá vivo”. Foto: Especial

A Beatriz Escalante

¿Cómo podría comenzar esta reflexión sin la certeza de que la podré terminar, enviar a tiempo y, además, de que el lunes el periódico virtual SinEmbargo.mx la publicará y luego será leída por usted? Por lo visto, para sentarme a escribir necesito estar seguro de muchísimas cosas: la primera, que seré capaz de hacerla y la última de que usted me concederá el privilegio de leerla. Sin estas certezas —de las que sólo mencionó las más obvias— me resultaría imposible haber escrito, incluso, este primer párrafo.

Aludo a todo esto porque siempre me he imaginado como una persona poco crédula que vive instalada en la incertidumbre y, sin embargo, al revisar cualquiera de las actividades que realizo cotidianamente (y supongo que a usted le ocurre otro tanto) descubro una altísima concentración de seguridad, confianza y esperanza que, la verdad, no creía tener.

Para decirlo pronto, yo pensaba que la única certeza que poseía (que poseemos todos) es que algún día habremos de morir y que todo lo demás, absolutamente todo resulta incierto, pues salvo la muerte nada ofrece ninguna garantía y, sin embargo, vengo a darme cuenta, al analizar cualquiera de mis actos (escribir, por ejemplo) de que vivo confiado: de que la fe, la credulidad y la esperanza más bobaliconas son las que me sostienen en el mundo.

Aspiro instintivamente el aire: confío en que me mantendrá vivo; me cito con un amigo para comer y una fe ciega me hace acudir puntual a la cita; me enfrasco en cualquier proyecto con la esperanza de que podré realizarlo y de que saldrá bien. Todos mis actos excluyen la incertidumbre: la vida entera esta asentada en la confianza de innumerables certezas.

Estamos tan acostumbrados a vivir con fe, confiados, que aunque la razón nos permite calcular los riesgos y nos muestra el altísimo grado de incertidumbre en que se envuelve todo, la verdad, la vida parece transcurrir poniendo entre paréntesis la razón o, mejor aún, actuamos como si la razón no existiera o no le hiciéramos ningún caso.

Sin embargo, yo suelo prestar mucha atención a la razón, no exagero si digo que me la paso pensando, y al hacerlo comprendo las incontables variables que son indispensables para que pueda terminar este texto, los también innumerables factores que necesitan concurrir para que usted pueda leerme esta vez y me lleno de dudas. Y las dudas me paralizan, me hacen sentir este esfuerzo como un colosal despropósito. Aparto las manos de la computadora y me digo: no tiene ningún caso proseguir y, no obstante, advierto que llevo ya más de media reflexión…

He perdido la fe con la que comencé este escrito. Estoy, literalmente, hundido en la incertidumbre: tal vez no pueda hacerlo, tal vez no lo publiquen, tal vez usted hoy pasó de largo sin leer mi columna y, de pronto, comprendo que por la pura voluntad que surge de un “porque sí” he hecho no solo este texto, sino todos los actos de mi vida: a contracorriente de la desesperanza, en contra de mi incredulidad, venciendo el absurdo. Y me veo obligado a rectificar mis palabras: a mí nunca me ha sostenido la confianza. Me ha sostenido un completo e irracional “porque sí”.

Me alegro de ver que he completado mi columna: aunque nadie la lea, aunque no la publiquen, aunque no pueda enviarla. Me basto conmigo. Soy yo quien me ha sostenido toda mi vida.

 

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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