Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) calculan que más de 88 mil personas fallecieron por sobredosis entre septiembre del 2019 y agosto del 2020.
Por Claire Galofaro
Virginia Occidental, Estados Unidos, 8 de abril (AP) — Larrecsa Cox pasó frente al taller de neumáticos usados donde un joven se había desvanecido pocos días antes, con la jeringa con que se había inyectado heroína todavía en su mano.
Se encaminó a su casa en una colina en las afueras de la ciudad. El muchacho había sido revivido por paramédicos y Cox encabeza un equipo que tiene por misión evitar que las personas que tuvieron una sobredosis vuelvan a pasar por esa experiencia.
La madre del joven salió con pantuflas rosadas a recibirla bajo la lluvia. Le dijo que mucha gente ha muerto por esa zona.
“Gente que conozco desde que nací. Necesito los dedos de las dos manos para contarlos”, expresó. “En los últimos seis meses falleció mucha gente”.
La pandemia del coronavirus mató a más de medio millón de personas en Estados Unidos y está avivando el fuego de otra crisis de salud pública: La de las adicciones. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) calculan que más de 88 mil personas fallecieron por sobredosis entre septiembre del 2019 y agosto del 2020, las últimas cifras disponibles. Es la cifra más alta jamás registrada en un lapso de 12 meses.
La devastación es un reflejo de las fallas que hay en la infraestructura de salud pública, que fue incapaz de lidiar con los retos planteados por la COVID-19 y las adicciones, según el doctor Michael Kilkenny, que dirige el departamento de salud del condado de Cabell, que incluye Huntington.
Simultáneamente, dijo Kilkenny, las deficiencias en al área de la salud agravaron las consecuencias del uso de drogas: VIH, hepatitis C, infecciones bacterianas mortales que consumen la carne hasta exponer el hueso y que hacen que personas de 20 años tengan que ser sometidas a operaciones de corazón abierto. Hubo 38 infecciones de VIH asociadas con el uso de drogas con inyecciones el año pasado en este condado de menos de 100 mil habitantes, más que las que hubo en todo el 2019 en Nueva York.
Huntington fue alguna vez el epicentro de la epidemia de adicciones. La tarde del 15 de agosto del 2016, 28 personas sufrieron sobredosis en cuatro horas en Huntington. Connie Priddy, enfermera del Servicio de Emergencias Médicas, dijo que esa fue “la hora de la verdad”.
En el 2017 el condado tenía un promedio de seis sobredosis diarias. Algunos negocios cambiaron los bombillos de las luces de los baños y colocaron unos azules para hacer que a los adictos les resultase más difícil encontrar una vena.
Ya no se podía ignorar el problema. El condado recibió dos donaciones y designó a Cox, una paramédica, para que encabezase un equipo de especialistas en adicciones, curadores espirituales y policías encargado de recorrer el condado y detectar personas con sobredosis. “¿Tienes adicciones? Te podemos ayudar”, dice un cartel pegado en el Ford Explorer con que se desplazan.
Si las personas que encuentran están dispuestas a someterse a un tratamiento, las ayudan. En caso contrario, les dan naloxone —una medicina que revierte la sobredosis— y otros insumos para ayudarlas a sobrevivir por el momento.
Un tablero blanco en su oficina tiene los nombres de las personas que aceptaron someterse a tratamientos, aproximadamente un 30 por ciento de los adictos que detectan. Después de dos años, las llamadas para reportar sobredosis disminuyeron un 50 por ciento.
El Gobierno federal dijo que Huntington era un modelo a seguir y funcionarios de otras ciudades estudian su trabajo.
El primer par de meses de la pandemia fue tranquilo, según Priddy, quien coordina el equipo y recoge datos. Pero llegó mayo y hubo 142 llamadas a los servicios médicos de emergencia para reportar sobredosis, casi la misma cantidad registrada en lo peor de la crisis.
Hacia fines del 2020, las llamadas por sobredosis en el condado de Cabell habían aumentado un 14 por ciento respecto al año previo.
“Es desesperante”, expresó la enfermera Priddy, quien dice que colegas de otros condados le contaron que tuvieron aumentos dos veces el de Cabell.
Los CDC calculan que las muertes por sobredosis en todo el país subieron un 27 por ciento en los 12 meses que concluyeron en agosto del 2020. En Virginia Occidental el aumento fue del 38 por ciento.
La oficina de Cox recibía un reporte de sobredosis tras otro. En octubre llegó uno de una mujer que conocía, que la dejó sin aliento: Kayla Carter.
Carter era una mujer brillante para las matemáticas, a la que le gustaban las estrellas. Su familia siempre pensó que algún día trabajaría en la NASA.
Sin embargo, a los 20 años ya era adicta a los opioides.
“Fue un infierno”, expresó su madre, Lola.
Carter tuvo decenas de sobredosis. A los 30 años caminaba con un bastón. Tenía infecciones en todo el cuerpo. Padecía hepatitis C y el VIH.
En el 2018 el VIH empezó a propagarse entre los adictos que usaban jeringas. Kilkenny dijo que el condado tomó algunas medidas y estableció un programa de intercambio de jeringas, como recomiendan los CDC. Los casos mermaron.
Pero han vuelto a repuntar.
Priddy dice que da la sensación de que el estado está en contra de ellos. La legislatura estatal promueve una ley que limitaría el programa de intercambio de jeringas por el peligro que representan las jeringas descartadas.
El programa de jeringas ha sido muy estudiado y el consenso es que da resultados positivos. Los CDS lo describe como una iniciativa “segura, efectiva y barata”, que no aumenta el consumo de drogas, según estudios, y que reduce significativamente la propagación del VIH.
Carter fue hospitalizada el año pasado con una endocarditis, una infección del corazón causada por el uso de agujas sucias. Sus padres dicen que parecía tener 100 años. Lloraron al regresar a su casa.
Cuando salió del hospital dejó de consumir drogas. Subió 13.5 kilos (30 libras) y dijo que lamentaba todo lo que se había perdido: el nacimiento de bebés, fiestas de cumpleaños, funerales. Pensaron que la habían recuperado.
Un día, sin embargo, dejó de responder a las llamadas. Su madre fue a su departamento y la encontró muerta en el piso del baño.
Todavía no recibieron el informe médico, pero su padre, Jeff, un paramédico jubilado, dice que no quiere verlo. Prefiere pensar que falleció por complicaciones relacionadas con sus operaciones y no porque había sufrido una recaída y había tenido una sobredosis.